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CAPÍTULO 16


El idilio a Frank le duró muy poco, escasas dos semanas fueron suficientes para creer que a ella le bastarían y que ya no le daría importancia a la falta de interés que él le mostraba a la familia.

Volvió a faltar todos los días a la hora del almuerzo. Elisa intentaba comprender que siempre estaba muy ocupado y Jules quien siempre lo justificaba, así se lo reafirmaba; tal vez era por esa razón que se armaba de paciencia y no explotaba.

Le había dejado la carga total de los huéspedes, adicional a eso faltaba tan poco tiempo para el matrimonio de su hermano y se estaba haciendo cargo de todo, absolutamente de todo, desde las reparaciones en la mansión que estaban haciendo para ambientar un lugar apropiado para la ceremonia, hasta el menú de la celebración.

Esa mañana estaba en el jardín jugando con su hijo e intentaba calmar un poco los nervios que la consumían, porque al día siguiente después de la hora del almuerzo, Frederick tendría la consulta con el especialista y no podía evitar que el corazón se le empequeñeciera ante la angustia de tener algún diagnóstico negativo.

—Frederick, mira quién viene allá —le dijo emocionada señalando para que el niño captara. En ese momento el pequeño estiró los brazos y movió sus manitos en un gesto por llamar, intentaba balbucear, pero no lograba hilar las palabras.

—¡Daniel, Daniel! —Elisa llamó en voz alta al San Bernardo, captando la total atención de la mascota de su hijo, la que había sido regalo de su hermano.

El animal al escuchar los llamados, salió corriendo hacia donde ellos se encontraban sentados en el césped sobre un mantel. Frederick se puso de pie para recibir al perro.

El animal caminaba alrededor de ambos mientras movía enérgicamente la colita, hasta que se detuvo en la cesta donde estaban los alimentos para olfatearlos, dejándose mimar por las caricias de Elisa.

—Veo que se ha adaptado perfectamente a mi nombre —la voz de Daniel se dejó escuchar a espaldas de Elisa.

Ella espontáneamente volvió medio cuerpo, abriendo la boca ante la maravillosa sorpresa, con el corazón desbocado de felicidad se levantó y salió corriendo hacia su hermano, quien estaba a poca distancia esperándola con los brazos abiertos.

—¡Daniel! —gritó emocionada y el perro corrió tras ella—. ¡No Daniel, tú no! —Se carcajeó al tiempo que se lanzaba a los brazos de su hermano—. ¿Qué haces aquí? —preguntó estrechándolo fuertemente—. Habías dicho que vendrías la semana entrante.

—Supuse que necesitarías ayuda, quise tomarme una semana y sorprenderte —confesó y le dio un sonoro beso en la mejilla—. Hermanita, cada vez estás más delgada, pesas lo mismo que una pluma —aseguró elevándola un poco.

—No, sigo igual, pero no me digas que has venido solo —inquirió rompiendo el abrazo.

—Vine con Vanessa, no podía dejar a mi futura esposa a pocos días del matrimonio.

—Entonces por fin tendré la dicha de conocerla personalmente —confesó sonriente y en ese momento vio a la prometida de su hermano acercarse hasta ellos acompañada por Irene.

Daniel le tendió la mano a Elisa y caminaron agarrados de la mano para ir al encuentro con la chica.

Elisa imaginó a la prometida de Daniel de menor estatura, pero estaba casi a la misma altura que su hermano, el color de su piel era hermoso, brillaba con los rayos del sol y la hacía recordar a la azúcar morena, se le veía feliz y nerviosa.

—Elisa, te presento a la mujer que le ha robado el corazón a tu hermano —dijo Daniel sin soltarle la mano a su hermana y aferrándose con su mano libre a la de su prometida.

—Es un placer señora Wells —sonrió tímidamente y los ojos como piedras de azabache les brillaban con fascinación.

—Por favor, llámame Elisa —casi suplicó frunciendo el ceño de forma divertida—. El placer es todo mío, eres bienvenida porque supongo que se van a quedar aquí.

Vanessa no supo qué responder, por lo que buscó la mirada de su futuro esposo.

—Sí, como ya habíamos acordado nos quedaremos aquí.

—Sus habitaciones están preparadas; sin embargo, necesitarán que las refresquen un poco, mientras me encantaría que me acompañaran —le hizo un leve gesto a Irene para que se retirara e hiciera lo que implícitamente le pedía.

—Sí claro —respondió Vanessa y sus ojos se escaparon hasta donde estaba Frederick jugando con el perro—. Es hermoso.

—Es igual a su tío —se regodeó Daniel, provocando la risa en ambas mujeres.

—Vanessa cuéntame, ¿cómo te sientes con el embarazo? —preguntó intentado ser discreta y no incomodarla. Percatándose de que no se le notaba en absoluto su estado, tal vez por el vestido holgado que llevaba puesto.

—Me siento muy bien, lo único fue que Daniel tuvo que cambiar de colonia porque la que usaba me repugnaba.

—Son sacrificios a los que empiezo a adaptarme —confesó él alzándose de hombros—. Pero creo que todo eso valdrá la pena, porque estoy seguro que seré el padre más orgulloso del año 1926 —emprendieron el corto camino hasta donde estaba Frederick.

Elisa se encontraba sentada con Frederick en las piernas mientras éste jugaba con un muñeco de madera al que se le podían mover las extremidades, a su lado estaba Daniel admirando el reloj colgado en la pared del frente. Él podía sentir la angustia en su hermana, cada vez que mecía y le acariciaba la espalda al niño.

—Falta poco —comentó rompiendo el silencio que había en el lugar.

—Sí... pero Frank aún no llega —expresó Elisa mirando al pasillo que conducía al ascensor—. Me dijo que estaría aquí, el doctor fue muy preciso cuando exigió la presencia de los dos padres, seguro hay mucho tráfico —justificó desviando la mirada al rostro del niño, quien reía al darle movimiento a las extremidades del muñeco. Daniel suspiró y ella no supo cómo interpretarlo, si era fastidio por estar esperando o era por su descarada manera de justificar a su esposo ante una falta tan garrafal.

Elizabeth abrió la puerta después de recibir el permiso para que entrara, encontrándose a su jefe entre carpetas, las cuales Jules Le Blanc le ayudaba a organizar mientras le explicaba los términos a tratar.

—Disculpe señor, aquí tiene los documentos que me solicitó —acotó la joven entregándole las hojas a Jules.

—Gracias Elizabeth —habló Frank sin desviar la mirada de los documentos en sus manos—. ¿Me traes un café por favor y otro para Jules? —apenas elevó la mirada para hacerle el pedido.

—Enseguida señor —obedeció encaminándose a la puerta, pero antes de salir se dio media vuelta—. Disculpe señor... —pensó antes de hablar—. Disculpe, pero debo recordarle una vez más la cita médica del señorito Frederick —su jefe nunca la había maltratado, pero ella no pretendía incomodarlo.

—¡La cita médica! —Exclamó Frank llevándose las manos a la cabeza y dejando libre un suspiro—. La había olvidado, Elizabeth llama al doctor y dile que cancele la cita para la próxima semana, hoy no podré ir, tengo esta reunión en puerta y no la puedo aplazar —comunicó ante la solución que de momento encontraba.

—Señor hace quince minutos su esposa me llamó informándome que iba de salida para el consultorio y que lo iba a esperar allá... —estaba por decir algo más, pero Frank la interrumpió.

—Sí... sí, verdad que ya me lo habías dicho, es que estoy demasiado ocupado... no tengo cabeza para nada —hablaba cuando alguien más intervino.

—Señor aún está a tiempo, vaya con Frederick que yo me encargo de la reunión, sé perfectamente todo lo que vamos a exponer —acordó Jules sintiendo los latidos de su corazón acelerarse ante la rabia que le estaba subiendo.

—Es que no puedo hijo, esto tengo que hacerlo personalmente, ya me comprometí... No creo que sea tan importante lo de Frederick, Elisa está un poco intensa con eso, pero Frederick solo necesita un poco de tiempo, me entrevisté con un doctor y me dijo que no todos los niños hablan a la misma edad... No creo que sea tan necesaria mi presencia; además, Daniel la está acompañando —dijo mirando a Jules, para después mirar a Elizabeth, quien trataba de ocultar su disconformidad ante la actitud de su jefe.

—Frederick ya tiene tres años señor... Creo que sí tiene algún problema —confesó Jules, tratando de controlar sus impulsos mientras respiraba profundamente. Nunca había sentido tanta rabia en contra de Frank y de su maldito desinterés hacia las personas que supuestamente él amaba.

—Ya tendremos tiempo para algún tratamiento... Sé que debería estar presente, pero si no cierro esta venta, cómo podré pagar un tratamiento a futuro —dijo bajando la mirada y apilando las carpetas.

Los ojos de Jules se abrieron desmesuradamente, lo que Frank no pudo ver por estar en su labor. No lo podía creer, era el colmo del cinismo, decir que no tendría para pagar un tratamiento a futuro, si con lo que posee podría mantener fácilmente a cinco generaciones de los Wells sin mover ni un solo músculo. Tuvo que hacer acopio de todo su autocontrol para no gritarle, para no decirle que le importaba una mierda el negocio, la reunión y todo lo demás, que para él estaban primero Elisa y su hijo, lo demás quedaba relegado.

—Ahí tiene todo lo necesario señor, con su permiso regreso a mi oficina, si necesita algo más me lo hace saber —se puso de pie para salir de ese lugar, antes de que no pudiese controlarse más.

—Está bien hijo, cualquier cosa te lo haré saber.

Jules, sin perder tiempo salió de la oficina y se encaminó a la de él con pasos enérgicos, tratando de drenar la rabia e impotencia que lo consumían, al llegar entró y lanzó la puerta, evidenciando el torbellino que estaba desatado en su interior, su respiración se tornaba irregular mientras lágrimas de ira se acumulaban en sus ojos, caminaba de un lado a otro como un león enjaulado. No podía creer la actitud tan egoísta de Frank, si no fuese porque él mismo lo había escuchado jamás lo creería, le importaban una mierda Elisa y su hijo, solo los quería para que llenaran las horas que no pasaba en la oficina. En momentos como ese era cuando anhelaba salir, buscarla y llevársela lejos, llevárselos con él y tener a Frederick como su hijo.

—¡Vaya! No te han depositado o alguna mujer te vació la cuenta —interpuso Kellan entrando a la oficina, al ver a su jefe tan alterado mientras él tenía una gran sonrisa.

—Ni lo uno ni lo otro —respondió pasándose una mano por los cabellos para peinárselos—. Pero sí me vas hacer un favor —continuó sin siquiera pensarlo.

—¿Un favor, yo? —preguntó señalándose el pecho.

—Sí, tú... Vas a cubrirme porque me tengo que ir ya, se me ha presentado una emergencia, si preguntan por mí solo di eso, que se me presentó algo sumamente importante y que tuve que retirarme, después pagaré las horas de ausencia —hablaba mientras buscaba en el portafolio las llaves, pero recordó que las tenía en uno de los bolsillos del pantalón, por lo que dejó el maletín a un lado y se encaminó para salir de la oficina.

—Está bien, supongo que no gano nada con oponerme, igual te vas a largar —acotó abriendo los brazos.

—Soy el jefe —argumentó volviéndose y mostrándole media sonrisa mientras se encaminaba por el pasillo.

Kellan solo puso los ojos en blanco, colmándose de resignación.

Jules bajó rápidamente al estacionamiento, ubicó su auto y subió. El consultorio no estaba tan lejos de la empresa, ya Elisa le había dicho dónde tendría la cita Frederick y si a Frank le importaba una mierda su familia, para él era su razón de ser en ese momento, eran su eje de rotación y por nada del mundo dejaría a la mujer por la cual respiraba sola con cualquier diagnóstico que pudieran darle sobre el ser que ella más amaba.

Condujo tan rápido como pudo para tratar de llegar a tiempo, bajó y el consultorio se encontraba en un tercer piso, esperó el ascensor, pero no le daba la gana de aparecer. Por lo que se dirigió a las escaleras y trató de subirlas de dos en dos y casi corriendo.

Al llegar al pasillo descansó un poco mientras sentía su corazón desbocado ante el esfuerzo realizado, caminó otro poco y se encontró con la secretaria del especialista.

—Disculpe señorita, ¿la señora Wells aún está en consulta? —preguntó pausando un poco entre palabras para respirar profundamente y terminar de llenar los pulmones.

—Sí señor, entró hace un par de minutos.

—¿Podría permitirme el acceso?

La chica negó con la cabeza mucho antes de hablar.

—Scarlet —habló Jules acercándose al escritorio, dirigiendo la mirada al rotulo en el uniforme, se dobló y apoyó sus codos en la madera, quedando sumamente cerca de la chica—. El señor Wells me ha enviado porque se le ha presentado un inconveniente a última hora —la secretaria perdía su mirada en los ojos verde gris y a segundos bajaba la mirada a los labios del chico, sintiendo el corazón acelerado ante la cercanía de ese hombre que podría descontrolar a cualquier mujer, mientras ese ronroneo del acento francés estaba haciendo que se derritiera—. Debo informarle a la señora Wells... Sé que puedes ayudarme —le dijo guiñándole un ojo.

—Veré qué puedo hacer por usted —informó poniéndose de pie y se encaminó a la puerta—. Disculpe doctor, sé que no debo molestarlo, pero ha venido un joven que dice ser el representante del señor Wells —explicó mientras los presentes en el consultorio se volvieron a mirarla.

—Jules —susurró Elisa sintiendo el aleteo de miles de mariposas en su estómago ante la emoción de verlo, pero por otro lado sentía una gran tristeza porque Frank no había asistido a la cita médica de su hijo.

El francés le regaló media sonrisa, seguidamente miró a Daniel, quien se puso de pie y se encaminó a la puerta, por lo que Jules se tomó el atrevimiento de entrar, pero antes recibió el saludo del joven.

La secretaria no tuvo más opciones que cerrar la puerta y dejar que el doctor siguiera con su trabajo.

—Buenos días —habló Jules observando la silla al lado de Elisa, esa que Daniel le mostraba con un ademán, asintió en silencio y se encaminó clavando la mirada en Elisa—. Disculpe señora, pero al señor se le presentó un inconveniente a último momento, le ha enviado mil disculpas —no sabía cómo mentirle por lo que desvió la vista al niño sentado en las piernas de la chica.

—Seguramente era muy importante —susurró la joven y desvió la mirada al hombre detrás del escritorio—. Puede seguir doctor.

Elisa trataba de controlar el nudo que se le había formado en la garganta ante la rabia de saber que a Frank poco le interesaba la salud de su hijo.

—Está bien, vamos hacerle unas pruebas, ¿podría por favor colocar al niño en la camilla? —pidió el hombre con voz ceremoniosa al tiempo que se ponía de pie.

Elisa se levantó con el niño en brazos, se encaminó a la camilla que estaba a un lado del consultorio, encima había algunos móviles infantiles, los que llamaron la atención de Frederick y de inmediato intentó agarrarlos.

El doctor se sentó en un banco frente al niño y con el estetoscopio empezó a auscultarlo.

—Quítele la camisa —le pidió el hombre.

Elisa intentaba quitarle la camisa mientras le hablaba cariñosamente, preguntándole si le gustaban los móviles de animalitos que giraban sin parar.

—Frederick —lo llamó el médico una vez que le quitaron la camisa para captar su atención—. ¿Te gusta? —le preguntó sonriente y el niño asintió en silencio mientras Jules y Daniel observaban desde donde se encontraban—. ¿Y sabes qué es esto? —señaló un perro. Elisa lo miraba sonriente para infundirle confianza a su hijo, quien asintió una vez más—. Si sabes que es, ¿me puedes decir cómo se llama? —cuestionó llevando las manos debajo de las orejas y tocando suavemente, cuando Frederick negó en silencio.

—Mi vida, dile al doctor qué es, dile cómo se llama tu perro —intervino Elisa con voz cariñosa.

—Da... —intentó hablar, pero después negó en silencio y miraba asustado al doctor, quien sentía cómo el niño tensaba parte del cuello.

—¿Sabes quién soy yo? —preguntó Elisa tratando de ayudar al doctor y evitar que su niño perdiera confianza.

—Ma... ma... mi... —respondió el niño con los ojos marrones clavados en los de su madre y empezando hacer pucheros.

—Frederick abre la boca —le pidió el médico con linterna en mano y una paleta de madera para observar las cuerdas vocales, a pesar de que el niño no ayudaba mucho logró observar—. Bien, muy bien, eres buen niño —sonrió tocándole la barbilla—. ¿Me puedes decir cómo te llamas? —Solicitó mirando atentamente el rostro del pequeño, quien negó en silencio—. ¿Dime cómo se llama tu nana? —estaba usando los medios para que el niño se animara a hablar.

—De... de... No... —un sollozo salió de la garganta del niño ante la impotencia y rompió en llanto—. Ma... ma —llamaba a Elisa estirando los brazos para que ella lo cargara, pero el doctor con un gesto le pidió que no lo hiciese.

Elisa sentía un gran nudo en la garganta y sus ojos se cristalizaron ante el dolor y la angustia de ver a su hijo de esa manera.

—Frederick no te pasará nada malo, solo trata de decirme cómo se llama tu nana, ¿quieres que venga tu nana? —preguntó y el niño asintió en medio de sollozos y lágrimas que bañaban su pequeño rostro. Daniel y Jules sentían dolor al ver a Frederick asustado, pero no podían intervenir—. Llámala para que venga —pidió una vez más el doctor—. Llama a Dennis —repitió observando la tensión en el cuello y rostro del niño cada vez que hacía el intento de hablar, pero terminaba aumentando el llanto.

Elisa limpiaba con una de sus manos las lágrimas que empezaron a rodar por sus mejillas.

Jules no pudo seguir presenciando la tortura que estaban llevando a cabo con el niño, por lo que se puso de pie y sin pedir permiso se acercó a la camilla y le tendió los brazos a Frederick, quien de inmediato se lanzó a él y lo amarró en un abrazo, encontrando por fin la salvación. Jules se llevó una mirada de desaprobación del doctor.

—Deje de torturarlo, ¿no ve que no puede hacerlo? Está haciendo el intento, pero no puede —se dio media vuelta y con una de sus manos frotaba la espalda de Frederick; salió del consultorio cerrando la puerta, dejando a Elisa y Daniel con el doctor—. Ya, tranquilo amigo... tranquilo Frederick, ya no llores —hablaba al tiempo que lo mecía y se alejaba por el pasillo. El niño que se había aferrado al cuello de Jules se alejó un poco y lo miró a la cara, él le regaló una sonrisa mientras le limpiaba las lágrimas—. No puedes hacerlo, no te preocupes no hables, nadie te puede obligar —se acercó y le depositó un beso en una de las mejillas, para después abrazarlo una vez más.

Se alejó lo más que pudo y se encontró con una sala de espera que estaba vacía, por lo que se ubicó en un asiento, sentando al niño en una de sus piernas. Buscó en el bolsillo del pantalón las llaves de su auto y se las prestó, logrando con eso que el llanto menguara.

Frederick se calmó completamente, reía cuando Jules inflaba sus mejillas y guiaba con una de sus manos la del pequeño para que las desinflara, sacándole carcajadas cuando lograba hacerlo, también se quitó la corbata y se la puso al niño para que se sintiera mayor. Solo dejaba el tiempo pasar.

Vio a Daniel y Elisa acercarse, él la traía abrazada y como si un rayo lo impactara se puso de pie, caminó hasta ellos y se percató de que Elisa lloraba, en ese momento sintió como que a su corazón le pasó un camión por encima.

—¿Qué pasó? —preguntó mirando a Daniel.

—Será mejor que hablen —acotó tendiéndole los brazos a Frederick—. Pueden bajar por las escaleras, así tendrán un poco de tiempo —se dirigió a Elisa y le dio un beso en los cabellos—. Te esperaré en el auto —se acercó a Jules y le dio un abrazo—. Ayúdame con ella por favor —le pidió en un susurro y pudo sentir la preocupación en la voz del moreno, por lo que asintió en silencio.

Daniel se dirigió hacia el ascensor y Jules agarró la mano de Elisa, brindándole toda su fortaleza en el agarre, la encaminó a las escaleras mientras bajaban, ella no decía nada solo lágrimas silenciosas salían, al estar en medio de las escaleras Jules la haló hacia su cuerpo y la abrazó rodeándola con sus brazos fuertemente, tragando en seco para bajar ese nudo que lo torturaba.

Ella hizo más fuerte su llanto y se aferró a la cintura de él, escondiendo su rostro en el pecho masculino.

—Tenías razón, mi niño sufre disfemia... mi pequeño es tartamudo —confesó en medio del llanto—. Es lo que ha dicho el doctor, dice que la tensión muscular en su cara y cuello se debe a la interrupción involuntaria... yo no quiero que Frederick sufra por eso —sin apartar un centímetro su rostro del pecho de Jules, quien llevó ambas manos a las mejillas y le acunó su rostro—. Fred no tiene la culpa de nada, apenas es un bebé... sé que es un castigo para mí, pero yo puedo soportarlo... yo puedo lidiar con ello, pero no mi hijo —hablaba pausándose por el llanto.

—Deja de hablar así —le dijo presionando cálidamente con sus manos las mejillas de Elisa, sintiendo rabia en ese momento con ella por creer merece algún castigo tal vez por ser infiel—. No vuelvas decir que mereces sufrir, estoy cansado de escucharte decir esas cosas, no lo mereces, Frederick tampoco lo merece y no es ningún castigo, solo es un trastorno; hay tratamientos, pero creo que pueden esperar... Elisa no tienes porqué estigmatizar a tu hijo siendo tan pequeño, ¿acaso vas a dejar de quererlo porque no hable de manera normal? —Le preguntó mirándola a los ojos, ella negó con la cabeza—. No, claro que no, seguirá siendo Frederick, tu hijo y le darás igualmente tu amor... yo le daré todo mi amor, yo lo siento mi hijo, el solo hecho de que sea tuyo lo convierte en mío. Es un niño verdaderamente especial al que amo como si yo fuese su padre... —hablaba cuando ella lo detuvo.

—Lo siento Jules, pero no sé qué pensar ni qué hacer, además de que siento tanta rabia, tan impotencia... estoy cansada Jules... verdaderamente cansada y Frank no me ayuda, cómo pudo faltar a la cita médica de su hijo... —reprochaba con las lágrimas surcándole el rostro.

—Amor, él tenía una reunión importante... —susurraba cuando ella intervino.

—No... no lo justifiques maldita sea, no lo justifiques porque lo sabía, sabía lo de Frederick y no le importó, no le importó. Si no lo quiere y no me quiere, ¿por qué no me deja libre y se queda con sus negocios? ¿Por qué no puedo estar contigo?

Jules sentía el corazón latir a mil por segundo y la decisión llegó a él arrasando con todo.

—Voy a hablar con Frank y le voy a decir que te amo, él tendrá que comprender... —aseguró con convicción cuando ella lo detuvo.

—No, no Jules, no lo hagas por favor —suplicó en medio del llanto—. Quisiera, pero sé que no será fácil, no va a ser fácil... no quiero lastimar a nadie, no quiero que te lastimen, yo moriría —declaró llevando las manos a su rostro, cubriéndole las mejillas.

—No tienes por qué tener miedo, sé cómo hacer las cosas —le dijo dándole un beso en la frente mientras su corazón estaba desbocado ante la posibilidad de hablar con Frank y por fin tener a Elisa solo para él.

—No... mejor sigamos esperando, no prestes atención a mis berrinches estúpidos, estoy dolida por lo de mi hijo, pero tienes razón, sea lo que tenga lo voy amar, es mi hijo y yo daría mi vida por él... No tengo porqué presionarlo ni hacerlo sentir mal; por el contrario, trataré de comprenderlo —sentía cómo Jules limpiaba con sus pulgares sus lágrimas y a segundos le besaba la frente.

—Sabes que haré lo que me pidas, cualquier cosa y si decides que no diga nada no lo haré, me armaré de paciencia y seguiré esperando, seguiré muriéndome de dolor cada vez que te vea del brazo de Frank, pero ese dolor no es lo suficientemente fuerte para que me aleje de ti, ni que desista de tenerte algún día completamente para mí, te seguiré amando a cada segundo y conmigo vas a contar para lo que sea —susurró y le depositó un tierno beso en los labios—. Ahora vamos, porque tu hermano te debe estar esperando —la tomó de la mano y se encaminó, pocos escalones los separaban del pasillo que los llevaría al estacionamiento.

Elisa se detuvo y se colocó frente a Jules, varios escalones más arriba que él para estar a la misma altura.

—Jules, te amo —susurró colocándole las manos en las mejillas y depositándole un beso.

—Sabes que yo también —respondió succionando suavemente los labios femeninos—. Ve, yo esperaré a que se marchen para que Paul no me vea —acotó adhiriéndose a la pared.

Jules debía soltarle la mano, pero no quería y ella tampoco deseaba alejarse del agarre, pero debía hacerlo, uno a uno sus dedos fueron rompiendo el cálido contacto mientras se miraban a los ojos. Él tuvo que tragar para pasar las lágrimas y Elisa terminó por irse.

Jules esperó cinco minutos para encaminarse y subirse al auto con dirección nuevamente a la empresa mientras sentía sus esperanzas atadas y con el pulgar retiraba una lágrima rebelde que se le escapaba.


Nota: Por aquí un nuevo capítulo de Elisa, disfruten. 

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