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CAPÍTULO 29

Sintió cuando Frank llegó a la casa y su corazón empezó esa carrera frenética por salírsele del pecho, esas ganas que tenía de huir del verdugo mientras esperaba atenta y con valor a que entrase porque no estaba dispuesta a seguir siendo víctima de las asquerosas actitudes de ese hombre, esta vez se defendería, aunque le tocara morir en el intento.

Sus latidos bajaron la guardia cuando escuchó la puerta de la habitación que él estaba ocupando abrirse y cerrarse. Esperó el tiempo suficiente para que se quedara dormido, miró una vez más el reloj que estaba sobre la peinadora y faltaban diez minutos para las diez. Debía darse prisa si quería llegar a tiempo para tomar el tren de las once. Se sobresaltó abruptamente cuando sintió a su espalda la puerta abrirse, dejó libre un suspiro de alivio y sus latidos redujeron la velocidad al ver que era Dennis. Había venido a ayudarla, la chica agarró el bolso que contenía la vestimenta mientras que ella amarró la cinta de seda del bolso de mano en su muñeca, ese donde llevaba su futuro. Se había vestido con una falda recta hasta las rodillas color negro y una camisa blanca con lunares negros, unos guantes hasta las muñecas en color negro, además de un sombrero de terciopelo y raso negro, con tul al frente para cubrir su rostro y no dejar al descubierto los hematomas, también lo hacía por si se encontraba algún reportero en la estación o alguien que pudiese reconocerla y dejara al descubierto su plan, por lo que prefirió camuflarse lo más posible y así pasar desapercibida. Cargó a Frederick ya dormido, bajaron las escaleras tratando de hacer el menor ruido posible, se encaminaron a la parte trasera de la casa donde estaba el vehículo mientras era seguida por Dennis quien traía el ligero equipaje.

Le había ordenado a Paul que tuviese el auto estacionado en la parte trasera de la mansión, debajo del balcón para que Frank no lo viese si deseaba entrar a la biblioteca.

El chofer sabía las intenciones de la señora, pero después de lo vivido la noche anterior y ver el estado de la joven siguió sus órdenes al pie de la letra, aun cuando el que le pagaba era el señor Wells, pero él estaba dispuesto a llevarla a donde ella le pidiese, su trabajo era ser su chofer, solo que esta vez al igual que otras tantas le dijo que no necesitaba de sus servicios porque ella misma conduciría. Elisa llegó al vehículo con el corazón brincándole en la garganta mientras le pedía internamente a Dios que todo saliese bien, que le permitiese así liberarse de Frank, si ya no podría ser en buenos términos que le facilitara esa vía. Elisa era observada desde uno de los ventanales, camuflado entre las cortinas se encontraba André, en medio de la penumbra que reinaba en la extensión del salón de cristal, ese que ella mandó a construir para el matrimonio de su hermano, rogaba porque todo le saliese bien, sobre todo, que superara el dolor de la muerte del señor Le Blanc. Él ya lo sabía... no le fue difícil dar con tal descubrimiento después de darse cuenta de que ambos conocían las mismas pistas para hacer trampas en el póker, las miradas cómplices que muchas veces se dedicaban y cómo él parecía querer perderse en ella cuando la miraba.

El señor Wells lo había hecho desaparecer, eso era obvio, no le costaba nada, sería como quitarle el pelo a un gato, con el dinero y el poder de su patrón podría contratar a hombres que se encargaran del trabajo, comprándolos de por vida y más como se encontraba Chicago, con eso de que las mafias empezaban a esparcirse tan rápido como el fuego queriendo controlarlo todo.

Elisa acostó al niño en el asiento trasero del vehículo, arropándolo con una manta, le pidió el bolso a Dennis y lo colocó de barrera, para que su hijo no rodara y se hiciese daño, verificó muy bien que estuviese seguro, le dio un beso en la frente, salió del vehículo y pudo ver a la niñera que lloraba y mantenía la mirada fija en el niño.

