Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

CAPÍTULO 24


Elisa estacionó el vehículo y con rapidez buscó en el interior de su cartera las llaves, al encontrarlas y sin perder tiempo bajó del auto, marcando siempre el mismo camino para evitar ser vista por algún allegado a Frank.

En muy pocos minutos estuvo frente a la puerta del departamento de Jules, al entrar las luces encendidas le anunciaban que estaba en el lugar, pero extrañamente no la recibió, por lo que casi corrió a la cocina, pero tampoco estaba.

—Seguramente me tiene preparada otra sorpresa —murmuró sonriente mientras negaba con la cabeza.

Él no se cansaba de deslumbrarla, era el hombre más especial que había conocido en su vida y ya no quería a ningún otro ocupando sus pensamientos, ni sus sentimientos. Aún en su memoria bailaban las palabras de esa invitación que le hiciera a través de una nota. Ansiaba verla un día antes de su ya acordado encuentro.

—¡Jules! —Lo llamó con alegría, regresó a la sala y dejó la cartera en el sofá—. ¡¿Quieres dejar de esconderte por favor?! —pidió con una sonrisa. Caminó por el pasillo y entró a la habitación del francés e inevitablemente su cuerpo empezó a temblar y su cara palideció por completo mientras una fatiga enorme se apoderó de su ser.

—Eres muy puntual Elisa —habló sin voltear, se encontraba parado en la ventana mirando a la calle, a pesar de que lucía tranquilo su voz era totalmente diferente, la voz de Frank no era la misma.

—Frank, qué... ¿qué haces aquí? —preguntó nerviosamente mientras se sentía desvanecer, el miedo le secó la boca y el nudo que se le formó en el estómago era demasiado grande.

—Soy yo quien debería hacerte esa pregunta —ironizó volviéndose y encarándola, tenía la cara transformada por la rabia, sus ojos se encontraban rojos, demostrando que sin dudas había llorado.

—Frank... no... no... no es lo que parece —intentó explicar retrocediendo dos pasos, mirándolo y aún sin poder creer que era Frank el hombre que tenía en frente. Quería salir corriendo de ese lugar, pero sus piernas no respondían mientras su corazón quería explotar ante la intensidad de los latidos.

—¿Qué es lo que parece Elisa?, hasta ahora no he dicho nada —dijo recorriendo con su mirada la habitación y abriendo los brazos.

—Frank... por favor... no... no... —Elisa no encontraba palabras, su garganta estaba cerrada, apenas podía hablar y lo hacía en un hilo de voz mientras su cuerpo temblaba y el pecho le dolía, era la presión más horrorosa que había experimentado en su vida.

—Porque te puedo decir lo que parece. ¡Parece que mientras yo trabajaba tú te revolcabas con el hijo de mi mejor amigo! —Satirizó alterado—. ¡¿Por qué maldita sea?! ¡¿Por qué?! —cuestionó en medio de un grito, acercándose hasta detenerse junto al piano. El rostro de Frank temblaba ante la ira.

—Frank... Frank no... no —Elisa sentía las lágrimas inundar su garganta, nunca pensó que los nervios podrían hacerla sentir tan horrible, quería hilar una frase coherente pero no podía.

—Solo me bastó mandar a falsificar la letra de ese hijo de puta para que cayeras, fui yo Elisa quien te envió la nota esta mañana y me sorprende lo puntual que eres con él, porque a mí me harías esperar, siempre me haces esperar —reprochó con el rostro sonrojado a causa de la rabia, la decepción y el dolor.

—Frank... no... no es así, solo somos amigos —era lo único que los nervios le permitían decir mientras las lágrimas se asomaban. Estaba aterrada, nunca en su vida había sentido tanto miedo.

—¡Sí, sí! Si solo son amigos a ver ¿Será que me toca refrescarte la memoria? —discutió tomando unas hojas que estaban sobre el piano y empezó a leerlas—:

"Mañana a la misma hora"

"Me hace falta verme en tus ojos"

"Solo cuento los segundos para verte"

"No sabes cómo te deseo, quiero sentir tus caricias en mi piel y que me hagas estremecer"

Pasaba una nota tras otra mientras leía las misivas que tenían la caligrafía de ella. Se podía notar cómo se le inundaba la garganta, le lanzó las hojas de papel estrellándoselas a Elisa en la cara. Ella cerró los ojos y dio un brinco ante el pánico.

