CAPÍTULO 21
La mirada de Gezabel se posó en Gerard quien lanzaba la ropa en las maletas sin ningún cuidado, no entendía por qué cambió de decisión para marcharse dos días antes.
Intentaba procesar la información mientras él se movía muy rápido dentro de la habitación, lo observaba desde la cama donde se encontraba sentada y a segundos su mirada se anclaba en los nudos de ropa tirados en la valija.
—Gerard, no entiendo cómo es que nos vamos hoy mismo... ¿Pasó algo? —preguntó agarrando un pantalón de él y doblándolo adecuadamente.
—No... no pasó nada —confesó, pero su voz era demasiado fría, sobremanera sabía que su actitud no era por ella, pues así había regresado de la calle—. Solo nos vamos.
—De acuerdo, ¿pero al menos podríamos pedirle a alguna de las mucamas que organicen tu equipaje? —habló poniéndose de pie y acercándose a él—. Porque eso —señaló la maleta—. Es un completo desastre —rodeó con sus brazos el cuello de su prometido y le regaló una maravillosa sonrisa, a la que él correspondió a medias.
—Tienes razón —susurró bajando una de sus manos y tomando la de Gezabel para llevársela a los labios, le depositó un suave beso en el dorso, al tiempo que cerraba los ojos.
Ella sabía que algo pasaba con Gerard y sus teorías se reforzaron al verle los nudillos de la mano maltratados, dejó libre un suspiro y cerró los ojos, sintiendo en ese momento los labios de él posarse sobre los suyos, en un tierno beso. Después de un minuto de saborearse los labios y disfrutar de las sensaciones, él se alejó y ella elevó sus manos acunándole la cara.
—¿Todo bien? —preguntó en un susurro mirándolo a los ojos negros mientras veía cómo él tragaba en seco y sus ojos demostraban que ocultaban algo que verdaderamente le dolía.
Él asintió en silencio, pero después negó y se aferró a ella, abrazándola y un sollozo se escuchó en la habitación, seguidamente de los espasmos del cuerpo de Gerard que eran producidos por el llanto.
—Amor —susurró mientras le frotaba la espalda sin poder entender qué había pasado—. ¿Por qué no me cuentas qué te pasa? —preguntó haciendo el abrazo más fuerte.
—Geza, yo no quiero tener secretos contigo, pero esto no puedo contártelo... no debo hacerlo —habló con voz temblorosa y alejándose un poco mirándola a los ojos—. Pasa algo, sí pasa, pero no a mí y yo no puedo decir qué es, mucho menos qué persona está involucrada, solo confía en mí, es mejor que nos vayamos esta misma noche... no quiero, no puedo estar aquí —su voz evidenciaba la tormenta que lo azotaba interiormente, ella solo asintió en silencio.
—Está bien, sabes que yo te apoyaré en todo, que estaré contigo en los momentos más difíciles, ¿qué no haría yo por ti? —se preguntó ella misma—. Me rentaría el sótano en el infierno por ti, cargaría con miles de cruces por este amor, por este sentimiento —susurró perdida en la mirada de él.
Esas palabras taladraron en su corazón, cautivándolo y enamorándolo aún más, pero también se fijaron en su conciencia, mezclándose con algunas de las palabras de Jules y su mirada se ancló en Gezabel, preguntándose en ese momento, ¿qué sería de él si no pudiese tenerla?, si ella no fuese libre la amaría igualmente, porque estaba seguro que un estado civil no definía un sentimiento, era la esencia y entonces comprendió a su amigo, lo comprendió a él pero no a esa mujer que jugaba con él, porque de eso estaba totalmente seguro.
—Te amo —susurró al tiempo que buscaba los labios de ella.
Después de varios minutos demostrándose el amor que se tenían, Gezabel bajó y pidió la ayuda de una de las mucamas para que preparara el equipaje de ambos.