—¿Segura de que no quieres venir Dennis? —le preguntó en un murmullo. Y la niñera asintió en silencio—. Está bien... puedes despedirte —continuó sintiendo las lágrimas ahogar su garganta mientras tomaba el abrigo beige y se lo ponía amarrándolo en la cintura.

Dennis en ese momento entró al vehículo solo medio cuerpo y apoyó una rodilla en el asiento, besó suavemente la frente de Frederick y por más que quiso no pudo retener el sollozo. Para ella era su hijo, ya lo era antes de que naciera, pues el señor Wells contrató sus servicios cuando a la señora aún le faltaba un mes por traerlo al mundo y desde que lo vio por primera vez se enamoró de él, lo sintió suyo, con tan solo dieciséis años se sintió madre y ahora dejarlo ir le dolía demasiado, tres años con él, verlo día a día, disfrutar de sus logros...

—Sé que te voy a extrañar mucho Fred... Quiero que muy pronto hables, quiero que cuando crezcas seas un hombre de bien, yo te amo mi pequeñito; siento un gran vacío, pero no puedo irme contigo —le susurraba mientras le acariciaba con los dedos una de las mejillas y le dio otro beso, no podía tardarse mucho porque la señora necesitaba darse prisa. Salió del auto y miró a la señora a los ojos, quien los tenía inundados en lágrimas, aun a través del tul negro se podían apreciar, sin permiso le dio un fuerte abrazo—. Por favor, señora, tenga mucho cuidado —buscó en el bolsillo de su vestido un papel y se lo entregó a Elisa—. Aquí está el número de mi casa, me voy a quedar aquí hasta el miércoles; el jueves es mi día libre, por favor llámeme a mi casa y me informa para yo no regresar a la mansión. —Elisa lo recibió y le dio un nuevo abrazo al tiempo que las lágrimas se les derramaban.

—Dennis, muchas gracias, realmente no tengo cómo agradecerte el apoyo que me has brindado, sin tu ayuda nunca hubiese superado esto... Parezco ser muy fuerte, pero en realidad, no lo soy. Muchas veces necesito de alguien, durante mi niñez fue mi hermano, él me apoyaba y me ayudaba en todo, después mi hijo al que me aferré para no derrumbarme completamente... Mi vida era una pila de escombros porque mi madre con su decisión derrumbó mi torre, pero la llegada de mi hijo me ayudó a sobrevivir apenas con las bases... Después... —le costaba decirlo, pero debía hacerlo—. Después fue Jules —su voz se quebró; sin embargo, continuó—: Él no solo reconstruyó mágicamente la torre sin dejarle una sola grieta, sino que también me creó el más hermoso y poderoso de los castillos... pero lo hizo sobre cimientos inestables, ahora André y tú me han ayudado... personas a las que muchas veces humillé y maltraté... Perdóname Dennis, perdón por todas las veces que te hice llorar con mis humillaciones, no era más que el veneno que me consumía y necesitaba liberarlo de alguna manera, si no terminaría conmigo —hablaba mientras las lágrimas que inundaban sus ojos se liberaban.

—Yo lo sabía señora, sabía que algunas veces era muy injusta, pero... eso no importa ahora, mejor dese prisa, dese prisa y no regrese nunca... Yo espero algún día poder ir a visitarla en Charleston —dijo con voz firme, pero por dentro estaba hecha un mar.

Elisa asintió en silencio y dejó libre un suspiro, subió al vehículo encendiéndolo, su corazón golpeó contra su pecho y las manos le temblaron aferradas al volante cuando el motor irrumpió en el silencio, temiendo que Frank lo escuchara. No debía dudar, por lo que lo puso en marcha y su mirada se posó una vez más en Dennis, despidiéndose, agradeciéndole y pidiéndole perdón, pudo ver cómo la niñera lloraba, pero tuvo que volver la mirada al frente para seguir conduciendo. Su prueba de fuego era que los hombres que custodiaban el portón la dejaran salir, sabía que no le negarían el paso, solo que no sabía si Frank les había ordenado que les avisara por si ella intentaba huir. No tenía idea de hasta qué punto todos, absolutamente todos los empleados sabían lo sucedido. Al llegar al inmenso portón de hierro forjado en negro y dorado, quien se encargó de observar por la ventanilla de la caseta de seguridad fue Harold, ella le saludó apenas elevando la mano y él salió del refugio, caminando rápidamente abrió el portón mientras que el corazón de Elisa latía lenta y dolorosamente, esa presión no lo dejaba latir de manera normal, ese miedo y ansiedad lo mantenían en estado anárquico.

