CAPÍTULO 11
Cientos de globos de todos los colores adornaban el jardín de la mansión Wells. En la entrada se había creado un camino de más de doscientos metros con arcos de globos y cintas de colores que conducían al área del jardín, la cual había sido dispuesta para celebrar el tercer año de edad de Frederick Joseph Wells Lerman.
En el lugar reinaban todo tipo de distracciones para los niños que compartirían junto al agasajado, entre las cuales contaba un grupo de payasos y otro de mimos. También había máquinas de algodón de azúcar, mesas hermosamente decoradas repletas de frutas, golosinas, bebidas refrescantes, siendo la fiesta amenizada por una banda musical que interpretaba música infantil.
Frederick estaba feliz con todo, pero solo compartía con Keisy, ya que era la única a la que conocía, los demás niños eran hijos de los inversionistas de Frank, los que en su mayoría fueron enviados con sus nanas; esos padres no tenían tiempo para compartir con sus hijos. También dos de las amigas de Elisa llevaron a sus niñas. Estas mujeres se mostraban realmente encantadas con la decoración de la fiesta, sin lugar a dudas su amiga siempre sabía cómo sobresalir en todo, hasta en fiestas infantiles.
—Todo está realmente hermoso —le dijo Charlotte a Miriam mientras observaban a los hombres disfrazados de mimos que hacían reír a los niños—. Claro, yo también le haría a April una fiesta de la misma magnitud si mi esposo fuese el quinto hombre más importante e influyente del país —aguijoneó la mujer desviando la mirada hacia donde se encontraban Elisa y Frank.
Los esposos Wells estaban en una de las mesas observando a su hijo reír ante el espectáculo. Elisa llevaba un hermoso vestido blanco con flores rosadas y verdes, largo y ancho, de tela liviana, dividido debajo del busto por una cinta fina de seda en un tono rosa pálido.
El escote discreto en cuello V que llegaba hasta la cinta, dejando sutilmente al descubierto el valle en medio de sus senos, era manga larga, un poco anchas, pero en los puños cerraba con unos botones de perlas, de su cuello colgaba un collar de perlas preciosas tipo lágrimas y su cabello se encontraba suelto con ondas suaves creando un estilo de diosa griega, adornado con flores naturales, dando la apariencia de ser la misma Helena de Troya.
Mientras que Frank vestía un pantalón blanco y una camisa en el mismo color, estaba sentado al lado de su esposa y le pasaba uno de sus brazos por encima de los hombros.
—No es para menos, debemos admitir que Elisa es hermosa además de elegante, era de esperarse que se casara con un hombre importante, él puede ser mayor, hasta parecer su abuelo, pero Wells también es muy elegante, el hombre representa y solo existe el pequeño detalle de su edad, si solo tuviese veinte años menos fuese el hombre perfecto —acotó Mirian recorriendo con la mirada a Frank—. Y hasta yo lo toleraría como esposo.
—¿Viste la edición pasada de Life? Toda la sección de economía fue dedicada a Sir Frank Wells, me encantó la entrevista que le hicieron; además, que lo nombraron eje indispensable de la economía americana —hablaba la chica entusiasmada, hasta que a su mente llegó una de las fotografías en la revista—. Por cierto... no sé si recuerdas al hombre que vimos hace algunos meses cuando fuimos a comer con Eli... El bombón de dos metros y trasero perfecto —comentó haciendo más entretenida la conversación.
—Por supuesto, un hombre imposible de olvidar, un ejemplar como pocos, ¿pero a qué viene el león al caso? —preguntó mirándola a los ojos.
—Lo vi en una de las fotografías de la revista, al parecer trabaja con Frank, yo me congelé en el momento y no entiendo por qué Elisa nunca nos dijo que lo conocía —dejó libre un suspiro, sintiéndose completamente confundida.
—Tal vez ella ni sabe que ese Adonis trabaja con su esposo, supongo que con él trabajará un ejército de personas, puedo asegurar que Elisa ni visita a su esposo en la empresa —comentaba Charlotte cuando la otra joven la interrumpió.
—Hablando del Diablo —susurró con admiración Miriam, al tiempo que liberaba un suspiro—. ¡Dios mío... eres grande! —continuó elevando la vista al cielo disimuladamente al ver que Jules llegaba.
El joven vestía con un pantalón beige y una camisa azul cielo, se acercaba con una maravillosa sonrisa que arrebataba corduras.
—¡Mamma mía! —exclamó Charlotte al verlo—. Te juro que si no estuviese casada me juego todo por ese hombre. Amo a mi esposo, con él quiero pasar el resto de mi vida, pero si se me presentara la oportunidad con este monumento de hombre me condeno —aseguró sin sentir vergüenza—. Confieso que mi matrimonio ha caído en la patética rutina, me gustaría lanzarme a un abismo desconocido —seguía con la mirada a Jules, quien se acercaba a la mesa donde se encontraban los esposos Wells—. Se le nota lo pasional, tal vez desate locura, un poco de adrenalina me vendría bien —susurró mientras Miriam trataba de disimular su mirada.
—Darme una oportunidad no me costaría tanto. La culpa la tendría Stevens quien cada vez me descuida más, necesito a un hombre que me dé atención —resopló sintiendo que la frustración la gobernaba en ese momento—. Me es infiel, he descubierto más de una vez perfume de mujer y labial es sus camisas y el muy descarado me dice que estoy loca... Cómo me gustaría pagarle con la misma moneda, cambiar mi vida por un momento, pero lamentablemente no encuentro a un hombre así... Seguro está casado —se lamentó la chica rubia de rizos.
—Eso lo averiguaremos hoy mismo amiga... Me gusta ese hombre, pero si quieres vengarte de tu esposo te puedo ayudar a encontrar la manera para que hables con él, de tu parte quedan las señales que le envíes —acotó determinante la joven.
—Miriam estamos en una fiesta infantil —intentó reprocharla con una sonrisa bailando en sus labios y mirando de soslayo al francés.
—Y supongo que eso no te detendrá amiga... No vayas a acobardarte ahora. Dime si quieres o no una aventura con ese hombre, yo no lo pensaría dos veces, sabes que no solo soy tu amiga, también soy tu cómplice —susurró—. Eso sí, me tienes que contar todo.
—Tampoco demos las cosas por hecho, primero tenemos que saber si está casado o no —enfatizó con una sonrisa mientras admiraba al chico en la mesa de los esposos Wells.
Frank apenas vio a Jules se puso de pie y le dio un abrazo que fue correspondido con la misma efusividad. Elisa se levantó lentamente, tratando de controlar la sonrisa en sus labios.
Los colores claros le quedaban maravillosos, el pantalón beige dejaba apreciar fácilmente sus piernas gruesas y fuertes, logrando con eso que su corazón se desbocara sin manera de poder ponerle freno, hizo su recorrido visual rápidamente para después mirarlo a los ojos.
—Buenas tardes señora —saludó tendiéndole la mano sin poder retener a su inquieta mirada que se posó fugazmente en el escote, logrando que sus ojos centellaran. Ella fue consciente de la descarga que lo recorrió porque en el momento que sus miradas se encontraron lo dijeron todo. Las pupilas de Jules aumentaron de tamaño, robando protagonismo al verde gris, dejando al descubierto el deseo que ella conocía a la perfección.
—Buenas tardes señor Le Blanc, bienvenido —respondió con media sonrisa y soltó el agarre—. Por favor, tome asiento —prosiguió con un ademán.
—Gracias, después de usted señora —pidió mostrando esa sonrisa que provocaba que a Elisa los pulmones se le quedaran sin oxígeno—. Hermosa la fiesta de Frederick, por cierto, no lo he visto —acotó recorriendo con la mirada el jardín.
—Dennis lo está cambiando de ropa porque con los dulces quedó hecho un desastre —habló Frank para entablar el tema de conversación—. Gracias por venir hijo.
—Gracias a usted por invitarme... Aun cuando estoy algo crecido para esta celebración —sonrió mirando disimuladamente a Elisa—. No podía dejar de compartir con Frederick... Creo que se molestaría conmigo.
—Tienes razón. Además, vienes muy poco a visitarlo —Frank escondió el sutil reproche para luego desviar la mirada a Elisa—. No quiero pensar que en algún momento mientras te hospedaste aquí se te trató mal.
—No... no señor, realmente muchas veces extraño el tiempo que permanecí aquí, solo que usted trabaja todo el día y casi todos los días como para que los fines de semanas tenga que dedicar tiempo en atenderme —expuso con total sinceridad.
—¡Tonterías hijo! Sabes que puedes venir cuando lo desees, si no estoy yo está mi esposa —Frank estrechó a Elisa en un cálido abrazos y Jules se obligó a sonreír—. Sé que ella te atenderá muy bien.
—Señor Le Blanc, puede venir cuando lo desee, muchas veces Frederick pregunta por usted —habló ella tratando de parecer lo más natural posible.
—Buenas tardes —se dejó escuchar la voz grave de John Lerman.
—¡Papá! —Saludó Elisa con una brillante sonrisa, inmediatamente se puso de pie se acercó hasta él y lo abrazó, depositándole un beso en cada mejilla—. Gracias por venir.
—John es un placer tenerte aquí —declaró Frank palmeándole un hombro, ya que Elisa no le dejaba espacio a Lerman para nadie más.
—Es la fiesta de mi nieto —resaltó con emoción.
—Buenas tardes señor Lerman —Jules se levantó y lo saludó con un cálido apretón—. Es un placer verlo.
—Igualmente señor Le Blanc —acotó al tiempo que tomaba asiento al lado de Elisa, ella se aferró a uno de los brazos de su padre y depositó la cabeza en uno de sus hombros en un gesto de afecto—. Tu madre viene por ahí, está buscando detalles de la fiesta —susurró el hombre dirigiendo la mirada hacia su hija al tiempo que le acariciaba la mejilla—. Cada vez estás más hermosa mi vida... Pareces una reina.
Los dos caballeros presentes en la mesa solo asintieron al mismo tiempo, aunque Jules apenas lo hizo perceptiblemente.
Deborah divisó en la mesa a Jules Le Blanc por lo que prefirió recorrer el jardín a tener que saludar a un ser tan indeseable para ella. No podía creer el descaro de su hija, de tener en la misma mesa al esposo y al amante, no sabía de dónde sacaba el valor para comportarse de esa manera.
Definitivamente sus hijos la habían decepcionado demasiado, primero Daniel al proponerle matrimonio a esa arribista, al menos había decidido inteligentemente al no venir al cumpleaños de Frederick, así le ahorraría la vergüenza de presentarse con esa mujercita delante de la familia.
Con Elisa creyó que había tenido la mayor de las suertes al casarla con Frank, ahora toda la fortuna y posición pendían de un hilo por la estupidez de su hija de mantener a ese imbécil como amante.
—Es que aún no sé qué hice para merecer este castigo —murmuró mientras observaba unas cintas de colores que colgaban de un árbol.
—¿Hablando sola tía? —preguntó Sean a espaldas de Deborah, quien no pudo evitar sobresaltarse un poco ante la sorpresa.
—Sean ¡Qué sorpresa cariño! —saludó con una sonrisa nerviosa—. ¿Cómo estás?
—Bien tía, bien —respondió sonriendo—. Angie y Keisy también están en excelentes condiciones —completó porque su tía Deborah nunca preguntaba por su esposa—. ¿Por qué tan apartada y no ha ido a saludar a Elisa? —se había percatado de cómo la mujer estaba evitando llegar a la mesa donde estaba su prima.
—Cariño... es que me distraje con la decoración, está realmente hermosa, al menos mi hija ha heredado el buen gusto para organizar eventos —sonrió desviando el tema—. Por cierto, me muero por ver a mi nieto, ¿sabes dónde está? —indagó fingiendo entusiasmo.
—Lo están cambiando, pero ya no deben tardar... Ah mire, ya lo traen —avisó espontáneamente al ver que lo llevaban a la mesa donde se encontraban sus padres—. No le quito más tiempo tía, puede ir a saludar a Frederick —se dio media vuelta y se encaminó dónde estaba su esposa con sus suegros y Keisy.
Dennis llevó al cumpleañero hasta donde se encontraban los padres, el niño se lanzó a los brazos de Elisa, quien lo recibió entre besos y mimos, pero al ver que su abuelo lo saludaba y le tendía los brazos no dudó en corresponderle.
—¡Es impresionante! Cada vez se parece más a Daniel —expuso el hombre admirando al niño entre sus brazos mientras Frederick posaba ambas manos en las mejillas de su abuelo. Tardó unos segundos en reconocer a Jules, tal vez porque llevaba el cabello un poco más largo, pero apenas lo hizo estiró los brazos para que el francés lo atendiera. El señor Lerman se puso de pie y se lo entregó.
Jules al ver que Deborah no se acercaba a la mesa prefirió ponerse de pie con el niño en brazos para alejarse y que la madre de la mujer que amaba se sintiera en la libertad de saludar a la hija.
—Si me permiten, voy a robarme al cumpleañero un minuto —miró al niño—. Frederick, vamos por tu regalo que está en mi auto.
—Claro hijo, ve —concedió Frank con una sonrisa mientras que Elisa asintió en silencio.
No tenía palabras, tal vez no quería hablar para no dejar al descubierto en su voz las emociones que la embargaban cada vez que veía a Jules con su hijo en brazos. El cariño de él hacia el niño solo hacía que el amor que sentía por ese hombre creciera aún más. Anhelaba que fuese su hijo, quería algún día poder convertirlo en padre, pero eso sencillamente era imposible, porque su mundo se derrumbaría si eso pasaba, aunque espontáneamente se llevó una de sus manos al vientre en un acto reflejo, sorprendiéndose al añorar otro hijo cuando le tenía pánico a los malestares y a cuánto se sufría al traer una nueva vida al mundo.
Jules se encaminó con Frederick en brazos hasta donde se encontraba su auto estacionado mientras conversaba con el pequeño como ya estaba acostumbrado hacerlo. Volvió medio cuerpo y pudo ver cómo Deborah llegaba por fin a la mesa y tomaba asiento, eso logró que la tensión en él mermara un poco.
Tal vez había sido mala idea haber asistido, pero también hubiese sido mala idea si no lo hubiese hecho. La mayoría del tiempo no sabía cómo actuar, ni qué era lo correcto y qué no. Sabía sobremanera que su relación con Elisa no era lo correcto, pero cómo hacía si no era culpa de Elisa y tampoco era su culpa amarla tanto.
No podía separarse de ella; sin embargo, volvía a ser la marioneta del maldito remordimiento, ese cargo de conciencia que no lo dejaba ser completamente feliz, si solo fuesen su amor y él todo sería tan distinto, pero esa era la realidad que lo golpeaba con demasiada fuerza porque existía un mundo completamente distinto al que él vivía con ella en su departamento, era un mundo feroz que no los dejaba amarse como tanto anhelaban.
—Frederick, espero que te guste... A mí me encantó y si no lo quieres me lo quedo yo —le dijo al niño mientras sonreía y lo colocaba de pie sobre el asiento trasero de su auto—. Espera aquí —se encaminó y abrió el maletero, sacando el regalo del niño que colocó sobre el suelo para después tomar al niño en sus brazos nuevamente—. ¿Qué me dices, te gusta? —le preguntó con una sonrisa observando cómo el pequeño miraba su regalo.
Frederick asintió enérgicamente y solo quería escaparse de los brazos de Jules para correr y tomar su regalo.
—Bueno, es todo tuyo eso sí, debes conducir con precaución —le pidió colocando al niño en un auto pequeño de madera que era una réplica de su auto y con un pie empujó el juguete que se desplazó. Frederick soltó una carcajada mientras sostenía el pequeño volante.
Frank desvió la mirada al portón principal y se puso de pie inmediatamente al ver que llegaba uno de sus amigos con sus hijos gemelos de cinco años, quienes viajaron desde Wyoming para celebrar el cumpleaños del primogénito de Frank Wells.
El hombre estaba realmente interesado en asistir porque quería adquirir al menos un porcentaje mínimo como inversionista en una de las empresas de Frank.
Elisa dejó libre un suspiro, sabía cómo era Frank, se recriminó por pensar que por un momento compartiría completamente con Frederick, tal vez porque no esperaba que tomaría como excusa la celebración de su hijo para negociar, anhelando que no viniesen con esa intención; aún guardaba la esperanza de que Frank solo quisiera recibirlo personalmente.
Deborah Lerman permaneció en la mesa menos de media hora, alegó un pequeño dolor de cabeza y le pidió a Flavia que le acondicionara una habitación para descansar un poco, realmente entablar una conversación con Elisa era imposible, apenas si le hablaba; solo conversaba con Frank y con su padre John, sus miradas se encontraron en algunas ocasiones e intercambiaron unas palabras para mantener el teatro de que aún se llevaban de maravilla como madre e hija pero las miradas desafiantes entre ambas salían a relucir de vez en cuando ante comentarios mordaces que nunca faltaban.
Jules regresaba con Frederick cuando Dennis lo interceptó, aprovechó para intercambiar unas palabras con la niñera y después de unos minutos tuvo que seguir su camino solo hasta la mesa porque el niño prefirió quedarse con su nana.
Al llegar, solo estaban Elisa y su padre, notó a la mujer que amaba inusualmente seria, no le agradaba verla de esa manera, por lo que arriesgando hasta su propia vida decidió regalarle una sonrisa.
—Señor, a su nieto le ha gustado el regalo, creo que tendrá un gusto indiscutible por los automóviles —entabló un tema de conversación apenas desviando la mirada hacia el señor Lerman, al tiempo que tomaba asiento presumiendo que no se percataba de la silla que estaba ocupando por estar hablando, se ubicó al lado de Elisa aprovechando que Frank no estaba y así no perder la oportunidad de estar más cerca de ella.
—¿Le ha regalado un auto a Frederick? —preguntó Elisa mirándolo a los ojos, queriendo en ese momento abrazarlo y besarlo, sintiendo cómo debajo del mantel él le tomó la mano, aferrándosela y acariciándola con su dedo pulgar.
—Efectivamente, una réplica de mi auto —dijo con una maravillosa sonrisa que hacía brillar sus ojos.
—Tal vez cuando sea grande quiera ser un gran piloto como Malcolm Campbell y cambie el Blue Bird por el Red Bird —expuso John Lerman divertido.
—¡No papá! Eso es peligroso —acotó Elisa preocupada por la seguridad de su hijo en un futuro, evidenciando nerviosismo.
Jules pudo sentir la angustia de Elisa en su agarre, queriendo en ese momento abrazarla y ofrecerle palabras precisas para que se tranquilizara, la observaba tratando por todos los medios de desviar la mirada, pero ella era ese imán imposible de vencer, hasta que la carcajada del padre de ella lo sacó de ese hechizo.
—Hija, no tienes de qué preocuparte, solo es una broma —aclaró el hombre acariciando con su pulgar la mejilla de la chica.
Ella dejó libre un suspiro, Jules observó el toque y por primera vez veía a alguien prodigándole amor a Elisa y no hervir en celos; por el contrario, agradecía que su padre la amara tanto como él.
—Elisa —la voz de Sean provocó que Jules soltara el agarre de la mano de Elisa y levantara la mirada clavándola en el chico y una vez más se llenaba de celos, sabía que no debía porque eran primos, pero ya se había hecho una idea del hombre y se le hacía difícil aceptarlo. Simplemente no le agradaba.
—Sean, por fin te acercas a saludar —dijo Elisa poniéndose de pie y bordeando la mesa, le dio un beso y un caluroso abrazo.
Jules la siguió con la mirada y tragó en seco para pasar los celos absurdos que le incineraban el alma.
—Tío —saludó Sean a Lerman, quien se puso de pie y le dio un abrazo.
—Sean ¡qué alegría verte hijo! Acompáñanos un rato —propuso ofreciéndole una silla.
—Sí claro —respondió con una sonrisa y su mirada captó a Jules reconociéndolo inmediatamente y el hombre al parecer siempre mantenía esa cara de estar molesto—. Señor —se dirigió al francés.
—Le Blanc... Jules Le Blanc —le aclaró con voz grave evidenciando lo gutural de su acento, poniéndose de pie y ofreciéndole la mano, aunque se conocían de vista no se habían presentado formalmente.
—Es un placer verlo nuevamente, Sean Caldwell —expuso, ambos se sentaron al mismo tiempo.
Apenas Jules ocupó la silla, llevó una vez más con disimulo su mano debajo del mantel y esta vez se aferró a uno de los muslos de Elisa, ella dejó libre media sonrisa ante el inesperado sentido de pertenencia que él mostraba y para sortear el momento habló:
—Keisy le hace la vida imposible al abuelo —comentó observando cómo el padre de Angie prácticamente corría detrás de la niña.
—Keisy es terrible... no se parece a su madre y mucho menos a mí... no sé a quién salió tan hiperactiva —confesó Sean con naturalidad mientras observaba a su hija y le hizo un gesto a Angie para que se acercara.
Angie no dudó en aceptar la petición de su esposo, por lo que se excusó con su madre y fue a la mesa donde estaba Sean.
—Buenas tardes —saludó la chica—. Señor Lerman —el hombre le correspondió con amabilidad y ella decidió dirigirse a la prima de su esposo—. Hola Elisa, ¿cómo estás?
—Bien Angie gracias y tú ¿cómo estás? —preguntó de manera amable, pero manteniendo esa distancia que aún entre ellas se establecía.
—Bien, gracias —respondió con media sonrisa.
—Toma asiento por favor —pidió Elisa de manera amable—. El señor Le Blanc, gran amigo de mi esposo —le dijo haciendo las presentaciones entre ambos.
—Mucho gusto señora —saludó el francés formalmente.
—Igualmente señor... Angie Caldwell —la voz de la joven aún parecía ser la de una niña de doce años, era tierna y tímida, parecía una muñeca de aparador.
Jules se sintió un poco más tranquilo con la presencia de Angie Caldwell en la mesa, la pareja era el uno para el otro, pues tanto marido como mujer parecían ser de mentira ante tanta elegancia y distinción. Hasta cierto punto eso lo incomodaba porque debía ser terrible parecer de cartón con movimientos casi mecánicos.
Pidió permiso para ir al baño, intentando escaparse de ese momento tan superficial; al regresar fue asediado por Frederick, quien quería que lo llevase nuevamente al auto, pero desafortunadamente el juguete ya se lo había llevado uno de los sirvientes al cuarto de juego, por lo que prefirió jugar con él lanzándole unos globos. Desde ese lugar vio a los esposos Caldwell regresar a la mesa que ocupaban junto con los padres de Angie.
Frank regresó a la mesa acompañado de dos niños que no pasarían los siete años, pero que apenas vieron los payasos salieron corriendo en busca de diversión.
Jules sabía que Frank estaba conversando con el padre de los gemelos, por eso no había retornado antes, lo vio acercarse a la mesa donde estaba Elisa en compañía del señor Lerman y sin tomar asiento le dijo algo que debido a la distancia no logró comprender; le depositó un beso en los labios y regresó a la mansión.
Elisa no lo podía creer, Frank tan solo había venido a traer a los niños al área de la fiesta y regresaba para negociar con ese hombre en el despacho, ella apenas logró salir de la incertidumbre en la que la había sumido con esa actitud tan egoísta, se puso de pie y lo siguió. No sin antes pedirle permiso a su padre, quien se percató de que su hija se había molestado con su esposo, pero él no debía entrometerse en inconvenientes que se suscitaban entre marido y mujer, por lo que le dijo que iría a ver cómo seguía Deborah.
—Frank, espera —habló Elisa con la voz agitada ante su paso enérgico, se encontraban retirados de la fiesta; sin embargo, Jules apreciaba la escena claramente, tratando de disimular.
—¿Dime amor? —preguntó volviéndose con una sonrisa.
—Frank no... no lo puedo creer, te ausentas de la fiesta de tu hijo para negociar. Me prometiste que hoy ibas a dedicar el día completo a Frederick y ahora te vas a reunir con ese hombre —murmuró sumamente molesta, evitando demostrar su estado delante de los invitados.
—Amor solo será una hora... Dean ha viajado desde Wyoming para entrevistarse conmigo, no puedo ahora hacerle un desaire —acotó llevando una mano a la mejilla de la chica para acariciarla, pero ella lo esquivó enérgicamente.
—No seas descarado Frank... Ya tenías planeado todo esto, es que no lo puedo creer —se llevó las manos a la cabeza mientras negaba—. Ya estoy cansada de tus negocios, de tu maldita ambición, le das preferencia a tus acciones antes que a tu hijo —la voz empezó a vibrarle ante las ganas de llorar que le causaba la ira que la consumía—. A mí me interesa muy poco si no estás, si te largas, pero a Frederick no... apenas si te ve la cara, dices que adoras a tu hijo pues demuéstralo con presencia no con regalos —exigió sintiendo las lágrimas de impotencia y rabia en la garganta.
—Elisa amor no seas dramática, sabes muy bien que yo me desvivo por mi hijo... que cuando llego estoy pendiente de él; además, solo busco la seguridad y estabilidad de su futuro, solo pienso en su bienestar ¿y dices que no me importa mi hijo? —cuestionó molestándose también, pero tratando de disimularlo porque, aunque estaban retirados de la fiesta, sabía que más de una persona los estaría mirando y a Elisa se le veía alterada.
—¿Yo soy dramática? —Preguntó incrédula, llevándose la mano al pecho y mirándolo a los ojos con ira—. Te desvives por Frederick sí, lo haces, pero una, dos horas al día y eso no es suficiente... Hoy es su cumpleaños, es para que estés con él cada minuto, quién sabe con quién está ahora, cuando debería estar con su padre, pero no, éste prefiere ir a negociar para su "futuro" —habló Elisa haciendo comillas con sus dedos al nombrar futuro—. Muchas veces es mejor aprovechar el presente Frank.
—Ahora está con Jules... ¿Cuál es el problema? —Preguntó desviando la mirada al francés, quien jugaba con el niño y observaban las distracciones—. No puedo disfrazarme de payaso para estar ahí. Frederick está bien, lo veo realmente feliz, mira nada más la fiesta que le hemos preparado, tiene de todo —expuso con media sonrisa.
—¿Sabes qué Frank? Ve a cerrar tu negocio —pidió tratando de controlar el grito que quería soltarle en la cara, se limpió rápidamente una lágrima que corrió por su mejilla—. Ve... lárgate —le golpeó el hombro para que se encaminara, cuando en realidad se moría por abofetearlo.
—Elisa, tranquilízate ¿sí?... Estás algo alterada —reprendió mirándola a los ojos con rabia ante el empujón que ella le había propiciado—. Mejor me voy, en la noche cuando estés más tranquila hablamos —finiquitó dándose media vuelta, dejándola parada y con la palabra en la boca.
Ella se cruzó de brazos y se quedó mirando cómo él se marchaba, tensando la mandíbula para morder las lágrimas y que no salieran a relucir, elevó la barbilla con evidente orgullo.
Lo único que quería era que él compartiera con Frederick, realmente no se sentía bien con él al lado y menos delante de Jules, pero sí quería que su hijo compartiera con su padre, prefería mil veces la felicidad de Frederick a la suya.
Jules observó la escena, apenas sí logró desviar la mirada cuando Frank lo miró, por poco se percataba de que él estaba presenciando lo que pasaba entre ellos. Conocía muy bien a Elisa y estaba seguro de que se había quedado en el lugar, reteniendo las ganas de llorar.
Inmediatamente se le contrajo el corazón y se moría de ganas por correr hasta ella y abrazarla, besarla y decirle que él estaba ahí para ella, además de que por primera vez en la vida deseaba romperle la cara a Frank por lastimarla, por ser tan imbécil, tan pendejo; solo a él se le ocurría abandonarla en el cumpleaños de su hijo, si él tuviese la oportunidad lo último que haría sería dejar de abrazarla.
—Mam... man —balbuceó Frederick pidiéndole a Jules que lo llevara, evidenciando la petición, estirando los bracitos hacia Elisa.
—¿Quieres ir con tu madre? —le preguntó Jules sintiendo él mismo su voz demasiado ronca ante las emociones. El niño asintió en silencio—. Entonces vamos —dijo el joven encaminándose, dándole gracias a Dios de que el niño necesitase en ese momento a su madre. Con Frederick en brazos caminó la distancia que había entre él y Elisa—. ¿Qué pasó? —preguntó deteniéndose detrás de Elisa, quien se sobresaltó un poco—. Trata de sonreír antes de volverte —porque sabía que los estarían mirando.
Elisa se volvió y lo miró a los ojos, él pudo notar cómo ella retenía las lágrimas, pero mostraba media sonrisa.
—No llores mi vida, no llores —suplicó en un susurro, sintiendo una horrible presión en el pecho y muriéndose por abrazarla, en ese momento el niño se lanzó a los brazos de su madre.
—No voy hacerlo —aseguró mirando el rostro de su hijo y le dio un beso en la mejilla, intentando encontrar las fuerzas en su pequeño.
—¿Qué te dijo? —preguntó tensando la mandíbula, sin poder controlar la rabia y sabía que si la había insultado tendría poca fuerza para controlarse e ir a golpear a Frank.
—Nada, no es nada Jules... solo que me da rabia saber que siempre antepone los negocios ante cualquier cosa, ante su propio hijo —resopló para no llorar, queriendo alejar esa agonía de su pecho, miró a varios puntos del jardín y volvió a anclar la mirada en los ojos verde gris—. ¿Sabes qué? A mí no me importa, pero es necesario que comparta con Frederick —explicó acariciando con su mirada el rostro del joven—. Ahora regálame una sonrisa... de esas que me roban el alma, una que me ilumine la vida —pidió con media sonrisa tratando de parecer lo más natural posible y que se alejara de Jules la molestia.
Temía que él no pudiese controlarse y le reclamara algo a Frank. En ese momento ella se perdió en la más maravillosa sonrisa que jamás había visto, tal como se lo pidió, le regaló una sonrisa que le iluminó el mundo. Ella llevó sus labios a una de las mejillas de Frederick, en un intento por ocultar el movimiento de sus labios.
—Te amo, por eso y más te amo.
Él volvió a sonreírle con amplitud.
—Igualmente señora —aseguró dedicándole una mirada ardiente que se paseó por el rostro de Elisa—. Bien lo sabe, me dejó sin aliento al verla —en su lento mirar se dirigió al cuello y seguidamente al escote—. Ese vestido se le ve realmente hermoso, me gusta el vestido, pero me gustaría más verlo reposar en el suelo —en la distancia se acercaban algunas personas y él se percató—. No creo que tengamos más oportunidad para hablar el día de hoy. ¿El jueves? —le preguntó concretando la cita en su departamento.
—Por supuesto señor —dijo encaminándose y él se colocó a su lado para regresar a la fiesta.
—Elisa, querida —en ese momento la interceptaron Charlotte y Miriam, las palabras eran para Elisa, pero las miradas de ambas se clavaron en Jules, quien las reconoció inmediatamente—. Nos ha encantado la sorpresa de las burbujas —halagaron observando cómo miles de burbujas tornasoladas bailaban en el aire siendo ejecutadas por los payasos, atrayendo la atención de todos los niños.
—Me alegra que sea de su agrado —respondió Elisa con una sonrisa, sin poder evitar sentirse nerviosa pues estaba segura que Charlotte y Miram reconocían a Jules, él trató de evitarlas desviando la mirada hacia las burbujas en el aire. En ese momento Miriam movió los ojos insistentemente, en clara señal de que deseaba que Elisa las presentara, no le quedaron más opciones que hacerlo—. Eh... chicas, les presento al señor Le Blanc, quien trabaja con mi esposo —habló captando la atención de Jules, quien regresó la mirada a las mujeres presentes.
Miriam y Charlotte suprimieron un suspiro al ver al hombre a los ojos quedando perdidas en esa mirada cautivadora, que hipnotizaba; dándole así perfección al menos físicamente. A ellas solo les quedaba conocerlo y sacar conclusión.
—Mucho gusto señoras, Jules Le Blanc —saludó con ese ronroneo francés que enloquecía a las mujeres, tendiendo la mano a Miriam que la recibió galantemente.
—El placer es mío señor Le Blanc, Miriam Walker —dijo con voz neutral, sabiendo que debía darle la oportunidad a su amiga, quien se presentó inmediatamente.
—Es un verdadero placer señor Le Blanc, Charlotte Nickolson —habló seductoramente con voz profunda y clavando su mirada en los ojos de Jules, paseándose hasta los labios con evidente descaro.
Eso para Elisa no pasó desapercibido y tuvo que hacer acopio de todo su autocontrol para no agarrarla por los cabellos y arrastrarla por toda la fiesta. Era el colmo del facilísmo por parte de Charlotte, ella estaba casada. Comprendía que Jules le pareciera un hombre atractivo porque evidentemente lo era, pero de ahí a seducirlo de esa manera era inadmisible.
Frederick quería ir hasta donde se encontraban los payasos animando la fiesta con las burbujas.
Dennis que siempre estaba pendiente del niño se percató de la situación y por nada del mundo permitiría que su patrona dejara al señor Le Blanc con sus amigas, por lo que se encaminó y se llevó a Frederick.
—Sentémonos —pidió Charlotte haciendo un ademán hacia una mesa que estaba cerca.
—Sí claro —respondió Elisa con una brillante sonrisa, sin saber de dónde había sacado fuerzas para mostrarla. Debió aceptar la petición de Charlotte y parecer lo más natural posible. Tomaron asiento siendo Jules el último, ubicándose a su lado.
—Cuéntame Elisa, ¿cómo van los preparativos del matrimonio de tu hermano? Se ha armado un revuelo con todo esto al ser algo tan imprevisto —entabló Miriam el tema de conversación.
—No hay ningún tipo de misterio tras el matrimonio de Daniel, solo amor, no quiere perder tiempo —dijo tratando de evitar el tema porque sabía que solo quería información para hacerla correr.
—¿Y sabes qué colores utilizarán? ¿Quiénes serán los padrinos? —preguntó entusiasmada, sabía que Elisa no quería hablar del tema, pero ella no desistiría tan fácilmente.
—No, aún no sé qué colores utilizarán, supongo que el favorito de los novios como siempre se acostumbra.
—Miriam, Elisa tiene razón —intervino Charlotte quien había estado mirando a Jules mientras se acariciaba disimuladamente el cuello en su arte de seducir, captando la atención del francés, quien la había mirado un par de veces y pudo ver cómo sus ojos centellaron—. Supongo que el señor Le Blanc elegirá su color preferido para su boda —acotó con toda la intención de acercarse más al hombre—. ¿No está casado verdad?
—No señora, aún no estoy casado —respondió elevando la comisura derecha, derrochando en ese simple gesto sensualidad, algo que hizo que la joven vibrara, llenándose de esperanzas.
—Entonces cuando se case elegirá su color favorito... Por cierto, ¿cuál es? Claro si se puede saber —interrogó la mujer con media sonrisa ante las miradas de Elisa y Miriam, quienes para ella en ese momento no existían.
—Claro que se puede saber —contestó con media sonrisa, a él le empezaba a gustar todo ese juego, por lo que jugaría con su interlocutora.
A Elisa una hoguera se le instaló en el alma al ver cómo Jules estaba coqueteando con Charlotte, él en ese momento desvió la mirada disimuladamente hacia ella, fijando sus pupilas en el cabello escarlata, luego regresó la vista a las damas presentes.
—El rojo... Claro, sería egoísta de mi parte imponer ese color para la boda, prefiero acordarlo con mi prometida, llegar a un acuerdo en los mejores términos posibles. Creo que eso de los colores del matrimonio es poco relevante, lo que verdaderamente importará será unir mi vida a la mujer que he elegido; por algo en ella he encontrado las cualidades que no encontré en otras. Pueden presentárseme muchas oportunidades, pero tengo a mi lado a la mujer que quiero y que me complace a la perfección, no tengo porqué discrepar con ella por un simple color —le dejó en claro con doble sentido que así se le ofreciera en bandeja de plata, no aceptaría nada con ella.
Elisa no pudo evitar sonreír al tiempo que bajaba la mirada y doblaba una de las servilletas que había colocado sobre su regazo, sintiéndose realmente orgullosa de Jules y quería lanzársele en ese momento a los brazos.
—Tiene usted toda la razón señor Le Blanc —acotó con una gran sonrisa Miriam mientras que Charlotte parpadeaba lentamente para digerir la información, viendo cómo esas alas que apenas sostenían sus esperanzas se desplomaron.
—¿Está usted comprometido señor Le Blanc? —preguntó la mujer para salir de dudas de una vez por todas.
—Comprometidísimo, señora —se removió un poco en la silla y buscó debajo del mantel la mano de Elisa—. Amo a Sophia... Muchas mujeres creen que los hombres no llegamos a enamorarnos de verdad, lamento que tengan ese concepto y generalicen.
Sophia... Sophia, Elisa sintió millones de mariposas hacer fiesta en su estómago, era como bajar rápidamente por una pendiente, lanzarse por un precipicio y saber que caería en los brazos de Jules. Que él eligiera su segundo nombre era peligroso pero tal vez sus amigas no lo sabían, ahora se preguntaba cómo era que él lo sabía.
—Debo admitir que antes de conocer a la mujer por la que respiro, fui algo rebelde... No creía en el amor y lo peor de todo es que perdí un juego que yo mismo impuse, me dejé ganar con mis propias reglas —acotó el joven con una sonrisa maravillosa—. Ahora con su permiso, regreso en unos minutos —se puso de pie con el gesto imborrable y se encaminó a la mansión, al llevar varios pasos se volvió y le dedicó una mirada a Elisa, la cual disimuló como si buscase a alguien entre los asistentes; después de mirarse por breves segundos, Jules proseguir con su camino.
—No lo puedo creer —resopló Charlotte con frustración—. Se me ha venido todo el plan abajo.
—¿Cuál plan? —preguntó Elisa con una sonrisa.
—Pagarle a mi esposo con la misma moneda, me es infiel y quiero buscarme a alguien que me de esa atención que él me niega —respondió—. Por cierto, Elisa, ¿por qué no nos dijiste ese día que ese monumento de hombre trabajaba con tu esposo? —preguntó prácticamente exigiendo una respuesta.
—Porque no lo sabía —explicó espontáneamente—. Cuando lo supe me quise morir de la vergüenza, sobre todo porque es muy amigo de Frank, gracias a Dios que el señor Le Blanc es muy discreto.
—¡Qué suerte tiene la prometida! Además de ser un pecado ambulante por estar como le da la gana, es caballeroso... Debe tener algún defecto... seguro la prometida es fea, sí eso, seguro tiene malos gustos.
—Bueno, la verdad conozco a Sophia y es una mujer sumamente hermosa y elegante —Elisa quería explotar en carcajadas, pero debía seguir el juego en el que Jules la había dejado—. Inteligente y merecedora de ese hombre porque ha luchado mucho por él.
—¿La conoces? —Preguntó Miriam y Elisa asintió en silencio—. Pero es raro que no haya venido con él.
—Ella está de viaje, también trabaja con Frank en la empresa —explicó rápidamente para ser concisa.
—Bueno Charlotte, nos tocará buscar otro prospecto para que te saques esa espina —se rió Miriam y Elisa no pudo más que acompañarla.
Después de unos minutos Frank regresó a la fiesta junto a Jules, a quien se encontró de regreso a la celebración, Elisa estaba realmente molesta con su esposo por lo que no se le acercó en lo que restó de fiesta, la cual finalizó ya entrada la tarde.
Elisa terminó por verificar que todo estuviese en orden, recorriendo con la mirada la casa iluminaba a medias. Estaba realmente cansada y quería ir a su habitación a descansar, pero sabía que aún tenía una conversación pendiente con Frank.
Dejó libre un suspiro y empezó a subir las escaleras pesadamente, esperando que su esposo estuviese dormido, abrió la puerta con mucho cuidado y se percató de que sus deseos habían sido cumplidos, por lo que pasó de largo al baño y estuvo bajo la ducha alrededor de veinte minutos. Necesitaba prepararse rápido y dormir porque no podía con el agotamiento, con mucho cuidado se metió en la cama y apagó la luz del velador sobre la mesa de noche, acomodó las cobijas y cerró los ojos, intentaba dormir cuando sintió cómo el brazo de Frank cerraba su cintura y sin previo aviso se acomodó encima de ella, llevándole las manos hasta los muslos en un claro pedido para que le abriera las piernas.
—Amor lo siento... lo siento —susurró buscando los labios de Elisa—. Sé que no me comporté de la mejor manera esta tarde, pero te amo... te amo y no quiero que estés molesta conmigo —llevó una de sus manos a uno de los senos de Elisa—. Déjame demostrarte cuánto te amo.
—Frank no... ahora no. Estoy cansada, estoy realmente cansada —confesó movió la cabeza esquivándole el beso a su esposo.
—Estás molestas conmigo... Sé que aún estás molesta —aseguró moviendo las caderas para despertar la pasión en su esposa.
—No... no estoy molesta —Elisa mintió, realmente aún se la llevaban los demonios—. Bájate Frank... me duele el cuerpo, no aguanto la pesadez en los párpados, quiero dormir por favor... Si quieres mañana lo hacemos, hoy no. Compréndeme, te pido comprensión —le dijo llevando las manos a los hombros de su esposo para quitárselo de encima. Él bajó al tiempo que dejaba libre un suspiro.
—Yo te comprendo Elisa, solo espero que algún día tú puedas comprenderme a mí —reprochó acostándose de medio lado y dándole la espalda a la joven.
—Frank, ¿estás diciéndome que no te comprendo?... Perdóname, pero en esta relación si hay alguien que trata de comprender soy yo —dijo incorporándose y tomando asiento, adhiriendo la espalda en la cabecera de la cama—. Soy yo quien comprende que tú no puedas venir a almorzar, soy quien te acompaña a tus cenas y almuerzos de negocios —explotó, ya eso se lo habían dicho varias personas, entre ellas su primo Sean—. Comprendo que quieras conversar con tus socios o con quién demonios sabe cada vez que vamos a alguna reunión y terminas dejándome tirada en una mesa mientras yo miro a los demás bailar, comprendo que no puedas o no tengas tiempo para salir al menos un fin de semana con nuestro hijo... ¿Desde cuándo no salimos como una familia? Frank ¡Te estoy hablando!, ya deja de ignorarme —exigió con molestia.
—Elisa amor, no quiero que discutamos por tonterías, me has dicho que estás cansada, entonces duérmete... Creo que hoy has estado demasiado sensible —le dijo sin volverse.
—¿Tonterías? Ahora soy una estúpida dramática que habla tonterías, disculpa si estoy muy sensible Frank o será que estoy abriendo los ojos y tú solo quieres una esposa para lucir cuando quieras... Una mujer para tener sexo... Solo es eso porque me dices que me amas y solo quieres demostrármelo haciéndome el amor, no solo de esa manera se demuestra el amor Frank, no regalándome media fortuna en joyas para tapar tu ausencia; si es para eso que necesitas una mujer busca una prostituta —le dijo con rabia y se dejó caer sobre la cama.
Se acostó dándole la espalda a Frank y las lágrimas salieron a relucir, porque se arrepintió después de haber hablado, aunque no pediría disculpas. Tenía la certeza de que era ella quien se comportaba de manera despiadada y que Frank solo trabajaba para ofrecerle lo mejor y ni siquiera podía pagarle con su cuerpo, porque primero debía prepararse psicológicamente para poder traicionar a sus sentimientos, al entregarse a un esposo al que no amaba. Muchas veces anhelaba poder entregarse a Frank y no sentir que moría cada vez que lo hacía, pero no podía, no estaba en ella.
Nota: Espero que hayan disfrutado del capítulo. ¿Qué les pareció?
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