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CAPÍTULO 1


Jules se encontraba sentado al borde de su cama esperando ansioso la llegada de Elisa mientras se obligaba a permanecer inmóvil en el lugar, sin permitir que sus más grandes temores lo dominaran.

—Sí vendrá —se animaba mientras se frotaba las rodillas con las palmas de las manos, siendo títere de la ansiedad.

Temía que las palabras de Deborah Lerman hubiesen ejercido tanto poder sobre Elisa como para que obviara la confesión de sus sentimientos y decidiera dejarlo solo, con un corazón latente de amor por ella.

Su mirada se encontraba anclada en la puerta, anhelando el instante en que Elisa llenara el agónico vacío en la habitación.

Justo en el momento en que vio la manilla girar, a su corazón pareció sacudírsele el miedo y reanudó los latidos rápidos y contundentes, que golpeaban contra su pecho, trancándole la respiración.

Ahí estaba ella, entrando al lugar vestida con un albornoz de satén negro y el cabello recogido en una cola de cabello, de esa manera sin artificios como a él tanto le gustaba.

Jules no podía pronunciar palabras, el loco palpitar en su garganta no se lo permitía, por lo que en silencio la siguió con la mirada; comprendía que ella se debía sentir de la misma manera.

Elisa caminó hacia las puertas de cristal que daban al balcón y corrió las cortinas, con ambas manos giró las manillas y al mismo tiempo abrió las puertas, permitiéndole a la serena brisa calar en la habitación para que disipara un poco la tensión en el ambiente.

Su mirada ámbar se perdió por un momento en el oscuro cielo, adornado por una hechizante luna llena y pocas estrellas que titilaban al mismo ritmo que los latidos de su corazón.

Ella se había alentado a vivir ese amor que Jules le ofrecía, ese amor al que ella correspondía porque lo sentía en la misma medida, pero no podía olvidar el miedo que se aferraba a cada átomo de su ser.

Sentía miedo por él, por ella y hasta por Frank, no quería romperle el corazón, no se lo merecía, así como ella tampoco merecía conformarse con un esposo por el que no sentía más que amor fraternal.

Suspiró queriendo con eso liberarse del cargo de conciencia e intentar vivir a plenitud las emociones que sus más anhelados deseos le exigían.

Al girarse se encontró a Jules en el mismo lugar, con la mirada fija en ella, no había culpa en sus pupilas, solo había deseo y amor, un amor incondicional que no estaba segura de merecer.

Caminó con lentitud hasta el interruptor, apagó la luz de la habitación, dejándola sumergida en la tenue iluminación que los veladores sobre las mesas de noche le ofrecían. Poco a poco se acostumbraba a la parcial oscuridad, percibiendo en mayor medida cómo los rayos plata de la luna aclaraban el lugar.

Cada paso que la acercaba a Jules abría aún más ese abismo en su estómago de donde cientos de mariposas salían a revolotear por todo su cuerpo.

Al pararse frente él no dijo nada, ninguno de los dos se había atrevido a hablar, temiendo a esas palabras que debían expresar.

Jules rodeó con sus brazos la diminuta cintura de la mujer que amaba y como una silenciosa súplica adhirió su frente al espacio en medio de los senos, admirando los dedos de los pies de Elisa que se asomaban a través de la tela de satén que prácticamente rozaba la alfombra.

Todo de ella le gustaba, absolutamente todo. Reafirmó sus sentimientos al tiempo que cerró los ojos y dejó libre un pesado suspiro ante la certeza de saber que no tenía escapatoria. Que estaba atado a Elisa en la misma medida en que ella estaba atada a Frank.

Elisa acariciaba los cabellos de Jules entrelazando sus dedos en las hebras castañas.

Él alejó la frente del tibio pecho de ella y levantó la mirada, encontrándose con las pupilas dilatadas de la mujer que idolatraba, apreciando cómo los ojos de ella al igual que los de él, estaban cristalizados por las lágrimas contenidas.

Ella se dobló un poco y tomó en su boca los labios de él, saboreó lentamente uno y después el otro, en medio de suaves succiones.

