CAPÍTULO 27
Nueva York se encontraba arropada por una espesa neblina, que también tenía el poder para envolverle el corazón con una fuerza descomunal, sintiendo cómo lo aprisionaba y lo desangraba poco a poco.
Mientras la ciudad despertaba, el conductor del taxi debía llevar las luces encendidas para poder ver el camino y no verse involucrado en algún accidente.
Eran las seis de la mañana y el bullicio inundaba el ambiente. Jules cerró los ojos y descansó la cabeza en el asiento al tiempo que la marea de dolor y vacío hacía estragos en su pecho, las lágrimas le oprimían el alma sin ninguna contemplación, respiró profundamente para no dejarlas salir, trataba por todos los medios de ser fuerte, de encontrar el valor necesario para no pensar, quería dejar su mente en blanco y así comportarse como el más imbécil de todos; sin embargo, su corazón se revelaba palpitando fuertemente contra su pecho, obligándolo a cegarse y hacer lo que tenía pensado.
—Ya estamos por llegar señor —habló el chofer sacándolo de esa tortura.
Jules abrió los ojos para encontrarse con la mirada marrón del hombre a través del retrovisor, como respuesta solo asintió en silencio, pero antes de que el auto pudiera estacionarse en un lugar apropiado una vez más todo su ser estaba en contra y la fatiga lo atormentaba sin siquiera darle tregua a soportar.
—Deténgase, pare el auto por favor ¡Párelo ya! —suplicó con urgencia, sin esperar a que el taxista detuviera completamente el vehículo, Jules abrió la puerta y bajó casi con el auto en marcha.
Salió corriendo hasta un rincón y un espasmo sacudió su cuerpo, el que dobló apoyándose con una mano en la pared y con la otra en el estómago mientras el vómito no se hacía esperar. No había nada que odiara más que hacerlo y las últimas dos semanas lo hacía casi a diario, en un principio pensó que tal vez había sido alguna comida mal digerida, pero el malestar ya le estaba preocupando.
El líquido salía sin control, se llevó el dorso de su brazo tembloroso a la boca y se limpió un poco, pero una vez más una arcada lo atormentaba mientras su respiración era agitada ante el esfuerzo y su rosto visiblemente sonrojado, al terminar respiró profundo tratando de controlar los latidos de su corazón, anhelando un poco de agua para poder pasar el amargo sabor, pero no la tenía a mano.
—¿Está bien, señor? —preguntó el chofer del taxi extendiéndole un pañuelo, él lo agarró y se limpió los labios. Jules solo asintió—. Ya estamos cerca —dijo el hombre encaminándose de nuevo al auto mientras era seguido por Jules.
En ese momento se percató del auto que se estacionó a una distancia prudente y a pesar de la neblina pudo distinguir que eran los mismos hombres que también estaban en el tren que partió desde Chicago, no era ningún estúpido y sabía perfectamente que eran empleados de Frank, quienes lo seguían para corroborar si realmente se iba. Fijó su mirada en ellos, a los que no les importaba disimular pues lo saludaron cortésmente al levantarse ligeramente los sombreros.
Uno de ellos bajó del auto y se encaminó hasta él, quien lo observaba parado al lado de la puerta del taxi, no tenía por qué montarse nuevamente al vehículo si no le daba la gana, por lo que lo retaba con la mirada.
—El Levitan está por zarpar señor —acotó el taxista con voz nerviosa, al ver al hombre acercarse a su cliente.
—Disculpe un minuto —pidió Jules encaminándose con paso seguro al hombre que se acercaba, al estar frente a frente pudo darse cuenta de que estaba armado; sin embargo, ambos se mantuvieron serenos—. Puede decirle a su jefe que no tiene porqué mandar a seguirme —determinó mirándolo a los ojos—. Dígale que espero que cumpla su palabra, porque si no lo hace estoy dispuesto a cobrar el juramente que le hice —terminó por decir y se dio media vuelta, dando largas zancadas de regreso al taxi que lo llevó hasta el puerto.