—¡¿Solo son amigos verdad?! —preguntó acercándose hasta ella. Frank colocó una mano en la nuca de Elisa halándole los cabellos, arrancándole un grito ante el dolor y las lágrimas en ella se desbordaron; la arrastró al armario de Jules, abriendo la puerta con fuerza, la acercó aún con la mano en la nuca, tomándola con ímpetu—. Solo son amigos... ¡Solo amigos maldita sea! —gritó enfurecido mostrándole la lencería mientras ella estaba aterrorizada, apenas podía respirar. Frank la soltó y ella cayó de rodillas frente a las prendas mientras la garganta se le inundaba y él se alejaba unos pasos—. Soy viejo Elisa, pero no estúpido. Jules es tu amante, no ganas nada con negármelo —la rabia en Frank se desbordaba mientras se acercaba nuevamente—. Eres una miserable, una traidora ¡¿Cómo pudieron?! Son los dos seres en los que más he confiado en la vida y se revolcaban a mis espaldas, me traicionaron —increpó con la garganta inundada ante las lágrimas de dolor y furia.

—Frank yo... yo te puedo explicar, yo te lo voy a explicar —de sus ojos salían lágrimas a borbotones y toda ella temblaba—. Por favor Frank, cálmate... cálmate —suplicó poniéndose de pie y haciendo un gesto para que no siguiera avanzando, sus manos temblaban sin poder evitarlo, pero el hombre se acercó a escasos centímetros de ella, con lo que logró que su miedo se intensificara.

—¡Cállate! ¡Cállate maldita sea! —le gritó en la cara, haciendo un ademán para golpearla, ante el gesto Elisa gritó llevándose las manos a la cara para cubrirse.

—Frank por favor... por favor déjame hablar —suplicó con voz trémula, poniéndose de rodillas nuevamente en una fiel muestra de rendición mientras seguía cubriéndose el rostro con manos temblorosas, ahogándose en lágrimas—. Por favor —susurraba con la voz ahogada por las manos y las lágrimas.

—Eres una canalla, una maldita, ¿qué es lo que me vas a explicar? ¿Cómo le hacías el amor? ¿Cómo se burlaban a mis espaldas? —explotó tomándola por los brazos, poniéndola de pie y sacudiéndola con fuerza mientras él también lloraba y en sus ojos se podía apreciar fácilmente un infierno. Elisa solo negaba con la cabeza porque las lágrimas no la dejaban hablar—. ¿Cómo se tragaba toda la mierda el pobre viejo Elisa? ¿Por qué? Solo quiero saber ¡¿Por qué maldita sea?! —le gritó una vez más en la cara, para ella era imposible pronunciar palabra, su respiración era casi nula y su corazón latía demasiado rápido. La tomó por los cabellos, halándolos hacia atrás para que levantara la cabeza—. Mírame a la cara y dime porqué —le preguntó arrastrando las palabras ante la ira.

—¡Frank me haces daño!, ¡me duele! —confesó en medio del llanto y colocando una de sus manos en la que él tenía en sus cabellos.

—¿Te hago daño? ¿Te estoy haciendo daño? ¿Y tú qué me has hecho a mí? Me destrozaste el alma Elisa, acabaste con mi vida, ¿pensaste que no iba a darme cuenta? ¿Desde cuándo te revuelcas con ese maldito? ¿Desde cuándo? —era tanta la rabia que lo gobernaba que poco le importaba ver cómo ella lloraba e imploraba.

—Ya Frank... ya basta, por favor, me duele —suplicaba para que la soltara, pero solo consiguió que él apretara aún más la mano que mantenía sus cabellos sujetos. Haciéndola que gritara una vez más ante el ardor en el cuero cabelludo, juraba que iba a arrancarle las hebras de raíz—. No... no, por favor Frank, escúchame por favor, te lo ruego escúchame —le pedía y rogaba porque la soltara, aunque realmente no sabía qué le iba a decir para justificar su traición.

—No seas mentirosa, cínica—. El rostro de Elisa se encontraba rojo por el esfuerzo y las lágrimas mientras que el de él se encontraba igual, las venas de su cuello parecían que explotarían de un momento a otro, gritándole a Elisa en la cara, por lo que ella cerraba los ojos sin dejar de temblar y él la tomaba con todas sus fuerzas, halándola por el cabello.

—Por favor Frank, no... no, por lo que más quieras, por lo que más quieras, ya no me hagas daño —rogó llorando a causa del dolor tanto físico como emocional, nunca antes nadie la había maltratado de esa manera.

