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CAPÍTULO 12


Una semana después de aquella discusión nocturna, Frank la había sorprendido llegando casi todos los días a la hora del almuerzo y por las noches ya no llevaba trabajo a la casa, sino que ocupaba su tiempo antes de dormir en jugar con su hijo y hasta se encargaba de hacerlo dormir él mismo. Ya ella una vez más confiaba en que la prioridad para Frank Wells era su hijo.

Elisa entró a la habitación dejando la puerta abierta porque detrás de ella venía Frank, pasó de largo hasta la peinadora para ponerse un poco más cómoda, no sin antes dejar su cartera en uno de los sillones que servían de centro en la inmensa habitación del matrimonio Wells. Se acercó hasta el tocador y se miraba al espejo mientras se quitaba los pendientes.

—¿Te ha gustado el almuerzo? —le preguntó Frank acercándose a ella y depositándole un beso en uno de los hombros.

—Sí, me ha encantado —respondió con media sonrisa mientras lo observaba a través del espejo—. Pero Frederick terminó jugando con la comida, como siempre —amplió la sonrisa—. Gracias Frank... gracias por dedicarle un poco más de tiempo a nuestro hijo, sé que tal vez te estoy exigiendo demasiado, sé que no merezco todo lo que me das y te pido disculpas por mi comportamiento el día del cumpleaños de Fred, solo que muchas veces él preguntaba por ti y yo le aseguré que ese día estarías con él, porque tú me lo prometiste... Sé que estoy acostumbrada a que se haga siempre mi voluntad —Frank en ese momento llevó las manos a la cintura de su esposa y la volvió hacia él.

Elisa sentía su corazón latir rápidamente, pero era a causa del miedo, miedo de que pudiese ver en su alma. Muchas veces había querido hablar con él y contarle todo lo que le estaba pasando, tal vez si fuera un poco valiente y afrontara la situación él llegara a entenderla, pero el temor a un sinfín de reacciones por parte de Frank, siempre le ganaban la batalla, solo que esta vez iba a arriesgarse, estaba dispuesta a enfrentar las consecuencias.

—Pero es que me da impotencia —soltó una bocanada de aire—. Frank, no sé si ser sincera contigo... en verdad quiero serlo... quiero sacarme todo lo que llevo dentro... son cosas muy complicadas, demasiadas —tragó en seco mientras hablaba y su corazón parecía un tambor en plena ceremonia de caníbales, golpeaba demasiado fuerte y rápido, impidiéndole hasta cierto punto respirar, sentía que era el momento de contarle a Frank todo lo que pasaba con Jules, de ser por una vez en su vida completamente sincera—. Yo sé... sé que... Frank, antes que nada, quiero que sepas que... que —quería mirarlo a los ojos, pero era imposible, toda ella temblaba, podía sentir el sudor frío cubrirle la espalda y hasta cierto punto se sentía mareada, estaba segura de que se desmayaría. Cerró los ojos y dejó libre un suspiro para tranquilizarse un poco, cuando sintió los labios de Frank tocar los de ella, suaves e intermitentes y las manos de él subiendo por sus brazos, anclándose en su cuello y mandíbula mientras Elisa le respondía con el corazón brincándole en la garganta, definitivamente él no le estaba ayudando—. Frank... —un beso la interrumpió—. Yo quiero hablar... —Otro beso húmedo caía en sus labios—. Necesito hablar contigo —dijo alejándose un poco.

—Yo te amo Elisa... y quiero hacerte el amor, hablemos mientras nos entregamos, te necesito mi reina —susurró buscando una vez más los labios de su esposa.

—Pero lo que tengo que decirte no puede ser mientras me haces el amor —murmuró con la voz temblorosa, sin atreverse a mirarlo a la cara.

—Entonces me lo dices después... Amor, tengo una reunión a las cuatro y media, son las dos —dijo verificando la hora en su reloj de pulsera—. Me da tiempo de hacerte el amor —le inmovilizó la cabeza, besándola con ansiedad.

—Creo que deberíamos cerrar la puerta —planteó cerrando los ojos y con voz ahogada mientras se llenaba de valor.

Quería pedirle una separación, un divorcio o al menos decirle que no lo amaba, pero cómo lo hacía si él la necesitaba en ese momento, si no la escucharía así ella se lo vociferase, así le gritase en la cara que amaba a Jules Le Blanc no se detendría.

—Tienes razón amor —aseguró alejándose un poco, con largas zancadas se dirigió a la puerta.

Elisa lo miraba con los ojos brillantes conteniendo las lágrimas y con manos temblorosas se desabotonaba el vestido, el que dejó caer a sus pies. Frank la recorría con la vista, ataviada con el sujetador y la enagua mientras él se acercaba a ella y se deshacía del saco que colocó con cuidado sobre el respaldo de uno de los sillones, seguidamente se desabotonaba los puños de la camisa.

—Puedes acostarte —le pidió aflojándose la corbata.

Ella asintió en silencio y se encaminó al borde de la cama donde tomó asiento, no sin antes quitarse todas las prendas, sintiendo vergüenza de su desnudez, con Frank se sentía así, se acomodó en la cama mientras observaba a Frank caminar hasta el ventanal y cerrar las cortinas, dejando la habitación en penumbras. Después de un minuto, el lugar apenas se iluminó por uno de los veladores de una de las mesas de las esquinas.

Elisa cerró los ojos y dejó libre un suspiro, sintiendo una vez más las lágrimas llenar su garganta al estar a punto de traicionar sus sentimientos otra vez.

Al sentir el peso del cuerpo de Frank el suyo se estremeció, se sintió ahogándose con él encima, aun cuando Jules era mucho más pesado y más alto, con él el aire llegaba a todos los rincones, elevándola al infinito mientras que con su esposo todo era distinto, se quedaba encadenada al infierno, ahí vivía la tortura; esa que, aunque duraba poco para ella era una eternidad.

Frank no era de los hombres que buscaban la satisfacción de la mujer, para él solo contaba desbocarse y desahogarse, con él eran pocas las caricias, solo le daba los besos que justamente necesitara él para llegar al punto más alto, según su necesidad. Mientras que con Jules... con Jules. A Elisa le costaba no hacer comparaciones.

Su amante podía estar muy necesitado, podía estar a punto de explotar, pero primero se aseguraba de que ella alcanzara la gloria por lo menos una vez antes de hacerlo él. Con Frank eran suficientes dos minutos, muchas veces la lastimaba y parecía no darse cuenta.

Él terminaba, le daba un beso en los labios y después se dejaba caer a un lado con la respiración agitada, cuando la de ella apenas sí se sentía.

Elisa haló la sábana y se cubrió el cuerpo impregnado con el sudor de su esposo, él también se tapó con la sábana, pareciera que la desnudez para él fuese pecado, solo le gusta apreciarla cuando necesitaba estar con ella, tal vez para excitarse, después la desechaba totalmente. Estaba segura que podía leer la mente de Frank y que en ese momento se moría por fumar, pero no lo hará porque sabía que a ella no le gusta.

Jules era todo lo contrario, la otra cara de la moneda. Después de hacerle el amor era cuando él más la admiraba, la besaba y le acariciaba cada poro cansado.

Él la amaba con tantas ganas que muchas veces parecía insaciable, esas que los hacían gritar a ambos, poniéndose el alma en las manos para después echarla a volar; con Frank no se elevaba en lo más mínimo, a él apenas si lo había visto desnudo, a Jules le conocía el mínimo lunar, la mínima línea de expresión que se apoderaba de su rostro justo en el momento del orgasmo, a Frank apenas lo escuchaba gemir ahogadamente en su oído, ¿cómo no compararlos? Era la pregunta que se hacía todo el tiempo.

—Amor, aún no me has mostrado el regalo que le compraste a Angie por su cumpleaños —comentó Frank, acomodándose en la cama de medio lado.

—Es que... —se mordió el labio dudando de su respuesta—. Frank, aún estoy indecisa —acotó buscando la manera de entablar la conversación.

—¿Por qué? ¿Ahora no te gusta? —indagó acariciándole la mejilla sonrojada a su esposa.

—No, por el contrario, me gusta demasiado, tanto que lo quiero para mí —dijo sonriendo mientras a su cabeza llegaban algunos recuerdos.

—Déjame verlo —le pidió—. Y decidimos... Supongo que debe ser hermoso porque la cuenta que me llegó es bastante alta, ese regalo vale media fortuna —dijo correspondiendo a la sonrisa de ella.

—Frank no exageres, es algo costoso, pero vale la pena... Creo que deberías regalármelo —pidió enrollándose en la sábana y poniéndose de pie para buscarlo en uno de los armarios.

Tuvo que hacer una compra millonaria en una joyería, entre varias cosas para dar con el total aproximado del collar como le informó la vendedora, entre los cuales compró algunos abridores, cadenas sencillas, anillos y los envió a una fundación para así tener la excusa del gasto. No podía evitar que las manos le temblaran mientras se encaminaba con el estuche de terciopelo negro, se metió nuevamente en la cama y abrió la caja. Su esposo se quedó mudo admirando el collar.

—¿Te gusta? —le preguntó sintiendo un nudo en la garganta ante el temor.

—Esto es una verdadera obra de arte —aseguró en un susurro sin desviar la mirada de la gran esmeralda y enmarcada en diamantes.

—¿Verdad? Lo mismo dije apenas lo vi pero ahora pienso que es mucho para Angie, creo que puedo regalarle otra cosa —miró al hombre a los ojos y parpadeó rápidamente, como una niña traviesa que esperaba conseguir algo—. ¿Frank dejas que me lo quede? —suplicó cerrándolo y poniéndolo a un lado. Se puso a gatas y se acercó a su esposo, sabía perfectamente cómo convencerlo—. Anda mi amor, di que sí —instó acercándose a los labios de Frank—. Di que sí —susurró rozando con sus labios los de su esposo—. ¿No crees que se le vería hermoso a tu esposa?

—Elisa... Elisa —murmuró roncamente, deteniendo la mano de la chica que frotaba su pecho mientras la miraba a los ojos y trataba de corresponder a los besos de ella.

—Dime amor.

—Tengo que ir a trabajar, recuerda que tengo una reunión pendiente —le recordó besándola tiernamente.

—Creo que deberás llamar y decir que no podrás ir... porque pienso hacerte el amor hasta que me digas que sí —prometió colocándose a ahorcajadas sobre él.

Elisa sabía perfectamente que Frank no tenía la potencialidad para complacerla y menos intentar hacerlo en una segunda oportunidad, él requería como mínimo un día para estar nuevamente dispuesto, eran cosas de las que ella se daba cuenta pero que celosamente se reservaba.

—Está bien, es tuyo el collar —concedió dejando libre un suspiro, apenas dijo eso ella dejó libre un grito de felicidad.

Llevó las manos a las mejillas de su esposo y le dejó caer una lluvia de besos, tan rápida que apenas a él le daba tiempo de respirar.

—Gracias... gracias... gracias amor —le decía entre besos—. Esta misma tarde pensaré en qué le podremos regalar a Angie —dijo riendo ante la felicidad de saber que podría lucir el collar que Jules le había regalado.

—Está bien elige el regalo, pero eso sí, uno que no te guste a ti porque vas a querer quedártelo nuevamente —le dijo colocándole las manos en los hombros y alejándola un poco—. Ahora sí, voy a ducharme sino llegaré tarde a la reunión.

Elisa bajó de la cama y se acomodó a un lado, seguidamente Frank se puso de pie y entró al baño. Ella aprovechó la soledad para agarrar el estuche y perderse en la maravillosa joya al tiempo que recordaba ese día, logrando que una sonrisa se instalara en su rostro, acariciando con la yema de sus dedos cada preciosa piedra que brillaba ante su toque.

El valor que había reunido para hablar con Frank se esfumó completamente, era tan fácil dejarlo de lado cuando sabía que podía perder a Jules o que a Frank le pasase algo. Estaba segura que su esposo no tomaría la noticia de la mejor manera, pero al menos esperaba que la comprendiese y que pudiera concederle una separación en buenos términos.

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