Apenas vio el espacio necesario para que el auto pasara lo puso en marcha nuevamente, traspasando los portones y acelerando por el camino de tierra y piedras de más de un kilómetro, que la alejaba definitivamente de la mansión, de esa jaula de oro y cristal que la mantuvo prisionera por cuatro años, esa que aunque hermosa y lujosa contenía sus mayores tristezas, su vista buscó el retrovisor y una vez más su mirada se fijaba en la inmensa estructura que dejaba atrás, en cómo el horizonte la enmarcaba en un espeso manto oscuro, sin duda alguna llovería esta noche por lo que debía darse prisa.

Las lágrimas tibias bañaban su rostro, era una gran mezcla que no podría definir, sentía una incomprensible tristeza, tal vez porque estaba dejando atrás demasiados recuerdos, algunos hermosos porque en ese lugar también vivió momentos especiales con Jules, ya no tendría ningún lugar para recordarlo, tampoco tendría a las personas con las que convivió todo este tiempo y esa presión en el pecho realmente contradictoria, también le gritaba que le dolía dejar a Frank, porque a pesar de todo lo que le había hecho él tenía razón, le hizo daño y no merecía pagarle de esa manera pero ella no podía mandar sobre su corazón y tampoco sobre el de Frank.

No pudo enamorarse de él y él tampoco se esforzó lo suficiente, al principio sí pero siempre creó esa barrera de solo querer ofrecer y no preocuparse por conocerla al menos un poco.

Frank pensó que todo lo que podría darle le llenaría la vida, pero Jules llegó abriendo puertas, mostrándole quién era ella verdaderamente, él sabía hacerla sentir bella sin un collar de diamantes de por medio, supo conquistarle el alma, sacar eso que ni ella misma sabía que poseía, estrellándoselo en las narices.

Era hora de salvarse ella misma, de salir adelante con valor, no podía seguir bajo la sombra de Frank, aunque le doliera lo pasado porque él no merecía tal traición. Él la humillaba y lo seguiría haciendo mientras ella permaneciera a su lado y le diese ese poder, solo tenía una cuota en toda esta tormenta, pero él estaba empeñado en adjudicarle la culpa íntegra a ella, jamás reconocería que él también tenía culpa porque nunca se interesó por ver la verdad, solo veía lo que le daba la gana, muchas veces fue demasiado predecible con él pero estaba ciego, la creía de su propiedad, pero estaba muy equivocado porque Elisa Lerman no iba a permitir que la siguiera lastimando.

La mansión quedaba atrás, en ese pasado que empezaba a trazarse, era poco lo que podía divisar. Llegó a la intercesión de la calle principal y cruzó a la derecha, dejando la casa definitivamente atrás, ese tramo era darle vuelta a la página y seguir adelante.

Aun cuando el alma de Frank estaba hecha añicos el mundo no podía detenerse y bajarse porque todo seguía girando, por lo que su vida laboral pujaba con todas sus ganas, entre más trabajaba menos tiempo le quedaba para pensar y conseguía el resultado que anhelaba que era llegar hecho polvo a su casa para poder dormir y no dar vueltas en la cama mientras alimentaba su dolor con recuerdos.

Cerraba los ojos intentando dejarse vencer por el sueño, pero se sentía algo intranquilo, por lo que encendió la luz de la lámpara y fijó su mirada en el techo, reteniendo las lágrimas que le nadaban en la garganta, empezó a dar vueltas en la cama, teniendo la certeza de que, aunque el cansancio lo estuviese consumiendo no conseguiría dormir.