Jules lo que menos quería era perder tiempo, no quería quedarse merodeando por ningún lugar porque no sabía cuánto más podía seguir conteniéndose. Solo quería salir corriendo y buscar a Elisa, aunque perdiera la vida en el intento, pero sabía que no solo era su vida la que ponía en riesgo, por lo que amarró fuertemente sus ganas y subió al trasatlántico.
—Disculpe señor, ¿podría ubicarme el camarote? —le pidió a uno de los asistentes, entregándole el pasaje donde especificaba su ubicación porque él no tenía cabeza para ponerse a buscar.
—Sí señor, apenas zarpemos lo ubicaré —explicó el hombre con una gran sonrisa de cordialidad.
—No quiero esperar a zapar, necesito entrar al camarote ahora mismo —respondió al comentario de la manera más cortés que le fue posible, lo que menos quería era ver cómo se alejaba de América.
—Está bien señor como usted diga, por favor sígame —solicitó tomando el boleto y encaminándose por el pasillo, bordeando el trasatlántico, topándose con todas las personas que caminaban a prisa hacia las barandas para despedir a los familiares mientras Jules luchaba con el gran nudo que se le había aferrado a la garganta—. Es este señor —señaló abriendo la puerta y haciendo un ademán para que entrara. Jules casi corrió dentro—. Que tenga feliz viaje —deseó con la misma sonrisa.
—Gracias —respondió dándole la espalda mientras recorría con su mirada el camarote y tragaba en seco para pasar las lágrimas que se acumularon en su garganta, espabilaba rápidamente y apretaba la mandíbula para no derramarlas.
Sintió cómo se cerraba la puerta tras de sí, bajó la capucha de su abrigo esa con la que trataba de mantener oculto su rostro para no dejar ver los golpes en su cara; aun así, todos se percataron y aunque no preguntaron no podían disimular el asombro.
Terminó por quitarse el abrigo y lo dejó en la cama, donde ya reposaba el bolso de mano, tomó asiento al borde del colchón y con su mirada recorrió el espacio mientras el nudo en su garganta se hacía cada vez más grande.
El camarote se le hacía cada vez más pequeño, a cada segundo se sentía asfixiado, miró el reloj en la mesa al lado de la cama que marcaba cinco minutos para las ocho de la mañana y pensó que solo cinco minutos, aún tenía cinco minutos para salir corriendo y no tomar consejo.
Se frotaba las rodillas con la palma de sus manos, pero eso solo lograba que su ansiedad aumentara, por lo que llevó su mano al interruptor de la lámpara en la misma mesa, encendiendo y apagando la luz, perdiéndose en el tiempo, el que llegó golpeándolo con toda su fuerza, dejándolo sin aire, justo en el momento en que escuchó la sirena de partida, que era opacada por el bullicio de la gente en la cubierta.
No pudo más y las lágrimas salieron de sus ojos sin pedir permiso, brotaban sin la necesidad de espabilar, el corazón se le instaló en frenético galope en la garganta, ahogándolo con sus latidos, todo su cuerpo temblaba y sin darse cuenta empezó a sudar, hasta que un sollozo se escapó de su garganta, siendo eso la compuerta que se venía abajo, dejando salir todo su dolor, de un manotazo lanzó al suelo la lámpara que hizo una pequeña explosión al estrellarse el bombillo.
Su cuerpo vibraba ante los sollozos, se llevó las manos a la cara para ahogarlos, pero se le hacía imposible, el alma se le estaba quebrando a medida que se alejaba de América, a cada segundo se sentía más lejos, más desgraciado por haber dejado a Elisa... por no haberle hecho frente a Frank. Y sus recuerdos lo llevaban una vez más a dos días antes cuando su peor pesadilla se hizo realidad.
Pudo divisar entre lágrimas la espalda de Frank perdiéndose tras la puerta, sin poder reaccionar, sin salir de la impresión de saberse descubierto. Todo era demasiado confuso porque solo pensaba en ¿Cómo y cuándo se dio cuenta?