—Lo que más quería eras tú, eras tú Elisa —le confesó tomándola con la mano libre por la mandíbula, apretando con fuerza las mejillas de su mujer, acercándose hasta dejar apenas centímetros de distancia entre su boca y la de ella, él se ahogaba en llanto; ella lloraba desconsoladamente, le acarició con su nariz uno de los pómulos, se moría por besarla, por matarla, por odiarla—. ¡¿Solo quiero que me digas desde cuándo?! —Volvió con todas sus fuerzas—. ¡¿Desde cuándo te comportas como una zorra?!

Elisa no aguantó más el dolor y la humillación, por lo que lo empujó logrando separase de él dando varios pasos hasta quedar al lado de la cama.

—No tiene caso Frank, no vas a ganar nada con saberlo —dijo ella acariciándose el lugar donde Frank la había maltratado—. Yo... yo me muero de la vergüenza, por favor Frank, sé que no te merecías esto, por favor —soltaba las palabras entrecortadas por el llanto.

—Tampoco iba a ganar nada si no me enteraba ¿verdad?, ¡porque no ibas a decírmelo y mucho menos pensabas dejarlo! —vociferaba tratando de controlarse un poco, pero era imposible. Su ira superaba la vergüenza de ser consciente de que las personas en los apartamentos adyacentes debían estar escuchando la discusión.

—Frank ¿Dónde está? ¿No le has hecho nada verdad? —se aventuró a preguntar mientras el terror la invadía por completo.

Él se acercó de nuevo hasta ella y le dio una bofetada con todas las fuerzas que disponía, lanzándola a la cama. El golpe la cegó completamente, dejándola aturdida, no esperaba esa reacción tan agresiva por parte de Frank, ni siquiera se había recuperado del dolor cuando él la haló por la muñeca y volvió a golpearla tantas veces que no pudo contar.

Ella no tenía fuerzas para oponer resistencia, ante los dos primeros golpes gritó por el dolor en su rostro, el cual sentía que le iba a explotar, pero con las siguientes bofetadas solo se dejó vencer.

—¿Cómo te atreves a preguntarme por él? Eres una desvergonzada, una cualquiera —la ira lo tenía tan cegado que no podía controlar su acción violenta y desmedida.

Ella quedó tirada en la cama mientras de su boca brotaba sangre a borbotones y su ojo izquierdo lo sentía cincuenta veces más grande que su tamaño normal, de su pómulo también salía sangre la cual se confundía con sus lágrimas y no tenía fuerzas, no las tenía. Todo su rostro palpitaba violentamente ante el dolor.

—Solo quiero saber si no has cometido una locura —murmuró ahogada en lágrimas y sangre, sacando fuerzas de donde no las tenía.

—¿Tanto te interesa? —cuestionó con toda la rabia que podía poseer un ser humano. Se acercó de nuevo hasta ella halándola por una de las muñecas para ponerla de pie, al lograrlo la tomó por los brazos sacudiéndola y apretándola con ímpetu, Elisa ya no oponía resistencia, era demasiado el dolor para enfrentar los golpes—. Eres una cualquiera, no vales nada, no vales nada —aseguró llorando y llevándole las manos al cuello, cerrándolo con fuerza.

—Déjame Frank, por favor —imploró en un hilo de voz, sintiendo cómo las manos de Frank quemaban su cuello, impidiéndole el paso del oxígeno, provocando que el miedo calara en todo su ser.

—Te haré el favor para que lo sigas como la perra que eres.

Definitivamente ese no era Frank, era un hombre completamente desconocido, ni siquiera podía ser un hombre, ni un animal, era el mismísimo Diablo.

—Frank... no puedo más —ya no tenía oxígeno y en su rostro era completamente visible, con sus manos intentaba quitar las de Frank en un acto desesperado de supervivencia, pero no tenía fuerzas, su vista se nublaba y apenas sí podía sostenerse en pie—. No me mates, por favor Frank... no me mates... por favor —decía con la garganta inundada por la sangre que salía de la partidura interior en su boca, la que salpicaba cuando intentaba hablar.

—Solo dame una razón para no hacerlo, una. Porque te juro que ya no me importa nada, no me importa nada... solo quiero una —pidió mientras sus manos apretaban aún más el débil cuello femenino, él no tenía control sobre sus acciones, solo se estaba dejando llevar por la ira y el llanto.

—Estoy embarazada... estoy embarazada Frank —logró confesar en un silbido que se escapó de su garganta.