Se levantó y fue al baño por varios minutos; ni haberse lavado la cara le ayudó con esa presión en el pecho, por lo que regresó a la habitación y se sentó al borde de la cama, agarró la cajetilla de metal que reposaba sobre la mesa de noche, sacó un cigarrillo y lo encendió queriendo encontrar en el narcótico un poco de sosiego. Observaba cómo el humo que exhalaba hacía piruetas en el aire y se desintegraba lentamente hasta perderse, exactamente como le pasaba a él. Un silencio inusual inundaba el ambiente, miró extrañado el reloj al tiempo que le daba una nueva calada al cigarro. Ese elipsis lo tenía desconcertado porque Elisa se pasaba las noches llorando.

Y él escuchaba atentamente cómo la mujer que amaba le propiciaba una tortura casi insoportable a su alma. Ante ese silencio inexplicablemente su corazón pareció desprendérsele del pecho y se ancló palpitando violentamente en su garganta, rápidamente depositó el cigarrillo en el cenicero donde reposaban cuatro colillas más y lo apagó. Últimamente estaba fumando más de lo normal. Se puso de pie rápidamente y salió de la habitación, en el pasillo su mirada se posó en la rendija inferior de la puerta de la habitación principal de la mansión y no se veía la triste luz de la mesa de noche, casi corrió para abrir y al entrar se encontró todas las luces apagadas, buscó con manos temblorosas el interruptor y la luz inundó la alcoba. Estaba vacía, sintió que todo el oxígeno abandonaba sus pulmones, tan rápido como pudo corrió a la recámara de Frederick, abrió la puerta e igualmente estaba desolada.

El miedo y la rabia lo convirtieron en su marioneta, no lo podía creer, Elisa se había escapado y se había llevado a su hijo, eso no se lo perdonaría nunca, juraba que si la encontraba la mataría a ella y a ese maldito, ya no le verían nunca más la cara de estúpido, podría amarla mucho pero que le quitara a su hijo no tenía ningún perdón. Giró su cuerpo y salió como un león enfurecido por el pasillo.

—¡André!... ¡Maldita sea, André! —gritó desesperado mientras bajaba las escaleras lo más rápido posible.

El mayordomo hizo acto de presencia en lo alto de las escaleras mostrándose alterado, tratando de esconder que no sabía nada de lo que pasaba. Sin duda alguna el señor Wells se había percatado de la ausencia de la señora.

—Dígame señor, ¿ha pasado algo? —preguntó manteniendo su tono de voz tranquilo.

—¡¿Dónde demonios está Elisa?! —exigió fuera de control. Llegó al final de las escaleras fijando su rumbo hacia el salón principal.

—¿No está en su habitación señor? —inquirió fingiendo inocencia mientras bajaba lentamente las escaleras.

—¡No... no está... maldita sea! —dijo desesperado y lleno de ira, todo él temblaba, tenía el rostro sonrojado a causa de la rabia, los cabellos en completo desorden y la mirada brillante.

—Tal vez esté en la casa del fondo señor —argumentó tratando de darle tiempo a la señora para que llegara a la estación y abordara el tren—. Deberíamos ir a corroborar —aconsejó caminando detrás del hombre, quien no esperó al mayordomo para salir casi corriendo por la puerta del fondo. Se sentía desesperado ante la idea de que Elisa se hubiese fugado, por lo que caminaba apresurado sin importar el frío y la llovizna, caminó a la casa de la servidumbre con el desespero latiendo en él—. Tenga cuidado señor... —advirtió André cuando Frank tropezó con una piedra y casi caía.

Frank aún no había llegado a la casa cuando interceptó a uno de los hombres de seguridad que hacía las rondas nocturnas y éste que no estaba al tanto de lo que estaba pasando entre la pareja, porque ellos siempre se mantenían en la caseta de los portones de la mansión, aislados del infierno que se vivía en el interior.

—¿Douglas has visto a la señora? —le preguntó mientras caminaba apresurado, no quería perder un solo segundo.

—No señor, realmente no... pero hace poco más de diez minutos vi un auto salir y pensé que sería usted.

Frank se dio media vuelta y salió corriendo al interior de la mansión. Mientras que André dejó libre un suspiro y miró aniquiladoramente a Douglas, sin el hombre comprender el porqué.