Las manos de Jules escalaron hasta el cuello de Elisa, regalándole agónicas caricias a las mejillas con sus pulgares al tiempo que con su lengua pedía permiso para hacer el beso más profundo y navegar en la mezcla de sus salivas.

En medio del íntimo encuentro, Jules se puso de pie lentamente y ella para poder estar a la altura del beso tuvo que ponerse de puntillas; no obstante, a él le tocó doblarse un poco para acoplarse al tibio y turgente cuerpo de Elisa mientras que con sus manos le quitó con lentitud la liga que le sostenía el cabello, provocando que cayera en una cascada rojiza.

No hacían falta palabras para un momento tan especial, él masajeaba con las yemas de sus dedos el cuero cabelludo de Elisa, arrancándole bajitos gemidos que ahogaba en su boca mientras ella con dedos temblorosos surcaba cada músculo del pecho de Jules, bajando por el abdomen y deteniéndose al borde del pantalón del pijama, paseándose por la planicie del vientre masculino, sintiendo las venas palpitantes y su piel que a cada roce aumentaba de temperatura.

Cuando ella empezó a bajar el pantalón del pijama, él se dio a la tarea de desamarrarle el nudo del albornoz, con extrema lentitud abrió la tela de satén y llevó sus manos a los hombros de Elisa para hacer caer la prenda.

Abandonó la boca de su mujer, porque en ese momento era suya y de nadie más; retrocedió un paso para llenarse la vista con su desnudez, paseando la mirada por su hermosa silueta, memorizando una vez más su piel extremadamente blanca, aunque en ese momento estaba sonrojada ante su escrutinio, haciendo relucir las pecas que tanto adoraba y que secretamente ya había contado en más de una ocasión.

Contempló cómo ese hermoso color rosa en sus areolas y pezones se volvió de un intenso color rubí a consecuencia de sus besos y succiones, ese lunar ubicado justo al lado derecho de su perfecto ombligo, esa cintura que parecía haber sido creada justo a la medida de sus manos y ese vello color granate que lo incitaba y despertaba su pasión hasta hacerlo perder la cordura.

Se acercó una vez más y empezó a rozar sus piernas torneadas, moldeándolas con caricias que provocaban que ella se estremeciera.

Elisa terminó por quitar el pantalón del pijama de Jules, imitó lo que él había hecho con ella, aprendiéndose una vez más ese cuerpo. No había lunar en él que no supiera señalar con ojos cerrados, podía describir a la perfección cada espacio de su cuerpo.

Jules la abrazó y volvió a sentarse al borde de la cama con ella encima. Elisa se apoyó con las rodillas en el colchón y volvió a besarlo mientras le acariciaba la espalda y hombros, él se colgaba de sus cabellos, arremolinándolos en sus manos sin dejarle tiempo a respirar.

No hacían falta palabras, era más intensa la demostración de afecto que sus bocas y miradas profesaban.

Elisa se apartó un poco, se pasó detrás de Jules pegándose a su cuerpo, al tiempo que dejaba caer una lluvia de besos en sus hombros y espalda, recorriéndolo con sus labios y lengua, tallando cada músculo y saboreando la piel caliente del hombre que amaba.

Viviendo esas sensaciones que despertaba en ella, al tener la certeza de que adoraba la espalda del hombre que había llegado para abarcarlo todo, llenando su vida. No había prisa, solo una mezcla demasiado grande de sentimientos bullendo dentro de ella.

Escuchaba los gruñidos de él y cómo apretaba los dientes ante los roces que ella le regalaba con sus labios. Él se alejó, privándola del placer en el que estuvo sumergida.

Jules subió a la cama y se puso detrás de ella dejándose caer sentado sobre sus talones, disfrutando del leve estremecimiento que le regaló justo en el momento en que la recorrió con una lenta caricia con las yemas de sus dedos por toda su columna vertebral hasta llegar a la nuca.

Se acercó más a ella y con sus labios entreabiertos empezó a acariciarla desde la parte baja, deslizándolos sin detenerse, sintiendo en sus labios los contornos del centro de la espalda, provocando que Elisa suspirara profundamente ante la sensación de su barba de tres días sobre su piel, lograba que lo deseara con solo ese roce, entre lo suave de sus labios y lo rústico de su barba.

Él llegó una vez más hasta la nuca, haciendo los cabellos rojizos a un lado para que le permitieran la libertad de poder saborearle el cuello. Era imposible mantener los ojos abiertos ante el huracán de emociones y sensaciones haciendo magia con sus labios, cobrando vida al tallar con besos desde atrás a la mandíbula femenina.

Ella necesitaba verse en el verde gris que la cautivó desde el primer momento. La imagen de Jules sonriente frente a ella el primer día se estrellaba contra sus párpados caídos en ese instante y supo que desde ese día ya estaba perdida.

Había sido el único hombre que primero se había dado a la tarea de conocerla, de querer ver más allá de esa apariencia dura y frívola, de hacerle saber a ella misma que tenía sentimientos, él vio lo que ningún otro pudo ver porque siempre se conformaron con ver su exterior y nunca intentaron conocer a la verdadera Elisa, no sabían que debajo de toda esa amargura había una mujer que también sentía, que quería demostrar algo bueno de ella pero sencillamente a nadie le importaba; no la tomaban en cuenta y por esa razón ella se colocaba esa coraza, esa capa irrompible de hielo, esa que Jules se encargó de derretir poco a poco.

Con él había aprendido a darle importancia a cosas sin sentido, lo había odiado en incontables ocasiones, pero lo había amado en muchas más y ahí estaba él, llevándola al cielo con el roce de sus labios, ese hombre le había dado todo sin esperar nada a cambio, sin juzgarla, sin culparla.

Se volvió lentamente para quedar frente a frente y abrió los ojos, encontrándose con los de él, con ese verde gris tan único como el mismo hombre que los poseía. Ella elevó sus manos posándolas en las mejillas y con sus pulgares le acarició los pómulos. Mientras que los pulgares de Jules acariciaban circularmente las caderas de ella, uno de los dedos de Elisa limpió una lágrima que se escapó de uno de los ojos que tanto amaba y otra más amenazaba con desbordarse, por lo que la atrapó con sus labios, sorbiendo el sabor a sal.

—No digas nada —susurró él mientras ella seguía retirando con sus labios las lágrimas.

Jules cerró con sus brazos la cintura femenina adhiriéndola a su cuerpo mientras permanecía sentado y ella de rodillas en medio de sus piernas, empezó a regalarle tiernos besos a los senos y Elisa le regalaba enérgicas caricias a sus cabellos.

Elisa llevó sus manos al pecho de Jules, retirándolo un poco de su altar turgente, lo invitó a descansar sobre la cama, admirándolo acostado en toda su extensión mientras él recorría con su mirada el cuerpo de ella. Elisa sentía como si los ojos de él desprendieran flamas que quemaban su piel.

Bajó con sus labios al vientre de Jules provocando que él jadeara, evitó rozar el erguido miembro porque sabía que apenas lo tocara perdería el control. Empezó con una caricia de sus labios en ascenso, rozando con la punta de su nariz y despertando cada poro de esa piel caliente, al llegar al pecho se aferró con sus dientes a una de las tetillas, mimando a la excitante tortura con una lánguida caricia de su lengua. Siguió hasta la base del cuello, donde besó un solitario lunar que lo adornaba y siguió con su dulce recorrido sin detenerse en su boca, prefirió besarle la frente, en medio de su adoración.

Se acomodó a horcajadas sobre él y los besos voraces no se hicieron esperar, esos que los transportaban a otro universo, coloreando cualquier paisaje.

Jules en un movimiento lento pero seguro, rodeó con uno de sus brazos la cintura de Elisa y la acomodó debajo de él, sintiendo cómo esas piernas divinas lo encarcelaban, no pudo controlar sus deseos por regalarle caricias a esos muslos que se cerraban en torno a sus caderas.

Elisa pendía de la espalda de él en la que enterraba sus uñas, sin poder controlar el temblor de su cuerpo al sentirse sofocada por el divino peso de ese hombre.

—Te amo —le confesó Jules en un susurro casi inaudible—. Te amo —repitió, pero esta vez ella pudo escucharlo—. Elisa... Elisa —la llamaba en medio de besos.

—Repítelo... dímelo una vez más —pidió en un susurro tembloroso.

—Te amo... ¡Dios! ¡Cómo te amo Elisa! —le hizo saber mirándola a los ojos, rozando sus labios con los de ella—. Te podría amar hasta que me quede sin aliento, hasta que muera... quiero morir... aquí, ahora, contigo... en tus brazos, con tus labios en los míos, con mi cuerpo cubriéndote, vistiéndote con mi piel, morir tan de repente como me enamoré —mientras parpadeaba para que las lágrimas le permitieran admirar a esa mujer a la que le estaba profesando tanto amor.

Dos hilos de lágrimas bajaban por las sienes de Elisa por lo que las enjugó con su lengua y volvió a mirarla a los ojos, negando con la cabeza, pidiéndole que no llorara, rozando sus labios con los de ella mientras él mismo batallaba con las que se alojaban en su garganta.

—Te amo, no tienes idea de la intensidad con que lo hago Jules... te amo más que a mí misma, te amo con todo lo que tengo... Me has enseñado de una manera inexplicable a amar... yo daría mi vida solo por sentir este roce de labios, por sentir esta energía que desprenden tus manos en mi piel, por sentir cómo vibra hasta la última fibra de mi ser con solo una mirada tuya... te amo, sencillamente por ser Jules —susurró Elisa con la voz ronca, sintiendo cómo sus cuerpos temblaban.

La hizo rodar una vez más, colocándola a horcajadas encima de él y le llevó las manos a las caderas para que se amoldaran perfectamente, ambos se miraban a los ojos y compartieron un jadeo que duró el mismo tiempo que se llevó Jules en deslizarse completamente dentro de ella.

Elisa se aferró al rostro del hombre al que amaba, su cuerpo era un cúmulo de temblores ante la invasión, esa a la que se abrazaba con sus pliegues mientras él le calentaba la espalda a caricias. Volvieron a fundirse en un beso, uno que les robaba la cordura y detenía el tiempo, un beso único que los llevaba a levitar mientras se removían lentamente, haciendo que Elisa disfrutara de esa explosión de sensaciones que la azotaba al sentir esa caricia tan íntima en su interior. Ella abandonó la boca de él y se incorporó lanzando su cabello hacia atrás y elevó el rostro con ese movimiento que tanto le gustaba a Jules. Ese movimiento sensual, salvaje y erótico que lo hechizaba, dispersando olor a rosas y jazmín.

Elisa le hacía el amor como nadie, lo dejaba sin palabras. La tomó una vez más y la hizo que bajara hasta su boca, dándole un beso sumamente lento y húmedo. Con una mano en su cabeza y otra en la espalda la mantenía unida a la danza de sus lenguas.

El desespero invadió sus cuerpos mientras se besaban, Elisa hizo sus movimientos más rápidos e intensos, liberándose del beso se incorporó y llevó sus manos al pecho de él, quien ancló sus manos a las caderas de ella, Elisa sabía exactamente cómo llevarlo al cielo, lo que quería y necesitaba, dejándolo caer a un abismo.

Serían más de las tres de la madrugada y sus cuerpos aún se movían al compás del amor y la pasión, tercera vez que lo hacían esa noche y aún no se sentían cansados, solo descansaban unos minutos y las ganas de amarse renacían con tan solo una mirada. Elisa sentía la energía, la vibración y el calor del cuerpo de Jules en su espalda mientras le sostenía una pierna para hacer más cómoda su invasión, esa que se desbocaba a segundos y a segundos se hacía lenta, pero contundente. Elevándola al mismo infinito mientras le susurraba palabras sensuales y llenas de amor al oído, besándole su cuello y mandíbula, entretanto ella hacía el intento por volver la cabeza y tomar los labios de él.