Él que siempre se había mantenido alerta, no logró sospechar que le estaban pisando los talones y a medida que tomaba consciencia de lo que acababa de pasar, su cuerpo se estremecía ante el llanto mientras se mantenía sentando en el piso, se pasó una mano por la humedad en la comisura derecha, manchándose de sangre y lágrimas, ahogó una maldición y se puso de pie rápidamente.
Frank no le había dado tiempo ni siquiera de llegar a su habitación, apenas se quitaba el saco y lo dejaba en el sofá cuando escuchó el llamado a la puerta, caminó hasta su alcoba casi sin fuerzas, tratando de calmarse y pensar en una solución, tenía que haber alguna, no tenía que irse, no lo haría, no dejaría a Elisa... eso nunca.
Al abrir la puerta todo su cuerpo se sacudió ante la ira, en tres largas y rápidas zancadas llegó hasta la cama y su rostro se cubrió de lágrimas, rabia, dolor, impotencia y odio al tiempo que entre sus manos tomaba los pedazos del lienzo del cuadro, sentía como si le estuviesen arrancando la piel.
—¡Eres un maldito Frank!... ¡Maldito! —gritó dejándose caer de rodillas y buscando entre los pedazos los ojos de Elisa, la boca y cada retazo de lienzo, tratando de armarla, pero era imposible.
También encontró destrozadas las notas que ella le había enviado y que mantenía bajo llave, siguió buscando y se percató de que no estaban todas, se puso de pie con la esperanza de encontrarse con las que hacían falta en la caja donde las mantenía, llegó hasta el armario y al abrirlo su rabia aumentó.
—No... no... así no... —se lamentó al ver gran parte de la lencería hecha jirones en el suelo del interior del guardarropa.
Se hizo espacio encontrándose con la caja de seguridad, la que había sido forzada. No le había dejado nada, todo lo había destrozado. Sus pensamientos se encontraban nublados por la rabia y el dolor, estaba sudando ante tantas emociones encontradas y el dolor en su pecho aumentaba junto a la desesperación.
Se encaminó rápidamente al tiempo que se deshacía de la camisa, quedando solo con el pantalón, llegó hasta la cama y en un movimiento rápido levantó el colchón, dándole la vuelta, buscó en el compartimiento que él mismo había creado tiempo atrás por precaución, encontrándose con los cuadernos de dibujos. Al menos no dio con ellos y se encontraban intactos, los revisó con rapidez solo para cerciorarse de que no hacía falta ni uno de los dibujos; sin embargo, eso no hizo que su rabia disminuyera ni un ápice.
Su mente era un remolino de preguntas sin respuestas, todas ellas solo llevaban a querer buscar a Elisa y estar con ella acosta de lo que fuera, pero no encontraba una solución coherente porque Frank no dejaría que hiciera nada. Debía hacer algo... lo necesitaba, el único obstáculo era Frank, sin él en medio podrían huir juntos, no permitiría que los separaran, se lo dijo miles de veces; la desesperación hacía estragos en él al tiempo que las lágrimas acudían nuevamente, en ese momento escuchó que llamaban a la puerta, por lo que salió casi corriendo.
—Elisa amor... Elisa amor mío —se decía mientras se acercaba a abrir, deseando con todas sus fuerzas que fuese ella, pero su mundo se vino abajo al ver que quien llamaba a la puerta era Kellan. De golpe regresó a la realidad, recordando que su asistente había quedado en ayudarlo con trabajo pendiente. Lo observó con la mirada perdida y la mano en la perilla le temblaba mientras la apretaba con todas sus fuerzas.
Kellan al ver el estado de su jefe no pudo evitar sorprenderse ante las lágrimas que se le asomaban a los ojos, la partidura en el pómulo derecho destilaba sangre a borbotones.
—¿Jules qué ha pasado? ¿Te han robado?... ¡Mira nada más cómo estás! —lanzó la ráfaga de preguntas al tiempo que entraba sin ser invitado.