Frank entró a la mansión y agarró las llaves de uno de los vehículos, de un tirón quitó del perchero la gabardina negra que se puso sobre el pijama, al tiempo que salía por la puerta principal. Llegó hasta el auto y subió poniéndolo inmediatamente en marcha.

—Abran el maldito portón inmediatamente —exigió realmente molesto.

Los hombres de seguridad se mostraron realmente desconcertados ante la extraña exigencia de su patrón, quien nunca los había maltratado.

—Wilhelm y Sergio tomen un auto y síganme —pidió a gritos desde el interior del vehículo. Era completamente consciente de que no podía andar solo; sin embargo, no los esperó, apenas abrieron el portón arrancó tan rápido como el auto le permitió.

Los guardaespaldas buscaron las llaves en la caseta y subieron al vehículo sin saber qué sucedía, tratando de alcanzar la velocidad de su patrón quien ya se les había perdido en el camino, pero al minuto lograron divisarlo. La mezcla de miedo y rabia hacía estragos en Frank, tenía miedo de que Jules hubiera logrado llevársela cumpliendo ese juramento que le había gritado en la cara. Aunque según los reportes diarios que le llegaban desde los puertos y estaciones de trenes, no había noticias de ningún Jules Le Blanc ingresar al país. Estaba completamente seguro de que había salido del país por el puerto Schreyers Hook Dock.

Su cabeza era un vórtice de ideas y la que más cobraba vida era que el hijo de puta no había salido del país, seguro había abandonado el barco sin que Frank se enterase cómo rayos lo había hecho y lo peor era que lograría llevarse a su mujer y a su hijo. Elisa iba tan rápido como podía, pero tampoco tanto como debía, lo hacía por la seguridad de su hijo quien iba dormido en la parte trasera del vehículo, a quien supervisaba de vez en cuando por el retrovisor, percatándose de que estuviera bien.

Fue en una de esas miradas por el espejo que logró ver cómo la seguían dos vehículos, por lo que aceleró lo más que pudo, al tiempo que se llenaba de pánico y los nervios la dominaban. Miraba a cada segundo cómo tenía cada vez más cerca los automóviles, pero no se detendría, logró divisar que quien ocupaba el auto de atrás no era otro que el villano de su peor pesadilla, por lo que pisó el acelerador más a fondo. No iba a permitir que la alcanzara, rogaba por llegar rápidamente, ya era poco lo que le faltaba, estaba realmente cerca de la estación de trenes; sin embargo, la calle se encontraba solitaria y no tenía ningún auto que rebasar y utilizarlo como obstáculo para evitar que Frank la alcanzara, no quería ni pensar lo que él haría si la atrapaba porque eso significaba perder tiempo.

El auto que la seguía al minuto logró emparejarla y mantenerse a su lado, acercándose cada vez más a ella, por lo que se llenaba cada vez más de miedo, a pesar de que se propuso no mirarlo lo hizo, ante los gritos que rasgaban en esa carretera solitaria, imponiéndose por encima de los motores de los autos.

—¡Para el auto Elisa... oríllate! —exigió con toda la rabia del momento.

—¡No... no lo voy hacer! —respondió a punto del llanto y llena de ira, regresó la mirada al camino y su visibilidad se encontraba cada vez más borrosa por la llovizna que cobraba más vida.

—¡Hazlo, maldita sea! —le gritó una vez más mientras se mantenía al lado.

—¡Que no lo voy hacer... déjame... deja que me vaya Frank! —suplicó con la garganta inundada ante el pánico, tenía miedo porque no quería terminar volcándose y si Frank seguía acercándose la iba a sacar del camino.

—¡No, no lo voy a permitir!... ¡Primero muerto! —aseguró con decisión, acelerando un poco más, rebasándola y bloqueándole el camino, sin dejarle opción a avanzar más de lo que él le permitiera.

Elisa pensó en frenar y dar la vuelta, tomar otro camino que la llevara al centro de Chicago, pero se sintió impotente al mirar por el retrovisor y ver que otro auto estaba detrás de ella, reconociendo a dos de los hombres de confianza de Frank.

Él adelante, reducía poco a poco la velocidad, obligando a que ella hiciera lo mismo. Ella sabía que él terminaría frenando y una colisión pondría en peligro la vida de su hijo, por lo que terminó por detenerse, resoplando ante la ira y la impotencia. Frank no le dejó el mínimo espacio, no tendría la oportunidad de escaparse.

Elisa apretó con todas sus fuerzas el volante y clavó la mirada en el retrovisor, viendo a su hijo dormido mientras las lágrimas le quemaban los ojos, pero no lloraría, ya lo había hecho lo suficiente. Estaba desesperada y furiosa, pero sobre toda decidida, estaba cansada y sabía que por la osadía que acababa de cometer Frank la iba a maltratar nuevamente, la mirada de él llena de ira se lo gritaban, el semblante que mostraba al caminar hacia el vehículo demostraba su decisión. Pero ella no iba a permitirlo, no permitiría que le pusiera una sola mano encima, por lo que llevó su mano temblorosa debajo del asiento, en busca del arma y juraba por Dios que la usaría si osaba tocarla, pero palpaba el lugar y no encontraba nada, Frank había ordenado quitar el arma, la impotencia le hizo llenarse aún más de rabia y miedo, una mezcla tan contradictoria.

Frank llegó hasta el vehículo y sin ningún cuidado introdujo la mano por la ventanilla, quitando con violencia las llaves, mientras Elisa se mantenía inmóvil con la mirada al frente, él abrió la puerta bruscamente.

—Baja inmediatamente —murmuró arrastrando las palabras, no obstante, ella se mantuvo impasible—. ¡Baja, maldita sea! —explotó en un grito al ver que lo ignoraba. Elisa no pudo evitar sobresaltarse en el asiento y terminó por ceder, bajando con lentitud mientras lo encaraba fríamente con su rostro altivo, no se dejaría humillar más—. ¿Qué pensabas hacer? —preguntó con la ira inundando su ser.

—Largarme, no quiero estar más a tu lado... me iba con mi hermano a Charleston —respondió sin inmutarse. Frank al escuchar la respuesta se llenó de alivio porque no se iría con Jules—. Nunca quise estar a tu lado —le dijo mirándolo a los ojos y con toda la convicción que poseía.

—No quisiste —de manera inevitable se llenó aún más de dolor—. Pero vas a estarlo, claro, al menos que decidas —hablaba mientras abría la puerta trasera del vehículo—. Frederick... Frederick. —Despertó al niño y lo cargó—. Ven aquí mi vida... ven con papá, despierta —decía al tiempo que acomodaba la manta encima del niño para evitar que la lluvia lo mojara—. Mira, vamos a despedir a tu mami que piensa abandonarte, piensa dejarte... pero no importa, te quedarás conmigo.

A Elisa le temblaba la barbilla por el frío y porque se supo perdida, no dejaría jamás a su hijo y las ganas de llorar la estaban lacerando mientras ahogaba su mirada en Frederick, quien también la veía desconcertado, por haber sido sacado del sueño y por las palabras de su padre.

—¡Willhen! —Frank llamó a uno de los hombres que esperaban parado al lado del otro vehículo, que acudió inmediatamente al llamado de su patrón—. Agarra ese bolso y llévalo al auto. —Señaló el equipaje de Elisa. El hombre obedeció inmediatamente y Frank se dirigió a Elisa—. Sé que vas a pedir estar conmigo... me lo suplicarás. —En ese momento ancló la mirada en el bolso que colgaba amarrado a la muñeca de su esposa, lo sopesó percatándose de que eran las joyas—. Dámelas, son mías. —Le pidió descaradamente mientras asentía en silencio.

—No, yo me las he ganado... bastante que tuve que acostarme contigo. Me han salido muy caras, no tienes idea de cuánto —dijo mirándolo con odio y en ese momento, él le dio un tirón al bolso provocando que ella soltara un grito ante el dolor, porque ya tenía las muñecas lo bastantes lastimadas.

—¿Me las vas a dar o te las arranco? —le advirtió determinante.

—Te las voy a dar, te las voy a dar —le dijo con lágrimas en los ojos ante el dolor.

Frederick empezó a llorar ante el grito de Elisa, estaba realmente asustado por la actitud de sus padres, no entendía por qué últimamente su papá le gritaba todo el tiempo a su mamá, ella lloraba y tenía el rostro extraño, no se parecía a ella, lograba reconocerla solo por la voz.

—Perfecto... así. —Agarró el bolso que ella le entregaba con manos temblorosas mientras lloraba ante el dolor en su mano. La miró de pies a cabeza, observando lo que llevaba puesto y le dio un tirón al collar de perlas, provocando que las esferas se esparcieran por todo el lugar. Elisa cerró los ojos y dejó libre un jadeo ante el tirón que sintió en su cuello—. También es mío... Ahora sí, puedes largarte —le dijo con el odio vibrando en la voz—. No quiero verte la cara nunca más, no vuelvas por la casa. —Se encaminó hacia el vehículo y el llanto del niño aumentó.

—Ma... ma... ¡mami! —por primera vez Frederick gritaba una palabra completa, en medio del llanto, al tiempo que le estiraba los brazos para que su madre lo cargara, logrando quitarse la manta que llevaba encima, no le importaba mojarse con la fría lluvia, solo llamaba a su madre.

Frank no se inmutaba ante las súplicas de su hijo, llegó al auto y lo sentó en el asiento trasero, cerró la puerta y se subió al vehículo. Frederick se puso de pie y su llanto era desesperado, al ver a su madre en medio de la lluvia.

Elisa estaba aturdida y no podía moverse, empezó a temblar ante la marea de emociones que atacaban su ser, que no la dejaban reaccionar, cada vez algo se rompía dentro, cosas que no sabía que existían en su interior, cosas que Frank sabía encontrar y hacerlas polvo, sentía la lluvia mojar su cuerpo, sentía el frío envolverla y colarse en sus huesos, pero no podía ni siquiera espabilar, solo lágrimas rodaban confundiéndose con la lluvia y escuchaba el llanto de su hijo, ese que le desgarraba el corazón, torturándole los jirones. Frank estaba decidido, la dejaría ahí y nada podría hacer, estaba seguro de que antes de que alguien pudiera ayudarla ya habría pasado suficiente tiempo bajo el torrencial aguacero y terminaría enfermándose, entonces no le quedaría más remedio que ir hasta la mansión a pedir su ayuda.

Dio la vuelta en U y pasó al lado de Elisa, se obligó a no mirarla y a seguir haciéndose el sordo ante el llanto de su hijo que la llamaba desesperadamente. Elisa vio el auto pasar a su lado y salió del trance donde se encontraba, vio a su hijo por la ventana trasera del vehículo llorando desesperadamente, no pudo evitar salir corriendo intentando alcanzar el auto, ya los hombres de Frank iban delante, despejándole el camino al hombre.

—¡Frank... no, no te lleves a mi hijo! —gritaba mientras corría, pero él no se detenía, sabía que podía escucharla y hasta mirarla por el retrovisor, pero no detuvo el vehículo.

Sin embargo, seguía corriendo sin rendirse, terminó por quitarse los zapatos para poder correr más rápido mientras sus pies enfundados en las medias pantis se hundían en los charcos de barro que se creaban a causa de la lluvia, piedras se incrustaban en la planta de sus pies lastimándolos, pero ese dolor no se comparaba con el de ver a su hijo alejarse.

—¡Frank no... por favor no te lleves a Frederick! ¡No te lo lleves! —suplicaba en medio de gritos sin detenerse, sin aliento y con el desespero inundándola, al ver que ya no podía hacer nada, porque el auto se había alejado demasiado, lo había perdido de vista cuando tomó la intercepción.

Ya sin poder hacer nada, sin poder correr más, se dejó caer de rodillas sobre el barro, su cuerpo se convulsionaba ante el llanto desesperado y temblaba por el frío, las lágrimas la ahogaban y la lluvia la torturaba. Había perdido todo, absolutamente todo, ya no tenía por qué luchar, por lo que se dio por vencida, se sentía completamente rota, adolorida y sin ninguna razón. Solo lloraba sin encontrar ningún alivio; por el contrario, el frío era cada vez más despiadado, el tiempo pasaba y ella no tenía ganas de levantarse, solo dejaba que su cuerpo tiritara violentamente ante el llanto y el frío, en medio del gélido barro.

