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CAPÍTULO 13


La puerta de la oficina de Jules se abrió sorpresivamente, por lo que su mirada verde gris se desvió de los documentos que estaba revisando y fijó las pupilas en la persona que entraba.

—¿Qué? ¿Tengo al fantasma de Lady Madeline detrás? —ironizó Kellan.

—No, pero vas a terminar como Roderick Usher si sigues entrando sin avisar —respondió fingiendo molestia—. Supongo que has dejado a un lado a Allan Poe y me has terminado lo que te pedí ¿cierto? —indagó retomando el documento en el escritorio mientras Kellan cerraba la puerta.

—Claro que lo terminé, por eso estoy aquí —indicó dando dos pasos dentro de la oficina y lanzando sobre el escritorio de Jules la carpeta con el trabajo realizado— Además, te lo dupliqué por si acaso, no quiero que me llames a media noche a molestar.

—Nunca te he llamado por trabajo —agarró la carpeta.

—Siempre existe la primera vez, aunque prefiero evitarlas —agregó sonriendo y tomando asiento—. Pero dime una cosa, ¿estarás ocupado esta tarde? —preguntó cruzando las piernas masculinamente.

—Sí, tengo un compromiso pendiente —comunicó sin desviar la mirada de las hojas en sus manos, para después lanzar despreocupadamente el documento sobre el escritorio y mirar a la cara a su asistente—. Por cierto, ¿dónde está tu corbata? —inquirió elevando una ceja.

—Está en mi oficina, pero no me jodas con eso ahora Jules. Yo quería que fuésemos al club a jugar tenis, debo ganar una apuesta —confesó mientras su mirada se paseaba por la oficina de su jefe como si fuera la primera vez que la visitaba.

—¿Qué has apostado ahora Kellan? —buscó la mirada del joven.

—Nada importante, es algo de orgullo porque es contra los gemelos Kent, los muy malditos se creen los mejores, me revienta las bolas que hablen tanto.

—¿Y a qué hora es el partido? Tal vez me dé tiempo de acompañarte, pero no creo que podamos ganarles, ellos son bastante buenos y yo estaré agotado, al menos podríamos ponérsela difícil —dijo mostrando una franca sonrisa.

—Es a las cinco, confío en que ganaremos, hiciste polvo a uno de ellos —acotó correspondiendo al gesto de su jefe.

—Porque fue en juego individual, si vamos a jugar doble, ellos se complementan muy bien —expuso el francés—. Tal vez me dé tiempo —en ese momento un llamado a la puerta lo hizo pausar la conversación—. Adelante.

—Disculpa Jules —se dejó escuchar la voz de Elizabeth al entrar a la oficina—. El señor Wells te necesita —comunicó con una amable sonrisa.

—Gracias Elizabeth, enseguida voy —acotó el francés poniéndose de pie y abotonándose el saco.

Elizabeth salió del lugar y Kellan ancló la mirada en Jules, percatándose de cómo un ligero nerviosismo se instalaba en él cada vez que el señor Wells lo mandaba a llamar, era normal, no debía ser fácil vivir en ese estado de zozobra; sobremanera sabía que el compromiso que tenía Jules era con la mujer de su jefe, siempre era lo mismo, una o dos veces por semana, pero no sería él quien le reclamaría.

Jules se dirigió a la oficina de Frank Wells con paso seguro, respirando profundamente varias veces durante el trayecto, en un inútil intento por tranquilizarse y poder mirarlo a la cara, sin dejar ver esa culpa que lo atormentaba cada vez que lo ligaba a Elisa. Prefería no tener que interactuar con el hombre, por lo que lo hacía lo menos posible, solo lo necesario.

Sus nudillos golpearon suavemente la puerta de cedro laqueada, mientras dejaba libre un suspiro escuchó la voz al otro lado que lo invitaba a pasar.

—Buenos días señor —saludó amablemente al tiempo que entraba a la oficina.

—Buenos días hijo —respondió Frank el saludo, mostrándose alegre al tiempo que se ponía de pie y se acercaba hasta él para darle un abrazo.

—Me informó Elizabeth que necesitaba hablar conmigo. Usted dirá señor —carraspeó y su mirada recorría el rostro de Frank, en busca de algún indicio de sospecha de la porquería que él le estaba haciendo.

—Sí, siéntate por favor, ¿deseas algo de tomar? —preguntó al tiempo que se acercaba al bar, ubicado en una esquina del inmenso salón.

—No nada, estoy bien señor, hace poco desayuné —observó cómo Frank se sirvió café y le echó un chorro de vodka, preparándose el café ruso que tanto le gustaba.

—Aún no he desayunado, creo que esperaré el almuerzo, es poco lo que falta —se encaminó nuevamente al escritorio, tomó asiento al borde quedando frente a Jules, le dio un sorbo al café y lo colocó sobre la madera—. No me dio tiempo de hacerlo, se me hizo tarde por la reunión, se extendió más de lo previsto, pero al salir me encontré con una excelente noticia y por eso te mandé a buscar, ya que debes estar presente según dice en el sobre —Frank hablaba mientras agarraba un sobre amarillo, el que rasgó y sacó de éste otro sobre blanco—. Es de Gerard Lambert —continuó mientras leía el remitente.

—¿Una carta de Gerard? —inquirió Jules sonriendo sin poder evitar alegrarse, pues hablar de Gerard era como hablar de su hermano.

—Sí efectivamente, vamos a ver... —dijo Frank extendiendo el papel frente a sus ojos—. Viene en camino, está a pocos días de llegar a América, viene para la boda de Daniel.

Jules pudo ver cómo Frank tartamudeaba, todo pasó muy rápido, el papel se le escapó de las manos y antes de que Jules pudiese actuar, ya Frank se encontraba en el piso, el corazón al joven se le paralizó y la respiración sencillamente se esfumó.

—¡Señor! —exclamó asustado al tiempo que trataba de auxiliarlo y Frank palidecía—. ¡Elizabeth! ¡Elizabeth! —gritó Jules siendo gobernado por el miedo y la angustia. El corazón parecía que se le explotaría de tan rápido que palpitaba, en ese momento la puerta se abrió y la secretaria se impresionó al ver a su jefe en el suelo, siendo ayudado por Jules—. Llama al hospital, que envíen a una ambulancia, rápido —pidió, pero ella estaba paralizada—. ¡Rápido Elizabeth! —le gritó y como si un rayo la impactara salió del trance, por lo que corrió hasta su escritorio y tomó el teléfono, tratando de marcar al hospital.

Los gritos de Jules se escucharon en el pasillo, por lo que más de un empleado salió de su oficina.

Los edificios donde funcionaban las empresas Wells se encontraban en el centro de la ciudad, así que el hospital le quedaba relativamente cerca y la ambulancia no tardó en llegar.

En el momento en que ingresaron a Frank al área de emergencias aún no recobraba el conocimiento y eso hacía que los nervios en Jules aumentaran, siendo el único que lo había acompañado.

Se quedó en la sala de espera, con miedo y angustia en cada poro de su piel, las lágrimas se anidaban en su garganta mientras el corazón golpeaba fuertemente contra su pecho.

No podía imaginar que algo malo pudiese pasarle a Frank, lo quería como a un padre, su cariño no tenía nada que ver con que fuese el amante de la esposa, eran cosas completamente distintas y complicadas, quizá si alguien pudiese ver desde afuera solo diría que era un desgraciado hipócrita cuando no era así, nadie podría entenderlo jamás.

Limpió rápida y bruscamente una lágrima que corrió por su mejilla, para después llevarse las manos al rostro y deslizar los dedos por sus cabellos, peinándolos para descansar ambas manos en su nuca, tragándose las lágrimas.

Observó la sala completamente sola y adhirió la espalda en la silla, dejando descansar la cabeza en la pared, elevándola un poco, con los ojos cerrados a modo de descanso. Solo tenía que armarse de paciencia y esperar, confiaba en que no pasaría nada malo.

No podría decir exactamente cuánto tiempo había pasado cuando escuchó unos pasos presurosos hacer eco en el pasillo, sabía que no eran de las enfermeras porque el sonido provenía de unos zapatos con tacones. Sin embargo, no se movió ni mucho menos abrió los ojos, escuchó cuando los pasos se detuvieron frente a él y antes de que pudiese divisar a la mujer, reconoció su voz.

—¿Qué pasó Jules? —Preguntó y su voz denotaba angustia, él abrió los ojos, incorporándose un poco en la silla—. ¿Cómo está? ¿Qué te han dicho los médicos? —no se detenía en su avalancha de preguntas mientras la voz le vibraba.

—No sé nada —respondió con un hilo de voz—. Siéntate por favor —le pidió intentando tomarla de las manos.

Ella se alejó lentamente, no podía arriesgarse a tomarle las manos, aunque el pasillo estuviese solo.

Ante el rechazo, Jules sintió como si lo hubiesen abofeteado, dejó libre un suspiro y llevó las manos hasta sus rodillas, las que frotó para quitarse la sensación inexistente del toque en las palmas de sus manos.

—No, no puedo sentarme, ¿le has dicho algo? —inquirió y el miedo se reflejaba en sus ojos miel—. Me dijeron que estabas con él cuando se desmayó —mientras hablaba Elisa no podía controlar los temblores de su cuerpo.

—No —la miró a los ojos y se sintió realmente culpable, además de que verla así le dolía—. Siéntate Elisa —le pidió una vez más y ella al fin obedeció—. No sé qué le pasó, él me mandó a llamar a su oficina —los ojos de Elisa se abrieron un poco más, en señal de alerta ante las palabras de Jules—. No fue por nada malo Elisa, él estaba muy bien, conversábamos sobre cosas banales, hasta que me mostró una carta que recibió de Gerard Lambert...

—¿Gerard tu amigo? —preguntó la pelirroja deteniéndolo.

—Sí, al parecer está a pocos días de llegar a América, viene para el matrimonio de tu hermano. Frank estaba muy bien, tomaba un café mientras reía y de pronto... todo fue muy rápido, se desmayó, cuando lo ingresaron aún no recobraba el conocimiento. Los médicos no han salido y no han dado ninguna noticia —hablaba el francés mientras su mirada se paseaba por el rostro de la mujer que amaba y sus manos temblaban reclamándole limpiar una lágrima que corría por la mejilla de ella, pero no podía—. Sé que te duele que a Frank pueda pasarle algo —confesó sin poder evitar la connotación de dolor en su voz, pero Elisa no lo dejó continuar.

—Es el padre de mi hijo Jules —susurró con reprensión y mirándolo desconcertada.

—Lo sé y me jode que pienses que te estoy reprochando algo, solo quería decirte que sé cómo te sientes, a mí también me afecta, aunque no lo creas —dijo sin poder ocultar la mezcla de rabia y dolor.

—Lo siento, es que estoy algo aturdida Jules yo no sé explicar lo que siento, yo solo sé que... —hablaba cuando los pasos de una enfermera acercándose los interrumpió. Elisa se puso de pie inmediatamente y se encaminó.

—¿Es usted la esposa del señor Frank Wells? —preguntó la chica rubia de uniforme blanco.

—Sí, ¿cómo se encuentra? —inquirió mirándola a los ojos.

—El paciente se encuentra bien —la joven dio su explicación y Elisa dejó libre un suspiro de alivio, al igual que Jules—. Me ha preguntado quién lo ha traído y le he dado la descripción física de usted —desvió la mirada al francés—. ¿Es usted Jules Le Blanc? —preguntó con una amable sonrisa.

—Sí señorita —contestó poniéndose de pie.

—Puede pasar —le informó con la misma amable sonrisa y regresó la mirada a Elisa—. Usted también señora, síganme por favor —pidió la joven mientras en el camino les informaba un poco sobre el estado de salud de Frank.

La enfermera abrió la puerta para que pasaran, primero lo hizo Elisa y detrás de ella lo hizo Jules.

Frank estaba en una cama sentado con un par de almohadas en la espalda, las que le brindaban mayor comodidad y recibió a los visitantes con una brillante sonrisa.

Elisa se acercó rápidamente, evidenciando su preocupación mientras que Jules lo miraba en silencio y se sentía más tranquilo al verlo sonreír, no obstante, el gesto se le congeló al ser testigo de cómo la mujer que ama besó a su esposo en los labios.

—¿Cómo estás? ¿Qué te pasó Frank? Me has dado un gran susto —al único beso que ella le dio, Frank respondió con varios.

—Estoy bien amor, solo fue un desmayo porque no había desayunado. No ha sido nada grave —alegó desviando la mirada hacia Jules—. Hijo, perdona el susto que te he dado —se disculpó con una franca sonrisa.

—Admito que me dio un gran susto señor —confesó con la media sonrisa que se obligó a mostrar.

—No era mi intención, es la primera vez que esto me pasa. Tal vez fue el café ruso en ayuna.

En ese momento entró el doctor y le dio a Elisa una concisa explicación acerca del estado de salud de su esposo. Y con palabras textuales le aseguró que estaba como un roble, no tenía nada por lo que temer, su estado de salud se encontraba muy bien, demasiado para su edad.

Mientras a Elisa le reafirmaban que no tenía nada por qué temer, Jules se volvió hacia la ventana y observaba a segundos el paisaje mientras escuchaba el diagnóstico se sentía tranquilo, pero también por un momento relámpago la desesperanza cruzó su ser, sobre todo porque antes de volverse su mirada se encontró con la de Elisa y se sintió realmente un desgraciado.

El doctor se marchó y Frank tomó una de las manos de Elisa frotándola amorosamente mientras su mirada le recorría el rostro y con su mano libre acarició la mejilla femenina.

—Me has dado un gran susto Frank —dijo ella nuevamente, cerrando los ojos ante el tierno toque.

—No tienes que temer amor —la tranquilizó llevando las dos manos a la mejilla de la joven, instándola a que se acercara más a él—. No pienso morirme todavía, cada vez me siento más joven, me sentí renacer cuando me miraste por primera vez y me cambiaste el mundo. Hiciste que ilusiones cobraran vida nuevamente en mí, solo tú Elisa, solo por ti mi niña hermosa —se acercó y le dio un tierno beso en el pómulo.

La joven cerró los ojos, sintiéndose morir porque Jules estaba presente y sabía que no sería fácil para él. Al desviar su mirada por unos segundos de la de Frank, pudo ver a Jules de espaldas mirando por la ventana. Estaba segura que sufría.

—Tú me cambiaste todo Elisa, sé que tu corazón es mío y eso lo agradezco infinitamente, desde que te vi quise vivir una nueva vida. Agradezco esa manera tan especial que tienes de mirarme —susurraba perdiéndose en la mirada miel, la que estaba cristalizada por las lágrimas.

Para Frank la sensibilidad en la mirada de Elisa era causada por palabras que él le estaba regalando y sí, a ella la conmovían, pero era más grande el dolor de saber lo que esas palabras estaban provocando en Jules.

Él estaba en silencio y ella podía ver cómo tensaba el músculo de su mandíbula y eso solo lo hacía cuando estaba reteniendo las ganas de llorar. Lo conocía perfectamente.

Jules trataba de perder su mirada borrosa a causa de las lágrimas en algún transeúnte en la calle mientras el corazón le latía demasiado rápido al contener la respiración para que las lágrimas no se derramaran, soportando ese vacío que amenazaba con consumirle el alma envolviéndosela en llamas, pero no se la incineraba, solo era sometido a una lenta tortura. Inhaló profundamente y dejó libre un suspiro silencioso, llenándose de valor para volverse y largarse de ese lugar, ya que era demasiado masoquista de su parte permanecer ahí, permitiendo que las palabras que Frank le decía a la mujer que ambos amaban le siguiesen talando el corazón.

—Disculpe señor, debo volver a la compañía —dijo volviéndose apenas mirando a Elisa, para después clavar la mirada en Frank, dándole gracias a Dios porque su voz no reflejaba su estado—. Todos quedaron muy preocupados.

—Gracias hijo por preocuparte de esta manera, gracias por auxiliarme —mencionó Frank con una sonrisa de verdadero agradecimiento.

—No es nada señor, sabe que es como un padre para mí, ahora con su permiso me retiro, hasta luego señora —se despidió.

Elisa lo miró a los ojos y pudo notar en el verde gris de éstos, el tormento que consumía a Jules. Frank asintió en silencio concediéndole el permiso.

La mirada de Elisa siguió la figura de Jules caminar hacia la puerta y sintió cómo su alma se escapaba detrás de él.

Cuando la puerta se cerró ella regresó la mirada a Frank y él acercándose le dio un beso en la frente mientras Elisa tragaba para pasar las lágrimas, sentía demasiadas ganas de llorar. Jules era el único que le causaba tanto dolor, era el dueño de la mayoría de sus lágrimas, pero también era el único encargado de hacerle vibrar el mundo, él con sus caricias podía sanar cualquier herida. Se alejó del beso de Frank lentamente y lo miró a los ojos.

—Amor, voy a preguntarle al doctor cuándo te va a dar de alta —le dijo cariñosamente, pero en realidad quería ir detrás de Jules.

—Está bien amor, llevo solo dos horas aquí y ya estoy loco por irme —mencionó dándole un beso en los labios, al que ella correspondió y salió aparentemente tranquila, pero su ser le gritaba una sola cosa: ¡Corre!

Salió y pudo ver a Jules caminando al final del pasillo, sin perder tiempo le echó un vistazo al lugar, que para su suerte se encontraba solo, por lo que corrió tan rápido como pudo, pero él se le perdió de vista.

Al llegar al final el pasillo éste se convertía en una T miró al lado derecho y no había nadie, pero el lado izquierdo era ocupado por el cuerpo del joven.

—¡Jules! —Lo llamó con voz ahogada ante el esfuerzo de correr, el joven se detuvo ante el llamado—. ¡No te vayas! —suplicó y él duró unos segundos para volverse mientras ella acortaba la distancia—. Por favor escúchame —su mirada se perdió en ese bosque incierto que eran los ojos de él. La mandíbula tensada y el brillo en la mirada solo le gritaban cómo se sentía mientras que las lágrimas en ella se derramaron sin aviso alguno—. Lo siento mi amor, lo siento.

Jules llevó su mano a la boca de Elisa para que no hablara, acariciando con la yema de sus dedos los labios femeninos mientras que su mirada recorría el rostro y se posaba al final en los labios.

—No digas nada, no pasa nada. Estoy bien —le dijo elevando la comisura derecha tratando de sonreír. Se estaba muriendo de celos, pero no se lo dejaría saber, ella con su mano retiró la de él.

—No, no estás bien, deja de querer engañarme imbécil —le dijo y su voz temblaba ante las lágrimas—. No seas estúpido Jules, deja de lado el maldito orgullo y asume que te estás muriendo al igual que yo, que quieres gritar, que quieres golpear lo primero que se te ponga en frente.

Jules levantó la mirada y recorrió el lugar, estaban en un pasillo en el que había habitaciones a ambos lados, el cristal transparente en el centro de las puertas blancas le permitió darse cuenta que había una dama en la habitación del lado derecho presenciando la escena, aunque ésta trató de disimular cuando su mirada se encontró con la de él.

Jules espabiló rápidamente para no derramar las lágrimas, desvió la mirada al otro lado y la habitación estaba sola.

—Lo único que tengo en frente es a ti —dijo en un ronco susurro.

—Entonces golpéame si eso te hace sentir mejor —respondió ella mirándolo a los ojos.

En ese momento la rapidez de Jules en tomarla por un brazo y abrir la puerta de la habitación que se encontraba vacía fue realmente impresionante, sin darle tiempo a Elisa de coordinar la adhirió bruscamente a la pared de la habitación, con una mano cerró la puerta y con la otra cerró el cuello de la chica, apretándolo con fuerza, tanto como para dejarla inmóvil, la miró a los ojos y aflojó un poco el agarre.

Elisa lo miraba impresionada, le había pedido que la golpeara y al parecer eso era lo que él pensaba hacer, la respiración se le agitó violentamente y sus ojos se abrieron desmesuradamente, llenándose de pánico al ver cómo se formaba un puño en la mano libre de Jules, el que estrelló contra la pared al lado de su rostro.

Elisa espabilaba aterrorizada y temblaba, prefirió cerrar los ojos mientras escuchaba los golpes hacer eco en su oído, uno detrás de otro, la respiración de Jules parecía la de un toro enfurecido y pudo escucharlo detenerse.

La mano que cerraba su cuello subió lentamente apoderándose de su barbilla, el dedo pulgar de él se posó en los labios de ella, paseándose con lentitud.

Elisa sabía perfectamente lo que estaba haciendo, estaba tratando de borrar los besos de Frank, eliminarlos por completo de la manera más suave que pudiese existir.

La tibia respiración de Jules refrescaba el rostro sonrojado y acalorado de la joven, a causa del temor vivido por su arranque de ira y dolor.

Elisa sintió los labios de él posarse en los suyos, rozándolos con extrema delicadeza para después abrirse paso en un beso desesperado, furioso, voraz, abrazador, al que ella correspondió ratificándole que nadie podría jamás igualar sus besos, que solo él sabía perfectamente hacerla delirar y que los besos de Frank no se le acercaban ni en el más absurdo de los sueños, su lengua tenía el poder de un tornado, pero al mismo tiempo la suavidad de la seda para acariciar, solo él refrescaba su alma como brisa en primavera y le hacía conocer el infinito una y otra vez y otra y muchas otras más.

Ella llevó sus manos a los cabellos del joven, enredándose en las hebras castañas, jadeando en el aliento de él.

Jules se apoderó con ambas manos de las mejillas de Elisa, moviendo la cabeza a su gusto para besarla mejor, para ahogarse en la boca que lo enloquecía, para llenarla de ese beso apasionado que lo calcinaba. Dejó libre por fin un jadeo cargado de llanto en la boca de ella y se separó un poco.

Elisa lo miró a los ojos ahogados en llanto, se abrazó fuertemente a él, quien correspondió con premura. Se sentía realmente pequeña entre sus brazos; sin embargo, le daba a Jules ese abrazo que necesitaba, solo ella podía comprenderlo, a ella no podía mentirle, no podía decirle "Estoy bien" cuando no era así, porque ambos estaban sintiendo lo mismo. Seguía abrazada a él, reconfortándolo y llorando con él de impotencia y dolor.

—Nunca te lastimaría amor mío, nunca —le susurró en el oído—. Solo necesitaba drenar un poco la ira que me estaba consumiendo —se alejó un poco y llevó nuevamente las manos a las mejillas de la chica—. Mírame, Elisa mira mis ojos, creo que voy a volverme loco, perdóname amor, no quise asustarte... Ya sé que no puedo mentirte, ni siquiera ocultarte cómo me siento, créeme que intento sufrir en silencio, que si ardo en el infierno cada vez que te veo con él no quiero arrastrarte a ti también, por eso es preferible que dejes que me largue cuando te lo pido —susurró mirándola a los ojos mientras ella le retiraba con sus manos temblorosas las lágrimas y las de ella bañaban su rostro, llorando en silencio—. No llores, no llores —le pedía acercando sus labios y besándole las lágrimas.

—No me voy apartar, no te voy a dejar solo Jules, si somos uno cuando me haces el amor, si te fundes en mí para elevarnos al cielo quiero que seamos uno cuando estemos sufriendo, que soportemos los golpes siendo uno, que te fundas en mí para sumergirnos en el infierno, esto es cosa de dos, de los dos Jules. Estoy contigo y tú estás conmigo, ¿estás conmigo? —Preguntó alejándose un poco al ver que él no respondía—. ¿Estás conmigo Jules? —Inquirió nuevamente, mirándolo a los ojos al ver cómo los de él se oscurecían—. ¡Francés estúpido! —dijo golpeándole el pecho con rabia y dolor—. Te estoy diciendo que no te voy a dejar solo, que te amo, te amo, te amo Jules, ¿qué más quieres? ¡¿Qué lo grite?! ¡¿Qué me saque el corazón?! —Llevó una de sus manos hasta la cabeza del joven y le haló el cabello fuertemente, obligándolo a doblar el cuello hacia un lado y él mostró una mueca de dolor—. Yo misma voy a sacar de esa cabeza terca tantas estúpidas inseguridades —hablaba apretando los dientes ante la fuerza que estaba haciendo al halar los cabellos castaños.

—Suéltame Elisa —le pidió con un jadeo de por medio—. Está bien, está bien, si quieres darte cuenta de lo amargado que soy realmente es tu problema, no es inseguridad, yo solo quiero protegerte —ella lo soltó y era el turno de Jules. Llevó una de sus manos a la nuca de Elisa y le apretó los cabellos, por lo que ella dejó libre un jadeo, justo dentro de la boca de Jules—. ¿Quieres sufrir? Perfecto —determinó devorándole la boca nuevamente con un beso de esos donde la lengua de Jules prendía fuego a toda su piel y hacía que su vientre lo anhelara más que a respirar, él se alejó un poco.

—No tienes que gritarlo, prefiero que lo jadees en mi oído. Hazlo, hazlo Elisa —le pidió creando un camino de besos y succiones por todo el cuello femenino.

Elisa se aferró a los cabellos de la nuca de Jules mientras las piernas le temblaban, sentía que se hundiría, que terminaría en el piso sino se aferraba de algo, apretándose más a él se acercó hasta su oído.

—Te amo... te amo... te amo con todo Jules Le Blanc —le jadeó mientras sentía la respiración de él sofocarse en su cuello y sus besos humedecerle cada poro, sentía la textura divina de la lengua de Jules frotarle la piel. Le estaba haciendo vibrar el alma y sus jadeos hacían eco en el oído del francés, haciéndolo vibrar al compás de sus clamores.

Él recorrió el cuello de ella, frotando con su lengua de manera circular el centro de éste, de ese punto débil donde Jules podía sentir los latidos del corazón de Elisa palpitar contra su lengua.

—Te amo —susurró ascendiendo lentamente con su músculo, saboreándole la garganta en toda su extensión—. Je t'aime, t'adore —le succionó la barbilla mientras se llenaba los oídos con los suspiros que Elisa le regalaba—. Ma femme —capturó entre sus dientes el labio inferior y lo saboreó a su gusto.

Penetró con su lengua en la boca de Elisa, quien se mantenía con los ojos cerrados disfrutando del beso, recorriendo con sus manos la amplia espalda masculina, delirando de placer ante los contornos bajo las palmas de sus manos y sintiendo cómo aumentaba de temperatura ante sus roces.

Jules llevó sus manos a las caderas femeninas, acercándola a él, sintiendo el vientre de ella vibrar ardientemente contras sus palpitaciones encendidas.

Los temblores en sus cuerpos les gritaban que, si no se detenían en ese momento, no encontrarían la fuerza necesaria para hacerlo hasta que se desnudaran el alma amándose en medio de girones de pasión sin importar el lugar.

Él fue un poco más consciente de la situación y poco a poco le fue bajando el ritmo al beso, percibiendo en ella la necesidad de seguir con la danza íntima de sus lenguas, pero agónicamente se separó, hasta susurrar con la voz ahogada y sumamente ronca contra los labios de ella.

—Salgo yo primero, esperas un minuto y sales.

—¿Eh? —preguntó desconcertada, regresando de golpe a la realidad.

Elisa abrió lentamente los ojos, sintiendo su deseo bajar en picada del cielo, lo que le turbó hasta la última neurona y no podía coordinar.

—¿Elisa, no estarías pensando que te iba hacer el amor aquí verdad? —preguntó mirándola a los ojos con un brillo fascinante en la mirada.

—No... no, claro que no —respondió ella tratando de parecer convincente mientras intentaba controlar sus latidos y se acomodaba el cabello, pero en realidad era lo que esperaba. Por supuesto que esperaba que Jules le hiciera el amor contra la pared.

—Bueno, aunque me muero de ganas, no podemos —confesó dándole un beso, solo un toque de labios—. Ya sabes al minuto sales o no, mejor hazlo en dos —sugirió y se acomodó un poco el saco antes de salir.

Elisa esperó dos minutos y salió, encaminándose en dirección opuesta a la que tomó Jules, dobló a la derecha y caminaba por el pasillo cuando vio salir de una de las habitaciones al doctor que atendió a Frank.

—Disculpe doctor lo estaba buscando —dijo la joven captando la atención del médico.

—Sí, dígame señora Wells —paseó su mirada por el rostro de la joven y se percató de que estaba sonrojado, como si hubiese estado llorando—. Señora en verdad no tiene nada de qué preocuparse, su esposo se encuentra muy bien de salud, de todas maneras, le he hecho algunas pruebas, las que estarán listas en una semana, pero por ahora no tiene porqué angustiarse —le habló de manera comprensiva.

—Se lo agradezco doctor, muchas gracias y otra cosa, ¿para cuándo puede darle de alta a mi esposo? —preguntó con voz tranquila, no obstante, aún tenía los latidos del corazón descontrolados.

—Esta misma tarde, solo lo mantendremos en observación por un par de horas más y de ahí puede regresar a su casa. Eso sí, deberá tener reposo por lo que resta del día. Ahora con su permiso, voy atender a otro paciente —le dijo con una amable sonrisa.

Ella asintió en silencio y se dirigió a la habitación donde se encontraba Frank, no sin antes llegar al baño y acomodarse un poco.

Cuando trasladaron a Frank hasta el hospital, no permitieron que nadie lo acompañase en la ambulancia, por lo que Jules tuvo que seguirlo en su auto.

Sus pasos enérgicos lo guiaban al estacionamiento subterráneo del hospital mientras que en su cabeza se formaba una gran telaraña con tantos pensamientos, todos contradictorios, llevándolo de un lado a otro, haciendo que en él hirvieran emociones de todo tipo. Sacudió levemente la cabeza para expulsarlos y ver si así lo dejaban tranquilo.

Por fin encontró el automóvil rojo, subió e introdujo la llave para encenderlo, pero no la giró, solo dejó libre un suspiro y su mirada se perdió en sus manos apretando el volante, viendo cómo los nudillos se le tornaban blancos ante la presión.

Sentía un gran dolor en su mano derecha, la cual había maltratado con los golpes en la pared, su mente recreó nuevamente la escena de Frank y en sus oídos hacían eco las palabras, sobre todo esas donde le decía a Elisa que ella lo miraba a él de una manera especial, que como lo miraba a él no lo hacía con nadie más.

Por más que quiso contener la rabia no pudo, por lo que soltó el volante y las palmas de sus manos empezaron a estrellarse con fuerza contra éste, las palpitaciones de su corazón eran desenfrenadas mientras quería hacer polvo al blanco de sus golpes, parecía haber enloquecido, aunque realmente no estaba muy lejos de enloquecer completamente. Sentía tanta ira que, aunque se destrozara las manos no bastaría para drenarla y sabía que se debía al diagnóstico médico, porque Frank estaba en perfectas condiciones y él ya no quería seguir esperando, estaba cansado de esperar, de compartir, de ser el más grande de los cabrones.

Nunca pensó que su destino sería ese, estar tan limitado en la vida, sin duda, amar a una mujer casada era el peor de los castigos. No le deseaba la muerte a Frank, pero si esa era la única salida para estar con Elisa no entendía cómo podía gozar de tan buena salud. Era un maldito y estaba plenamente consciente de ello. No podría sufrir más la muerte de Frank que la agonía que sentía día a día por no poder estar al lado de la mujer que le había robado el alma.

Ni siquiera por sus pensamientos se asomaba querer apartarse, no podía hacerlo, no una vez más, porque no quería ni podía dejar sus maravillosos momentos al lado de Elisa, estaba cansado de esperar, pero lo seguiría haciendo hasta el día que pudiera gritarles a los cuatro vientos el nombre de la mujer que amaba, hasta que pudiera amarla en público y sin nadie más de por medio, hasta que pudiera convertirla en su esposa. Mientras, seguiría siendo ese amante que le entregaba sus ganas.

Estaba seguro del amor de Elisa y que ella también sufría, pero no podía hacer nada; él no podía exigirle más de lo que ella le daba, cuando el imbécil de su corazón decidió enamorarse debía saber las condiciones, pero no, el muy pendejo se arriesgó y se lanzó a ciegas, dominándolo por completo; muchas veces quería sacárselo y pisotearlo, pagar con el tanta rabia, tantos celos, tanto amor.

Jules se detuvo, se llevó las manos al rostro cubriéndolo y las deslizó por sus cabellos para peinarlos y dejarlas descansar en su nuca, las sentía realmente adoloridas, pero al menos estaba un poco más calmado. Cerró los ojos y se rodó en el asiento adoptando una posición más cómoda, su cabeza reposó en el respaldo mientras los latidos poco a poco retomaban su ritmo normal. A su mente llegó el momento en que Elisa haló sus cabellos, inminentemente una sonrisa se dibujó en sus labios al recordarla tan posesiva, tanto como a él le gustaba.

El día se había ido a la mierda, ya no podría hacerle el amor. Sin duda alguna la visita se había pospuesto, pero buscaría la manera de esa misma semana sentirla debajo de su cuerpo y de verla cabalgar con esa pasión y energía que a él lo hacían delirar. Elisa le hacía el amor como ninguna otra, se entregaba sin medidas, le ofrecía su cuerpo para que él hiciera lo que quisiera mientras que ella asaltaba el de él sin reparos, sin detenerse ante nada.

Un toque en el vidrio hizo que abriera los ojos, observando a uno de los hombres de seguridad del hospital quien intentaba decirle algo, por lo que se incorporó en el asiento y bajó el vidrio.

—Disculpe señor, ¿se siente bien? ¿Pasa algo? —preguntó recorriendo con su mirada el interior del auto.

—No pasa nada, todo está bien —respondió Jules encendiendo el motor y elevando la mano a modo de despedida.

Puso en marcha el vehículo y se dirigió a la empresa. Como era de esperarse, al llegar lo atiborraron de preguntas, las cuales respondió de la mejor manera posible.


Traducción al español: Te amo, te adoro.

Traducción al español: Mi mujer



Estaba perdida, pero ya estoy de vuelta con nuevos capítulos, espero que los disfruten. Feliz noche!

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