CAPÍTULO 26
Frank llegó de la empresa entrada la noche, apenas logró concentrarse en el trabajo; se presentó por obligación, no por tener ánimos de hacerlo. No pensaba verle la cara a su esposa nunca más. Era una mujerzuela que le había destrozado el alma, no quería ni siquiera acercarse a la puerta de la habitación donde tantas veces la amó; por lo que prefirió quedarse en el despacho, encerrándose y tratando de refugiarse como si en ese lugar fuese a encontrar algún consuelo a su dolor y decepción.
Se acercó hasta la mesa donde estaban las botellas de diferentes tipos de alcohol, acompañadas por vasos y copas de cristales. Agarró un vaso y lo llenó a medias, se dispuso a beber y esta vez lo haría hasta perder la razón como tanto deseaba, para al menos olvidar por unas horas esa traición que le torturaba el alma, aprovecharía que era viernes y no debía ir a la empresa por la mañana.
Al entrar se quitó el saco y lo dejó sobre el escritorio, se aflojó la corbata tratando de liberar esa presión que lo ahogaba, pero sabía que era imposible, la corbata no era la causante de su miseria
—Nunca... nunca te voy a perdonar Elisa —sentenció dándole un gran sorbo a su bebida ámbar.
Su mirada captó varios portarretratos sobre el escritorio, se encaminó con decisión hacia la mesa de caoba pulida, dejó el vaso y agarró una foto de su matrimonio, la miró por varios segundos sin poder creer todavía en la traición con que su propia esposa le había pagado. Cada vez sentía más rabia en contra de la mujer que amaba y no podía seguir viéndole la cara, por lo que con todas las fuerzas que poseía estrelló la fotografía contra la pared, irrumpiendo el sonido en el silencio del lugar. Las lágrimas no pensaban abandonar su rostro porque nuevamente lo bañaban, todo el día había pasado así, todos los días desde que confirmó su más dolorosa sospecha, había recurrido a esa fortaleza interna para no derrumbarse, agarró nuevamente el vaso y se alejó un poco del escritorio.
—Fui un estúpido, un completo imbécil que creyó en ti, en el hijo de mi mejor amigo —se dejó caer en un sofá—. ¡Mi hijo!, sé que soy un payaso, un triste payaso, le encomendaba mi casa, mi familia, mi mujer —se burló y le dio un gran trago a la bebida, se puso nuevamente de pie y empezó a caminar de un lugar a otro mientras se limpiaba las lágrimas que se empeñaban en salir nuevamente—. Cuida a mi mujer te pedí —rio con amargura haciendo un ademán como si estuviese hablándole a Jules—. Y se burlaban de mí mientras yo trabajaba porque confiaba; nunca imaginé, nunca pude ver más allá... —sollozó acercándose a una de las mesas y lanzando al suelo todo objeto en ella—. ¡Mi mujer!... ¡Mi mujer, me llenaba la boca diciendo! ¡Mi mujer! Y no era más que una despreciable ramera. Lo que más me duele es que te fui fiel ¡Te he sido fiel! cuando me casé contigo Elisa decidí serte fiel, nunca miré a otra, te creí tus celos de mentira ¡Qué imbécil! ¡Qué estúpido fui! —se lamentó, tomó otro trago y su vista se le empezó a nublar, sentía gran parte del cuerpo dormido a causa del alcohol que había ingerido y no medía la rapidez con que lo hacía.
Caminó hasta el gramófono y colocó un disco, dejando que la canción inundara el ambiente, sus lágrimas no dejaban de brotar. Ese dolor que se le había instalado en el pecho al parecer no pensaba abandonarlo, sabía que no le daría un ataque, si ya no le había dado al saber que su mujer llevaba en su vientre al hijo de otro, no le pasaría nada ahora. El llanto se hacía cada vez más amargo mientras recordaba el día que encaró a Jules.
Ese día no pensaba, su mente estaba nublada por el odio y la traición. Tomó su arma, salió y le ordenó a los guardaespaldas que se quedaran, tenía que hacer una diligencia él solo, estaba dispuesto a matarlo; mientras conducía hacia el apartamento de Jules esa idea no abandonaba su cabeza, estaba decidido, no estaba dispuesto a perdonarle la vida, matarlo era poco para lo que merecía por la bajeza que había cometido.
