CAPÍTULO 22
Los tonos negro y blanco predominaban en el lugar, además del color caoba del parqué del piso, era un baño sumamente sobrio y masculino, el gran ventanal le ofrecía la calidez perfecta que el sol les brindaba con sus tenues rayos.
Elisa observó cómo una pequeña mota de polvo danzaba en el halo de luz que se reflejaba en el agua de la tina donde su cuerpo se renovaba, después de haber experimentado una sesión de amor, placer y lujuria que la llevó al extremo de nublarle los sentidos, como solo Jules lograba hacerlo.
Él descansaba la amplia espalda sobre la turgencia de sus pechos mientras ella lo mantenía prisionero entre sus piernas.
Jules le regalaba caricias a sus muslos, las que interrumpía de vez en cuando para agarrar una uva y llevársela a la boca. Ella jugueteaba con sus manos en el pecho de él, brindándole esas caricias que sabía tanto le gustaban.
Jules no pensaba, solo disfrutaba sentir el tibio cuerpo de la mujer que amaba detrás de él, convirtiéndose en ese momento en el descanso perfecto para su espalda mientras disfrutaba de las caricias que ella le prodigaba en el cuello y pecho, le tomó una de las manos y empezó a darle besos, segundos después le ofrecía una fresa, pero ella se negó, prefirió una cereza, la que le dio en la boca.
Poco a poco él se sumió en sus pensamientos, esos que lo atormentaban constantemente. Cuando Gerard se marchó de su apartamento lo dejó sintiéndose culpable, sintiéndose como la peor de las basuras, pero al día siguiente antes de salir al trabajo vio una nota que evidentemente deslizaron debajo de su puerta. Era de Gerard que se despedía y solo le pedía ser precavido, que tuviese mucho cuidado si pensaba continuar, con lo que según él era una relación absurda.
También le dejó claro que no pensara que porque le pedía tener precaución significaba que apoyaba semejante atrocidad, sino que lo hacía por él, porque a pesar de todo le tenía cariño a su familia y no quería que nada malo le pasara, ya que solo lograría que Jean Paul sufriera y como si no le hubiese quedado claro, en medio de la discusión que tuvieron, también le colocó en la posdata, que no pensaba volver a unir los lazos de su amistad, no hasta que entrara en razón, esas pocas líneas lograron que la culpa lo dejara al menos disfrutar de los momentos al lado de la mujer que amaba.
—Jules, tengo algo importante que decirte —susurró Elisa rompiendo la elipsis en el que se mantenían.
Jules inmediatamente se percató de cómo la respiración de ella cambió, hasta la sintió temblar. Inevitablemente el miedo lo invadió sin pedir permiso. Intentó asegurarse de que ella estaba ahí con él, de que la amaba más que a su propia vida, por lo que agarró entre sus manos las de Elisa y le depositó varios besos, tiernos y suaves.
No era un hombre pesimista, pero en su relación con Elisa no había muchas cosas positivas a las cuales aferrarse, solo ese amor que le calaba los huesos. Se quedó esperando mientras el corazón le gritaba que ella le comunicaría que no podría volver a verlo, que Gerard también la había enfrentado y que prefería ponerle fin a ese amor. Y él se quedaría extrañando esa locura que ella le brindaba, se quedaría con tanto amor, pasión, ternura que deseaba brindarle todos los días de su vida.
Elisa tragó en seco para pasar el gran nudo que se le formaba en la garganta, elevó la mirada al techo y cerró los ojos, suplicando por ideas que la ayudaran con su gran problema, que la habían llevado a un callejón sin salida. Al fin dejó libre un suspiro.
—Es que no sé por dónde empezar... es complicado... y no sé cómo lo vas a tomar —comentó con voz temblorosa y se removió debajo del cuerpo de Jules, al ser presa de los nervios.
Él se aferró aún más al agarre, sintiendo cómo ella parecía ser una hoja al viento.
—Adelante mi amor... sabes que te voy a entender —la alentó dejando descansar la cabeza en el valle en medio de los senos mientras mantenía la mano de ella prisionera entre las de él—. ¿Es difícil lo que tienes que contarme? —se aventuró a preguntarle con valentía mientras tragaba en seco, sabiendo que Elisa con solo dos palabras... no, con tan solo una palabra, podría derrumbarlo, podría ahogarlo, desarmarlo; por lo que no podía volverse y mirarla a los ojos, prefería mantenerlos cerrados, pudo sentir cómo ella asintió—. Adelante... dilo —aguardaba por la respuesta, desesperando ante el silencio de ella, que duró dos o tres minutos, tal vez más.
Elisa cerró aún más sus piernas entorno a la cintura de su amante y liberó la mano que él mantenía prisionera, pasó ambos abrazos por encima del caliente pecho masculino, cerrándolo a la altura del cuello, dejó descansar su barbilla en el hueco, entre cuello y clavícula, justo a la altura del oído de Jules.
Era como si quisiera fundirse en él, volverse uno solo, a él los nervios lo embargaron cuando el tibio aliento de ella se estrelló contra su oído, al momento de dejar libre un suspiro.
Empezó a tararear, intentaba hacerlo melodiosamente mientras acariciaba las mejillas de Jules, a quien el alma le regresó al cuerpo apenas escuchó esa melodía de un tema que conocía a la perfección y una sonrisa floreció en sus labios; el corazón se descontroló inmediatamente, sintiéndose único.
Elisa dejó de tararear para darle un suave y largo beso en la mejilla a Jules, quien ante el toque cerró los ojos y la sonrisa se le hizo más amplia mientras acariciaba las rodillas femeninas. La marea de sentimientos a causa de su diosa entonándole al oído aumentaba con cada palabra y toque.
—Te amo —susurró—. Eres lo prohibido, lo que deseo cada milésima del maldito tiempo que paso solo... por eso y más te amo.
Elisa le dejó caer una lluvia de besos en el cuello y hombro, intentando agradecer cada palabra que él le regalaba y eso reafirmaba ese amor que él sentía por ella, disminuyendo un poco esa agonía que se había apoderado de su ser.
—Te lo juro por la vida... por mí —susurraba ante los besos que Elisa le regalaba—. Me voy a quedar en tu vida, así me eches a patadas regresaría como un perro... te esperaría junto a la puerta, con lluvia o con sol... ya no podrás deshacerte de mí, te lo juro —se soltó sutilmente del agarre y se volvió para mirarla a los ojos. Llevó sus manos a la cintura y la acomodó sentándola ahorcajadas sobre él, le acunó las mejillas y ella se aferró a los hombros—. Tienes razón, es lo más importante que me han dicho en la vida, lo más hermoso... no creo que mis oídos puedan escuchar algo mejor, aun cuando no hayas pronunciado palabra —se acercó dándole tiernos besos en los labios y el resto del rostro mientras ella lo miraba sonriente; sin embargo, una lágrima caprichosa se escapó de los ojos miel y él se la secó a besos—. A veces quisiera que esto que siento no fuese tan intenso y trato de colocarme barreras, pero no puedo... no hay redes que puedan detener el amor que siento por ti —seguía besándola tiernamente, rodeó la cintura de Elisa con uno de sus brazos y la adhirió más a él, con la mano libre se apoyó en el borde de la tina.
Elisa entendió inmediatamente el lenguaje corporal de Jules, por lo que con sus piernas se aferró a la cintura y sus brazos rodearon el cuello masculino al tiempo que él se ponía de pie.
—Eres un troglodita —susurró mientras la encaminaba de nuevo a la habitación, perdiéndose en ese beso de Jules que ardía en su boca, ese que la dejaba sin respiración ante lo que él asintió, llevándole las manos a las mejillas y mirándola a los ojos.
—También soy bastante bestia, ¿pero niégame que a veces soy romántico... en algunos momentos? —preguntó sonriente. Ella asintió en silencio con la mirada brillante—. Solo a veces me gusta sorprenderte porque causa un efecto en ti que me calienta a más no poder.
—¿Recurres al romanticismo solo para que te excite? —inquirió sorprendida y le acomodó los cabellos mientras él tomaba asiento en la cama y se dejaba caer acostado con ella encima.
—No... no es solo eso —susurró con el labio inferior de ella entre los dientes. Después de un segundo se separó mientras se perdía en esa mirada miel, advirtió en las pupilas de ella un poco de incredulidad—. Está bien, soy un hombre más salvaje que romántico.
—Amo tu salvajismo, eso me desarma... me deja sin fuerzas y me tiene a tus pies —confesó depositándole besos en los labios del francés.
Él le llevó las manos a la espalda mientras le repartía besos por la mejilla, hasta que llegó hasta la oreja y le pinceló el lóbulo con la lengua.
—¡Lo terminaste! —Exclamó sorprendida interrumpiendo el momento—. No lo había visto amor, te quedó hermoso —aseguró. Jules se detuvo y volvió la mirada en la misma dirección que la pelirroja.
—Sí, en el fin de semana lo terminé, pero pensé que lo habías visto apenas llegaste.
Ella negó en silencio.
—No me dejas mirar a ninguna otra parte, solo estaba concentrada en tus ojos y en cómo me haces el amor —confesó con una gran sonrisa y él soltó una carcajada que retumbó en la habitación.
—Eso me hace sentir muy pero muy bien. ¿En serio te gusta? —le preguntó mirándola a los ojos.
Elisa asintió enérgicamente y le respondió:
—Me encanta ver cómo tu cuerpo se desboca mientras se cubre en sudor, muerdes tu labio inferior y me preguntas a segundos si me gusta, cuando sabes a la perfección que con el solo hecho de existir me brindas el placer de traspasar diez mil veces el infinito, con solo mirarme a los ojos me llevas al punto más alto de vértigo y descontrol —decía acariciando con presión el pecho masculino y él dejó ver media sonrisa que poco a poco se congeló, dando paso a la oscuridad en sus ojos.
—Y tú no tienes idea de lo que causas en mí cuando respondes con ese sí apretado entre los dientes o el me encanta ahogado en un jadeo. También debo admitir que muero de celos cada vez que se escapa Dios de tus labios cuando él no es el encargado de llevarte al cielo, solo quiero ser yo... mi nombre, que nadie más atraviese tu pensamiento en ese momento —dejó ver media sonrisa—. Pero me refería a si te gustaba el cuadro —le aclaró ampliando aún más la sonrisa.
Elisa soltó una carcajada y desvió la mirada una vez más a la pintura.
—Está perfecto, me encantaría poder quedármelo... pero ya dijimos que es tuyo, es para que me tengas a todas horas.
—Pero por ahora no quiero a la pintura... necesito a la de carne y hueso para despertarle cada fibra, que grite mi nombre y que me pida más —propuso y en un movimiento rápido giró con ella dejándola bajo su cuerpo—. Porque estoy dispuesto a dárselo... a darle mi vida, mis días, mis noches y para tu desgracia también mis horas libres —le acariciaba una de las mejillas mientras que con la otra mano le agarraba el muslo y le ayudaba a elevar la pierna, acariciándola con la presión exacta que hacía delirar a la pelirroja.
Elisa elevó un poco su cabeza para tomar su boca, esa que la tentaba a caer en el infierno, aunque estaba segura que él con el movimiento de su lengua inventaría el camino al cielo; sin embargo, la sensación de sus cuerpos aún mojados al rosarse aceleraba su viaje.
Jules viajaba con su lengua por los rincones de la boca de Elisa, quien muchas veces le ofrecía la de ella para abrazarse a la de él y perderse en un torbellino increíble.
Elisa recorría con sus manos la espalda fuerte y a segundos se aferraba a ésta, sintiéndola tan maravillosamente amplia y de una dureza exquisita. Arqueó un poco más su cuerpo en busca de que Jules la llenara, por lo que apoyó la planta de su pie derecho en la nalga de él, siendo un peldaño perfecto para subir al cielo.
Cuando descansaban de los besos, se miraban a los ojos. Jules acarició con su lengua los labios de Elisa y se alejó un poco mientras ella le regalaba una maravillosa sonrisa que le hacía vibrar el mundo, provocando que con ese gesto la deseara aún más.
Se apoyó sobre sus rodillas, llevó sus manos a los turgentes senos y los acarició a su gusto, moldeándolos, despertándolos, endureciéndole aún más los pezones, presionándolos con sus dedos suavemente para después cubrirlos y adueñarse de ellos una vez más, provocando que Elisa le regalara jadeos de diferentes intensidades.
Ella cerraba los ojos y se humedecía los labios con la lengua para calmar esa llama que él creaba con el roce de sus manos, sintiendo cómo las bajaba con una presión que arrebataba cordura y que desprendía energías increíbles, haciéndola delirar.
Jules seguía con sus manos hasta posarse en la cintura, cerrándola y acariciándola con sus pulgares mientras se mordía el labio inferior y se llenaba la vista con esa diosa envuelta en lujuria que se estremecía ante sus avances.
Jules agarró una de las piernas de Elisa y la elevó un poco al tiempo que nuevamente se acercaba como un león en celo, colocando uno de sus brazos como barrera a la altura del muslo femenino, para que la pierna no descendiera y así ofrecerle a él más comodidad y a ella más disfrute; así poder penetrarla hasta donde le fuese permitido, apoyó ambas manos en el colchón para tener el soporte perfecto mientras que sus rodillas lo ayudaron a moverse y así brindar más exactitud e intensidad a sus asaltos. Su mirada estudiaba una vez más esa joya escarlata que lo incitaba, lo hechizaba y lo atraía con fuerza descomunal, veía a su amor sedienta, necesitada, pero no se lo exigía, era ella quien llevaba su dedo índice y medio al punto más vulnerable de su flor y lo estimulaba, provocando que los límites de excitación en él sobrepasaran la barrera; aunque quería lanzarse al fondo de una vez por todas prefería seguirse maravillado, observando cómo su mujer desesperaba, estremeciéndose llena de gozo y él bramaba con tan solo verla, esa energía que recorría su espina dorsal, erizaba todos los vellos de su nuca, inevitablemente rugió al ver cómo los fluidos brotaban de esa cueva ardiente y delirante.
—Te ves hermosa mi reina... así, sigue mostrándome cómo me deseas... cuánto me necesitas —la instaba con voz ronca, mirando atentamente cómo Elisa se daba placer con los ojos cerrados.
Ella solo respondió con un jadeo mientras seguía frotando con más rapidez y precisión, el cuerpo se le cubrió en sudor y él le regaló un gruñido que se escapó de su garganta al ver cómo ella explotaba a causa del placer tan intenso que la recorría velozmente y gritó su nombre con el pecho agitado, tratando de respirar y jadeando por oxígeno.
—¿Necesitas mi voz? Respira mi amor... respira —le pidió acariciando los muslos temblorosos de Elisa.
—Estoy lista... amor, no me tortures —suplicó con voz ahogada, abriendo los ojos y mirando los de él con una sonrisa sumamente sensual bailando en sus labios, esa que se pintaba después de un orgasmo.
—Me gusta ver cuando te tocas... me excitas demasiado, muñeca —un jadeo ahogó sus palabras al sentir cómo la mano de ella cerraba su miembro, instándolo a que la colmara mientras lo agitaba suavemente. Elisa jadeó largamente al sentir la virilidad de Jules latir, podía sentirla tibia, suave, húmeda y sus venas, ¡Dios sus venas querían explotar!
—Entra en mí Jules, lléname... dame libertad, dame locura —imploró mirándolo a los ojos mientras rozaba el glande contra sus pliegues abiertos de par en par, ante la posición que él le había hecho adoptar, resbalando contra su feminidad, uniendo los pálpitos de él con los de ella.
En ese momento la fuerza más pura emergía de su miembro ante el roce enfundado en la delicada piel de Elisa, causando que creciera aún más ante el contacto, encendiendo todas las alarmas y el placer aumentaba sin control, todo empezaba a cobrar sentido, su rey coronado despertaba las pasiones más oscuras en él, las sensaciones más salvajes, la llamada animal, duplicando su tamaño inicial y estaba más que preparado para batallar nuevamente, sintiendo cómo su interior explotaba ante los aromas que envolvían la habitación, los aromas salvajes de los dos, dándole fuerza infinita.
Las manos de Elisa se apoderaron de ese soldado en el momento de la lucha para descubrir el placer absoluto porque no la haría esperar más, se ahogó en ella, quien lo inundó con sus fluidos nublándole los sentidos y castigándolo con el placer.
