CAPÍTULO 18
Elisa había dispuesto de tres decoradores, los más exclusivos de la élite norteamericana, los que se esmeraron en ofrecerle la más exquisita decoración en colores blanco, champagne y naranja. Además de hacer algunas remodelaciones, entre las cuales estaba la ampliación con cristales de uno de los salones de la mansión Wells, para crear el área donde se bailaría el primer vals de los esposos Lerman.
Un último vistazo mientras Flavia esparcía perfume sobre su cuerpo, vestida con un hermoso traje color turquesa, largo, que brillaba ante el más leve movimiento debido a la pedrería con la que estaba elaborado. Salió hacia la habitación donde estaban ayudando a su hermano a vestirse. Estaba segura que podría toparse con alguno de los cuarenta huéspedes que se estaban quedando en su casa desde el día anterior, nunca le había dado utilidad a las habitaciones de la tercera planta de la mansión.
Se detuvo frente a la puerta y tocó con suaves golpes de sus nudillos.
—Puedes pasar Elisa —le hizo saber Daniel desde el interior.
Abrió con cuidado y se asomó dejando ver medio cuerpo a los caballeros que lo acompañaban.
—Permiso —pidió entrando—. Tío —saludó primero a Brandon.
—Hola Elisa —le regaló una cálida sonrisa, sin dejar de lado su labor de ajustar las mancuernas de Daniel, quien apenas le dio un vistazo a su hermana.
—Sean espero que no lo ahorques —pidió dejando libre media sonrisa, ya que su primo estaba dándole los últimos arreglos al plastrón.
—No prima... si lo hago tendré mi sentencia de muerte más que firmada y te aseguro que no serás mi verdugo, ese puesto te lo quitará Vanessa —acotó logrando que todos los presentes sonrieran.
—Estás realmente hermosa amor —dijo Frank levantándose de la cama, desde donde observaba cómo ayudaban a Daniel. Llegó hasta ella y le dio un beso en la mejilla.
—Gracias amor —le sonrió, aunque no se había contentado completamente con su esposo por el desinterés que mostraba hacia su hijo, agradecía que permitiera la celebración de la boda de Daniel en la mansión y aceptara a parte de su familia y la de Vanessa como huéspedes.
—Frank tiene toda la razón Elisa —intervino Brandon, tomando la otra mancuerna.
—Gracias tío —respondió amablemente.
—Es que a Elisa le gusta poner a mil los corazones —participó su hermano mirándola de soslayo y sus ojos dejaron libre un destello entre orgullo y complicidad.
—Daniel por favor —se sonrojó un poco ante el comentario de su hermano, se soltó del abrazo de su esposo y se encaminó a la ventana para observar el ambiente en el jardín.
—Ya el novio está listo —mencionó Sean.
—Entonces, nosotros bajamos —hizo saber Frank acercándose a Brandon.
—Quince minutos Daniel y recuerda todo lo que te dijimos —Brandon le dio un abrazo y Frank le palmeó un hombro.
Elisa se volvió y se acercó a su hermano, uniéndose a él en un abrazo, sin decir nada, ambos estaban con los ojos cerrados mientras Sean observaba la escena en completo silencio, percatándose de ese amor entre ellos. Sabía que eran buenos hermanos, cómplices, pero en ese gesto le estaban dando a conocer que eran mucho más que eso, que a pesar de no convivir eran sumamente unidos, que se amaban y que el uno sin el otro no serían nada, que uno dependía del otro de cierta manera.
—Estoy realmente feliz por ti hermanito, porque tu felicidad es mía también, eso me basta, me es suficiente —susurró mientras sentía las lágrimas hacer remolinos en su garganta.
—Llegará el momento en que tú también lo seas completamente... estoy seguro de eso —murmuró haciendo el abrazo más estrecho—. Llegará el día en que puedas gritar a los cuatro vientos tu felicidad... en que... —hablaba cuando ella deshizo el abrazo, porque era consciente de lo que Daniel quería decirle, pero no estaban solos; por un momento habían olvidado la presencia de Sean y se estaban dejando llevar por las emociones.
—Gracias —aseguró tomándole las manos y mirándolo a los ojos—. Creo que debemos bajar, sino Vanessa llegará primero que tú —dejó libre media sonrisa para luego desviar la mirada a Sean, quien estaba detrás de ella, el joven se acercó mostrando media sonrisa y se encaminó junto a ellos, camino al altar.
A Daniel no lo habían dejado que viera las remodelaciones que su hermana le había hecho en su mansión por el motivo de su matrimonio, jamás pensó que se tomaría tan en serio su papel de organizadora del evento, pero conociendo a Elisa no podía esperar menos.
Al salir de la habitación y llegar a lo alto de las escaleras el olor a orquídeas, calas y rosas lo embriagaron por completo, era un verdadero placer poder observar los arreglos florales que adornaban las barandas.
La mirada de Daniel se perdía en los arreglos mientras bajaba, dejándose guiar por Elisa y su padre, quienes lo condujeron por uno de los pasillos que daban a uno de los salones.
El lugar creaba una extensión que daba al jardín, captando toda su atención un gazebo de más de cinco metros de alto, con columnas de mármol blanco, enmarcando una exquisita arquitectura helénica, luces tenues iluminaban el jardín y los arreglos florales de las escaleras sencillamente eran una muestra de lo que sería la decoración.
—Elisa... esto no estaba aquí —le dijo deteniendo sus pasos, sabía que su hermana le había bloqueado el acceso a esa parte del jardín y le había dicho que los arreglos eran para una fuente, no para celebrar su matrimonio—. Te dije que no quería gastos extremos... es que lo sabía, debí suponerlo, el entusiasmo en tu voz te delató —le dijo el moreno mirándola a los ojos.
—Sí... bueno, no estaba, pero tenía pensado hacerlo de todas formas. Vamos Daniel... ¿Dime que no está hermoso? —le pidió con una sonrisa mientras Sean también reía cómplice.
—Está maravilloso, pero no era necesario... no lo era, cualquiera de los salones hubiese servido —susurró acariciando con el pulgar la mejilla izquierda de su hermana, ella tomó la mano de él y le depositó un beso.
—Esto no es nada... deja de ser tan estúpido Daniel Lerman —pidió sin dejar de sonreír—. Quería hacerlo y bien sabes que cuando quiero algo lo consigo.
Daniel le dedicó una mirada de reprobación y Sean que se mantenía en silencio admirando la felicidad de los hermanos rio bajito mientras negaba con la cabeza.
—Bueno... casi todo —carraspeó—. Ahora caminemos, que ya algunos de los invitados se están volviendo a vernos, seguro estarán pensando que no quieres casarte.
—Primo deja de hablarle al viento, bien sabes que Elisa es como una Keisy, que arma y desarma la casa de las muñecas... solo está jugando, esto para ella no es nada y estoy seguro que para el bolsillo de Frank será como quitarle el pelo a un gato —desvió la mirada hacia su hija—. Dentro de dos semanas puedes mandar a tumbarlo, aunque todo está verdaderamente hermoso, muy elegante, debo felicitarte—. Le agarró la mano y le dio un beso.
Las sillas en el jardín estaban distinguidamente decoradas en color champagne y naranja, formaban filas en una extensión de unos veinte metros, donde aguardaban los invitados sentados, todos se volvieron para admirar a Daniel Lerman, quien llegaba en compañía de los padrinos de la boda.
Con sonrisas amables miraban a los presentes, Sean observó en primera fila al lado derecho estaba su esposa junto a sus padres, también estaban su tío Brandon junto a su esposa y Victoria con su novio.
Daniel mientras se acercaba se percató de la presencia de su padre y para su mayor sorpresa estaba Deborah, quien lo miraba con ojos brillantes por la rabia; su vestido negro dejaba ver que estaba en desacuerdo con su matrimonio, pero ella no iba a amargarle uno de los días más importantes de su vida. Valoraba más la sonrisa franca que su padre tenía anclada en el rostro, al lado de él estaban las primas de Vanessa, ya su tío Brandon le había notificado que su abuela Margot no estaría presente por una presunta indisposición física, pero él sabía que verdaderamente había sido debido a la discusión que se suscitó días antes con su tío Brandon.
Elisa recorría con su mirada a los invitados, buscando al más importante para ella, pero no lo hallaba, pensó que tal vez decidió no asistir para no tener un incómodo encuentro con su madre, por lo que la sonrisa poco a poco se fue congelando en sus labios.
Llegaron hasta el gazebo que los amparaba bajo la formidable cúpula, la parte trasera y los costados estaban adornados con cortinas en colores alusivos a la decoración, las mismas se agitaban suavemente ante la brisa.
Desistió de seguir esperando por Jules, porque definitivamente no asistiría, no podían obligarlo, pero tampoco se salvaría de que ella le dijese sus verdades, porque habían quedado en que asistiría, entonces no entendía por qué engañarla como si fuese una estúpida.
Prefirió dejar de pensarlo y concentrase en conversar con su hermano y primo. Cruzó su mirada un par de veces con la de su madre y finalmente prefirió ignorarla totalmente.
Sean empezó a contar anécdotas de su niñez, arrancándole sonrisas a todos, no pudieron evitar recordar a sus primos que murieron en un accidente automovilístico, aunque lo hicieron con alegría.
Elisa estaba concentrada en la conversación y reía sutilmente cuando una fuerza inexplicable la obligó a volverse hacia los invitados, era ese imán que la atraía sin importar que ella se opusiera, porque su ímpetu era mínimo contra esa esencia, se volvió a medias y sus nervios se desataron como una avalancha que arrasaba su seguridad y su molestia de hacía unos minutos. Apenas había girado medio cuerpo cuando pudo ver a Jules llegar.
Él intentaba desviar la mirada de la espalda de ella, pero le era imposible. Jugaba a su favor que Elisa podía ser el centro de atención de todos los presentes. Llegó hasta la primera fila y tomó asiento al lado de Frank, quien lo saludó palmeándole un hombro y una amplia sonrisa a la que él correspondió, vestía con un traje gris y una corbata vino tinto sin dejar de sonreír, volvió la mirada a la mujer que amaba y quien le regaló el mismo gesto.
Deborah al ver el brillo en los ojos de Elisa volvió su mirada disimuladamente a un lado y pudo ver al francés desgraciado que estaba al lado de Frank. No pudo evitar que la bilis se le subiera a la garganta ante semejante descaro por parte del hombre, ¿acaso ella era muy perceptiva o todos estaban ciegos? Frank reinaba entre los estúpidos porque conversaba muy amenamente con él, sin saber que ese traidor se estaba llevando a la cama a su esposa.
Los pensamientos de Deborah fueron interrumpidos por las notas de la marcha nupcial, haciendo que todo el cuerpo de la mujer se estremeciera de ira, impotencia y desagrado. Todos se volvieron a mirar a la novia menos ella, quien mantuvo su mirada al frente, pero un suave apretón de John en su brazo y una mirada de advertencia la obligaron a clavar sus ojos en la arribista que le destrozaría la vida a su hijo.
Daniel sintió su corazón dar una voltereta dentro del pecho en cuanto sus ojos captaron la figura de Vanessa envuelta en un hermoso vestido de seda y raso color champagne, adornado por perlas y diminutos cristales en el talle, haciendo pasar desapercibido su estado de tres meses recién cumplidos. Sus ojos brillaban con tal intensidad que parecían dos luceros iluminando su rostro moreno, sus labios suaves y delicados pintados sutilmente lucían como un capullo de rosa, sin duda alguna era la mujer más hermosa que sus ojos hubiesen visto jamás.
Desde el mismo momento en que puso sus pies en esa casa, se había sentido como en un sueño, su cuñada la trataba con tanto aprecio que en pocos días llegaron a ser las mejores amigas, no esperaba que Elisa fuese tan especial y ver cada detalle en ese lugar, la hacía sentirse en un verdadero paraíso; no solo por la decoración y el lujo que había desplegado, sino porque todo eso lo hacía por hacerla sentir bien.
Se quedó sin aliento cuando vio el gazebo al final del camino y su padre tuvo que acariciarle suavemente su mano para hacerla reaccionar cuando las notas empezaron a inundar el lugar, solo había dado un par de pasos y Daniel se volvió para mirarla, justo en ese momento sintió como si el espacio donde él se encontraba se hubiese iluminado, la calidez que emanaba del hombre junto al altar, del padre de su hijo, de ese que había llegado para hacerle creer en el amor de nuevo.
Daniel era su más hermosa realidad y al mismo tiempo su más preciado sueño, él lo era todo y mucho más. Todo lo demás había desaparecido y solo era consciente de la presencia de él. Cuando se encontraron uno frente al otro, las sonrisas se hicieron más amplias y hermosas, una seguridad que nunca antes habían compartido se instaló en ellos en cuanto sus manos se unieron.
El sacerdote dio inicio a la ceremonia, envolviéndolos a todos en esa aura tan especial.
Cuando llegó el momento de los votos, Daniel se volvió para mirar a Vanessa a los ojos mientras sostenía las manos temblorosas de ella entre las suyas.
—Vanessa, quisiera poder tener las palabras indicadas para hacerte saber todo lo que has hecho nacer en mí, quisiera decirte con palabras porqué mi corazón y mi respiración se aceleran solo con mirarte, porqué cuando tu nombre sale de mis labios es como si cientos de esperanzas nacieran dentro de mí... nunca me había sentido así, con esta seguridad que me embarga cuando siento tu mano junto a la mía, siento que puedo vencer cualquier obstáculo, puedo hacerlo si tú estás a mi lado... Tú eres mi fuerza, mi luz, mi esperanza, solo quiero decirte que... que lucharé todos los días por hacerte la mujer más feliz del mundo, por merecer cada una de las sonrisas que deseo me regales cuando despiertes —mencionó y su voz vibró algunas veces por las emociones que se desataban en su interior, luchando por no llorar.
—Daniel, yo... he sido la mujer más feliz del mundo desde que llegaste a mi vida, me hiciste vivir de nuevo, tú hiciste nacer un nuevo sentimiento en mí, mucho más intenso... incluso cuando hubo dolor, miedo o rabia, eso también me enseñó a crecer y a luchar por lo que quería para mi vida... y lo que quería y querré por siempre es a ti. Daniel me enseñaste tantas cosas maravillosas, llenaste mi vida de razones para sonreír, para despertar cada día llena de felicidad y confianza, te juro que nunca tendré cómo pagarte... solo haciéndote el hombre más feliz de este mundo, despertándote cada mañana con una sonrisa —pronunció y ya las lágrimas rodaban por sus mejillas.
Él le secó las lágrimas con los pulgares y le dio un beso en la frente. La ceremonia continuó hasta que el sacerdote les indicó a todos que se colocaran de pie, Elisa y Sean rodearon a los novios con la tradicional trenza de flores mientras el padre bendecía los anillos para después declararlos marido y mujer; ellos se acercaron mirándose a los ojos que brillaban por las lágrimas, él sostuvo el rostro de su ahora esposa entre sus manos y le dio un beso lento y cargado de ternura; del cual fueron sacados por el sonoro aplauso que inundó el lugar, llenándolos de emoción y tomados de la mano se dispusieron a salir del gazebo.
Después de recibir las felicitaciones de todos los presentes, las cortinas que le daban un poco de privacidad al gazebo se corrieron, descubriendo ante la vista de todos, un camino que conectaba con otro de los salones a unos cuantos metros.
Los invitados se encaminaron bordeando el camino mientras los esposos Lerman se disponían a caminar. Vanessa y Daniel le dedicaron una mirada de incredulidad y verdadero agradecimiento a Elisa al dar el primer paso por el pasillo creado con seda transparente, la que iba cediendo con cada paso, dejando caer una lluvia de pétalos de rosas en colores blanco y anaranjado a los esposos. Daniel se detuvo y abrazó a Elisa.
—Gracias, de verdad gracias hermanita —le dio un beso en la mejilla, Vanessa también se acercó y con una maravillosa sonrisa y lágrimas en los ojos le agradecía.
—No, no Vanessa, se arruinará tu maquillaje... No es nada, para mí fue un verdadero placer —acotó Elisa llevando las manos a las mejillas de la morena—. Ahora caminen que todavía tienen que compartir su primer baile como esposos —indicó sonriendo.
El salón quedó completamente a oscuras y las notas del vals llenaron el ambiente, las luces que seguían un camino se iban encendiendo una a una, indicándoles que debían seguirlas. Cuando llegaron por fin a la pista de baile, la última luz se apagó.
Todos los presentes se reunieron alrededor de la pareja que empezaba a danzar al compás de las notas, dando la impresión de que estuviesen bailando en una noche de luna llena y colmada de estrellas sin una estructura de por medio, debido al espacio creado completamente en cristal. La pareja se miraba a los ojos mientras bailaba y esa vez no hubo maquillaje que persuadiera que unas lágrimas se escaparan de los ojos de Vanesa.
La penumbra en el salón y las miradas de todos siendo captada por los novios, fue el momento perfecto para que Jules pudiese al menos hacer algo de las tantas cosas que deseaba. Desvió la mirada disimuladamente a Frank, quien estaba al otro lado y con ambas manos tomaba una de las de Elisa, quien estaba en medio de ambos, por lo que con mucho cuidado rozó con la yema de sus dedos el centro de la espalda femenina, pudo sentir cómo ella se tensaba pero supo disimularlo muy bien, prosiguió con su viaje extremadamente lento por la piel suave y tibia que aumentaba de temperatura con cada roce suyo.
Él estaba con la mirada anclada en los novios al igual que los demás, pero percibió cuando Elisa giró apenas perceptiblemente la cabeza para compartir una mirada, en ese momento ella se aventuró y llevó su mano libre y rozó una de sus nalgas, hasta que sorpresivamente la apretó.
Ella pudo ver esa sonrisa arrebatadora en él, esa en la que solo elevaba la comisura derecha mientras observaba a su hermano bailar.
Deborah que quería evitar las muestras afectivas de su hijo para con la campesina, se topó con lo que para ella era mucho peor, John miraba el baile igual que todos, pero ella observaba una aberración. Su hija, ¡esa no era su hija! ¿Cómo osaba tocar a un hombre de esa manera? Y el muy desgraciado la acariciaba sin importar la presencia de todos.
La canción anunciaba sus últimas notas; sin embargo, Vanessa y Daniel seguían unidos por un íntimo beso, fundiéndose en un abrazo único. Las luces poco a poco volvían a alumbrar el salón y los presentes retornaban a las mesas.
Después de unos minutos, Elisa se encontraba sentada en la mesa con su hermano y los familiares de su esposa. Daniel le brindaba a las dos la misma atención.
En otra mesa estaban John junto a Deborah, Frank y Jules quien había sido arrastrado a ese puesto por Frank, viviendo el momento más engorroso de su vida, se limitaba a mirar hacia la pista de baile.
Daniel y Elisa se disculparon con la familia de Vanessa y se pusieron de pie para compartir una pieza, caminaban hacia la pista tomados de la mano cuando Deborah con algunos ademanes logró captar la atención de los chicos.
—Hijos, ¿por qué no comparten con nosotros una amena conversación familiar? —Propuso la mujer y desvió la mirada hacia Jules—. Ya que el señor Le Blanc también es parte de la familia, ¿o me equivoco señor? —preguntó con cinismo.
En ese momento Elisa se tensó y Daniel pudo sentirlo, por lo que le frotó la espalda, estaba seguro de que su madre no iría muy lejos con su teatro, solo quería incomodar a su hermana.
—No debería ser señora, pero sí, me siento parte de la familia, para mí el señor Frank es como mi padre —alegó sonriendo y un brillo se desprendía de sus ojos, no iba a dejarse intimidar por la mujer en ese momento. Frank le palmeó un hombro.
—¡Claro! Jules es como mi hijo mayor Deborah, para mí es de la familia y me alegra que tú también lo veas así —acotó con una gran sonrisa porque era consciente de lo irritable que a veces era su suegra.
Deborah lo miró con los párpados entornados y fingiendo una sonrisa mientras pensaba que Frank era el hombre más confiado del planeta.
Daniel no iba a permitir que Deborah incomodara a su hermana a la que empezaban a sudarle las manos, podía sentirlo en el agarre y cómo temblaba ligeramente, así que decidió devolverle la estocada a su madre.
—Bueno, ya que estamos en una amena conversación familiar, déjenme llamar a mi esposa —pidió sonriendo y le hizo un ademán a Vanessa, quien los estaba mirando desde la mesa que compartía con sus familiares.
La chica se puso de pie y se acercó ante el gesto de su esposo, cuando estuvo lo suficiente cerca Daniel le cerró con el brazo la cintura y la pegó a su cuerpo. Hizo lo mismo con Elisa y le dio un beso en la mejilla.
—Padre, ¿cómo me veo con las dos mujeres que más amo? —preguntó con una brillante sonrisa.
—¿Que cómo te ves? Pues hijo, te ves envidiable, ¿qué más puedo decir? —respondió con el mismo gesto mirando el cuadro y compartiendo la felicidad de sus hijos.
—Con todo el respeto cuñado, no es para menos... la envidia nos corroe —acotó Frank regalándole una sonrisa y le dio un sorbo a su bebida.
—Bueno, antes de que la comida me haga daño por tanta envidia, me voy a compartir un baile con mi esposa, regreso en un minuto para que prosigamos con esta reunión familiar —dijo mirando a su madre, a quien las ganas de molestar se le habían congelado; sin más se alejó, dedicándole una sonrisa a Vanessa.
Daniel apenas había dado unos pasos cuando John pidió permiso porque necesitaba ir al baño. Dejando a Deborah, Elisa, Frank y Jules en la mesa. Elisa tomó asiento al lado de su esposo y se aferró a uno de sus brazos.
La oportunidad de oro para Deborah había llegado, ya verían los amantes que con ella no se jugaba.
—Por cierto, Frank, te tomaste unas merecidas vacaciones en ese viaje a Washington... Quince días, ¿no? —preguntó la mujer con sonrisa maliciosa.
La mirada de Jules se cruzó fugazmente con la de Elisa y la de ella lucía atormentada.
—Tanto como vacaciones no, a pesar de no estar en la empresa, tuve mucho trabajo —respondió posando su mano encima de la de Elisa.
—Supongo y eso que el señor Le Blanc te alivianó un poco el trabajo, al quedarse al mando de la empresa... y me enteré que también de otras cosas —soltó con toda la intención de llevar a su hija y al imbécil de Le Blanc hasta el mayor punto de pánico.
Jules tragó en seco y tensó la mandíbula. Temiendo por un momento hasta dónde podría ser capaz de llegar esa mujer.
—Sí, es que Jules es un hombre único, no sé qué haría sin su ayuda, agradezco a Dios por el día en que su padre decidió enviármelo —confesó Frank.
—Gracias señor, tampoco es para tanto —intervino Jules, decidido a no dejar ir muy lejos a Deborah Lerman con su plan macabro—. Señora, si es tan amable, me honraría con esta pieza. Para mí será un verdadero honor que una dama tan elegante comparta conmigo —propuso colocándose al lado de ella y sin que la mujer aceptara le ofreció su brazo.
—Acepta Deborah, aprovecharé para bailar un poco con mi esposa —declaró Frank sonriente.
A la mujer no le quedó más que aceptar el brazo del francés que más despreciaba y con pasos reacios se dirigió a la pista.
—Relájese señora que no pienso pisarla, mis ganas son otras, pero definitivamente aquí no podría hacer nada —confesó Jules con media sonrisa fingida mientras empezaban a danzar y el cuerpo tenso de Deborah apenas se movía—. Los presentes dirán que no sé guiarla, así que siga el compás de la melodía —pidió con dientes apretados y hacía más fuerte su agarre—. No sé qué pretende o si solo quiere incomodar a su hija y lo está logrando, pero ya se lo dije y se lo repito, no permitiré que lo haga, así tenga que pasarme toda la maldita noche en esta tortura de bailar con usted... que parece una muñeca de plomo, relájese le he dicho, yo no como, bueno... no a usted, no me apetece tener una dispepsia —mencionó mostrándose relajado.
—Insolente, es un vulgar... —intentaba decir algo más, pero él la detuvo.
—No sé qué gana con hacer sentir mal a Elisa... ¿Qué tiene en su contra? ¿Por qué no la deja ser? ¿Acaso no siente un mínimo de afecto por ella? —preguntaba intentando comprender ese odio que le tenía a su propia hija.
—Yo por ella lo siento, es mi hija y solo quiero lo mejor, algo que usted no siente ni por Elisa, ni mucho menos por Frank, ¿cómo se puede ser tan cínico? Enséñeme porque me ha ganado, debo admitirlo —pronunció mirándolo a los ojos.
—¿Ser cínico? Si se refiere a usted, se me da fácil. Ahora si lo dice por Frank... aunque no lo crea lo quiero, es como mi padre. Estaré eternamente agradecido con él, por cosas que a usted no le interesa saber, no me mire así —advirtió ante la mirada de la mujer, como si quisiera asesinarlo—. Soy sincero, a diferencia de usted... es algo complicado porque por encima de todo ese cariño que le tengo a Frank, se impone el amor que siento por su hija, pero evidentemente usted no sabe lo que es el amor... No voy a estar ventilándole mis sentimientos con lujos de detalle... solo quiero que deje en paz a Elisa, ella no tiene la culpa, solo se entrega al amor que yo le ofrezco, aquí el único maldito soy yo... y lo asumo... asumo la culpa y he aprendido a vivir con ella... así que no pierda su tiempo con estúpidos intentos de destapar todo delante de Frank porque sé que no lo hará, conozco este tipo de teatro barato, ahora si se empeña en continuarlo la arrastraré una vez más a la pista de baile, encontraré la manera de hacerlo y le sugiero que no me ponga a prueba —terminó por decir al tiempo que las notas morían, se encaminaron de nuevo a la mesa donde ya estaba John Lerman—. Ya sabe señora... y debería bailar más seguido porque está perdiendo práctica, pero si insiste en molestar a su hija esta noche, saldrá bailando mejor que cualquiera; sé que me escuchó, eso de ignorar tampoco se le da muy bien... puede sonreír un poco para que su señor esposo no sospeche nada —le aconsejó mostrándole una sonrisa. Llegaron a la mesa y Deborah apenas sonrió, tomando asiento al lado del señor Lerman—. Déjeme felicitarlo señor, tiene por esposa una excelente pareja de baile —mintió descaradamente; se alejó en busca de una copa y un poco de aire fresco.
Daniel miró divertido cómo Jules se le plantó a Deborah y evitó que incomodara a su hermana. Cada vez el tipo le caía mejor, tenía la valentía que su madre le había robado a Elisa.
Podía jurar que su madre estaba al tanto de todo y buscaba acorralar a su hermana, solo esperaba que no tuviese el poder para hacerlo, porque Elisa ya bastante había sacrificado por el bienestar de la familia como para que también pretendiese robarle la poca felicidad que la vida le estaba brindando.
Elisa estuvo a punto de sufrir un paro cardíaco cuando vio a Jules pedirle un baile a su madre, se estaba arriesgando demasiado y eso la llenaba de temor, apenas había logrado concluir la pieza en compañía de Frank sin desplomarse en medio del salón. Admitía que le encantaba sentir la protección que Jules le brindaba, pero tampoco podían tentar mucho a la suerte, porque Deborah en un ataque de ira podría contarle todo a Frank y eso sería una catástrofe.
Jules regresaba a la fiesta después de tomarse un par de copas, sintiendo que el aire fresco había renovado sus niveles de paciencia.
—¡Hijo! —Escuchó la voz inconfundible de Frank que lo llamaba, sabía perfectamente que era con él, volvió el cuerpo y se lo encontró encaminándose en su dirección, en compañía de Gerard—. Regresemos a la mesa —pidió mientras lo guiaba, sin darle tiempo a reaccionar.
—¿Dónde has dejado a tu prometida? —preguntó Jules caminando al lado de Gerard; sin embargo, su mirada divisó a Elisa sentada y sintió inmediatamente esa batalla interior entre el deber y el amor, entre el honor y la deshonra, vivía en carne viva la culpa por amarla de esa manera.
Su mirada verde gris se posó en la mano de ella que tomaba la copa, tal vez para llenarse de valor y al igual que él deseaba un trago, esas manos hicieron que los vellos de su nuca se erizaran, ansiando las caricias que le ofrecían.
—Fue a la habitación, le duele un poco la cabeza —explicó Gerard.
—¿Cómo te trata el amor? —preguntó Jules sonriente, intentando poner toda su atención en sus amigos.
—Muy bien, mejor de lo que puedas imaginar, pero como tienes tanto miedo a entregar tu corazón, dudo que logres comprenderme.
—Estar enamorado es lo mejor que puede pasarle a un ser humano —intervino Frank, consciente de que Jules no había demostrado ninguna relación estable desde que había llegado a América—. Estar con la mujer que amas no se compara con ninguna aventura —de forma irremediable buscó con su mirada a su esposa.
—Tiene toda la razón señor —susurró casi para él, desvió la mirada de Elisa y buscó la de Frank, en ese momento él era el único consciente de que compartían un tesoro único.
—¿Estás enamorado Jules?, eso sí sería un verdadero milagro —Gerard soltó una sonrisa burlona—. De aquí no das un paso más hasta que me digas quién es y por qué no me habías dicho nada. No te perdono que no me la hayas presentado —indicó con decisión.
—No sabía que lo tuyo con Nicole fuese cierto, pensaba que solo eran habladurías. No ha visitado más la sede principal, pero está haciendo una labor excelente en Nueva York, hablé con ella la semana pasada por teléfono y... Se lo tenían muy bien reservado —habló Frank con entusiasmo, dejando a Jules en evidencia delante de Gerard.
—Realmente no estoy enamorado, pero espero estarlo algún día —explicó sintiendo un gran nudo en la garganta, que amarraba sus verdaderos sentimientos—. Nicole y yo solo somos amigos señor. Tengo más de tres meses que no sé nada de ella —aclaró estando a pocos pasos de llegar a la mesa y buscaba la manera de alejar ese tema.
La mirada de Elisa se posó en los caballeros que llegaban, pero sobre todo en Jules, quien con su sola presencia ahí provocaba que su corazón se volcara una y otra vez, sintiéndolo filtrarse en sus venas, una mirada disimulada a ella y eso bastaba para fulminarla. Una vez más estaba perdida y sus piernas temblaban, además de que esa mezcla de miedo y felicidad que la embargaba desde hacía un par de días se instalaba en su ser con más, mucha más fuerza, logrando que todo su ser palpitara descontrolado, deseando el aliento de él para vivir, anhelando que sus besos galoparan por todo su cuerpo y se fundieran en su sangre.
Un suspiro apenas perceptible era la vía de escape para tantos sentimientos tan intensos, si no terminarían por consumirla.
—Buenas noches —saludó Gerard con su marcado acento.
—Buenas noches, señor Lambert —correspondió John poniéndose de pie y extendiéndole la mano.
—Buenas noches —Deborah saludó con su acostumbrado aire casi aristocrático.
—Señor Lambert, es un placer verlo nuevamente —saludó Elisa quien no había tenido la oportunidad para encontrarse con él desde la mañana.
—Igualmente señora, luce muy hermosa hoy —acotó e hizo un ademán para que las damas tomaran asiento.
—Sí, sin duda alguna mi hija luce preciosa hoy señor Lambert —expuso Deborah—. Parece una diosa bajada del Olimpo y sobre todo con ese collar tan hermoso, es una verdadera obra de arte que no cualquiera puede regalar, es que Frank siempre ha tenido un gusto exquisito para las joyas —expresó con superioridad, tratando de hacerle saber a Le Blanc que jamás podría darle a su hija lo que Frank le ofrecía. Apenas se lo vio no pudo evitar su sorpresa ante una prenda tan exótica y valiosísima.
Jules aprovechó la oportunidad y miró el cuello de Elisa, en realidad el collar ya lo conocía a la perfección, solo estaba imaginando sus dientes y labios recorrer el cuello, masajearlo con su lengua y robarse el magnífico sabor de esa piel. Trató de mantener una postura cómoda mientras sentía que la estaba deseando demasiado, sus pálpitos se lo estaban dejando claro, por lo que se humedeció un poco los labios con la lengua, logrando con eso captar la mirada de Deborah, quien en ese instante se sintió furiosa y desconcertada.
—Deborah tienes toda la razón, es un collar único y exclusivo, de eso estoy seguro, pero debo admitir que solo lo pagué, porque fue tu hija quien lo eligió —acotó Frank con la mirada puesta en la pelirroja, quien sonreía a medias.
La mirada que Jules le había dedicado y verlo pasarse la lengua por los labios solo lograron que cada átomo del cuerpo de Deborah se cubriera en llamas por la rabia; tanto, que podría jurar que su piel se estaba vistiendo de carmín.
—No me habías dicho eso hija —reprochó con voz cariñosa, buscando la mirada de Elisa a su lado, pretendía seguir siendo la madre modelo delante de todos los presentes.
—Sí madre, lo elegí... bueno en realidad lo eligieron por mí —respondió desviando la mirada a los caballeros frente a ella—. Pensaba en algún regalo y pedí recomendaciones, cuando me lo mostraron quedé impresionada, me encantó... Creo que yo no lo hubiese elegido mejor, debo admitir que ha pasado a ser mi favorito —buscó una vez más la mirada de su madre.
Deborah que conocía muy bien a Elisa, reconoció ese brillo en los ojos que la delataba, inmediatamente desvió la mirada hacia Jules Le Blanc, el sutil gesto de él fue suficiente para saber que el collar se lo había regalado su amante y no su esposo.
Dejó libre un suspiro y trató de sonreír, intentando disimular la mezcla de asombro y molestia. No aceptaría a ese hombre para su hija ni con todas las esmeraldas y diamantes del mundo, porque sencillamente no lo toleraba.
—Señor Lambert, me he enterado de que se ha comprometido —acotó en un sutil intento por desviar el tema que ella misma había impuesto y no había salido como esperaba.
—Así es señora, mi prometida se ha tomado unos minutos para descansar.
—¿Y su señor padre cómo se encuentra? —preguntó interesándose en el tema. Gerard Lambert era el único amigo de Frank que realmente apreciaba, lo consideraba bastante inteligente.
—Mi padre se encuentra muy bien, gracias. Tomándose un merecido descanso, al que prácticamente ha arrastrado al padre de Jules, alejándolo un poco de sus labores como presidente de la compañía —pausó el tema y desvió la mirada hacia Jules—. Creo que Gautier terminará corrompiendo a tu padre como si fuesen unos jovenzuelos. Mientras que a Jean Pierre y a mí nos toca amargarnos con la política —regresó la mirada a Deborah—. Tener un cargo político no es nada fácil —expuso sonriente.
Jules pidió permiso para levantarse porque compartir mesa con la madre de Elisa era lo más parecido a estar en el infierno.
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