Su odio tomó más fuerzas cuando le abrió la puerta sonriente, aún tenía el valor de mirarlo a la cara, de ser cortés ¡Como si nada pasara! Y eso solo le daba la certeza de que solo se burlaba de él.
—Buenas tardes señor, ¡qué sorpresa verlo por aquí! ¿He olvidado algo? ¿Dejé algo pendiente en la oficina? —me preguntó con voz amable, con la misma voz de siempre, como si no fuese un miserable.
Entré y cerré la puerta sin responder ninguna de sus preguntas e inmediatamente toda la rabia se me subió a la cabeza, sentía que me estallaría ante tanta ira, mis venas estaban a punto de reventar, pero traté de mantener un poco la cordura, quería que él me lo dijera, que me lo confirmara, por lo que respiré profundamente para no matarlo antes de que me explicara por qué me hizo tal porquería.
—Jules, solo quiero saber si tienes algo que decirme —comenté encarándolo, pero ya no podía controlar el temblor en mi cuerpo.
—No... no señor, nada.
El nerviosismo en su voz era evidente ¿Cómo no me di cuenta antes? ¿Cómo no me di cuenta que poco me miraba a los ojos?, tal vez yo estaba demasiado ciego creyendo que él podía quererme como a un padre y que nunca osaría tocar a mi mujer, que la respetaría como debía ser.
—¿Estás seguro? —pregunté a punto de perder la paciencia ante el cinismo y nerviosismo que reinaba en él.
—Seguro señor, pero no entiendo a qué se debe la pregunta.
Me dio la espalda y se encaminó hacia la mesa, donde estaba la botella de brandi y empezó a servir un trago.
—¿No entiendes la pregunta?, será entonces preguntarte: ¿¡Desde cuándo te tiras a mi mujer hijo de puta!? —perdí la paciencia y saqué el arma apuntándolo.
Él dejó caer el vaso y se volteó para verme a la cara, se impresionó al verme con el arma y dio dos pasos hacia atrás.
—Señor cálmese, está muy alterado —dijo elevando las manos a la altura de su pecho, en sus ojos se podía ver miedo y sorpresa. Las sensaciones que podía sentir me importaban mierda, jamás se compararían con lo que yo sentía.
—¿Quieres que me calme cabrón? ¿Quieres que me calme? Eres un malnacido, yo... yo te abrí las puertas de mi casa, te traté como a un hijo, te di todo y tú me pagaste seduciendo a mi esposa, burlándote de mí, viéndome la cara de estúpido.
¡¿En qué momento me acerqué hasta él acorralándolo contra la pared y hundiéndole el arma en la mejilla izquierda?! No lo sé, solo sé que lo tenía ahí mientras mi instinto me gritaba que tirara del gatillo, que no siguiese perdiendo el tiempo; las lágrimas inundaban mis ojos y los hacían arder, sintiéndome estúpido porque no debía sentir compasión solo debía disparar y listo, mis manos temblaban y el corazón me latía rápidamente, solo era consciente de que era una bomba de tiempo y lo único que quería era volarle los sesos a ese maldito, lo que más me dolía era que lo quería, era como mi propio hijo.
—Lo siento señor, sé que soy un miserable y de nada vale que lo niegue, pero créame que no lo hice premeditamente, sé que merezco que me reviente la cabeza por lo que le he hecho, pero en ningún momento nos burlamos de usted, solo se dio y...
Estaba temblando, se le veía asustado mientras sus pupilas nadaban en lágrimas, pero ¿Cómo creerle?, ¿cómo creer que te acuestas con alguien sin deliberarlo? Era lo que trataba de decirme, decirme que se tiró a mi mujer sin quererlo ¡A otro imbécil con ese cuento!
—¡Cállate! ¡Cállate! No existe justificación alguna ¿Cómo se puede ser tan hijo de puta de tirarte a mi mujer y sentarte en la misma mesa a comer? ¿Cómo has tenido los cojones de mirarme a la cara?, eres una mierda al igual que ella.
Le gritaba con las fuerzas que tenía mientras mantenía firme el arma, queriendo atravesarle la cara.
—No le permito que se exprese así de Elisa, ella no tiene la culpa, no tiene nada que ver.