Frank inmediatamente la soltó, dejándola caer sentada en la cama y un dolor agudo se instaló en su pecho, se quedó mirándola mientras ella tosía expulsando la sangre que la estaba ahogando y trataba de inhalar todo el oxígeno posible. Él retrocedió varios pasos hasta toparse con la pared a su espalda, pegándose en ésta y dejándose caer sentado como acababa de hacerlo su mundo, se iba a morir, se lo decía la punzada en su pecho, el dolor era insoportable.

Estaba embarazada y tenía la certeza de que no era de él, llevaba en su vientre el hijo de ese maldito traidor.

Se llevó una mano hasta el pecho, evidenciando un gesto de dolor ante la presión que se apoderaba de su cuerpo.

En ese momento Elisa se puso de pie, aún se sentía sin fuerzas, toda ella temblaba, pero necesitaba auxiliar a su esposo.

—Frank... Frank, ¿qué tienes? ¿Qué te pasa Frank? —intentó acercarse hasta él, pero la detuvo haciendo un movimiento de alto con la mano que tenía libre.

—No te me acerques, no te atrevas a tocarme —dijo con desprecio y empezó a llorar como un niño, completamente desconsolado, adolorido y el sabor amargo de la traición en la boca—. No quiero que me tengas lástima, no me toques—. A medida que lloraba el dolor iba cesando, colocó los codos sobre sus rodillas, llevándose las manos al cabello y manteniendo la mirada al piso mientras continuaba llorando.

Elisa se dejó caer en la cama y empezó a llorar de nuevo mientras trataba de asimilar lo que Frank le había dicho, aun cuando estaba tan aterrorizada porque la estaba asfixiando, escuchó claramente lo que dijo y al ser consciente de ello los sollozos empezaron a salir sin control de su boca, la que trataba de tapar con sus manos temblorosas y solo conseguía mancharlas de sangre.

Se sentía mecánicamente viva porque sus manos se movían, parpadeaba y el rostro se lo sentía caliente, palpitante y adolorido; sin embargo, sentía un gran vacío, como si se le hubiera quebrado la vida y cada nervio de su cuerpo estuviese sometido a alguna tortura, no lograba ponerse en pie, era como si estuviese totalmente congelada.

Veía con claridad a través de la ventana cómo la noche iba cayendo con sus tristes penumbras, lo que le gritaba que inminentemente el tiempo había transcurrido, pero ella que no escuchaba nada, se había detenido. Sentía que su cuerpo era muy pequeño para ese vacío que se agrandaba cada vez más y se aferraba a cada átomo de su ser. Sus manos, aunque temblaban sin control, las obligó a abrazarla a sí misma en busca de algún consuelo, pero seguían temblando.

Clavó la mirada en sus rodillas y toda ella temblaba, no era frío, era esa nueva sensación que la colmaba, era el vacío, era el dolor, era el miedo de al menos pensarlo.

No, no quería ni pensarlo, toda ella rechazaba la idea, sus oídos silbaban con un sonido insoportable y en un desesperado intento por dejar de escuchar los gritos del vacío, se llevó las manos para cubrir sus oídos; al tiempo que se mecía mecánicamente muchas ideas terribles giraban en su cabeza, aumentando con eso el temblor en su cuerpo con la misma intensidad que lo hacía su llanto.

Solo imploraba porque no fuese verdad, quería desaparecer la palabra "muerte", no quería ni pensarla porque el vacío en su pecho crecía de manera dolorosa y desmedida.

Elisa sentía de nuevo esa sensación de ardor alrededor de los ojos, ya ni siquiera podía cerrar los párpados. Perdía todas las fuerzas y justo en el momento en que creía que ya no tenía más lágrimas se deshacía nuevamente en un llanto doloroso que brotaba de su alma. Las lágrimas salían sin control y aun así no podía reducir el vacío, mucho menos el dolor, no el físico, ese ni siquiera lo sentía, era el dolor del alma el que la estaba torturando.

Elisa soportaba con el corazón anclado en la garganta sin hacer ruido porque no quería que Frank lo escuchara, era espantoso el ruido que hacía un corazón al romperse, cuando se quebraba en mil pedazos; estaba segura que no habría nada en el mundo que lo reparara. Tal vez el de Frank también se había roto y ella no pudo escucharlo, quería que él entendiera, que le dijese que todo era mentira, que no había cometido ninguna locura, trataría de explicarle, de dialogar.

—Frank no te voy a pedir perdón porque no lo merezco, pero créeme que no lo hice por hacerte daño, era lo que menos quería, solo que esto es mucho... Créeme por favor, es mucho más fuerte que yo, que mi razón, que mi voluntad... —decía entre lágrimas y con la voz sumamente ronca, por lo que tenía que hacer un gran esfuerzo para que él la escuchara.

—¡Cállate! ¡Cállate maldita sea! ¡No quiero escuchar tu voz! ¡Maldita sea la hora en que me casé contigo! ¡En que te vi!... ¡Maldita! ¡Maldita! —Lloraba sin control alguno pero esta vez mirándola a la cara—. Eres una ramera, una mujerzuela, te revolcabas con el hijo de mi mejor amigo, ese miserable que lo consideraba como mi hijo y no era más que una maldita basura —jadeó en medio del llanto—. ¿No pensaste en tu hijo? ¿No... no te importó todo lo que te doy? ¿No te importó la casa? ¡No respetaste a tu familia, lanzaste a un lado el amor que sentía por ti! —él lloraba desconsoladamente, sin sentir ningún alivio.

Elisa solo lloraba en silencio ahogándose en sus lágrimas, en su dolor, en su vergüenza, en su miedo, en la tristeza. La noche oscura y pesada se cernía sobre Chicago y la oscuridad los arropaba a ambos, ella aún era presa de los nervios, aún todo su cuerpo temblaba y dolía, ni siquiera sabía qué hora sería, seguramente era muy tarde, pasada las nueve de la noche.

—Nos vamos —dijo Frank poniéndose de pie, mostrándose un poco más calmado, pero con el alma hecha añicos. A Elisa se le detuvo el corazón y otra vez fue presa del temor.

—¿A dónde nos vamos Frank?... Por favor, no me hagas más daño — suplicó mientras lloraba.

Él la tomó por la mano halándola con fuerza, arrancándole un grito ante el dolor, ya no soportaba el maltrato en las muñecas.

—He dicho que nos vamos, te vienes conmigo a la casa, aquí no vas hacer nada —sentenció sin preocuparse por hacer menos fuerte el agarre.

Elisa mientras era arrastrada recorrió con su vista la habitación y cómo dejaba en ella los momentos más felices de su vida. El piano junto a la ventana la despedía y en su mente se recreó la escena cuando vio a Jules detrás de las cortinas blancas tocándole "Para Elisa", seguido de esa maravillosa sonrisa. Las lágrimas empezaron a salir silenciosas, sabía que nunca más pisaría ese lugar, que todo quedaría ahí y que Frank terminaría por destruirlo, era arrastrada por el pasillo, pero a ella no le importaba, solo veía los pétalos de rosas, las velas o cuando ni siquiera esperaron llegar a la habitación e hicieron el amor ahí, en la sala, cuando uno corría detrás del otro.

Todos sus recuerdos se vieron interrumpidos cuando su mirada se percató de una mancha roja en la pared al lado del bar, sintiendo en ese momento que la temperatura de su corazón caía bajo cero, se congeló completamente; sin embargo, sacó fuerzas de donde no las tenía y se soltó del agarre de un tirón, corrió como pudo hasta el lugar y su mano se posó temblorosa en la sangre, sin duda alguna era sangre. Su alma se quebró en millones de pedazos y sollozos dolorosos se desprendían de su pecho al tiempo que se dejaba caer de rodillas sin fuerzas, le pesaba todo el cuerpo y sabía que era porque un corazón roto se caía a pedazos.

No podía hacerse a la idea de que no vería nunca más a Jules, de que Frank lo había matado, de que no le quedaría nada de él, solo un hijo por el que tenía que luchar y no tenía fuerzas.

Sintió cómo Frank le cerró con los brazos su cintura y la arrastró dejando en el lugar uno de sus zapatos, no podía ponerse en pie, pero él hacía de su fuerza para sacarla de ahí mientras le hablaba y hasta le gritaba, pero ella no escuchaba nada, no podía; el dolor no le dejaba espacio más que al dolor y al vacío. Frank terminó por sacarla del apartamento y antes de cerrar la puerta su mirada captó a Jules con la caja de bombones, imagen que fue cortada por la hoja de madera, dejando detrás de ella su vida.

Frank hizo que bajaran rápidamente, metiéndola con fuerza innecesaria en el automóvil, sin perder tiempo lo puso en marcha.