Jules se quedó mirando el espacio vacío sin siquiera mover una pestaña, aún tenía la esperanza de que fuese Elisa y no su asistente.
—No es nada —respondió a todas las preguntas de Kellan, intentando mantenerse lo más tranquilo posible—. No es nada —repitió, pero esta vez la voz se le quebró—. Kellan vete por favor... necesito estar solo, quiero estar solo —suplicó ahogado en un sollozo—. Necesito pensar... necesito una solución para mi vida y quiero estar solo.
Kellan había escuchado cada una de las palabras mientras recorría con la mirada el apartamento, topándose con los vidrios en el piso, estudió cada una de las palabras de Jules y el estado en el que se encontraba.
—¡Mierda!... ¡Mierda! —dijo con voz apurada encaminándose hasta el francés y plantándosele enfrente—. Los han descubierto, es eso ¿Los descubrieron? —más que una pregunta era una conclusión al tiempo que los ojos cafés se humedecían y la impotencia le ganaba la partida.
Jules no podía creer lo que Kellan le estaba diciendo, lanzó la hoja de la puerta para cerrarla al tiempo que dejaba libre un jadeo y sus ojos se llenaban de lágrimas una vez más.
—¿Lo sabías? —Susurró la pregunta—. ¿Desde cuándo? ¿Quién te lo dijo? —inquirió desconfiando de él, en realidad en ese instante desconfiaba de todos, hasta de Gerard.
—¡Vamos Jules! Nadie tenía que decírmelo si cada poro de tu piel respiraba por la señora Elisa, era sumamente evidente... Es mi culpa, debí advertírtelo, debí decirte que se notaba a millas que vives y mueres por ella... ¿Cómo está ella? ¿Está bien? —preguntó con el semblante alterado.
—No sé cómo está... no la he visto. Tengo que verla, necesito hacerlo... no me voy a ir sin llevármela, no la puedo dejar... Él quiere que me largue de América, con esa condición no me hizo nada más... y me importa mierda que me mate, solo necesito hacerlo al lado de ella... no, no... no la voy a dejar Kellan —decía caminando de un lugar a otro mientras el desespero se instalaba en él, ni siquiera era consciente del orden que daba a sus palabras.
—Espera Jules... Piensa con la cabeza fría, no puedes, no debes; sabes que no dejará que te acerques a ella, no la va a dejar salir sola... si ya te enfrentó, seguramente lo hizo con ella también y si no es así se quedará callado, pero ni en sueños tendrás acceso a la señora —Kellan hablaba con la razón, podía pensar claramente, ver la situación desde otro punto.
—¡No puedo! ¡¿Me estás pidiendo que no la busque?! ¡Estás loco Kellan!, no la voy a dejar. Primero lo mato... prefiero sacarlo de una vez por todas del medio —Jules hablaba dando paso a la ira—. Solo esperaba a que se quitara del medio, soy un maldito egoísta pero no sé qué más puedo hacer... quería... quería esperar hasta que él muriera, pero si no es así, que no me aleje de ella —negó con la cabeza al tiempo que se pasaba la mano por la mejilla para retirar la sangre que le salía del pómulo—. Porque de aquí no me voy sin llevármela.
—Jules ¡Cálmate sí?, deja de ser tan irracional, sé que estás dolido... —Kellan trataba de mediar cuando Jules lo detuvo.
—¿Dolido? ¿Dolido dices?... Estoy hecho mierda Kellan ¿De dónde demonios voy a sacar fuerzas para irme sin saber de ella? Sin ella soy nada... nada, sin Elisa me voy a derrumbar —confesó llorando—. Me quedaré vacío Kellan... la necesito... es mi vida —se dejó caer sentando mientras el llanto apenas le permitía hablar, se llevó las manos a la cara para cubrírsela mientras negaba—. Esa es la única solución... la única...
