CAPÍTULO 15
Habían anunciado el tren proveniente de Nueva York, por lo que Jules se dirigió en compañía de Douglas hacia los andenes. Le hizo la propuesta a Frank de que su amigo Gerard se quedara con él en su departamento, pero inevitablemente debía hospedarse en la mansión Wells, porque lo tomó por sorpresa la noticia de que no venía solo.
Sin embargo, no desistió de ir a buscarlo a la estación de trenes. El tren arribó y a los minutos las personas empezaron a descender mientras la mirada verde gris buscaba a Gerard Lambert, que como siempre se hacía esperar. Por fin lo vio aparecer junto a una chica delgada de cabellos castaños, venían tomados de la mano muy distraídos mientras sonreían. Al parecer no tenía idea de que estuviese ahí, por lo que decidió acercarse.
—Lambert —le llamó, a unos pasos de distancia detrás.
Gerard se volvió al reconocer la voz de su gran amigo Jules Le Blanc y en ese momento soltó la mano de la mujer a su lado y dio dos largas zancadas para llegar hasta Jules, dejando ver una amplia sonrisa.
—Le Blanc —ambos se saludaron dándose un beso en cada mejilla, seguidamente Gerard palmeó la mejilla de su amigo—. No has cambiado nada, aunque ahora estás de subversivo con ese cabello tan desastroso, ¿dónde has dejado la distinción? —preguntó el joven de extraño ojos negros como una noche sin estrellas.
—Tú tampoco, bueno no físicamente, estás igual de esquelético que siempre —aseguró con una gran sonrisa. En ese momento desvió la mirada a la joven detrás de Gerard.
—Jules, te presento a mi prometida Gezabel Cárdenas —dijo con el pecho hinchado de orgullo.
—Es un placer señorita Cárdenas —aseguró ofreciéndole la mano.
—Igualmente señor Le Blanc, Gerard me ha hablado mucho de usted.
—Supongo que debe tener una impresión nada favorable de mi persona —acotó sonriendo.
—Contrariamente a lo que dice, siempre que me ha hablado de usted ha sido con respeto y orgullo.
Jules hizo un leven asentimiento a modo de agradecimiento y desvió la mirada hacia Gerard.
—El señor Frank no pudo venir porque tenía una reunión importante en la empresa, yo me encargaré de llevarte a la mansión —comunicó y le hizo un ademán al chofer para que se hiciera cargo del equipaje.
Mientras que Douglas era ayudado por dos hombres del personal de la estación de trenes, Jules y Gerard en compañía de su prometida se dirigieron al vehículo.
—¿Has logrado adaptarte a América? —Preguntó Gerard sonriente, compartiendo una mirada cómplice con su prometida—. Jules hizo más berrinche que un niño de dos años porque odiaba América, no quería venir a un país subdesarrollado.
—Me ha costado un poco pero también me ha tocado tragarme mis palabras más de una vez y no me recuerdes porqué estoy aquí imbécil, fuiste tú quien me presentó a Chantal —dijo caminando al lado de su amigo mientras llevaba las manos en los bolsillos del pantalón.
—Chantal... Chantal, la despampanante pelinegra con ojos de hechicera, aún sigue de fiesta en fiesta —comentó sonriendo—. Yo te la presenté —le dio un golpe en el hombro—. Pero tú la engatusaste, así que no me eches la culpa.
El recorrido a la mansión Wells se hizo en medio de conversaciones alegres, recordando viejos tiempos, de todo lo que había pasado desde que no se veían y que a pesar de estar al tanto de muchas cosas por medio de cartas, no era lo mismo que hacerlo en persona.
Jules preguntó por su familia, también quiso saber cómo estaba Gautier el padre de Gerard.
Los grandes portones de hierro forjado de la mansión Wells les daban la bienvenida, Gerard y su acompañante no pudieron evitar impresionarse ante la magnitud de la casa y sus alrededores.
Lambert había conocido la casa de Frank mientras mantuvo su estado de viudez, pero no sabía hasta dónde podría llegar el señor por complacer los caprichos de su malcriada esposa, esa casa era mucho más grande que cualquier otra que hubiese visto en América.
Aún no sabía cómo haría para compartir techo con Elisa Wells, cuando tuvo la oportunidad de conocerla antes del matrimonio, interactuó muy poco con ella porque no lograba tragar ese aire de arrogancia que la mujer desprendía.
Se compadecía de su amigo Jules, porque tuvo que vivir por varios meses bajo el mismo techo con alguien tan hostil.
El auto se estacionó frente a la mansión y las puertas estaban abiertas para recibirlos mientras el mayordomo de Frank y otra señora le hacían un elegante ademán, invitándolos a pasar.
Jules los saludos con confianza y ellos, aunque mantuvieron la distancia, demostraron el cariño que le tenían.
Gezabel admiró el gran salón de la mansión, dejando claro que la parte exterior solo era el cofre a tanta elegancia y opulencia, sin duda alguna el renombre de Frank Wells tenía de dónde vanagloriarse.
—Buenos días —saludó Elisa bajando las escaleras y a su lado venía Dennis agarrando la mano de Frederick, quien bajaba solo los escalones.
Al llegar al último escalón el niño se soltó de la mano de la niñera al reconocer a Jules y salió corriendo hasta éste, quien lo cargó mientras miraba a la madre del pequeño tratando de disimular; sin embargo, los latidos del corazón no entendían de prudencia. Era la única persona que poseía poder para hacer que sus latidos cambiaran su ritmo de un instante a otro.
Gerard la admiraba percatándose de que no había cambiado, seguía siendo tan altanera como la recordaba, lo gritaba esa actitud de mantener la barbilla elevada, haciendo que su nariz elegantemente respingada le diera ese aire de creerse superior a cualquier mortal.
Sus ojos negros se vieron atraídos por el niño en los brazos de Jules y no pudo evitar sonreír porque por fin tenía el placer de conocer al heredero de Frank, era lo único que le agradecía a esa mujer, que después de muchos años convirtiera en padre al hombre al que estimaba como si fuese de su propia sangre.
—Buenos días señora Wells, es un placer verla nuevamente —acotó rompiendo esos segundos en que se perdió en la imagen del niño, el cual se mostraba algo retraído—. Por favor, permítame presentarle a mi prometida —continuó haciendo un ademán hacia la joven de cabellos castaños.
—Mucho gusto, Gezabel Cárdenas —saludó de la misma manera que su prometido, observando a la joven pelirroja sin saber por qué siempre la imaginó mucho mayor, podía jurar que hasta era menor que ella. Además de ser un ejemplo de elegancia y belleza.
—Elisa Wells —respondió y evitó mirar a Jules quien tragó en seco, lo que menos podía soportar era escucharla a ella nombrar su apellido de casada, pero debía aceptarlo—. Señor Le Blanc, ¿cómo está? —preguntó mirándolo a los ojos y en los de ella brillaba la picardía que él tanto adoraba.
—Muy bien señora, gracias —aseguró haciéndole una reverencia.
—Señor Lambert, sé que debe estar cansado por el viaje, ya sus habitaciones están preparadas por si desean descansar o si prefieren un aperitivo antes, todo lo que desee solo tiene que pedirlo a alguna de las damas de servicio; de más está decirle que queda en su casa, igualmente para usted señorita Cárdenas —dijo desviando la mirada a Gezabel y percatándose de que la chica, aunque a primera vista parecía mayor, su mirada y su sonrisa dejaban ver que era joven.
—Gracias señora, es muy amable de su parte —acotó la española con una sonrisa amable, no acostumbraba mucho a ese tipo de comportamiento y menos estando sobre aviso, ya que Gerard le había comentado que la anfitriona era de un trato bastante difícil.
—Muchas gracias por el ofrecimiento, tiene razón, el viaje fue agotador, por lo que de momento nos gustaría descansar un poco —respondió Gerard, apretando un poco más la mano de su prometida en una silenciosa petición.
—En ese caso puede seguirme, les mostraré sus habitaciones —solicitó Elisa poniéndose en marcha.
Los huéspedes la siguieron, Gerard un tanto contrariado porque se quedó esperando que la esposa de Frank enviara a alguna dama del servicio. Al llegar a la segunda planta un largo y amplio pasillo les daba la bienvenida a las recámaras.
Elisa abrió una puerta, seguida de la otra.
—Son dos habitaciones distintas, pero se comunican por esa puerta de allí —habló señalando la puerta azul con decoraciones doradas, los prometidos solo se miraron a la cara, intentado no mostrar su sorpresa ante la acotación sugerente de la anfitriona, sin duda alguna la señora Wells había pensado en todo.
Jules que también había subido con ellos, se acercó a Gerard mientras Gezabel entraba a la habitación y colocaba su bolso de mano sobre la cama, admirando todo el lugar.
—Tengo que regresar a la empresa —intervino Jules—. Hay mucho trabajo, pero podremos conversar por la noche, el señor les tiene preparado una cena y me ha obligado a venir —comunicó con una sonrisa.
—Estoy seguro de que será un gran sacrificio para ti, porque es una noche menos de fiesta —le dijo con complicidad.
—Ya no son tantas —confesó sintiéndose observado por Elisa—. Ahora sí debo marcharme.
—Ha sido un placer verte nuevamente, espero que esta noche podamos conversar un poco más.
Jules desvió la mirada hacia la prometida de Gerard.
—Hasta luego señorita, ha sido un placer conocerla.
—Igualmente señor Le Blanc.
—Que descansen, si desean algo no duden en llamar a alguien —dijo Elisa extendiendo los brazos para cargar a Frederick, quien aceptó el gesto de su madre.
Elisa se encaminó por el pasillo siendo seguida por Jules, quien se puso a su lado mientras la admiraba disimuladamente, una sonrisa floreció en los labios de Elisa al ser consciente de que era el centro de toda la atención del hombre que amaba.
—Estás hermosa —susurró mordiéndose el labio inferior y observando el escote de la chica.
—No digas eso, estás provocándome —respondió con media sonrisa.
—La tercera planta está desocupada —murmuró rozando con una de sus manos una de las nalgas de Elisa, haciéndolo de manera discreta para que el niño no se diera cuenta.
—Tiene mucho trabajo señor... Además, el tutor de Frederick no debe tardar, pero sobre todo, está el hecho de que tendría que ahogar mis gritos y sé que no podré, no olvide que tenemos visita —expuso sonriente mientras Jules se perdía en su mirada y desistía de la oportunidad de disfrutar de su mujer, sus ojos una vez más se anclaron en el rosto del niño, quien lo admirada sonriente, él le acarició la mejilla y regresó la mirada a Elisa quien admiraba cómo él rozaba con ternura a su hijo.
—¿Qué te dijo el especialista? —preguntó mirándola a los ojos.
—Le han hecho varias pruebas y han descartado autismo, así le llaman a una especie de trastorno, realmente no creo que Frederick tenga alguna especie de enfermedad —dijo desviando la mirada al niño y le dio un beso en la mejilla. Jules llevó su mano y acarició la cabeza de Frederick—. Pienso que la razón se debe a lo poco sociable que es, pero cuando conoce a alguien es muy dado, solo que le cuesta hablar —justificó a su hijo, como madre no quería aceptar que su niño padeciera de alguna enfermedad.
—Seguro es alguna tontería —acotó Jules, tratando de quitar ese peso que de pronto se había posado en los hombros de Elisa—. Pero amor... amor —le dijo para que lo mirara a los ojos e inevitablemente su dedo pulgar voló a la mejilla de Elisa, para limpiarle la lágrima cuesta abajo—. Todo va a estar bien ya verás cómo este campeón —se lo quitó a Elisa de los brazos y lo elevó haciéndole cosquillas con la nariz y la boca en el estómago, por lo que Frederick soltó una carcajada—. Solo le da pereza hablar.
—Pero con tres años ya debería de hacerlo muy bien, Keisy la hija de mi primo parece una máquina... El doctor me dijo que el problema puede ser genético ya que el padre es bastante mayor y eso algunas veces afecta —carraspeó intentando pasar el mal momento—. No estoy culpando a Frank —aclaró para que Jules no se llevara la peor de las impresiones.
—No hay que culpar a nadie —intervino—. Aún estamos a tiempo de saber por qué no habla claramente, para mí solo tiene problemas de dicción.
—¿Estás diciendo que mi hijo es tartamudo? —preguntó mirándolo a los ojos mientras que los de ella reflejaban mucho dolor.
—Es una posibilidad, recuerdo que conmigo estudiaba un chico tartamudo... Elisa, no es nada malo, hoy en día la ciencia ha evolucionado y hay expertos que lo tratan, pero no me hagas caso, es preferible esperar que un especialista lo diga —hablaba mientras caminaban lentamente.
—Yo no quiero que mi hijo sea tartamudo Jules, todos se burlarán de él, siempre se burlan, van a estigmatizarlo —dijo mirando a su hijo, sintiendo que el nudo de lágrimas en su garganta estaba a punto de romperse.
—No, no lo harán y quien lo haga se las verá conmigo, ya verás a más de un niño colgado de algún árbol con la cabeza para abajo —dijo con convicción.
Elisa no pudo evitar sonreír, elevó su mano para acariciarle la mejilla mientras lo miraba a los ojos. Al parecer Jules le daba más importancia a Frederick que Frank. Cuando le comentó su inquietud del porqué el niño no habla claramente, lo único que le argumentó fue que algunos niños se tardaban más de lo normal, pero que si ella creía que era un problema que pidiera una cita con el doctor o con todos los doctores del país si era preciso. Pero no se sentó a conversar con ella del problema de su hijo. Tal vez porque escuchó al especialista decir que podrían ser problemas genéticos y que muchas veces la edad avanzada de los padres influía, para Frank eso no podía ser posible y dejó claro que ese hombre solo era un charlatán, al final solo le indicó que buscase a otro que verdaderamente fuese un profesional.
—Te amo —susurró mirándolo a los ojos.
—Yo un poco más —le respondió él sonriendo.
—No voy a ponerme a discutir contigo sobre quién ama más porque sé lo testarudo que eres y no terminaríamos nunca; además, se te hace tarde —le recordó.
—En eso tienes razón —se acercó entregándole el niño, acercándose demasiado a la boca de Elisa—. Anda, dame uno pequeñito solo para sobrevivir estos días —suplicó. Elisa miró a un lado y otro confirmando que no hubiese nadie observándolos y sonrió para después depositarle un beso fugaz, pero él llevó rápidamente la mano al cuello de ella, evitando que se moviera un solo centímetro y le succionó ambos labios—. Eres muy egoísta —le dijo mirándola a los ojos. La pelirroja solo le regaló una maravillosa sonrisa y él se dio media vuelta para marcharse, cuando una nalgada lo sorprendió, por lo que se volvió quedando a dos pasos de ella—. Me he dado cuenta de que te gusta maltratarme —acotó fingiendo sorpresa y ella asintió en silencio mientras sonreía.
Después de eso Jules se volvió y prosiguió con su camino mientras que Elisa se encaminó al cuarto de juegos.
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