Durante el trayecto a la mansión ambos iban en completo silencio, uno tan triste como una lápida. Frank derramaba lágrimas mientras Elisa desviaba la mirada por la ventanilla, llevándose una de las manos para tapar su boca y ahogarse en su propio llanto y con la otra se aferraba a la manilla de la puerta del auto, ese era el punto de apoyo al que se aferraba para no caer a ese abismo incierto; tenía ganas de abrir la puerta y lanzarse, muchas veces se había hecho a la idea de que iba a suceder lo peor pero no eso, no de esa manera, sabía que si saltaba del auto en marcha la caída iba a ser brutal, dolorosa pero al menos se libraría de la pesadilla.

—¿Te enamoraste? ¿Lo amas verdad? —cuestionó Frank limpiándose las lágrimas con una mano y la otra la mantenía firme en el volante, sin desviar la mirada del camino. Elisa se mantuvo en silencio, concentrada en sus ganas de morir, en tal vez encontrar fuerzas para superar el dolor—. No hace falta que me lo digas, es evidente que lo amas, tanto como yo a ti y es tanto lo que te amo que no puedo vivir sin ti, pero tú tendrás que aprender a vivir sin él porque ya no hay nada que hacer. No podemos revivir a los muertos —Elisa en ese momento lo interrumpió al dejar libre un jadeo cargado de llanto, pero no se volvió a ver a Frank—. Solo podré estar sin ti el día que muera, mientras tanto vas a permanecer a mi lado porque no voy a dejarte libre, aunque libre no es mucho lo que puedas hacer, vas a seguir necesitando de mi ayuda monetaria —su voz era una mezcla de rabia, satisfacción, dolor y odio. Elisa solo lloraba y temblaba mientras se sentía morir y no terminaba de hacerlo—. Ya no puedes hacer nada Elisa —aseguró con la voz tan fría, golpeando con tanta fuerza sus sentimientos que aniquilaba el dolor de ella, llenándola de odio.

Elisa desvió lentamente la cabeza y miró a Frank, fijando la mirada en él mientras su corazón golpeaba con fuerza descomunal contra su pecho, su sangre helada daba un cambio drástico y empezaba a fluir como un río desbocado.

—Claro que puedo hacer algo —dijo arrastrando las palabras y su voz realmente ronca no demostraba el odio que se apoderaba de ella.

—¿Llorar la muerte de ese maldito? —susurró Frank con la vista en el camino, sin si quiera mirarla porque no quería seguir sufriendo.

—Matarte —fue la única palabra que causó un dolor lacerante en Frank, pero al mismo tiempo llenándolo de ira nuevamente, esa que se había obligado a controlar.

—Vas a matarme —fue una afirmación por parte de él. Dejó libre media carcajada cargada de sarcasmo al tiempo que por dentro se sentía destrozado y furioso.

La sonrisa se congeló y el gesto de ira se ancló en sus facciones, frenó bruscamente provocando que el cuerpo de ella se sacudiera, estiró la mano libre y tomó a Elisa por el cabello, halándola con fuerza hacia él. Ella dejó libre un jadeo de dolor, pero no gritó, ni derramó las lágrimas que se mantuvieron al borde de sus ojos, los que estaban llenos de desprecio.

—¿Vas a matarme perra traicionera? —inquirió con dientes apretados ante la fuerza que imprimía al agarre.

Elisa no dio ninguna respuesta, pero la mirada que posaba en el rostro de Frank le dejaba claro que, si la vista tuviese el poder de aniquilar, él en ese preciso momento ardería en llamas.

Frank no pudo evitar sentir temor, nunca había visto en Elisa ese gesto con tanta fuerza, jamás le demostraría que podía intimidarlo, nunca lo haría; por lo que la soltó con total desprecio y de nuevo puso en marcha el vehículo.

Al llegar a la casa fueron recibidos por André, quien al ver el estado de sus patrones no pudo evitar sorprenderse, pero como era su costumbre lo disimuló rápido. El estado del señor Wells era alterado, pero el de la señora era algo hasta aterrador, estaba llena de sangre, no tenía color en su rostro, de sus ojos salían lágrimas a borbotones y el cabello lo traía en completo desorden.

—André te puedes retirar, cierra todo bien, nos vemos mañana y no quiero ni una sola palabra de esto a los demás, ¿está claro? —inquirió Frank subiendo las escaleras y arrastrando con él a Elisa.

—Sí señor está claro. Hasta mañana señor —acotó nerviosamente el mayordomo.

Era evidente que sus patrones tenían problemas maritales y en eso no debía meterse, le había pegado a la señora por el aspecto de ella, tuvo que ser algo grave para que el señor reaccionara de esa manera.

No obstante, él bajo ningún concepto aprobaba el maltrato, tal vez si hubiese sido en la casa no lo hubiese permitido, así después hubiera salido despedido. Nunca le pegaría a una mujer, no existía ningún motivo para hacerlo, así fuera el peor de todos. Se alejó hasta la cocina quedándose ahí, esperando por si escuchaba algún grito o algún indicio de que la maltrataba una vez más porque estaba dispuesto a ayudarla.

Frank empujó a Elisa arrojándola en la cama de su habitación. Ella parecía ser más una muñeca de trapo a la que podía manejar con facilidad, varios de los botones de su vestido se habían reventando, dejándola expuesta ante el hombre, pero a eso no podía darle la mínima importancia.

—Quédate ahí, no pienso volver a compartir la cama con una cualquiera —cerró la puerta y ella se dejó caer en el piso, dejando salir todo el dolor que la estaba matando.

—Jules, mi amor perdóname... perdóname por favor, si me escuchas perdóname, he terminado haciéndote daño y no lo quería... no lo quería. Sabía que pasaría algo malo y tenía miedo, ese miedo no era nada comparado con el vacío que me acaba de estallar en las narices... Tenía miedo, miedo de que te fueras, de que algo malo pasara, pero esto no... esto no, ahora que te has ido a donde no podré ir a buscarte, ahora tengo pánico... mi pecado fue amarte, solo quería volverme loca de hacerlo, ¿Ahora qué voy hacer si ya nunca más me veré en tus ojos? ¡Jules!... ¡Jules! No me dejes sola. Eres mi vida... ¿Qué voy hacer sin ti? ¡Soy la niña de tus ojos! ¡¿Qué voy hacer ahora?! ¡¿Qué voy hacer?! Lo único que he conseguido es hacerte sufrir... lo siento tanto Jules, amor de mi vida, eres el único que ha llenado mis días, con el único que me he imaginado un futuro, con el único que tenía ganas de envejecer —lloraba haciendo que todo su cuerpo temblara a causa del llanto, mojaba con sus lágrimas la alfombra de la habitación, clavando las uñas en ésta, la cual parecía ser hielo, podía sufrir y pensar, incluso deseaba morir pero seguía viva.

Jules era esa esperanza a la que se aferraba, pero ahora... ahora que ya no estaba la esperanza se le había desaparecido. Todos sus sueños se le derrumbaron, ya no tenía nada a lo que aferrarse, sintió que la vida perdía todos sus colores, que la vida se le apagaba.

La noche le estalló en pleno día y ya nunca nada sería igual para ella, toda la felicidad se le convirtió en el más desesperante de los dolores.

—Jules, no puedo aceptar que estés muerto, no lo acepto, por favor no estés muerto, ya regresa por favor, ya ha pasado demasiado tiempo —apenas hablaba y ya se encontraba sin voz, sin fuerzas, sin ganas.

Frank estaba sentado en el suelo, al otro lado de la puerta escuchando todo lo que ella decía y lloraba silenciosamente para que Elisa no lo escuchara, le dolía saber que su esposa se moría de amor y no era por él, que se estaba derrumbando por ese desgraciado, no sabía qué tanto podía merecer ese infeliz, si él le había dado su vida, sus mejores momentos, le había dado la vida de una reina y todo eso ella lo había pateado sin ningún remordimiento.

Una fatiga enorme se apoderó de Elisa, por lo que como pudo se puso de pie y salió corriendo, con las pocas fuerzas que tenía llegó al baño y se dobló en el retrete, empezó a vomitar dejándose caer de rodillas mientras su cuerpo se convulsionaba ante las arcadas y ella lloraba desconsoladamente.

Frank al dejar de escuchar el llanto de Elisa decidió bajar las escaleras y entrar al despacho, agarró una botella de Whisky y empezó a beber tratando de que el líquido le reparara el corazón y el alma.

André sintió cuando su patrón bajó y entró al despacho, por lo que con paso sigiloso se dirigió hasta donde se encontraba el señor de la casa, apoyó la oreja en la puerta para escuchar, solo uno que otro ruido provenía del interior del despacho.