Elisa elevó un poco más la pierna que Jules le sostenía y la enredó como hiedra al muslo masculino, él al soltar la pierna llevó la mano a la cadera, brindándole la energía de sus caricias que navegaron hasta el vientre; en medio de un empuje la unió más a su cuerpo. Los gritos ahogados se le aglomeraban en la garganta a Elisa ante cada estocada que contundentemente retumbaba en su interior. Jules se retiró un poco para que ella lo esperara, jadeaba pidiendo más, pero él se lo negaba, después de casi un minuto regresó a la cueva húmeda que lo succionaba con poder y esta vez antes de que ella terminara por colmar hasta el último átomo de su ser, él también llegaría al punto más alto de vértigo y descontrol. Después de unos minutos ella seguía acostada de espaldas a él. Cansados, satisfechos y aún más enamorados.

—Te amo... —confesó mientras le acariciaba los labios con los dedos—. Me das tanta calma... solo he estado contigo por amor Elisa, desde nuestra primera vez lo hice ya estando enamorado, solo que me negaba a aceptarlo, no fue fácil para mí enamorarme de quien no debía, de quien era la más imposible de todas las mujeres.

Elisa se giró para quedar frente a él y le llevó un dedo a los labios para silenciarlo.

—No digas nada de eso, solo piensa en este momento. Gracias por darme fuerzas, por salvarme; cuando llegaste a mi vida yo estaba demasiado cansada y vacía, tú me entregaste este amor... y te amo Jules... te amo... Contigo aprendí el significado de esa palabra, acabaste con mi soledad, nunca imaginé que podría llegar a sentir todo lo que haces con tu amor, me hiciste descubrir esta dulce obsesión. Yo me había resignado, me había abandonado y tú llegaste a rescatarme, a estrellarme en la cara que hay sentimientos puros a pesar de que sean prohibidos —liberó un suspiro y besó la mano de Jules—. Hay emociones hermosas, únicas y no creo sean un pecado, por eso cedí y me entregué, no creo que esto sea malo cuando me hace sentir tan tranquila —no pudo evitar que las lágrimas se le desbordaran una vez más.

—No... no es malo mi amor, es maravilloso, único. No tienes porqué sentirte culpable por nada, ni creer en lo que tu madre te dice, seguramente nunca se ha enamorado, porque no creo que se pueda olvidar lo que se siente al hacer el amor, lo que es que dos almas se unan en el momento perfecto —le tomó el rostro y la besó lentamente en los labios—. Te confieso que no estaba preparado para que un gran amor me conquistara, por eso te pido que me ayudes y no me abandones, no dejes que esta llama se apague nunca —la abrazó con total pertenencia, refugiándola en su pecho.

—Me siento muy bien así... me siento pequeña e indefensa entre tus brazos, pero me gusta, me gusta mucho —acotó en un susurro mientras le acariciaba el pecho, llenándose de la calidez que él le brindaba—. Quiero quedarme así siempre... Si es así entonces sí quiero envejecer... ya sé, no digas nada —pidió al sentir el movimiento del estómago de él cuando quería reír—. Le tenía pánico a la vejez... pues mi futuro no pintaba a colores, pero si es contigo quiero llegar a cien años. Solo me preocupa algo —declaró levantando la cabeza y mirándolo a los ojos—. Que tú con ciento cuatro años no funciones de la misma manera —en sus ojos marrones brillaba la picardía acompañada por una satírica sonrisa bailando en sus labios—. Sería una vejez bastante triste.

—Me estás hiriendo —confesó Jules sonriendo.

—Sería triste pero soportable, sin ti sí sería insoportable... además sé que utilizarías otros métodos —aseguró guiñándole un ojo—. Seguro serás un viejo bastante ingenioso.

—Eso sí, me encargaría de mantener entre mis manos tus pechos, para que no lleguen a tu cintura —rompió con una carcajada, la que se vio interrumpida por un jadeo ante el mordisco que ella le dio en el pecho.

—Eso no es gracioso —expuso sin dejar de reír—. Lo haré con sujetador de ahora en adelante.

—No... no, ¿estás loca? Muero si no los veo —declaró bordeando con la yema de su dedo medio el sonrojado pezón, irguiéndolo inmediatamente ante la caricia; no se detuvo, por el contrario, se llevó el dedo a la boca mojándolo con su saliva y volvió a bordear ese botón que demostraba la excitación que empezaba a embargar a Elisa—. No puedes privarme el placer de tocarlos —susurró con voz profunda—. Así estén como unas pasas los voy a amar y los voy a disfrutar tanto como la primera vez, como cada vez que me los ofreces —lo presionó entre sus dedos, arrancándole un sensual jadeo a Elisa mientras ella sentía cómo el calor se concentraba en medio de sus piernas una vez más y la humedad salía de su interior—. Cómo te me ofreces, espero y cuando estés vieja no seas quisquillosa y te deje de gustar innovar posiciones —susurró bajando el dedo en una caricia por el abdomen femenino.

—¿Crees que aún hay más posiciones? —preguntó siguiendo con la mirada el recorrido del dedo de Jules—. Y lo más importante aún, ¿crees que nuestros cuerpos arrugados y cansados por los años nos lo permitan? —ancló nuevamente su mirada en la de él.

—Bueno, siempre podemos inventar, ¿no crees? —curioseó con toda la sensualidad que poseía.

En ese momento Elisa dejó libre un ruidoso jadeo al sentir cómo el dedo del él asaltaba el centro donde se concentraba la mayoría de sus sensaciones, en cómo los círculos no paraban y una descarga de gemidos salieron de su garganta, mientras la mirada de él no desamparaba la de ella al deshacerse por el placer, como si su cuerpo reaccionara por sí solo empezó a moverse, pidiéndole más fuerza a los movimientos de los dedos. Él mismo tenía que morderse el labio ante el deleite que le causaba ver que lograba satisfacerla a tal punto.

—Si esta es una de las estrategias que estás reservando para la vejez... no está nada mal —aseguró en medio de un jadeo.

—Tal vez, pero por ahora estoy como un toro —le hizo saber retirando los dedos y con un movimiento rápido la elevó sin la necesidad de levantarse ni un poco, solo manteniéndose acostado la sentó sobre él—. Así que a trabajar vaquera —dijo en medio de una sonrisa que se confundió con un jadeo al vencer cada músculo del interior mojado y caliente de Elisa. Ella emprendió sus movimientos mientras le regalaba una sonrisa—. Aún tus pechos están en su punto y tus movimientos más que sincronizados con mi necesidad...

—Cállate viejo charlatán... —le pidió riendo—. Hazme el amor y pon resistencia toro —pidió palmeándole el pecho mientras ascendía y descendía.

—No debiste haber dicho eso... —llevó sus manos a la cintura de ella volviéndola de espaldas.

Elisa se apoyó con sus manos sobre las rodillas de Jules para hacer su trabajo y encontrar impulso mientras él tomó participación ascendiendo y descendiendo; cuando una nalgada hizo eco en la habitación sorprendió a la chica quien liberó un grito.

—Desgraciado —reprendió sin detenerse mientras apretaba los dientes para soportar el dolor y una carcajada de él retumbó en la habitación.

—Yo también te amo —aseguró ahogado por los movimientos de ambos.

Las manos de él se anclaban posesivamente en las nalgas de Elisa, haciéndose espacio para admirar cómo ella entraba y salía de él, una de sus manos ascendió por la espalda femenina, terminando enredada en los cabellos de ella.

—Quiero verte la cara cuando te haga llegar —susurró ella después de unos minutos de satisfacción y sintiendo los jadeos de él más seguidos, sabiendo que estaba por derramarse.

—No eres mi prisionera... eres mi vaquera, si quieres verle la cara al toro puedes hacerlo —dijo volviéndola de frente a él—. ¿Te excita ver cómo te necesito? —preguntó mirándola a los ojos.

—Ni te lo imaginas... Ternerito —dejó libre una carcajada mientras intensificaba sus movimientos, logrando que él no pudiese refutar nada porque estaba en su mundo, alejándose cada vez más, trascendiendo las fronteras que solo podían traspasarse cuando se llegaba a un orgasmo único, esta vez él llegó primero y ella lo alcanzó en segundos, dejándose caer sobre su pecho.


NOTA: Seguimos con esta historia, espero que disfruten de este capítulo. Gracias por los comentarios y los votos. 

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