Algunos vaivenes de Jules se tornaron a segundos violentos y desesperados, enmarcados con besos intensos y miradas profundas, encontrando las fuerzas necesarias en esa imagen que uno le mostraba al otro, hipnotizándose con las miradas mientras se susurraban palabras eróticas.
Ella le regalaba la presión de sus manos en la espalda cuando él se acercaba o cuando se alejaba para tomar mayor fuerza al dejar salir todo ese poder que lo envolvía.
Elisa sencillamente no sabía de dónde aferrarse, algunas veces de las sábanas y otras de los muslos tensados de Jules que hacían el puente perfecto, podía jurar que en sus uñas quedarían rastros de la piel de él mientras las rodillas incrustadas en el colchón eran el mejor impulso para llevarla al cielo, no sin antes pasar por el calvario en una lucha de torturas divinas.
Para Jules, Elisa era su fuente de placer inagotable, sentía cómo todo a su alrededor se detenía y poco a poco, muy despacio, se desprendía ese aroma que lo enloquecía, verla cómo se abandonaba a las sensaciones que la colmaban, esas que él producía con su fuerza.
Ella muchas veces ante todo lo que la envolvía no tenía fuerzas para liberar jadeos, solo apretaba sus labios y trataba de respirar, su rostro sudoroso y envuelto en carmín desarmaba a ese hombre, sobre todo, sentía que explotaría de tanto placer y de excitación.
Jules gruñía al sentirse deseado en el momento que ella abría los ojos y lo recorría con la mirada, esa que evidenciaba toda la lujuria que en ella galopaba, deteniéndose en el punto exacto donde ambos pasaban a formar uno, donde él la invadía con su llama y dejaba libre medias sonrisas a las que Jules correspondía mientras que de los cabellos castaños se desprendían gotas de agua mezcladas con sudor y caían en su vientre por donde resbalaban ante la agitación de los cuerpos desesperados por llegar al cielo, para luego dejarse caer sin temor a lastimarse mientras el sonido de la cama, de las pieles, las respiraciones, jadeos, algunos susurros y otros gritos deleitaban el viaje.
Elisa recorría con su mirada ese dios único que la tenía flotando, su cuerpo perlado ante el sudor, su estaca erguida, desafiante y realmente divina que entraba en ella con la sincronía perfecta de los movimientos que le nublaban la vista, él resbalaba a través de sus entrañas quemándola, pero aun así ella lo retenía y a él le gustaba que lo hiciera, se lo dejaba saber con esa mirada y sus jadeos que parecían más el gruñido de un animal salvaje.
Jules reducía al máximo sus avances y se quedaba sintiendo cómo ella lo envolvía con los movimientos circulares de sus caderas e intentaba acoplarse a su mujer, alargando la muerte más esperada.
Ella sentía cómo él se apoderaba con caricias lentas y posesivas de sus senos, podía jurar que explotarían en esas manos ante el placer que le brindaba. A ella le encantaba ver esos labios sumamente rojos, entre abiertos por la excitación, solo dejando el espacio perfecto para respirar y para que los jadeos que emitía la envolvieran en una locura, queriendo ofrecerle aún más; la mirada de Jules le advertía que una vez más debía aferrarse a las sábanas.
Él también lo hizo ofreciendo su fuerza al puño que hacía con las sábanas. Elisa recorría con su mirada los brazos perlados por el sudor, apreciando fácilmente las venas por las que fluía la sangre con mayor rapidez, tal vez para concentrar toda la energía ante el deseo que las recorría. El miembro que latía constantemente dentro de ella estaba a punto de explotar, por lo que estaba segura de que el estado de calma había terminado. Y Jules daba comienzo a sus arremetidas, las que aumentaban de velocidad e intensidad logrando arrancarle gritos de placer, sintiendo cómo el alma se le escapaba del cuerpo sin poder evitarlo, él era tan perfecto para hacerla volar, que estaba segura que ningún otro hombre tendría ese poder.
Ella estaba llegando a la gloria, pero él aún la retenía por un hilo, era Jules el encargado de elevarla y se había detenido de golpe mientras jadeaba y susurraba con dientes apretados. Sentía cómo uno de los brazos de él pasaba por debajo de su cuerpo y la elevaba, no entendía cómo podía hacerlo porque ella no tenía las mínimas fuerzas, su cuerpo solo vibraba inconteniblemente ante esa vía que la llevaba a la locura, casi a punto de explotar.
Jules se dejó caer sentado sobre sus talones y Elisa quedó colgando entre sus ojos y su carne erecta, ahogada en él que se enterraba en ella como una mortal estaca, como un minero iluminado que cavaba muy hondo entre sus muslos.
Un nuevo grito ahogado se atravesó en su garganta al sentir uno de sus pezones prisionero entre los dientes de Jules y cómo la lengua vibraba con una rapidez extraordinaria, descansaba y le regalaba el calor del aliento a la piel húmeda de la más deliciosa saliva, en seguida empezó a succionarlos, a querer meterlo todo en su boca a sabiendas de que no podría porque era mucho más grande; sin embargo, él quería devorarlo, quería bebérselo por entero.
Ella se encontraba prisionera en una espiral de placer, halaba los cabellos de él con fuerza, con las pocas que poseía, no quería que se alejara y mucho menos que dejara de enloquecerla, solo necesitaba aferrarse a algo que la mantuviera atada a tierra.
Los jadeos incontrolables y el sudor corriendo por las pieles era la más ferviente muestra de que estaban disfrutando de esa entrega, él se alejó un poco, sin dejar de mirarla a los ojos, atravesándola con esa mirada intensa y misteriosa mientras toda ella temblaba.
—Entrégate —le pidió en un jadeo mientras que con una de sus manos apretaba los cabellos de ella y la otra apretaba con la medida justa su cadera—. Con avidez... rápido mi reina, hazlo con fervor y no retrocedas, no me dejes a la deriva, regálame el más dulce de los cansancios, ese que solo tú sabes darme —ordenó con esa dulce manera de hacerlo, esa en la que era imposible que ella le negara algo.
—Jules, eres mi hombre... el dueño de todos los temblores de mi cuerpo —hablaba en susurros meciéndose con insistencia, con rapidez, haciéndolo alucinar, rogar, implorar porque no se detuviera.
Él recorría con los labios los hombros de ella una vez más, contándole las pecas con besos, succiones y mordiscos, ya sabía exactamente cuántas tenía, al terminar se ataría a su mirada, a esa locura que solo la niña de sus ojos le brindaba.
Ambos se miraban a los ojos mientras el placer los hacía tiritar, el placer como fauces los devoraba sin piedad, los acorralaba y los mantenía prisioneros mientras la sangre fluía por las venas, densa, pero a segundos era rápida, descontrolada como los latidos de sus corazones, sin más luz que la de sus ojos, ésa misma que les servía de brújula.
Elisa le acariciaba posesivamente los hombros y cuello, aferrándose con una de sus manos a la mandíbula, dominándolo con ese agarre, fundiendo su lengua en él y él la succionaba arrastrándola al delirio; al tiempo que las manos de Jules le acariciaban ardientemente la espalda y muslos, queriendo dejar sus huellas tatuadas en la piel, sintiéndose famélicos a cada segundo porque lo que se daban no cubría totalmente las ansias de sus almas, querían más, necesitaban más, aun cuando estaban completamente compenetrados, sintiéndose en cada molécula de su ser.
Una vez más su sensual muñeca se dejaba llevar por él, por sus brazos, Elisa sabía perfectamente cómo dejarse dominar, el momento exacto para que él lo hiciera, al igual que él se convertía en el más obediente de los esclavos con tal de complacerla.
Jules le agarraba las muñecas y ella cerraba con sus piernas la cintura de él, quien nuevamente la hacía descansar sobre la cama, presionando el agarre sobre las muñecas de Elisa, haciéndola sentir atada de la manera más placentera y él en su centro, encima de ella, regalándole su peso y sus arremetidas, lentas e intensas y cada una recibía como premio el más glorioso de los jadeos; esa descarga eléctrica recorría su espina dorsal, esa poderosa sensación que se concentraba en sus testículos. Se alejó liberándole del agarre de las manos y se apoyó nuevamente en sus rodillas, elevó la pierna de la chica para no perder ni un solo segundo las sensaciones.
Jules sentía cómo se producía la detonación que lo llevaba a la gloria, cómo se iniciaba el estallido y desbocaba aún más sus ganas, al tiempo que los jadeos se arremolinaban en su garganta y el sudor corría por su espalda, apretando el puño en las sábanas se elevó al infinito, agitándose impotente como un mar embravecido, parando la respiración y su río efímero recorría los espacios dentro de su mujer, que con una sonrisa de satisfacción, seguía succionándolo, arrancándole roncos alaridos que no cesaban, retiró su brazo, reventando el muro de contención que mantenía la pierna de Elisa un poco elevada para derrumbarse sobre ella, quien se acomodó un poco encarcelando las caderas entre sus piernas y el cuello entre sus brazos.
Agotado pudo sentir cómo el guerrero descansaba en paz, pero un descanso fugaz porque esperaba dentro de poco estar nuevamente preparado para otra batalla.
Aún sentían los cuerpos vibrar y el sudor los perlaba todavía más, ése estremecimiento que los recorrió, que se apoderó hasta de sus sentidos, se miraban a los ojos con las respiraciones agitadas, sintiendo los alientos quemar mejillas y labios y aunque los cuerpos estuviesen cansados ansiaban seguir bailando unidos, por lo que con toques trémulos de labios, los amantes se complacían.
—Eres única —susurró contra los labios hinchados y sonrojados por los besos de él—. Me dejas hecho polvo —confesó dejando libre media carcajada que denotaba el cansancio—. Por eso te amo.
—Yo te amo porque me complementas... me aguantas y puedes llevarme el trote —respondió de la misma manera, acariciando la espalda fuerte y sudada.
Jules se ahogó nuevamente en un beso intenso, que resucitaba las miles de emociones que habían muerto segundos antes cuando alcanzaron la perfección del éxtasis.
Elisa bajó con sus manos por la espalda de él y se posó con ambas manos en las nalgas, apoderándose con fuerza de ellas, recibió como regalo un empuje profundo, provocando que para ella la luna se le instalara en el colchón. En medio de suaves mordiscos de labios se separaron.
Jules se acomodó a un lado para dejarla respirar, tomándola en sus brazos y acomodándola en su pecho. Elisa revoloteaba con sus manos que parecían alas de mariposas, con tiernas y cansadas caricias como a él tanto le gustaba.
Dejó caer varios besos sobre los cabellos rojizos que se encontraban húmedos por el sudor, en ese momento ratificaba que lo que sentía por esa mujer era amor y no una calentura como creía Gerard. Ella lo hacía volar, Elisa le había enseñado hacerlo.
Un mareo lo envolvía en medio del deseo al sentir las tiernas caricias de Elisa sobre su pecho, haciéndolo vibrar, iba a destruirlo por completo, eso definitivamente tenía que ser amor.
Era un sentimiento tan enigmático que no sabía cómo describirlo, solo tenía la certeza de lo poderoso que era porque se adueñaba de todo, de la conciencia y hasta de su forma de perder la razón, era una inmensa felicidad que muchas veces trazaba sus peores pesadillas, porque de algo sí estaba seguro y era que no todo era maravilloso, también sentía miedo, terror de perderla, de alejarse, pero también por ella vencería cualquier obstáculo. Elisa era esa fuerza superior que lo impulsaba, que lo motivaba llenándolo de alegría, de ternura, de deseo, con esas ganas de entregarse sin condiciones ni reservas, ella no era un sueño, mucho menos una fantasía, era su más preciada realidad, cada amanecer estaba enmarcado al recordar su mirada. No, lo que lo invadía nunca estuvo ligado a ninguna calentura y Gerard debería saberlo si de verdad estaba enamorado, si al menos sintiera con tal intensidad lo sabría y no lo juzgaría.
—Te amo —escuchó Jules cómo ella susurraba, por lo que abrió los ojos al tiempo que Elisa acomodaba la barbilla sobre su pecho y clavaba la mirada en los verdegris—. Te amo —le dio un beso en el pectoral izquierdo, ése donde su corazón quería reventar su pecho ante los latidos, el lugar era muy pequeño, al saber que ella también pensaba en ese sentimiento que los había devorado por completo—. ¡Dios Jules cómo te amo! Gracias por llevarme a explorar otro mundo tan maravilloso —susurró elevando una vez más la mirada y anclándose en la de él.
—Gracias a ti mi reina por permitirme llevarte —le agarró una de las manos y le besó los dedos tiernamente—. Por haberme ofrecido la oportunidad que tanto te suplicaba, que te imploraba. Solo rogaba con la mirada que me amaras y tú no te dabas cuenta, te quedabas con la mirada en el plato... eso lo hacías mientras compartíamos un almuerzo o cena y no me importaba que Frank estuviese presente, solo te pedía en silencio "Elisa mírame"... "mírame y ámame... por favor, regálame tu amor, lo quiero para mí" y mientras te miraba mi comida se enfriaba y en el momento en que tu mirada fugaz se cruzaba con la mía era cuando me disponía a comer y aunque estaba fría poco me importaba porque descubrí en tus ojos que no habías entregado amor alguno y yo quería que me lo dieras a mí; ahora que me lo has brindado solo te pido, "ámame Elisa, en este instante, dentro de dos horas, mañana, siempre, aun después de la muerte" porque aunque esté muerto yo te voy a seguir amando y te dejaré parte de mi amor para que no me olvides —cerró con sus brazos ese cuerpo que veneraba.
Una vez más los labios se unían en un beso sumamente tierno con tinte apasionado, para Jules era imposible ser solamente tierno, su esencia era animal, arrebatada y ese sencillamente era el complemento de Elisa.
Se separaron un poco y él llevó ambas manos al rostro de ella, acunándolo, perdiéndose en la sensualidad y hermosura de su mujer. Elisa lo imitó y con sus dos manos acunó el rostro de Jules, ahogándose en esos enigmáticos ojos verde gris, únicos y especiales en sus facciones masculinas que la enloquecían, alargó uno de sus pulgares y acarició el lunar que se encontraba a un lado del tabique.
—¿Te he dicho que este lunar es fascinante? —susurró su pregunta mirándolo a los ojos, retiró suavemente el pulgar y esta vez acarició el lunar con los labios.
—No me lo habías dicho —ronroneó al sentir la sensación aterciopelada de los labios de ella—. Es hereditario, mi padre y mi hermano también lo tienen, mi papá lo tiene justo aquí —mencionó señalándose debajo de la nariz, casi en el labio superior—. Y mi hermano lo tiene en el nacimiento del tabique —hablaba perdido en la mirada de ella, en ese momento tomó un mechón rojizo y lo colocó detrás de la oreja.
—Entonces eso hace a los Le Blanc mucho más interesantes —halagó con una maravillosa sonrisa.
—Cuando los conozcas no creo que sigas pensando lo mismo, Jean Pierre no termina de madurar, para tener treinta y tres años parece ser un adolescente, espero que dentro de poco los conozcas, que conozcas a mis hermanas también —hablaba mientras veía un futuro al lado de ella, justo en instantes como ese era que las ganas por hablar con Frank y decirle todo lo que estaba pasando lo rebasaban. Guardaba la esperanza de hacerlo entender cuando le contara todo.
Ella se alejó lentamente del abrazo, tal vez para evitar hablar de algo que por el momento veía imposible y no quería darles alas a sus ilusiones; salió de la cama. Él la observó sonriente, admirando la melena rojiza aún húmeda, que le caía sobre la espalda, el derrier perfecto, esas caderas que lo llevaban al desespero y todo lo demás sencillamente lo dejaban sin aliento. Se incorporó un poco y se sentó en la cama, adhiriendo la espalda a la cabecera, de su pecho se escapó un profundo suspiro. Elisa al escucharlo volvió medio cuerpo y le regaló una sonrisa.
—¿Qué quieres que haga? Estoy loco por ti —confesó sonriendo.
Ella se besó los dedos y seguidamente ese beso lo echó a volar, sin otro destino más que los labios de su francés.
Se encaminó a la cocina y bebió un poco de agua, llenó el mismo vaso para llevárselo a Jules, estaba por salir de la cocina cuando su mirada se posó en la cesta de frutas que reposaba en uno de los mesones de la alacena, agarró una y salió de regreso a la habitación.
Al llegar, Jules nuevamente posó la mirada en ella, quien se sentía muy cómoda con su desnudez, ¿cómo no estarlo si tenía el más perfecto de los cuerpos?, el más hermoso que jamás había visto, sus piernas perfectamente delgadas y torneadas, su cintura podía atar cualquier locura, él podía cerrarla con sus manos, su vientre plano y sus senos a pesar de ser madre y haber amantado, estaban en su lugar, con un tamaño hecho para poder cubrirlos con sus manos, sin duda alguna ella estaba hecha a su medida.
Jules había halado la sábana y se había cubierto un poco, al menos su masculinidad, Elisa entró a la habitación y perdió la mirada en él, hermoso, único, grande, muy grande como era el francés, ya lo había comparado con varios dioses, con diferentes esculturas y aun así sentía que ellas no le hacían justicia.
Se acercó a la cama y le entregó el vaso con agua, él se tomó la mitad de un trago y colocó el vaso en la mesa de al lado, le regaló una caricia a uno de los muslos femeninos, invitándola a que se metiera en la cama una vez más.
Elisa se sentó ahorcajada sobre las fuertes piernas de Jules, quien sin perder tiempo le llevó las manos a las caderas, perdiéndose en la mirada de ella, hasta que un desliz de sus pupilas captó lo que su mujer tenía en las manos.
Siguió atentamente los movimientos de Elisa pelando la fruta mientras que como una niña que estaba a punto de cometer alguna travesura se repasaba los labios con la lengua.
—¿Qué haces? —le preguntó él con voz ronca.
—Comer —respondió con gran nota de inocencia en la voz—. Necesito energías —aclaró elevando la mirada y clavándola en la de Jules al tiempo que lentamente se llevaba el plátano a la boca, lo succionó sensualmente un par de veces antes de morder solo un pequeño pedazo.
El francés hizo acopio de todo su autocontrol para no dejar libre el jadeo que se atravesó en su garganta, porque su mente retorcida maquinaba otras cosas. Ella repitió la acción un par de veces más, derrochando erotismo con toda la intención, pero a él le mostraba una máscara de inocencia.
—¿Quieres? —le ofreció acercándoselo.
Él a quien el deseo ardiente lo tenía mudo, no pudo más que negar en silencio; ella debía ser consciente de lo que estaba ocasionando en él, porque estaba latiendo y elevándose a una gran velocidad.
Elisa elevó los hombros de manera despreocupada y prosiguió con su arte de comer cámbur, muchas veces le sonreía mientras masticaba como esa niña mala que disfrutaba de la travesura.
La garganta del francés ronroneaba y él sabía que esas sonrisas que ella le regalaba eran por sentirlo palpitando contra su centro, que descansaba sobre su soldado, ése que se estaba preparando para una nueva batalla.
—Se terminó —dijo con un puchero, dejando caer la concha sobre la mesa—. ¿Puedo comerme otro? —le preguntó con ingenuidad.
—Sí... sí, claro amor —susurró con voz vibrante ante el ardor desbocado.
Ella le regaló una sonrisa realmente pícara y se mordió solo la esquina derecha del labio inferior al tiempo que el corazón de él se disparaba.
Elisa con movimientos estudiados se puso lentamente a gatas, acercándose a él y sin desviar un solo segundo su mirada de la verde gris. Jules empezó a temblar y un espasmo lo recorrió enteramente cuando ella haló la sábana y dejó al descubierto ese pilar ansioso, ese que se derretía por ser saboreado, que anhelaba que los labios de ella lo surcaran.
—Este es mucho más grande —susurró con la mirada en el pene mientras él sentía el cálido aliento de ella estrellarse contra su punto más sensible—. Seguro que me durará un poco más —acotó y se pasó una vez más la lengua por los labios alargando la tortura en él, quien miraba atento cada gesto de ella.
—Eres muy golosa —jadeó Jules al sentir cómo ella lo tomaba con una de sus manos y bajaba la suave y delicada vestidura de su miembro, el que sin duda se encontraba ligeramente ardido ante los roces de placer que le había brindado, pero no era suficiente para que el placer llegara a su fin.
—¿Eso crees? —preguntó con una sonrisa maliciosa.
—Sí —no dudó en responder mientras que con ternura le acomodó los cabellos hacia un lado, para después recorrer la espalda femenina con la palma de su mano, dejándole esa energía maravillosa que él desprendía.
Él detuvo los movimientos de sus manos y apretó la mandíbula cuando sintió los labios de ella acariciar su punto inicial, ése que se encontraba perlado y más rojo que de costumbre ante toda la sangre concentrada, latiéndole a mil, era tanto el placer que dolía y Elisa con sus labios succionando suavemente lograba con eso que se calmara, con cada lamida lo hacía perder la noción del tiempo y del espacio.
Ella sabía cómo mimarlo y a él poco le importaba el dolor, porque a su miembro solo le interesaba mantenerse erecto, que lo mantuvieran de esa manera y ya después lidiaría con la irritación, porque anhelaba recompensar los días que no podía compartir con el amor de su vida.
Después de eso la boca y las manos de Elisa empezaron hacer un desastre de él, a arrastrarlo a ese infierno que ella creaba, acompañado de las miradas sensuales que le dedicaba, él quería romper con sus manos las almohadas ante el placer que estaba experimentando; más de una vez tuvo que llevarse una a la boca y morderla porque Elisa había adquirido una habilidad magistral que no se comparaba en nada a cuando se lo hizo por primera vez, ahora era una veterana que lo castigaba con un placer extraordinario, haciéndolo sudar, jadear, maldecir, bendecir, suplicar y hasta llorar, tenía lágrimas ahogando su garganta a causa de tanto goce.
—Acércate más —le pidió sin saber dónde había encontrado la voz.
Se incorporó un poco y agarró uno de los muslos de Elisa, halándola y guiándola hacia donde él la necesitaba.
Elisa sin dejar de saborear las mieles saladas que brotaban cristalinas de esa poderosa, palpitante y caliente, muy caliente daga, se acercó un poco, colocándose a su lado y sofocó un jadeo en el miembro justo en el momento en que sintió tres de los dedos de él acariciar sus pliegues, pasearse de arriba abajo, creando esa advertencia que iba al centro de su cuerpo y alma, jugando con su sexo hasta que uno de esos dedos se atrevió y entró, quemando con el más dulce de los fuegos, como si fuese una antorcha.
—Dime lo que sientes —pidió Jules con los dientes apretados, en un susurro.
—Dulce fuego, dulce ardor —murmuró ella clavando la mirada en la de él, para luego regresar a su labor, poseyendo esa estaca de carne como su más preciado regalo, envolviéndolo con su aliento.
—Que me consume y me posee, es lo mismo que siento... quémame Elisa —suplicó siguiendo con sus dedos el juego que mantenían en el sexo de ella, dedos que cada vez se movían con más ímpetu y su otra mano voló al mismo lugar, apoderándose de una de las nalgas, masajeándola a su gusto.
Se incorporó aún más para besar, succionar y morder suavemente la espalda, hombros y costados de esa mujer, queriendo robarle el sabor de la piel.
Ella gemía y rugía ante el placer que él le prodigaba, al tiempo que le regalaba lánguidas succiones al pene.
Elisa había aprendido el punto exacto en el que debía abandonar la labor de su boca, solo le manipulaba con sus manos y con suavidad los calientes testículos, estimulando el placer, ése que lo cegaba mientras su sexo palpitaba con furia y lloraba, lloraba de goce, lágrimas de miel salada que escurrían entres sus pliegues y bañaban los dedos de su amante que aún la estimulaban.
Elisa se incorporó entre salvaje y sensual, despejando de su cara los cabellos con un enérgico movimiento y los cabellos al aire se robaron toda la atención de Jules, se puso de espaldas a él y una vez más se sentaba y lo montaba, compartiendo ese jadeo de encajar la pieza exacta en ese rompe cabeza.
Ella sintió el torso y pecho de él aferrarse a su espalda, con uno de sus fuertes brazos le cerró la cintura y la otra mano la llevó hasta la mandíbula de ella para hacerla volver un poco y atrapar su boca, ésa que era deseo puro, que era pasión desbocada, saboreando la sal de sus fluidos y el dulce de la fruta, esos sabores aún permanecían en la boca de su amor mientras Elisa se mecía agónica e intensamente. Ambos confundían jadeos, susurros, miradas, sudor y aliento, siendo así la combinación perfecta.
Elisa llevó sus manos hasta la de él y la guio hasta su vientre, sintiendo cómo cada átomo de su cuerpo explotaba uno a uno, podía sentirlo ante las sensaciones de esa mano posicionándose en su vientre, aplicando una presión exacta.
Él también se mecía debajo de ella y le mantenía prisionero entre sus dientes el labio inferior, su mirada profunda le atravesaba el alma, su garganta se inundó y un sollozo se ahogó en la boca de Jules, que se alejó un poco y la miró a los ojos ahogados en lágrimas.
—Te amo —susurró ella con las pocas fuerzas que poseía.
Él llevó su mano a la mejilla de ella y la cubrió.
—¿Tanto como yo? —preguntó con las emociones más lindas bailando en su ser y ella asintió con energía—. ¿Tienes idea de cuánto te amo? —le preguntó una vez más y ella negó.
—No lo sé, porque no sé cuánto te amo, no puedo contarlo, mucho menos medirlo... es demasiado, no existen cálculos que puedan demostrarlo, solo sé que te amo con todo lo que tengo —murmuró mirándolo a los ojos.
La mano que reposaba en su mejilla la arrastró hasta los labios, regalándole un beso eterno para luego dejarla reposar sobre su vientre dejándola ahí grande y cálida, amparando ese pedacito de su cuerpo, que en ese momento lo significaba todo.
Jules siguió con su danza de pasión, moviéndose para elevar al cielo a su más grande amor, sin parar de besarle la espalda y los hombros, dejándose guiar por ella y atravesar las estrellas de la mano de Elisa, descubrir lo maravilloso que se sentía flotar en el infinito.
Sin pedirle permiso la tomó por la cintura y la volvió de frente a él, llevando una mano hasta su cuello y la otra a la nuca, para someterla con ese beso que ardía en sus labios, queriendo desintegrarla ante las ganas y él también volverse nada en sus brazos.
Mientras Elisa tiraba de sus cabellos con tal desespero que lo dejaban sin aliento, las lenguas adoloridas y cansadas le cedían el paso a los labios y dientes, tan apasionados, tan salvajes como les gustaba entregarse, disfrutaban de hacer el amor intensamente mientras el cielo se les venía encima y adornaba la habitación, para alcanzar ese orgasmo que les hizo brotar lágrimas... lágrimas de pasión, de satisfacción, de deseo pero sobre todo de amor, mientras se miraban a los ojos apenas podían contener la respiración, con las bocas abiertas para llenar los pulmones, sin dejar de rozarse los labios temblorosos y sonrojados; así mismo tenían los cuerpos, con los corazones marcándole la más hermosa melodía al tiempo que le daban las gracias a Dios por haber bendecido sus almas, rendidos en medio de las sábanas empapadas por el más delicioso de los placeres.
Nota: Espero que hayan disfrutado de estos tres capítulos. ¡Feliz inicio de semana!
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