Sintió un auto acercarse, pero no iba a pedir ayuda, no lo iba hacer, por lo que seguía de rodillas, dándole cada vez más poder a la lluvia para que la consumiera, el vehículo se detuvo muy cerca de ella, no obstante, se mantenía con la mirada en el barro que se anidaba en sus rodillas, alguien se bajó y se paró delante de ella, reconoció la punta de los zapatos de la persona que estaba parado delante, por lo que elevó la mirada sin poder creerlo.

—No te escucho Elisa —alentó Frank en un susurro.

—Me quiero quedar contigo —apenas esbozó ya derrotada porque necesitaba a su hijo, no quería dejar a Frederick

—¿Disculpa? Es que como estoy viejo, se me dificulta un poco escuchar —se burló de forma descarada.

—Me quiero quedar contigo... Por favor, Frank —aún de rodillas se aferró a las piernas del hombre mientras lloraba—. Por favor, por favor ¡Quiero estar a tu lado! —suplicó llorando, aunque por dentro se moría de rabia e impotencia.

—Así me gusta —dijo mostrando media sonrisa y tomándola por los brazos para que se pusiera de pie—. Tampoco era necesario que te pusieras de rodillas, pero ya que lo hiciste me haces sentir más importante.

Al tiempo que la encaminaba y la ayudaba a subir al vehículo de regreso a la mansión, ella tomó una de las mantas de Frederick y se envolvió mientras el niño quería lanzarse a sus brazos, ella lo cargó y él se aferró a ella sin importarle el frío. Elisa lloraba unida a su hijo, besándole la frente e ignorando a Frank, quien también hacía lo mismo con ella.

Cuando llegaron a la casa, prácticamente la sacó a rastras del auto, aferrándose con fuerza a uno de sus delgados brazos, sin importarle que llevara al niño cargado, la subió hasta la habitación ante las miradas llenas de dolor de Dennis y André, quienes no sabían qué hacer para ayudarla. Frank abrió y en medio de empujones la metió a la recámara, le quitó al niño que no quería irse con su padre, pero Frank prácticamente lo obligó; Elisa no luchó por su hijo porque no quería asustarlo aún más, Frank cerró la puerta y le pasó llave dejando claro que no se arriesgaría nuevamente.

—Tengo que tomar ciertas medidas, querida... Como comprenderás, no puedo dejar de trabajar por convertirme en tu guardaespaldas... Así que, es mejor que estés bajo llave —le informó a través de la puerta cuál sería la nueva modalidad.

—¡Me quedo contigo, pero es por mi hijo!... ¡Lo hago por mi hijo, maldito! ¡Podrás tenerme encerrada mil años, pero no por eso voy a dejar de amar a Jules Le Blanc! ¿Me escuchas? ¡Amo a Jules Le Blanc! ¡Ése al que mataste asesino!... ¡Maldito asesino, egoísta! —Elisa gritaba golpeando la puerta con una de las palmas de sus manos y con la otra giraba el pomo percatándose de que efectivamente estaba trancado.

Golpeó hasta estar sin aliento, la habitación se encontraba caliente, pero ella aún llevaba la ropa mojada, por lo que temblaba ante el frío. Sabía que ya no había nada que hacer, que no tenía cómo escaparse, no por el momento. Pero estaba más decidida que nunca a largarse, apenas tuviese la oportunidad lo haría. Frank no podría tenerla encerrada de por vida, de eso estaba segura, que tal vez lo hiciera por una o dos semanas, pero por más tiempo no lo haría, entonces ella aprovechará y se llevará al niño.

Se encaminó al baño y se cambió de ropa, regresó y se metió en la cama, sintiéndose estúpida porque una vez más lloraba, lo hacía por la ausencia de Jules y por recordar lo que acababa de vivir.

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