Alzó la voz y algo en mí se terminó de romper, tenía la esperanza de que lo que él sentía por ella fuese solo atracción pero su actitud decía lo contrario, estaba enamorado de ella y podría jurar que tanto como yo, pero eso no me desviaría de mi cometido, no arruinaría mis planes, los que me había trazado desde el mismo día en que empecé a sospechar, aunque en todo momento me gritaba a mí mismo que no desconfiara, que solo estaba viendo fantasma donde no los había, pero la realidad era peor, era mucho peor.
—Yo me expreso de ella como me da la gana, ahora no vengas con que la obligaste ¡No la justifiques maldita sea! —Puse un poco de distancia entre ambos sin dejar de apuntarlo—. ¿Por qué... por qué lo hiciste?
Ya no tardaría en disparar y acabar con esto de una vez por todas, sabía que apenas la bala le entrara al pecho el peso en el mío disminuiría un poco.
—¡Porque me enamoré! Porque me da igual lo que piense la gente, porque me da igual que esté casada y me da igual que usted sea su esposo —las lágrimas brotaban de sus ojos mientras me gritaba a la cara lo que sentía por mi mujer—. Yo la amo señor, yo pensaba hablar con usted, quería... quería hacer las cosas de la mejor manera posible, sé que he sido un desgraciado, un maldito y he vivido a cuesta con mi calvario, pero no puedo luchar contra lo que siento —hablaba en medio del llanto mientras temblaba y sabía que era sincero, pero eso a mí sencillamente no me interesaba.
—Eres un desgraciado, un cabrón —lo apuntaba y el pulso me temblaba, no esperaba una respuesta como esa—. Hijo de puta te mato, yo te mato... No eres más que un perro mal agradecido, una mierda... Yo te di toda mi confianza y me pagas de la peor manera... —hablaba exponiéndole mis razones cuando él intervino.
—Entonces reviénteme el pecho, hágalo porque si no lo hace le juro que me la llevo, porque ya que lo sabe no pienso renunciar. Puedo hacerla realmente feliz, no estaría a mi lado por obligación como lo está con usted, sabe perfectamente que ella no lo ama, que nunca lo hizo, sabe que la obligaron a casarse con usted —se aferró a la punta de la pistola y se la colocó en el pecho—. Máteme, hágalo de una buena vez, si no piensa dejarla libre es mejor que se deshaga de mí porque...
Ya no había miedo en su mirada, había rabia, decisión, todo lo que me dijo me dolió. No soy estúpido, siempre lo supe, siempre supe que no me amaba, pero no quería aceptarlo, no quería aceptar que la habían obligado a casarse conmigo, aun cuando lo sabía pensaba que podía enseñarle a amarme y a cambio ella me pagó con traición y el hijo de puta que quería como a mi hijo me pagó de peor manera, entonces ¿Cómo hacerles pagar? ¿Qué es lo peor que puede pasarles a dos personas cuando se quieren? Sufrirían igual que yo y la muerte era una salida rápida y mucho más fácil que el dolor de perder a quien se ama.
—No... no creas que te la voy hacer fácil, no pienso mancharme las manos, no voy a matarte, pero te vas a largar ahora mismo y en tu vida pisas de nuevo América, escúchame bien ¡En tu miserable vida! —le exigí con toda la rabia y autoridad que poseía en el momento.
—¡No!... Yo de aquí no me voy si no es con Elisa, es preferible que acabe conmigo.
Su mirada era desafiante aun cuando estaba inundada en lágrimas.
—¿Y qué dices? ¡Yo me voy y me llevo a la mujer del viejo imbécil!... ¿Crees que voy a dejar que te la lleves y de paso te lleves a mi hijo? ¿Entonces qué? ¡Vivieron felices para siempre!... Maldito hijo de puta... ¡Te largas! porque si no lo haces acabo con tu padre y con tu hermano, los destruyo; solo dame carta blanca y verás cómo en menos de veinticuatro horas tu hermano sale como un perro del parlamento y tu padre... ¡Me vale mierda que sea mi mejor amigo! A él lo dejo en la calle y el desprestigio que levantaría le arruinaría la vida a tus hermanas, bien sabes que soy capaz de eso y mucho más, ahora tienes para elegir, tu familia o mi mujer.
Sus ojos se abrieron desmesuradamente y se inundaron aún más, en ese momento supe que había ganado, él soltó la pistola y con todas mis fuerzas le di dos golpes con la culata del arma en un ojo y otro en la boca tirándolo al piso del impacto.
—Puede ser que en Francia tengas más suerte y encuentres a la mujer de otro amigo de tu padre, hijo de puta.
Lágrimas y sangre rodaban por sus mejillas, pero eso no hacía que mermara en mí la rabia y el dolor.
—Si usted de verdad la quisiera no le impediría ser feliz. Si Elisa tuviera que elegir y lo eligiese a usted yo me quitaría del medio, no me importaría amarla y sentirme morir todos los días de mi vida si sé que ella es feliz con otro, renunciaría sin pensarlo dos veces, pero usted es un ser egoísta que solo piensa en su propio bienestar... Yo la amo, solo por esa razón me marcho... porque sé que ella no permitirá que la aleje de su hijo... pero escúcheme bien... y hágalo muy bien... si usted le pone una mano encima a Elisa yo lo mato... lo hago... Si me entero que al menos le grita, volveré para reventarle el alma.
Fue lo último que le escuché decirme entre lágrimas antes de salir de ese lugar al que regresaría poco tiempo después para llevarme el dolor más grande de mi vida, éste que me está matando pero que no lo hace de una buena vez, para liberarme, para no sentirme como me siento.
Frank siguió tomando hasta que ya no era consciente de lo que hacía o decía, serían un poco más de las diez de la noche. La casa se encontraba en penumbras, al parecer ya los empleados se habían marchado a la casa del fondo, salió del despacho apenas logrando mantenerse en pie.
Aferrándose a la baranda de las escaleras, logró subir y llegar al área de las habitaciones, se detuvo frente a la puerta de la habitación que estaba ocupando, pero ya con la mano en el pomo desistió y se dirigió a la recámara matrimonial, abrió la puerta y las luces de las mesas de noche estaban encendidas. Su esposa se encontraba dormida en medio de sábanas revueltas, se acercó hasta la cama y las ganas de llorar llegaron a él con fuerza, pero más imponente llegaba la rabia al verla dormir muy tranquilamente mientras que él se estaba muriendo, por lo que de un tirón le quitó las sábanas de encima, dejándola al descubierto.
Elisa despertó sobresaltada al sentir cómo la halaban con fuerza por uno de sus tobillos, la mano que lo cerraba quemándola, la arrastraba fuera de la cama. Intentó aferrarse de la cabecera, pero no pudo, él fue mucho más rápido.
Frank al halarla hizo que la bata de baño que Elisa llevaba puesta subiera hasta las caderas, percatándose de que aparte de esa prenda no llevaba nada más.
Ella trataba de hacer fuerza, pero era mínima contra la de él, la agarró por una de las muñecas, obligándola a ponerse en pie y la atrajo hacia su cuerpo. Elisa soltó un grito ante el dolor cuando lastimó sus manos, pero a él no le importaba, estaba demasiado ebrio como para darse cuenta de que se estaba comportando como un animal, le cerró la cintura con uno de sus brazos, como queriendo fundirla en él mientras buscaba la boca para besarla.
—Frank... por favor... me haces daño —suplicaba llorando mientras trataba de liberarse del agarre con las energías que poseía en ese momento, pero él la dominaba elevándola del suelo—. ¡Déjame... no me toques... no me toques... Eres un animal!... —gritaba al sentir cómo le pasaba la caliente lengua por una de las mejillas—. Aléjate... Frank... no así... no así, por favor —lloraba al saber lo que él deseaba—. No me lastimes más por favor... no de esta manera... no me obligues... Frank no así —le hablaba entre llanto, tratando de hacerlo entrar en razón mientras era presa del terror, su corazón quería explotarse ante los latidos desesperados y toda ella temblaba.
—Entonces ¿Cómo?... Mírame bien, no soy Jules... no, no lo soy ¡Soy tu esposo! ¿Quieres que te haga el amor como ese maldito? ¿Eso quieres? —Interrogó tratando de desamarrar el nudo de la bata, pero al ver que no cedía introdujo la mano debajo de la tela de paño, buscando con sus dedos los pliegues de su mujer, quien gritaba y lloraba—. ¡Cállate perra!... Seguro que con él no gritabas... no te le negabas, eres una cualquiera, a ver ¿Cuánto quieres?... ¿Cuánto me cobras? —le preguntaba estrellándole el aliento caliente y fuerte por el alcohol contra los labios. Ella apretaba su boca para no ser besada mientras se llenaba de rabia, Elisa era consciente de que no se había portado de la mejor manera, pero tanta humillación la indignaba, por lo que llevó una de sus manos al cuello de él alejándolo un poco, dándole la pelea porque no dejaría que abusara de ella.
—¡Nada!... ¡nada!, a él me le entregué por amor... Mientras que contigo siempre ha sido un deber... Me das asco... suéltame —expuso llorando, pero llena de ira ante los avances de su esposo—. ¡Solo contigo me he comportado como una cualquiera! ¡Contigo!... Eras tú el que me pagaba con joyas... Fuiste tú quien me compró —decía molesta al sentir cómo él quería abusarla de la manera más baja, humillándola aún más, por lo que por fin dejó salir eso que tanto la había torturado desde el momento en que la casaron con ese hombre.
—¡Te compré maldita! Y me lo quitaste todo... ¡Mira cómo me has dejado! —le dijo tomándola por las mejillas.
Ella soltó un jadeo ante el dolor de haber sido lastimada en las heridas y las lágrimas inundaron sus ojos, por más que quiso soportarlo no pudo. El dolor físico era insoportable y no podía seguir luchando.
—¿Y cómo estoy yo?... ¿Cómo crees que estoy? ¿Acaso tú no me lo quitaste todo?... desde mi inocencia... mi libertad, mi amor. Todo me lo has arrebatado... y, aun así, no te odio... aun así, siento todo lo que ha pasado porque no quería causarte daño... pero me enamoré... eso pasó. En unos meses él vio en mí lo que tú no hiciste en años, Frank, él supo ganarse mi amor —intentaba dialogar mientras su boca se inundaba nuevamente de sangre ante el fuerte agarre.
—¡Me importa mierda tu amor! ¡Porque eres mía! —Le gritó una vez más al tiempo que trataba de bajarle la bata por los hombros, dejándolos al descubierto y llevando su boca hasta ellos—. Eres mía, Elisa... y hoy vas a saber que siempre lo serás —decía agitado ante la excitación e ira que lo dominaban y ella se sentía morir porque no podía liberarse.
—Suéltame... suéltame —suplicaba llorando ya sin fuerzas para seguir luchando, le dolía demasiado el cuerpo mientras Frank avanzaba cada vez más con su claro propósito de hacerla suya a cualquier precio.
—¡Señor, suéltela inmediatamente! —habló André determinante al tiempo que abría la puerta. El hombre al darse cuenta de que su patrón estaba tomando una vez más, prefirió quedarse en la mansión porque sabía que una situación como esa se podía presentar.
Elisa se congeló en los brazos de Frank mientras veía a su salvador, suplicándole con la mirada que la ayudara y el mismo Frank también se detuvo en sus actos lascivos al ver la impertinencia del mayordomo; sin embargo, no soltaba a su mujer.
—André, si cierras la puerta y te largas haré de cuenta que esto no ha pasado y puede que aún conserves tu puesto —le aconsejó concluyente pero el francés no se movió un ápice—. ¡¿Qué esperas?! ¡Lárgate! —le gritó y una vez más buscaba los labios de su mujer.
Ella soltó un jadeo cargado de llanto mientras miraba al mayordomo y dos grandes lágrimas rodaron por sus mejillas.
André al ver el desespero en su patrona se adentró aún más a la habitación y se fue encima de Frank, dándole un gran empujón sin siquiera pensarlo, logrando que el hombre soltara a la mujer.
Elisa aprovechó y salió corriendo de la habitación mientras se ajustaba la bata de baño debido a que estaba prácticamente desnuda.
—Va a botarme... pero no voy a permitir que abuse de una mujer delante de mí. Está completamente ebrio y fuera de control señor —le hizo saber saliendo de la habitación y dejando a Frank sentando en el suelo donde cayó al ser empujado.
Frank miraba al hombre aturdido y sin aún poder creer que se hubiese atrevido a faltarle el respeto de esa manera, hasta el punto de agredirlo físicamente, intentó en vano pararse, pero el alcohol hacía estragos en sus venas y no se lo permitía.
Elisa corría llorando sin importarle que estaba descalza y con las pocas fuerzas que poseía, necesitaba ponerse a salvo, buscar algún refugio, sin pensarlo mucho y solo por instinto de supervivencia salió por la puerta de la cocina y se dirigió a la casa de la parte trasera.
Corrió para buscar la compañía de alguien más mientras todo su ser vibraba herido, le dolían los pies al correr, pero no se detendría, el frío quemaba sus mejillas y los golpes dolían todavía más. Se encontraba sin aliento y de su labio brotaba sangre, la cual le inundaba la boca, tragaba el sabor a óxido y sal mientras no abandonaba su huida.
Nunca antes se había acercado a la casa que ocupaban los empleados, ahora ese lugar era su tabla de salvación. Se sentía llena de miedo, terror, angustia, también sentía mucha impotencia.
Cuando por fin llegó a la casa de los empleados tocó desesperadamente, sabía que Frank no la seguía, pero el pánico le hacía sentir como si le estuviese respirando en la nunca. La puerta se abrió y apareció Paul en pijamas, el chofer no podía coordinar, miles de hipótesis se le pasaron por la cabeza y la que cobraba más fuerza era que habían entrado algunos bandidos a la casa.
—Señora... señora —la auxilió el hombre alarmado, le costaba reconocer a su patrona ante los hematomas en el rostro y la vestimenta que llevaba puesta.
—Paul por favor... ayúdame por favor —imploró con voz ronca y ahogada por la falta de oxígeno—. Déjame pasar —las lágrimas le inundaban la garganta y sin control alguno se derramaban de sus ojos.
Dennis bajaba las escaleras y al ver a la señora Elisa parada en el umbral en ese estado tan alarmante, salió corriendo mientras que el chofer temblaba al ser títere del aturdimiento.
—¡Señora! —dijo la niñera llegando hasta su patrona, percatándose de que otra vez la herida del labio le sangraba, sin dudar un segundo la hizo pasar.
Todos los empleados ante los llamados desesperados a la puerta se despertaron y en minutos se encontraban en la sala mirándose unos a otros, sintiéndose desconcertados, sin entender por qué esa situación, pues era la primera vez que se presentaba.
Dennis pidió a los demás que la dejaran a solas con la señora a quien encaminó a la cocina, donde le limpió un poco la sangre mientras Elisa lloraba y temblaba presa del pánico. Le preguntó a Dennis si podría quedarse.
La chica le dijo que sí, siempre y cuando no le importara dormir en la cama de una criada.
Elisa negó con la cabeza y se abrazó fuertemente a la niñera de su hijo, a la que le suplicó en medio del llanto que fuera por Frederick.
Dennis le pidió que se calmara un poco que iría a buscar del niño, pero cuando salía de la casa, divisó a André acercarse con el pequeño en brazos, trayéndolo dormido.
Elisa lo tomó en brazos y pasó a la habitación de Dennis, quien la dejó a solas con el pequeño mientras que ella se fue a dormir con Irene, quien aún no entendía lo que pasaba entre sus patrones.
Cuando Elisa se quedó sola no pudo evitar llorar aún más mientras admiraba a su hijo dormido, estaba aterrorizada por todo lo que había pasado, estaba segura de que aún le faltaba por vivir al lado de Frank momentos mucho peores.
Él nunca se cansaría de humillarla y maltratarla por lo pasado, ahora más que nunca deseaba desaparecer, si pudiese irse lejos y empezar de cero, sola con sus hijos, lo haría sin pensarlo dos veces, solo necesitaba que Jules le diera fuerzas. Su mirada borrosa por las lágrimas se perdía en las cortinas que danzaban tristemente a causa de la suave brisa que las traspasaba, incluso podía sentir cómo el viento quería acariciarle la piel, pero no sentía nada.
Cerró los ojos, esperando que Jules se colara por la ventana, que viniera a buscarla. Había leído en varios cuentos que cuando el alma abandonaba el cuerpo se volvía ligera, entonces él podría flotar y estar en ese aire que le rozaba las mejillas.
—Jules, ¿estás aquí? ¿Podrías darme una señal al menos? Quiero ser fuerte y salir adelante, pero si no me ayudas no creo que resista mucho tiempo —un nuevo sollozo se atravesó en su garganta y el dolor se mezclaba con ese tortuoso vacío.
Nota: Cómo no sufrir con Elisa, no solo es dolor físico sino también el del alma.
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