Al parecer tardaría, por lo que decidió subir a la habitación para constatar que la señora se encontrara bien, llamó a la puerta pero no recibió permiso, giró la manilla y abrió cuidadosamente asomando solo medio cuerpo en la habitación, recorrió con su mirada el aposento y no se topó con su patrona, saltándose cualquier regla de protocolo entró tratando de hacer el menor ruido posible, escuchó los sollozos que provenían del baño, por lo que se dirigió a éste.

La puerta estaba abierta y la joven se encontraba tirada en el piso al lado del retrete, todo el cuerpo temblaba a causa del llanto, se acercó hasta ella y se puso de cuclillas, con una de sus manos le acomodó los cabellos, le acarició la frente sintiéndola fría, mientras ella seguía llorando pudo ver en el piso donde reposaba su boca la sangre, no parecía ser consciente de la presencia de él ahí, tragó en seco para pasar las lágrimas que se le acumularon inmediatamente en la garganta al ver el estado de la señora Wells.

—Señora, he venido a ayudarla... señora... —susurró el hombre con voz ronca, pero ella pacería no escucharlo, solo lloraba.

—Dijiste que no me ibas a dejar... que te ibas a quedar conmigo... sácame de esta pesadilla por favor... sácame, quiero despertar... es demasiado, no lo voy a soportar... no lo voy hacer —murmuraba el reproche entrecortadamente por el llanto.

André la cargó y se encaminó con ella hasta la cama, depositándola en medio del lecho, le aflojó un poco la vestimenta y la arropó, después se encaminó al baño, buscó un recipiente con agua y un pañuelo, el que humedeció para limpiar un poco las heridas de su patrona, quien se quejaba cada vez que lo pasaba por la sangre coagulada del pómulo, percibiendo una partidura, pero el quejido aumentó cuando rozó la comisura derecha, se aventuró a investigar porque de ese mismo lugar provenía la mayor parte de la sangre, con manos temblorosas se acercó y separó un poco los labios para verificar.

—¡Oh por Dios señora necesita un médico! —Se alarmó al ver la partidura del labio en la parte interior de la boca—. Pero, ¿cómo hago?... si llamo al médico seguramente el señor se dará cuanta y va a reprenderme... o me echa —razonó tratando de limpiar y no lastimar a la señora que solo lloraba y las lágrimas le quemaban las sienes.

Mientras Elisa seguía ausente, sumida en su dolor pensaba cómo no terminaba de convertirse en nada, cómo aún tenía fuerzas para soportar tan desgarrador martirio. Solo el cerebro le enviaba adormecimiento a borbotones, se encontraba ida, escondiendo el corazón tras alguna muralla de dolor mientras brotaban los recuerdos que provocaban que sollozos hicieran eco en la habitación.

Quería morirse, pero no podía, estaba prohibido derrumbarse, no podía hacerlo por sus hijos.

—Me quiero morir —rompió en medio de un sollozo.

—No señora... cálmese... cálmese —André notaba cómo ella hablaba cosas sin sentido, tal vez se debía a la fiebre que había brotado de pronto, las manos temblorosas de él posaban el paño húmedo sobre la frente y veía cómo el ojo derecho cada vez se hinchaba más, tanto que ya no podía mantenerlo abierto, seguramente había roto algún vaso sanguíneo.

Tal vez tres horas duró André tratando de controlar la fiebre y ella por fin se había quedado dormida, aunque continuaba delirando y se quejaba por el dolor de las heridas y de los golpes.

Tenía hematomas que adornaban varias zonas del rostro, en las muñecas y también en el cuello, pero lo que más le preocupaba era la partidura interna de la boca y el sangrado en la esclerótica, sabía que eso podía ser peligroso. Sin duda su patrón se había comportado como un animal, no podía entender cómo no midió la intensidad de sus golpes.

Al menos ella yacía dormida, aunque en un sueño intranquilo, así sufriría menos los dolores. La revisó y la fiebre había bajado, por lo que se puso de pie y salió de la habitación, no sin antes darle un último vistazo y apagar las luces.


Nota: sin duda, este ha sido uno de los capítulos que más me ha costado escribir, debido a la violencia con que Frank trata a Elisa y a lo engañado que él se siente. Pero lamentablemente son situaciones reales, que suceden y de las que muchas mujeres, aun en pleno siglo XXI siguen siendo víctimas. La idea no es no escribirlas sino no romantizarlas. Dejar claro que está mal, ninguna mujer debe quedarse al lado de su maltratador, porque quien te lástima de cualquier forma no te ama. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro