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CAPÍTULO 10


La vibración del tren se detenía y no podía creer que por fin hubiese llegado, su corazón se estremecía ante los latidos de felicidad. Sin esperar a que los demás pasajeros se levantaran él se puso de pie y tomó el bolso de mano, que se colgó colocándoselo en uno de sus hombros y lo cruzó por su pecho para que el peso fuese menos.

Caminó por el pasillo y salió del tren, con el boleto en mano se dirigió a la parte de equipaje donde le entregaron las maletas. Con paso enérgico se trasladó por los andenes, lo único que quería era tomar un taxi y llegar a su departamento para descansar un poco, pero sobre todo buscar la manera de avisarle a Elisa de su regreso. La extrañaba tanto que estaba seguro que si pasaba un día más sin verla se volvería loco.

Decidió dirigirse al baño para deshacerse de tantas prendas, que con las maletas lo hacían sentirse realmente incómodo, de camino a su destino se quitó los guantes y los guardó en el bolsillo de su bolso, se aflojo la corbata y se la quitó e igualmente la colgó del bolso.

Giró la manilla y entró, pero su mirada se topó con una mujer en el lavabo, se sorprendió y al mismo tiempo se avergonzó un poco al pensar que había entrado al baño equivocado, por lo que miró una vez más la puerta del baño y efectivamente decía "Hombres", se quedó de pie en el umbral.

—Disculpe señorita creo que se ha equivocado —informó sonriente al ser consciente del despiste de la mujer de cabello negro a la altura del cuello.

Llevaba un vestido holgado color salmón, con una cinta a la altura de las caderas, creando un lazo hacia un lado.

No recibió respuesta, ni mucho menos mostró la mínima intención por retirarse, se apoyó con las manos en el lavabo y sacó un poco el derrier, con un movimiento de pierna hizo un zigzag realmente sensual, logrando que sus glúteos acariciaran la tela del vestido, exponiéndolos para él.

Jules tragó en seco y aunque quería largarse del lugar, algo inexplicablemente poderoso lo mantenía clavado ahí. Ella se llevó una mano al cuello y se lo masajeó moviendo la cabeza de un lado a otro, dejando libre un jadeo mientras seguía contoneando las caderas como si se tratara de algún sensual baile, algo sumamente erótico.

Él carraspeó ante el despliegue de pasión que esa mujer desbordaba y justo en el momento en que ella liberó el primitivo eco de su jadeo, ese tono de voz provocó que los latidos de su corazón se desbocaran y juraba que podían ser escuchados en toda la estación de trenes. En un movimiento casi inconsciente dio un paso dentro y cerró la puerta.

—Date la vuelta —casi fue un mandato que denotó su voz sumamente ronca.

Ella antes de obedecerle se llevó una mano a los cabellos y se deshizo de las hebras negras, dando paso a una maravillosa y poderosa cascada rojiza, la que sacudió con la misma sensualidad que utilizó para mover sus caderas.

Jules inmediatamente pasó el pestillo de la puerta, sabía que para que ella estuviese ahí debía haberse cerciorado de que el baño estuviese completamente solo.

En ese momento Elisa se volvió sonriente y él se mordió el labio inferior, sintiéndose demasiado desestabilizado, miles de emociones luchaban por salir a relucir, se moría por verla, pero como siempre ella rompía los índices, se adelantó a sus esperanzas y el amor junto con la pasión lo invadían en ese momento, latiendo dentro de él con más fuerza, seguido de la lujuria. Dejó caer la maleta y en un movimiento rápido se deshizo del bolso de mano que también se estrelló contra el suelo, dio dos pasos y en ese momento ella llegaba hasta él.

Elisa al ver el bolso caer, corrió para reducir la distancia entre ambos en el menor tiempo posible y se lanzó a sus brazos, rodeando con sus piernas la cintura del francés, quien llevó sus manos posesivamente a sus glúteos, elevándola un poco más sin darse tiempo a palabras, apenas una sonrisa que se vio interrumpida por un beso que despertaba y hacía bullir la pasión en ambos, uno realmente desesperado, doloroso y excitante.

Jules en medio del ardiente beso la llevó hasta el lavabo, sin dejar de comerse esa boca la sentó mientras empuñaba los cabellos rojizos, con la única misión de hacer más profundo el contacto, hurgando con su lengua cada recoveco de la boca de Elisa.

Tenían los pechos a punto de reventar, pero eso no importaba, seguían ahogándose y amándose, como si no hubiese minutos después. Ella empezó a quitarle en medio de desesperados tirones la chaqueta y él le subía la falda del vestido.

—No puede ser —se lamentó al encontrarse con los ligueros, pues iban hacerle la tarea más complicada, pero eso no sería lo que lo llevaría a desistir de hacerle el amor a Elisa en ese lugar y por fin aplacar esas ganas que tanto lo habían torturado durante todo el mes.

Con ambos pulgares y al mismo tiempo, elevó las prensas que sostenían las medias mientras gruñía al sentir los dientes de Elisa rozar su cuello, para luego chuparlo con cautela.

—No seas cuidadosa —le pidió halando con fiereza la otra liga, estaba seguro que había roto el encaje de la media, pero eso no le importaba.

Elisa se sorprendió y por instinto se aferró al cuello de él, justo en el momento en que la elevó un poco y el quitó las pantaletas.

Volvió a sentirse segura cuando quedó una vez más sentada, entonces sus manos volaron al cinturón de Jules, abriendo y bajando prendas con rapidez.

—Te extrañé tanto amor mío —murmuró con los ojos cerrados, sintiendo la respiración pesada de Jules sofocársele en el cuello, provocando que la humedad en ella aumentara desmedidamente y su cuerpo vibrara.

De una sola y contundente estocada la penetró y ella le enterró sin piedad alguna las uñas en la espalda con ese jadeo que reverberaba desde su garganta.

—Anhelé sentirte de esta manera —resopló él encajándose una y otra vez con fiereza mientras la miraba a los ojos y el sudor se evidenciaba en su frente—. Eres lo más divino sobre la tierra Elisa... mi Elisa.

Ella sonreía y cerraba los ojos ante cada estocada que retumbaba en su interior, esas que la llevaban al límite entre el placer y el dolor, esa línea donde todo era más allá de lo perfecto.

—Mírame —pidió él aferrándosele a la mandíbula para que elevara los párpados—. Mírame, te extrañé... cada minuto del día anhelaba este momento, soñaba con mirarme así en tus ojos —se mordió el labio y como si el gesto lo llenara de fuerza embistió con más rudeza, aferrándose a las nalgas de su mujer para que no rodara.

En ese momento alguien llamó a la puerta, reventando la burbuja de placer en la que se encontraban.

—Está ocupado... no moleste —gritó porque no iba a permitir que le arruinaran ese momento tan perfecto.

Elisa sonrió al ver el desespero en Jules y cerró aún más sus piernas en torno a las caderas de él, pegándolo a su cuerpo.

Él se alejó un poco, justo lo suficiente para no salir de su cuerpo y empezó a rozar con su pulgar los vellos rojizos, ese dedo bajaba buscando el capullo despierto que latía descontrolado y que se dejó atrapar rápidamente.

Él le brindó caricias posesivas de manera circular, despertando salvajemente las convulsiones del vientre de Elisa mientras se ahogaba en gemidos y sus ojos se ponían en blanco, sentía que las venas del cuello iban a estallarle por liberar tantos jadeos como lo hacía, el carmín invadía su cuerpo a causa de su sangre que volaba envuelta en llamas, sintiéndolo traspasar los límites que él mismo había impuesto.

Cuando menos lo esperaba, estando cegada ante tanto placer y aletargada ante los jadeos de él, sin saber en qué punto había quedado la sensatez, Jules se acercó y se unió a ella abrazándola como si quisiese fundirse en uno, ella hundió el rostro en el cuello de él perdiéndose en su perfume mientras éste seguía atravesándola pero un poco más lento, durando más dentro de ella quien no quería dejarlo salir, succionándolo con todas sus fuerzas y eso solo lograba arrancarle jadeos desesperados a Jules.

—Te amo, te amo —murmuró Elisa dejándole caer una lluvia de besos en la oreja, chupándole en ocasiones el lóbulo—. Nunca había sentido tanta necesidad por nada, absolutamente por nada ni nadie.

—Y tú no tienes ideas de cuántas veces quise regresarme, en el día esa idea rondaba mi cabeza cada diez minutos... estaba mi deseo por verte, por hacerte el amor, pero también estaba el calor y el sol... eso es demasiado pero cuando te acostumbras es soportable... Es un país realmente hermoso y creo que contigo lo disfrutaría al máximo... Te traje unas frutas que cuando las pruebes te van a encantar... y un montón de cosas más —le respondió alejándose un poco y mirándola a los ojos, esos que tanto había extrañado, esos que cuando no los veía solo lograba que sus latidos se mantuviesen pausados.

—Gracias mi vida —se acercó y le depositó un beso de apenas contacto de labios—. Me encanta tu bronceado, te ves más provocativo, te juro que, si no es porque tenemos que dejar el baño libre, te devoraría, te saborearía hasta hacerte despertar de nuevo —le dijo con tono pícaro.

—A mí me encantaría que lo hicieras, pero no quiero que otra persona en apuros nos insulte... Mi reina, siempre logras sorprenderme, esto sí que no me lo esperaba —confesó tomándola por la cintura y ayudándola a bajar del lavabo.

No perdieron tiempo para asearse y acomodarse las prendas a medio poner.

Jules se colocaba la chaqueta cuando vio a Elisa una vez más de peli negra y corto, ante el contraste la piel se le veía más blanca y los labios se le notaban sonrojados y voluptuosos.

No pudo evitar acercarse y besarla, a lo que ella correspondió con ganas, después del beso Elisa se volvió hacia el espejo y buscó en su bolso la polvera y algunos maquillajes. Minutos después su rostro estaba como si nada, excepto por los labios que se mostraban hinchados.

Jules parado detrás de ella y cerrándole la cintura con los brazos admiró atentamente cómo le daba color al rostro mientras le regalaba sonrisas.

Sabía que era Elisa porque él la reconocería aún con los ojos vendados, pero así con el cabello negro parecía otra mujer, le depositó un beso en el cuello y ella le regaló un suspiro, eso solo lo instó a seguir besándola, logrando que sus latidos aumentaran nuevamente y que su cuerpo se despertara.

—Jules ya... quédate tranquilo —lo reprendió, sintiendo en la parte baja de su espalda cómo con cada palpitación él aumentaba de tamaño—. Tenemos que irnos —le recordó ahogada en un jadeo cuando él se amoldó a su cuerpo y le brindó una sonrisa pícara mientras se rozaba descaradamente en su trasero, donde se hizo espacio—. Me vas a volver loca, deja... Jules deja... —suplicaba sintiendo cómo las manos de él se abrían espacio nuevamente entre la tela y rozaban enérgicamente sus muslos encendiéndole la piel, por lo que llevó sus manos y retiró las de Jules, alejándose lo suficiente de él—. Tenemos que irnos, en tu departamento puedes hacer conmigo lo que te dé la gana... quiero más comodidad —prometió guiñándole un ojo con sensualidad.

—Está bien... está bien pero solo porque me vas a dejar hacerte todo lo que quiera —le dijo encaminándose para agarrar el bolso y la maleta.

—¿Y cuándo no te he dejado hacer todo lo que quieras conmigo? cuestionó sonriente.

—Nunca, siempre me has dado más de lo que espero —confesó tendiéndole la mano.

—¡No Jules estás loco!, sal tú primero y avisa, nos encontramos en tu departamento —le pidió poniéndose los lentes.

—¡Amor, si estás irreconocible!... Ven, por favor —casi suplicó sin dejar de ofrecerle la mano—. Es más —acotó dejando la maleta a un lado y buscando dentro de su bolso sus lentes de sol, se los colocó y se quitó la chaqueta colgándola del bolso, quedándose solo con la camisa negra, volvió a colocarse el bolso y tomar la maleta.

Una vez más le ofreció la mano a Elisa quien aún dudosa se acercó y se aferró a la de él, envolviéndola en un cálido apretón.

Ella giró la manilla y ambos salieron tomados de las manos mientras sus corazones latían demasiado rápido ante la grandeza de estar caminando tomados de la mano delante de todos. Era la primera vez que podían profesar su amor de puertas abiertas y era lo más grande que estaban experimentando, con sonrisas ancladas en sus rostros y lágrimas de felicidad nadando al borde de sus ojos, escondiendo esa felicidad tras los lentes de sol.

Elisa sentía que no podía con tanta dicha, vivía esa seguridad que se significaba caminar de la mano de Jules, la mano de él envolvía la de ella en un contacto sumamente protector, pero sobre todo lograba llevarle el paso y no debía caminar lentamente como lo hacía para estar a la par de Frank, a quien solo le envolvía el brazo en ese gesto frío.

Jules le brindaba tanta calidez, podía sentir cómo acariciaba con el dedo pulgar su mano, sintiéndose orgullosa porque la mayoría de las mujeres se volvían a verlos, se detuvieron en la parada de taxis de la estación de trenes y pidieron uno mientras el hombre que conduciría el vehículo guardaba el equipaje de Jules, él aprovechó y con su brazo le cerró la cintura, adhiriéndola a su cuerpo para depositarle un beso lento en los labios mientras ella con ambas manos le frotaba tiernamente el centro de la espalda, se separaron un poco.

—Me haces tan feliz, te amo —susurró él contra los labios de ella, seguidamente abrió la puerta del auto invitándola a subir.

—No me lo creo Jules... Dime que esto no es mentira, que no es un sueño ni un espejismo, que estoy contigo en la calle, que estamos como cualquier pareja normal... no, no como cualquier pareja normal, dime que fuimos tú y yo quienes salimos de ese baño tomados de la mano... dímelo —le suplicó llevando sus manos al cuello de él y admirando sus ojos brillantes luego de estar dentro del vehículo y de haberse quitado los lentes.

—Estoy aquí, contigo a mi lado... y creo que el universo está envidioso de esta felicidad que me invade... me siento el hombre más feliz del mundo, es algo cursi pero así me siento —dijo con media sonrisa—. Y no quiero que esto termine... no todavía, quiero disfrutar de esta libertad que tenemos —buscó en su bolso la corbata y algo más, al encontrarlo trató de cubrirlo con su mano, pero se le haría imposible, por lo que aprovechó cuando Elisa miraba el camino y rápidamente guardó el estuche de terciopelo negro en el saco, tuvo que mantenerlo sujeto tratando de disimular lo mejor posible porque tampoco cabía en el bolsillo—. Colócamela por favor —pidió entregándole la corbata, Elisa se volvió a mirarlo confusa antes de empezar y él se quedó muy quieto para que pudiera armar el nudo bien, ella no lograba comprender la actitud de él y menos cuando dijo—: Señor, al John Hancock Center por favor —le pidió al taxista.

—Jules —Elisa susurró sintiéndose contrariada, pero él la calló con un beso—. ¿Esto qué significa? Pensé que íbamos a tu departamento —comentó mientras buscaba en la mirada verde gris la respuesta.

—Aún es temprano y tenemos tiempo de sobra... Quiero compartir contigo fuera de cuatro paredes —susurró tomándole la barbilla y mirándola a los ojos, ella se acercó a él y susurró a su oído para que el taxista no escuchara.

—Pero no llevo ropa interior, la olvidé en el baño —acotó realmente avergonzada, lo que se reflejaba en su rostro sonrojado. Él dejó libre una carcajada y la abrazó.

—Eso es lo de menos, aunque no debiste contármelo, ahora has plantado ideas muy perversas en mi cabeza —le confesó al oído, le dio un lento beso en la mejilla queriendo quedarse a vivir en ese instante, dejándose embriagar por el olor de ella.

Elisa dejó libre un suspiro, cerró los ojos y acarició los cabellos del chico.

El auto se detuvo frente al imponente edificio de cristales negros. Antes de bajar Jules le dio la dirección de su departamento al taxista, pidiéndole que llevara el equipaje y se lo entregara al portero. Le pagó ambas carreras, además de darle una buena propina.

Le agarró una vez más la mano a Elisa guiándola al interior del edificio, aprovechó la soledad del ascensor para besarla intensamente y no dejó de hacerlo hasta que el elevador se detuvo en el piso que estaba el restaurante.

El maître los ubicó en una de las mesas que estaban cerca de los ventanales y que les ofrecía una de las vistas más hermosas de Chicago.

A Elisa el corazón no le cabía en el pecho, sintiéndose realmente estúpida ante las ganas de llorar que la invadían, no podía apartar su mirada de los ojos de Jules quien le sonreía y para su tranquilidad él también temblaba, podía sentirlo en ese agarre que mantenía sus manos unidas por encima de la mesa.

Para ganar un poco de seguridad decidió recorrer con la vista el restaurante, había pocas personas, seguramente porque apenas eran las once de la mañana y le tranquilizó en demasía no encontrarse con rostros conocidos.

—Todo es tan distinto... Es primera vez que vengo a este lugar y no mentían cuando decían que era maravilloso —acotó Jules para coartar el silencio que se había instalado debido a la dicha que sentían—. No tenía a nadie especial con quien venir, porque la única persona debes conocerla, es una joven pelirroja que me robó la cordura, pero como ella no puede, me conformo contigo —confesó sonriendo mientras jugueteaba con los dedos de Elisa—. También me han dicho que la mejor vista de este edificio es desde el baño femenino —ella le dedicó una mirada de advertencia y se apresuró a continuar—: Me lo dijo un hombre, siempre me he preguntado ¿Qué haría Kellan en el baño de mujeres? —su tono pícaro y cómplice provocó una sonrisa en ella—. Estoy decidido a darme una escapada al baño de mujeres y hacerte el amor con Chicago a los pies —le informó con voz sensual.

—Jules ¡estás loco! No, aquí es peligroso, nos pueden descubrir —dijo en un susurro, mirando cómo él entrelazaba sus dedos con los de ella.

—Bueno, eso lo veremos en unos minutos, solo es cuestión de ver la cantidad de gente que entra al lugar —le hizo saber con una maravillosa sonrisa.

—Si esas mujeres no dejan de mirarte —advirtió moviendo los ojos disimuladamente a la izquierda—. Te tomaré la palabra y no será en el baño, lo haré aquí mismo para que dejen de ser tan resbalosas —con un puchero evidenciaba lo celosa que se sentía.

Él apretó sus manos entrelazadas ante los celos de ella y pasó la lengua por sus labios para humedecerlos.

—Entonces, espero que me incineren con la mirada, pero mi vida siento decirte que debes aprender a lidiar con eso... así como yo intento hacerlo con los hombres que sin el mínimo disimulo te miran. Al menos las mujeres son un poco más discretas cuando miran a uno acompañado, pero cuando ando solo... ¿Te soy sincero? —le preguntó sonriendo y ella asintió en silencio—. A veces me intimidan, me hacen sentir como un bicho bajo ojo de científico —explicó frunciendo el ceño—. Seguro porque creen que estoy dispuesto para cualquiera, piensan que al verme solo por las calles es porque no tengo a nadie, lo que no saben es que soy el prisionero de una peligrosa mujer con cabellos de fuego. Sé que esa mujer me roba la vida de a poco pero no me resisto, no quiero hacerlo.

Se llevó la mano de ella a los labios, depositándole besos lentos en la palma que la hacían estremecer.

En ese momento llegó el maître a ofrecerles la carta, pidieron el almuerzo, que degustaron entre comentarios y risas debido a las anécdotas que Jules le contaba de su visita a Colombia.

Antes de retirarse del lugar, Jules pidió permiso para ir al baño. Elisa estaba sola, con la mirada perdida en la ciudad y sonriendo ante la felicidad que la embargaba, cuando vio una preciosa y gran piedra verde bajar frente a sus ojos cautivando totalmente su atención, logrando que sus ojos brillaran ante la gema.

La respiración inmediatamente se le descontroló mientras seguía con la mirada el collar con diamantes y esmeraldas que se presentaba muy cerca de su rostro, aunque empezaba a posarse sobre su pecho, el subía y bajaba desesperado ante los latidos desbocados de su corazón, ella apreciaba las demás esmeraldas que no por ser un poco más pequeñas dejaban de cautivar.

—Jules —susurró sin saber qué más decir, agarrando la gran esmeralda entre sus dedos, sintiendo el peso de la piedra mientras sus manos temblaban.

—¿Te gusta? —le preguntó en voz baja al oído mientras abrochaba el collar y le dejaba caer un beso en el cuello. Algunos curiosos posaban la mirada en la pareja y algunas mujeres con la envidia en cada poro al ver la asombrosa joya que el hombre le regalaba a la peli negra.

—Jules esto es maravilloso, es una verdadera joya —aseguró impresionada sin aún poder creer lo que colgaba de su cuello—. Esto es una obra de arte... es realmente hermosa —murmuró volviendo la cabeza para mirarlo—. Gracias amor —levantó la cara y le tomó el brazo, él se dobló un poco y le depositó un beso en los labios, ella tuvo que elevar la cabeza aún más para poder corresponderle—. Es la esmeralda más hermosa que he visto... los más impresionantes diamantes... Te amo —confesó contra los labios de él, mirándolo a los ojos.

Decidieron marcharse aun cuando él le pidió observar la vista desde el baño femenino no pudieron hacerlo porque eran pasadas las doce del mediodía y al parecer todos dispusieron almorzar en ese restaurante, prometieron dejarlo para otra oportunidad. Bajaron y se dirigieron al apartamento de Jules, donde ella le comunicó cómo se había enterado de su regreso y la hora en la que llegaría, lo que le permitió poner en marcha su plan de recibirlo, él en cambio dio gracias a Dios el haber rechazado el ofrecimiento que le hizo Frank para ir a recogerlo a la estación de trenes.

Elisa caminó hasta la cocina por un poco de agua y él la siguió al tiempo que se deshizo de la corbata, saco y se desabotonó la camisa, dejándola abierta por completo. Recibió el agua que ella le ofrecía del mismo vaso.

Después lo puso en la mesa, acercándose a ella y dejándola prisionera entre las barreras que crearon sus maravillosos y fuertes brazos. Elisa clavó su mirada en el pecho masculino, él sintiendo el calor que desprendía ante la cercanía le tomó entre los dedos la barbilla y la instó a que elevara la mirada mientras sus latidos se desbocaban una vez más ante el arte de seducción de su hombre, se miraron a los ojos en silencio hasta que se fundieron en un beso pasionalmente lento.

—¿Quieres darte un baño conmigo? —hizo la propuesta contra los labios de ella en un ronco susurro.

Elisa le llevó sus manos al pecho y lo acarició mientras asentía en silencio, perdiéndose en ese bosque nocturno que representaban los ojos de Jules.

—Puedes adelantarte, llevaré algunas cosas —prometió acercándose y dándole un beso en el pecho, él le besó la frente y le mostró una maravillosa sonrisa.

—No tardes —pidió encaminándose a la habitación.

Elisa al perderlo de vista tomó impulso y de un brinco se sentó en la mesa, cruzando las piernas y apoyándose con las palmas de las manos al borde mientras sonreía.

Jules entró a la habitación quitándose los zapatos con la ayuda de sus pies mientras que sus manos lo liberaban de la correa. Admitía que era bastante desordenado, a la hora de desvestirse dejaba prendas por todas partes.

Se encaminaba al baño solo con el pantalón de vestir cuando su mirada fue captada por las sábanas revueltas en la cama y frunció el ceño ante el desconcierto, suponía que la señora de limpieza debía haberla organizado.

Se acercó un poco y se percató del papel sobre el mar de sábanas desordenadas. Al agarrar la nota sus ojos recorrieron cada línea escrita, reconociendo esa caligrafía inmediatamente y ante lo que estaba plasmado su deseo nació, reventando sin más un vértigo de fuego que se apoderó de su ser, su boca inminentemente se secó y empezó a morir por los besos de la autora de la nota entre sus manos.

La quería en el menor tiempo posible, se lo gritaba su corazón que latía frenéticamente en su pecho, anhelaba sentir en ese preciso instante el calor de su amante. Su vientre vibraba visiblemente y sus manos temblaban inquietas reclamándole el más mínimo roce de la cálida y suave piel de Elisa.

No deseaba esperar más, su mente poco a poco se inundaba al imaginar las mil y una manera en que ella estaba dándose placer sobre su cama, entre sus sábanas.

Su sexo se volvió loco y se elevó presuroso, orgulloso y desafiante, suplicando porque las manos de ella lo acariciaran. Sin perder más tiempo lanzó la nota sobre la cama y salió con premura hacia la cocina, encontrándosela sentada en la mesa y con una sonrisa arrebatadoramente sensual.

Elisa al ver el semblante de Jules supo inmediatamente que había leído la nota y sin duda alguna había tenido el efecto esperado. Su mirada ardiente lo gritaba, la desesperación en su pecho además de su gloriosa erección que se apreciaba fácilmente en su pantalón se lo decían, no podía evitar recorrerlo con la mirada y esto hacía cuando él sin pedir permiso como el más despiadado de los delincuentes la tomó en sus brazos y sin el mínimo esfuerzo se la llevó sobre uno de sus poderosos hombros como el hombre más primitivo, como el cavernícola que a ella la desarmaba.

Sonreía mientras le acariciaba la espalda que estaba realmente caliente, además de perlada por el sudor, tanto como a ella le gustaba; podía sentir una de las manos de él apoderándose de una de sus nalgas con masajes posesivos, ante la posición sentía la sangre concentrase en su cabeza; sin embargo, estaba segura que la llevaba a la habitación.

—¿Pasa algo? —preguntó con falsa inocencia sin dejar de sonreír.

—Sabes perfectamente lo que pasa —respondió con la voz apenas reconocible, su mano viajó rápidamente debajo del vestido, acariciando con sus dedos los pliegues que empezaron a humedecerse, arrancándole un jadeo que se desgarró desde la garganta de Elisa, ella apretó los dientes fuertemente para contener otro mientras el dedo medio de Jules resbalaba sin penetrar, porque los labios vaginales estaban oprimidos ante la posición de mantenerla sobre su hombro, haciéndola gemir hasta el punto de casi causarle el llanto.

Cuando por fin llegaron a la habitación la lanzó a la cama y en muy poco tiempo la dejó frente a él como Dios la había traído al mundo, admirándola una vez más, adorando ese cuerpo maravilloso, esa piel de seda mientras que la mirada de ella brillaba clavada en su pecho, abdomen y sobre todo en su rey coronado orgullosamente erguido que se podía apreciar fácilmente aún tras la tela del pantalón.

Jules se arrodilló en el suelo tomando las piernas de Elisa y halándola para que su cuerpo descansara una vez más sobre la cama, las abrió, dejándose caer sentado sobre sus talones.

Con su labio inferior apretado entre sus dientes como muestra del deseo y excitación Jules empezó a acariciarle las piernas. Ella se aferraba a las sábanas y reía ahogadamente, elevando un poco el torso para mirarlo a los ojos mientras le quitaba los zapatos y las medias.

—Jules... Jules —susurraba tratando de elevarse un poco, pero él le llevó una de sus manos al abdomen y la obligó a recostarse mientras tomaba uno de sus pies y se lo llevaba la boca, empezó a succionar los dedos y en ocasiones a morderlos suavemente, con la punta de su lengua recorrió la planta del pie en toda su extensión. Elisa solo dejaba libres risas que se confundían con gemidos y quería liberar el pie, pero Jules no lo permitía, se aferraba mordisqueándole el talón para después regalarle caricias con la lengua—. Por favor... por favor —balbuceaba tratando de respirar.

—Un mes y cinco días, demasiado tiempo Elisa... Ahora no me voy a detener —aseguró chupándole el talón—. No sabes cuánto desesperé por tenerte, no tienes idea de lo que te deseé en esa cama, de cuánto quería disfrutar de tu sexo —inició un camino húmedo y tibio de besos y lamidas en ascenso pasando por la pantorrilla, hasta la parte interna del muslo—. De mi lengua no se escapará ni uno solo de tus poros —juró mirándola mientras que a su lengua la acompañaban sus manos—. Y si vas a llorar de placer hazlo... grita, pero no me detendré y menos voy apresurarme, aun cuando estoy reventándome no lo voy hacer... te lo advertí... te dije que te prepararas a mi regreso —le recordó rozando el centro de Elisa con la yema de sus dedos, dándole una antesala a su lengua y labios que ya estaban demasiado cerca, ella podía sentir el tibio aliento estrellarse contra su flor cuando él susurraba.

—Jules, la sangre me está hirviendo no me hagas esto... Desgraciado —resopló aferrándose a las sábanas, desarmándose por el deseo de querer sentirlo aún más, un jadeo la ahogó al sentir una poderosa succión en su centro, una que amenazó con sacarle el alma y un grito se escapó ante la segunda, seguidamente sintió la lengua de él serpenteando con una rapidez inimaginable, la que reducía a segundos y una vez más la enloquecía con la vibración del músculo. Jules se ayudó con los dedos, abriéndose el espacio necesario para penetrar y conquistar con la lengua esa cueva realmente húmeda y tibia.

Elisa podía sentir a Jules en su interior y aun así lo necesitaba demasiado, por lo que llevó sus manos a la cabeza del francés y lo inmovilizó, rozándose contra él mientras que el látigo ardiente azotaba dentro, sintió cómo él quería liberarse pero ella no lo dejaba, era primordial llegar a la cumbre del placer, desesperaba por alcanzar la cima, por llegar al cielo, por lo que no dejaría que esa lengua la abandonara, era ella quien lo mantenía inmóvil mientras su pelvis danzaba desesperadamente en medio de jadeos.

Jules llevó sus manos a las muñecas de Elisa para quitarlas de su cabeza porque no lo dejaba respirar, pero ella se aferraba con más fuerza, él era consciente del desespero en ella, pero debía liberarse e hizo la fuerza necesaria hasta que logró el cometido.

—Si me asfixias quedarás peor —dijo con la voz ahogada y media sonrisa, ella solo jadeaba ante el deseo que la estaba incinerando.

—Si no te apuras juro que te mataré —advirtió agitada y él dejó libre media carcajada al tiempo que llevaba sus dedos para estimularla; una vez más se ahogaba entre los muslos de ella, pero esta vez bordeando en círculos el botón que se erguía poderoso entre sus pliegues mientras sus dedos resbalan en el interior con gran precisión—. Así... así... oh Jules tienes una absolución... ya no... ya no te mataré —jadeó queriendo desintegrar las sábanas—. Te voy a mandar a Colombia más seguido —hablaba con los ojos en blanco ante el orgasmo que se anunciaba.

Levantó sus caderas para sentir más profundo los dedos que le daban el máximo placer y un grito se escapó de su garganta al tiempo que se cubría en sudor, su cuerpo se tensó justo en el momento que la ráfaga de contracciones la azotaba para después dejarse caer en la cama, moviéndose lentamente de manera circular, sintiendo aún dentro de ella los dedos de su amante, los que seguían complaciéndola.

Jules después de llevarla al cielo se quitó los pantalones dejando expuesta su masculinidad más que dilatada y erguida. Su mirada se perdía en su amante recobrando el sentido, él agitaba con una de sus manos su miembro preparándose para satisfacerse como tanto deseaba.

Elisa lo recorría con la mirada, pasándose la lengua por los labios para humedecerlos ante la sed que la calcinaba.

Jules se metió en la cama y se ubicó en medio de las piernas de ella, dejándose caer sentado sobre los talones se acercó y con su mano guiaba su pene, rozándolo contra los pliegues satisfechos, sintiéndolos palpitar, por lo que manejó con maestría su sexo y golpeaba suavemente contra los pétalos inflamados y de un carmín más intenso, para a segundos rozarla. Él mismo liberaba roncos jadeos ante la sensación, introducía solo su parte inicial y se retiraba, despertando una vez más las ganas en ella, dándole a probar y luego se hacía desear. Ya no podía esperar más, le tomó las piernas elevándolas y las cerró rápidamente, girando solo la parte inferior del cuerpo femenino, dejando la joya ante la posición presionada para sentir mejor las sensaciones al momento de entrar en ella, compartiendo una mirada se hundió lentamente, emprendiendo la danza de sus caderas que enloquecerían a cualquier mujer dejándola sin sentido ni orientación, rápidas y sincronizadas, lentas y precisas, acercándose más a ella quien gimió apenas recobrando las fuerzas para hacerlo.

—Déjame quitarte la sed —susurró pasándose la lengua por los labios, los cuales estaban más provocativos que nunca a causa de la excitación.

La besó mientras se movía lenta y profundamente, saboreando cada rincón de la boca femenina, mordiendo y succionando, enlazando sus lenguas en la más íntima y erótica entrega, mirándose a los ojos para después de unos segundos elevar el torso y desbocarse.

Ante el desespero por sentirla completa y plena, jugó con las piernas de ella, abriéndolas y cerrándolas, según le dictaban las ganas y el deseo de saciarse.

Elisa solo se dejaba guiar porque él le brindaba placer a plenitud, ya después ella tomaría el control.

Perdieron el rumbo y la razón solo satisfaciéndose uno al otro, recorriendo la cama, batallando en ésta, dejando la conciencia fuera, dependiendo de cuerpo y sentimiento, entregándose por completo en ese momento y amándose en las formas que el cuerpo les permitía, demasiado animales, algunas, pero realmente satisfactorias a la hora de alcanzar el punto máximo del placer. Cuando todo había terminado, cuando regresaron a la realidad y trataron de recobrar la respiración, ella estaba encima de él cabalgándolo enérgicamente, sin saber en qué punto habían llegado a esa posición.

Él se derramó dentro de ella y a los segundos Elisa lo alcanzó, dejándose caer exhausta sobre su pecho, ambos con sonrisas sumamente cansadas, prodigándose sutiles caricias.

—¿Alguna vez te he dicho cuál es mi sonido favorito? —preguntó ella en un susurro, bordeando con su dedo índice y medio una de las tetillas.

—No... hasta ahora no —respondió cerrando con sus brazos la espalda de ella en un gesto protector y tierno y le dio un beso en los cabellos.

—El de tu corazón... Me encanta escucharlo desbocado después de que me haces el amor y cómo poco a poco regresa a su estado normal mientras te acaricio —confesó sin levantar la mirada, sintiendo cómo esas simples palabras causaron efecto en él, sintiéndolo latir dentro de ella y no pudo evitar sonreír ante lo verdaderamente primitivo que podía ser Jules Le Blanc.

—Mi sonido favorito es cuando jadeas —susurró sin reparos. Elisa levantó la cabeza y le apoyó la barbilla en el pecho, mirándolo a los ojos manteniéndose en silencio mientras él la miraba sonriente—. Es en serio —aseguró rozando el centro de la espalda de ella con sus manos.

—Ahhh... ahhhh... aaahhh —empezó ella a jadear sensualmente mientras se movía con sincronía, los ojos de él se posaron en los labios de la pelirroja y acomodó su cabeza para devorarle la boca a besos, sintiendo las ganas nuevamente hervir en ellos.

La joven perdió el rumbo entre besos, sintiendo cómo él se elevaba y la atravesaba para seguir arrancándole su sonido favorito y ella se lo regalaba fácilmente mientras le nublaba el mundo con sus arrebatos, no supo cómo Jules tuvo la facilidad para ponerse de pie y llevarla consigo al baño.

Se bañaron juntos e hicieron el amor una vez más bajo la ducha mientras se regalaban palabras de amor, deseo y lujuria. Elisa una vez más se aferraba con sus piernas a la cintura de él quien no deseaba soltarla, solo anhelaba desgastar su alma con ella.

Ella bajó con la ayuda de él y en medio de besos que recorrieron pecho, torso y vientre se puso de rodillas y no perdió la oportunidad para devorarlo a su gusto, de saborearlo hasta hacerlo gritar de pasión y por primera vez beberlo. Aun cuando él quiso alejarla ella no lo permitió.

Después del placentero baño, regresaron a la cocina, ella con una toalla envuelta en sus cabellos y otra cubriendo su cuerpo mientras que él solo llevaba una en las caderas.

Jules recogió su equipaje que habían dejado en el pasillo y en éste buscó los mangos que había traído, los picó en trozos pequeños y todo lo hizo bajo la atenta mirada de Elisa.

Regresaron a la sala donde tomaron asiento en el sofá, ella sobre las piernas de él, quien agarró un trozo de la fruta tropical y la llevó a la boca de Elisa, ella aún masticaba cuando él la asaltó con un beso, teniendo la certeza de que no se había equivocado en sus suposiciones y que en la boca de su amante la fruta tenía mejor sabor.

Elisa se mudó a la alfombra y él también lo hizo, dejando la maleta en medio para empezar a desempacar.

Jules le mostró las abarcas y ella se las colocó, aunque le quedaban demasiado grandes quería probarlas y se las dejó puesta mientras seguían buscando dentro, fue Elisa quien se encontró la camisa que Pastrana le había regalado, la de las flores verdes y naranjas.

Ella se carcajeó al imaginarse a Jules con esos colores, pero él le aclaró que no se la había puesto. Se puso de pie con la prenda en mano y se quitó la toalla, logrando que los ojos de Jules centellearan ante su desnudez, misma que se vio cubierta por los llamativos colores. Elisa terminó por abotonársela y le quedó justo arriba de las rodillas, se quitó la toalla que tenía cubriéndole el cabello y la dejó caer sobre el sofá, provocando que su cascada rojiza callera húmeda sobre su espalda mientras él sonriente la admiraba.

Después de una hora, estaban en el centro comercial que estaba al lado del edificio donde vivía Jules, esperando un taxi. Ella era una vez más pelinegra, enfundada en los lentes de sol.

Él le depositó un largo y tierno beso antes de que subiera al auto y no regresó al edificio hasta que el taxi se perdió de su vista.

A Elisa una gran sonrisa se le ancló en el rostro ante la felicidad de haber vivido el mejor día de su vida, más de ocho horas compartidas con Jules, había sido extraordinario. Caminó a la casa guardando en su cartera la peluca y el collar, el que ocultaría hasta que pudiese decir que ella lo había comprado, porque si Frank se lo viese le preguntaría de dónde lo había sacado; debía ser prudente y esperar el tiempo justo para mostrarlo, sobre todo porque las esmeraldas eran muy comunes en Colombia y el único que acababa de llegar de ese país había sido su amante.

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