—¡El hijo! ¡Su familia! ¡Tu familia! ¿Has pensado en todos alrededor? Lamentablemente no son solo tú y ella... ¿Crees que él va a estar solo esperando a que tú vayas? Seguramente ya habrá reforzado la seguridad y antes de que puedas al menos acercarte a un metro, estarás en el suelo con dos balas en el pecho, estamos hablando de Frank Wells, uno de los hombres más poderosos del estado; que solo tengas unos cuantos golpes en la cara te hace realmente afortunado —hablaba tratando de hacerlo entrar en razón.
—No me interesa, pero lo intentaré, porque si no me voy el muy cobarde va a tomar represalias contra mi familia, me lo dejó claro... No sé qué hacer Kellan... necesito una solución, no quiero irme, no puedo hacerlo, solo tengo que quitarlo del camino —determinó poniéndose de pie.
—Estás loco Jules... esa no es la solución —le dijo encaminándose al bar, llenó un vaso con whisky y regresó parándose frente a Jules, a quien le ofreció la bebida—. Toma, esto te servirá para calmarte un poco y pensar mejor las cosas.
—¡No quiero nada! —perdió el control y le dio un manotón provocando que el vaso se escapara de la mano del asistente y se estrellara contra la pared, dejándolo atónito—. No quiero nada... no quiero nada Kellan, solo sé que estoy atado de pies y manos —elevó una vez más las manos para cubrirse la cara, ahogándose en llanto—. Le prometí que lucharía por ella, le prometí que siempre estaría a su lado... le juré que me moría por ella... le juré, le juré maldita sea... No puedo ahora desaparecerme como si nada —su cuerpo temblaba a causa del llanto, Kellan se sentía cada vez más impotente, sin saber qué hacer, ni qué decir—. Me estoy desbaratando Kellan... ayúdame... ayúdame, sin mi Elisa prefiero morir... yo... yo lo intenté una vez, sabes que lo intenté y no pude... no pude alejarme.
Kellan asentía siendo consciente de lo que él le decía, pero lo que verdaderamente le preocupaba era ver la cantidad de sangre que salía de la herida, escurriéndose entre los dedos de Jules.
—Jules —se acuclilló para estar a la altura del francés—. Amigo, tal vez no debiste jurarle tantas cosas... Sabías que la relación era arriesgada y creo que enfrentarte a la muerte definitivamente no es la solución. Solo te daré un consejo, puedes tomarlo o dejarlo... Dependiendo de tu decisión seguiré aquí, si aceptas obtendrás mi ayuda, pero si quieres seguir adelante con la absurda idea de rodar cuesta abajo, si crees que matar a Frank es la solución, saldré inmediatamente por esa puerta y aunque me duela dejaré que te enfrentes solo a eso.
Por algunos minutos solo se escuchaban los sollozos de Jules mientras Kellan esperaba y trataba de reconfortarlo palmeándole uno de los hombros.
—¿Qué propones? —preguntó en un susurro.
—Primero que nada, quiero que te metas en la cabeza que Elisa va a comprenderte, si te ama lo hará. Creo que lo más sensato es que te marches —Jules negó en silencio, oponiéndose a la idea—. Jules... Maldito francés testarudo, escúchame —exigió exasperándose—. Será mejor que te marches... y asegures primero a tu familia, tienes que ponerla sobre aviso.
—De igual manera mi padre me matará... o se muere de la impresión y la decepción. No va a perdonarme lo que he hecho... Él me envió a América con la intención de que recapacitara porque me enredé con quien no debía y aquí he hecho lo mismo... Solo que ahora estoy perdido, me he enamorado... nunca me había pasado... Kellan necesito que me entiendas.
—Francés, a ti te gusta correr riesgos a grandes escalas ¡No me digas que allá también fuiste amante!... —intentaba preguntar cuando Jules lo detuvo.
—No... no, esa mujer no despertaba nada en mí, pero es hija de un hombre sumamente poderoso en Francia, se obsesionó conmigo... pero esto no viene al caso... lo único que necesito que sepas es que de igual forma estoy jodido... no puedo llegar y decirle a mi padre que aquí metí en mi cama a la esposa de Frank y esperar a que me comprenda —se sentía cada vez más frustrado al no encontrar la salida en ese callejón.
—Busca a alguien que te ayude... tu hermano, ¡listo! Tu hermano te ayudará, hablas primero con él y entre los dos harán entrar en razón a tu padre, que terminará comprendiendo porque simplemente no planificaste las cosas, solo te enamoraste... eso no se planea, pasa nada más pero primero tienes que dejarles claro lo que se viene para que sepan, porque no es justo que te quedes y luches por Elisa... ¿Qué se yo? Que se fuguen y permitas que la avalancha arrastre a tu familia tomándolos por sorpresa, entonces todo será peor —hablaba con total convicción.
—No... no es justo, tampoco soportaría que a mi hermano lo echen del parlamento, después de todo lo que ha luchado por estar ahí. También están mis hermanas... y sé que Frank no descansará, de eso estoy seguro —en ese momento era más consciente de la situación. Sabía que Kellan tenía razón porque lamentablemente Elisa y él no eran los únicos habitantes en el planeta.
—¿Ves? Tengo razón... entonces tu padre buscará la forma de protegerse y proteger a tu familia, organiza bien las cosas... Busca un lugar eso sí, que no sea en Francia para que regreses y después puedas llevarte a Elisa... Espera un tiempo a que Frank se confíe... hermano, sé que pareceré un bandido pero deberás también buscar documentación falsa... necesitarás buscar documentos donde Frederick aparezca como tu hijo porque si no, será imposible sacarlos del país y bien lo sabes —la idea que acababa de darle Kellan le mostraba un rayo de luz en medio de tanta oscuridad, un poco de sosiego al alma, por lo que asintió en silencio—. Solo es cuestión de pensar las cosas con cabeza fría... ahora, déjame buscar para limpiar esa herida. No has dejado de sangrar y seguramente necesitas sutura, deberíamos llamar a un médico para que te vea.
—Está bien, gracias... Tomo tu consejo, pero no es fácil, no sé cuánto tiempo me tome esto... no sé si ella me perdonará —explicó tratando de no darle muchas vueltas al asunto porque terminaría nuevamente en el pozo de la desesperación y el dolor.
—Déjale una nota... yo mismo se la entrego —pidió determinante, ofreciéndole más soluciones.
—No... no puedo, eres mi único aliado aquí... también está Dennis la niñera de Frederick, ella también sabe de la relación, no puedo arriesgarte, Frank sabe de nuestra amistad y no dejará que te acerques a ella, por ahora solo queda esperar... es tan difícil —resopló—. Llegaré a Francia, trataré de arreglar las cosas, pero apenas pise Europa te escribo... dejándote claro lo que harás —hablaba un poco más tranquilo mientras hilvanaba los planes—. Dejaré una nota para que se la entregues a Dennis, le pedirás por favor que le diga a Elisa que estoy bien que no dejaré que nada malo le pase, él me prometió que no le haría nada, que no la tocaría y a pesar de todo aún confío en la palabra de Frank.
—Entonces, tienes que irte cuanto antes ¿Qué te parece el tren de las ocho? —le preguntó mirándolo a los ojos.
—¿De las ocho? Es demasiado pronto —dejó libre un largo suspiro—. Kellan no quiero irme...
—Ya sé que no quieres, pero debes hacerlo —le recordó sintiendo un nudo en la garganta porque estaban ante una inminente despedida.
Jules se puso de pie y buscó rápidamente los implementos para dejarle la nota a Elisa, esa donde le pedía perdón y paciencia, él iba a regresar por ella, se la entregó a Kellan y le pidió mucha discreción informándole el día libre de Dennis y a qué lugares iba.
Kellan abrazó a su amigo sabiendo que lo que se le venía no era fácil, pero él tenía fortaleza y sobre todo amor. Eso lo ayudaría a salir adelante, a afrontar esa soledad que se le instalaría por el tiempo necesario.
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