La mirada de ella captó a los señores de la casa en una de las terrazas. Frank se encontraba sentado cómodamente con las piernas cruzadas y su mirada se fijaba en un libro, realmente estaba sumido en la lectura mientras que Elisa tenía al niño en sus piernas y al parecer le estaba enseñando a contarse los dedos de las manos, parecían ser una pareja normal pero no feliz, al menos en ella no había felicidad, al ser mujer podía apreciarlo fácilmente.
Sin duda alguna la vida de esa mujer era triste, el señor Wells era un hombre extraordinario, un anfitrión único, pero como esposo, como el esposo de una mujer joven no era lo que alguna pudiera soñar, no era lo que una anhelaba.
Dejó libre un suspiro y se encaminó a la alcoba de Gerard, donde la mujer ya organizaba el equipaje, ella fue a su habitación y empezó a prepararse para el viaje.
Después de cuarenta minutos Gerard y Gezabel bajaban las escaleras, él venía con equipaje en mano y su mirada se posó en la pelirroja que estaba sentada cerca de la ventana con la mirada perdida en el jardín, con el niño dormido en los brazos. La sola presencia de Elisa Wells le causaba rechazo, ¿cómo podía ser tan hipócrita y jugar con los dos hombres?, sin valorar los sentimientos de éstos, solo le importaba satisfacer su deseo, buscar su placer y nada más, ¿cómo podía una mujer caer tan bajo y no respetar siquiera a su propio hijo? En ese momento Frank venía saliendo del despacho cuando los observó bajar las escaleras y detuvo sus pasos al ver las maletas en las manos de Gerard, evidentemente preparado para partir.
Elisa también fue consciente de la presencia de los huéspedes y se puso de pie lentamente al verlos listos para marcharse.
—Gerard —fue lo único que pudo decir Frank sin poder coordinar.
—Disculpa Frank es que hemos decidido irnos hoy—. Desvió la mirada a la mujer a su lado—. Gezabel quiere conocer un poco de Nueva York y por eso nos vamos dos días antes. Fue una decisión de último momento, apenas lo decidimos esta tarde —acotó regresando la mirada al hombre y llegando al final de las escaleras.
—Sí señor, estoy ansiosa por conocer Nueva York, me han dicho que el Central Park en esta época es bellísimo, que empieza a teñirse de naranja —dijo mostrando la mejor de sus sonrisas y tratando de parecer convincente mientras ayudaba a Gerard a dar la mejor de las excusas.
—Ciertamente es hermoso —acotó Elisa parándose al lado de su esposo y aferrándose a uno de sus brazos. Gerard fijó la mirada en el agarre y no podía creer lo manipuladora que era la mujer, cómo antes no se dio cuenta de que era una rastrera—. Pero podrían esperar un poco más, aún no está en todo su esplendor... deberían quedarse una semana más y así estar para el otoño —hablaba con amabilidad, esa que para Gerard era una mentira.
—Gracias señora, pero tengo asuntos pendientes en Francia, creo que ya los he evadido lo suficiente—. Intervino tratando de controlarse y parecer lo más amable posible, pero en realidad quería decirle todo lo que pensaba de ella, que era una mujer sin escrúpulos, sin decencia.
—En ese caso no tiene caso que sigamos insistiendo, pero si nos dan unos minutos podríamos prepararnos y acompañarlos a la estación, aún falta para que salga el tren —pidió la pelirroja mientras que Frank no lograba salir del asombro, notando en Gerard cierta incomodidad.
—No señora, la verdad no hace falta, ya mucho se han esmerado por brindarnos comodidad —expuso Gezabel sonriente, ya que Gerard solo fijó la mirada en la dueña de la casa y en ese momento supuso que Elisa tenía algo que ver con su partida.
—Hijo, Gerard, pero me hubieses avisado, si solo hace un par de horas que llegaste, ¿no vas a avisarle a Jules? Seguramente querrá enviarle algo a su familia, ¿no tenían planeado salir mañana? —preguntó Frank con voz amable.
—Sí señor íbamos, pero realmente prefiero complacer a mi prometida... —desvió una vez más la mirada a Gezabel y ella pudo notar cómo los ojos de él se cristalizaban—. Sin embargo, pasaré por su departamento antes de llegar a la estación —expuso sonriente, esa sonrisa que era obligada. Colocó las maletas en la alfombra y se acercó a Frank dándole un abrazo—. Gracias por todo Frank, siempre has sido un hombre honorable, por eso mi padre te aprecia tanto, por lo que te veo como a un tío —hablaba haciendo el abrazo más estrecho, sintiendo tanta melancolía porque él no se merecía lo que le estaban haciendo, no se merecía a la mujerzuela que tenía al lado.
—No tienes que verme como tu tío, sabemos que eres mi sobrino, para eso Jean Paul, Gautier y yo somos hermanos, una amistad de tantos años es más fuerte que cualquier lazo de sangre —explicó palmeándole la mejilla con ternura—. Y quiero que le digas a tu padre que los iré a visitar pronto, tal vez en dos meses, prometo preparar todo. Espera un segundo... —dijo alejándose y encaminándose al despacho.
Gerard aprovechó ese momento y desvió la mirada a Gezabel.
Dennis llegó y le ofreció su ayuda a la señora Elisa, quien le entregó el niño dormido, no sin antes depositarle un beso en los cabellos. Al estar un poco más cómoda, en un movimiento inconsciente se alisó el vestido y regresó la mirada a los presentes.
—Espero verdaderamente que disfruten la estadía en Nueva York, supongo que no han reservado algún hotel, me dan un minuto y llamo al Palace para que les guarden la suite principal, mi familia tiene acciones en este hotel... —hablaba encaminándose al teléfono.
—Señora... —intervino Gerard, deteniendo el andar de Elisa—. No es necesario que lo haga, ya su tío Brandon me ha ofrecido la estadía en el Palace y habrá una habitación para nosotros —dijo tratando de parecer lo más amable posible.
—Bueno, en ese caso —acotó Elisa elevando ambas cejas y mostrando una sonrisa, esa que Gerard aborreció completamente—. No hay nada que hacer, verdaderamente ha sido un placer su visita señor Lambert, igualmente señorita Cárdenas.
En ese momento apareció Frank con una gran sonrisa y una maleta rectangular Rimowa de metal, la cual colocó sobre una de las mesas y abrió dejando al descubierto lo que llevaba dentro.
—Esto es para mi ahijado —dijo sonriente.
—Creo que Jean Pierre tendrá mucho tiempo de ocio —expuso un sonriente Gerard, pues pudo ver dentro de la maleta un equipo de golf y otro de Polo. Todos los tacos y bastones personalizados en los mangos, que eran de platino y el nombre del senador Le Blanc tallado en oro—. El palacio de Luxemburgo se dará cuenta que uno de sus senadores faltará más de lo habitual.
—Solo espero que me dedique alguna de las victorias —pidió Frank sonriendo y cerrando la maleta—. Espero en menos de tres meses retarlo a un partido de Golf —finiquitó al tiempo que le hacía un ademán a André, quien siempre permanecía a un lado de la puerta principal—. Llama a Douglas —le solicitó al mayordomo, quien asintió en silencio y salió en búsqueda de uno de los guardaespaldas.
Cuando Douglas llegó, fue el encargado de llevar el equipaje al vehículo que los llevaría a la estación de trenes, no sin antes pasar por el apartamento de Jules.
A Geza le extrañó que se despidió muy rápido de su amigo, además de verlo regresar con las manos vacías, cuando le preguntó que qué le había dicho él solo dijo que nada relevante, que solo se despidieron y ya, algo que le pareció realmente raro porque ellos eran más que amigos, eran como hermanos, como para despedirse así y ya.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro