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CAPÍTULO 9

—En mis tiempos se saludaba —se mofo Ricky riendo—. ¿Que ha pasado?, ¿Aun sigues con la tonta idea de ir al casino?

—No, no voy a volver a ir a ese sitio. Mucho menos después de que deje a mis hermanas sin su fiesta de 15 —exclamó Sepia.

Se sentía tan culpable, el amaba a sus hermanas, y no quería hacerlas sufrir.

—Vaya hasta que al fin caes en cuenta —Ricky puso a andar el auto—. Eso quiere decir que puedo estar tranquilo.

—Si puedes. Por el momento tengo un lío de faldas y no se cual de los dos es peor.

—¿Qué pasó con Ela?¿Te rechazo? —cuestiono Ricky.

—No. Ella aceptó mi regalo y —Sepia largo un suspiro—, encontré un dibujo que ella hizo de mi. Creo que le gustó.

—¿El regalo o tu?

—Los dos tonto.

—¡Eso es estupendo! —grito Ricky, al ver la cara de su hermano su efusividad se desvaneció—. ¿O no?

—Claro que no. Ya te dije que no quiero tener nada con nadie. Mucho menos quiero volver a ilusionarme —respondió desanimado—. Además no he olvidado a Lara. A pesar de lo que me hizo la sigo queriendo.

—Deberías hacer un intento por dejarla atrás.

—Lo he intentado pero no he podido. Por eso no voy a tener nada con nadie.

—¿Ni siquiera con Ela? —inquirió Ricky.

—Ni siquiera con Ela.

—Si la muchacha no te gusta, lo mejor es que no la ilusiones —le recomendó Ricky.

—Y lo dices después de que por tu culpa le termine regalando un girasol —agregó Sepia mirando a su hermano como si quisiera matarlo—. Por esa razón ella se confundió.

—Bueno, el dibujo tuyo lo hizo antes de que le regalaras el girasol —Ricky hizo una pausa—. Estas exagerando, puede que ella te haya dibujado sólo porque le pareces… exótico. No puede ser precisamente porque le gustas.

—Tu crees entonces que el equivocado soy yo —comentó Sepia mirándolo de reojo—. Si, puede ser, y lo otro es que su hermano Max es un chico que me detesta y me prohibió acercarme a ella.

—¿Y vas a hacerle caso?

—No, porque Eliza va a prestarme sus apuntes. Ella es muy inteligente y va en primer lugar. Además no tiene nada de malo que seamos amigos —contestó Sepia.

Ese era el día en el cual los muchachos entrenaban. Así que después de ir a su casa a almorzar, pasaban a la escuela de lucha libre.

—Ok, pero ten mucho cuidado, no necesitas tener más problemas con ese tal  Máx.

—Tendré cuidado, por el momento vamos a casa necesito hablar con mamá.

La señora Leonor se esmeraba en tener el almuerzo listo. Desde lo sucedido con Sepia el señor Dago hacia todo lo posible por llegar a tiempo y almorzaban todos juntos, como una familia unida.

Las niñas estaban muy calladas, antes de usar el dinero les preguntaron si estaban de acuerdo en dárselo a su padre para usarlo en Sepia. Eleonor y Leticia anhelaban su fiesta de 15 años más que a nada en el mundo. Sin embargo  amaban a su hermano y sabiendo que su vida estaba en riesgo no dudaron ni un segundo en aceptar prestárselo.

—Ricky me ha dicho la verdad —contó Sepia mirando a sus padre—, se lo que hicieron.

—Hijo; no queríamos que te enteraras de lo sucedido, para que no te sintieras culpable.

Empezó Don Dago, dejo a un lado sus cubiertos para no tener nada que lo distrajera.

—Pero ya que lo sabes, quiero que sepas que este esfuerzo que hicieron tus hermanas por ti. No lo debes ver como un acto de pesar y de lástima, esto lo hicieron por amor y porque queremos que salgas del hueco en el que has caído. Por ellas quiero que hagas un gran esfuerzo como lo han hecho Eleonor y Leticia, y no vuelvas a pisar ese lugar de nuevo. Tus actos nos afectan a todos. Somos una comunidad y cada uno es un eslabón fundamental. Si tu te rompes nos rompemos todos.

—Lo se papa, y quiero pedirles perdón por la actitud tan inmadura que he tenido —añadió Sepia, estaba empezando a arrepentirse de su mal comportamiento—. Les prometo que haré todo lo que este en mis manos para no fallarles de nuevo.

—Debes aprender a comportarte —siguió su padre—. Aunque sabemos que esto en parte es por culpa de Lara.

—Tus palabras son muy valiosas, pero quiero que tus actos hablen por ti —concordó su madre—. No tenemos nada que reprocharte en cuanto a tu rendimiento académico. Sin embargo queremos que dejes de ser tan temperamental. La escuela es difícil nosotros lo sabemos. Quiero que por favor seas el de antes; como eras antes de conocer a Lara.

—Podrían dejar de nombrarla —pidió Sepia—. Si es verdad que Lara me hizo mucho daño pero mi actitud no es culpa. Yo elegí ser así.

—Con mas razón —dijo Don Dago—. No queremos más problemas, ni mucho menos peleas, ¿Entendiste?, porque esta es tu última oportunidad Sepia. Porque si llegas a perderla con todo el dolor de mi alma tendré que llevarte a la academia militar.

—¡Padre ya basta! —estalló Sepia—. Si tu deseo es mandarme a la academia militar deberían hacerlo de una buena vez.

El muchacho se puso abruptamente de pie provocando el sobresalto de sus hermanas.

—Ya les pedí disculpas ¿No se que más quieren que haga?. ¡Si lo que quieren es deshacerse de mi deberían hacerlo sin tantos rodeos!. Total, ahí tienen a Ricky, A SU HIJO PERFECTO.

—¡Sepia cálmate! —le gritó su padre.

Al ver que su hijo caminaba hacia la puerta decidió colocarse también de pie.

—VEN AQUÍ QUE NO HEMOS TERMINADO DE HABLAR.

—Ricky ve por tu hermano —pidió la señora Leonor—. Sepia va muy alterado.

—No madre —negó el chico—. Es hora de que Sepia aprenda a resolver sus problemas emocionales sólo. Esta vez no voy a seguirlo, no voy a buscarlo. Llegó el momento de que el aprenda a estar sin mi ayuda.

—¿Y si le pasa algo? —replico la señora.

En parte se sentía culpable por la reacción del muchacho. Por haberle recordado a Lara.

—No le va a pasar nada que el no busque.

Sepia camino por un largo rato. Estaba haciendo un esfuerzo sobre humano para distraerse y no volver al casino. Llegó hasta un parque en el cual nunca había estado. El cantar de las aves, el sonido del arroyo, la calma de aquel lugar le ayudaron a controlar sus ganas de caer en la tentación. El recuerdo de Lara le martilleaba la cabeza.

Los perritos paseaban y jugaban alegres enfrente de el. Uno en particular se detuvo a olfatear su zapato.

—Shuuuu, fuera, ¡vete! —le regaño Sepia—,  ¡Perro tonto que te vayas!

—Lo siento —se disculpó una voz femenina a su espalda— ¿Sepia eres tu?

Eliza miraba a Sepia con una sonrisa de oreja a oreja. El muchacho en cambio estaba un tanto fastidiado, lo único que quería era estar solo. Olvidar un momento todo; además la amabilidad de Eliza se le parecía a la muy bien fingida amabilidad de Lara.

—¿Este perro es tuyo? —inquirió Sepia, intentando alejar al animalito de su pie.

—Si, se llama Fausto —respondió la muchacha alzando a su mascota.

Era un hermoso labrador, pero a Sepia no le gustaban los animales.

—Siento mucho que te haya molestado. Parece que le caes bien.

—¿Y a mi que me importa caerle bien a ese perro chandoso? —replicó el chico desviando su mirada.

—-¿Otra vez tienes problemas? —cuestionó Eliza.

A pesar de la mala cara del chico, decidió sentarse a su lado.

—No quiero entrometerme en tu vida, es sólo que quería saber si podría ayudarte.

—¿En que puedes ayudarme? —bufo el chico mirándola de reojo—. ¿Que clase de poder tienes que puedes acabar con los problemas de los demás?

Eliza agachó la mirada avergonzada. Pero aun así no se dio por vencida. Iba a hacer un último intento.

—Lamento mucho haberte ofendido —agregó Ela colocándose de pie—. Sólo que creo que si tienes problemas no deberías desquitarte con las personas que no te han hecho nada.

Sepia se fijo en el atuendo de la muchacha. No pudo apartar la mirada del jersey azul rey y de lo bien que le quedaba. Tampoco del vaquero desajustado que combinaba perfecto con el color del cielo. Ese atuendo era similar a uno que usaba Lara.

—Yo no te pedí que me molestaras —exacerbo Sepia levantándose de la silla—. Yo estaba tranquilo. Tu eres la que insistes en molestarme cada vez que quiero estar sólo, ¿Porque no me dejas en paz?

Sepia empezó a caminar en dirección contraria a Eliza. Estaba arto de que la gente creyera saber lo que sentía.

—Lo siento, tal vez te doy mucha importancia...

La voz de Eliza fue apenas un susurro que el viento se llevó lejos de los oídos de Sepia.

Después de discutir con la chica el muchacho no tuvo ánimos suficientes de ir al casino. Volvió a su casa antes de lo esperado, y no salió en toda la tarde, ni siquiera para comer. Por ello su madre decidió ir al cuarto del muchacho.
Sepia hacia un bosquejo de el parque en el cual había estado, eso sí suprimiendo a Eliza y a su fastidiosa mascota.

“Fausto, a quien se le ocurre ese nombre para un perro”, pensó el chico.

Esa muchacha era muy rara lo mejor era mantenerse alejado de ella. Había hecho un esfuerzo para mantenerse calmado y amable, pero la demora era que sucediera algo con su familia y explotaba.

Por mas que en la mañana hubiera fingido ser amable con los chicos, en el fondo no se los soportaba. A ninguno de ellos y la emoción que había sentido al entregarle el girasol a Eliza, había sido sólo porque ella le recordaba a Lara.

“Maldita Lara.”
 
Se sentía muy mal por haber tratado mal a Eliza de nuevo. Sobretodo porque Ricky tenia razón y ella no era como Lara.

Odiaba a Lara con todo su ser y era injusto que atacara a Eliza sólo porque sus actitudes se le hacían parecidas.

En realidad Sepia quería cambiar pero no sabía como hacerlo.

—Hijo —hablo su mamá después de tocar la puerta—. ¿Puedo pasar?, traigo tu cena.

—No tengo hambre —mintió el chico.

Pero su mamá lo conocía también que sabía que en cuanto se durmieran bajaría a asaltar la nevera. También sabía que su hijo tenía una hambre voraz.

—Hice tu platillo favorito —canturreo la señora Leonor—. Vieras el olor que tiene, ¡ Mmmmm!. La acabó de sacar del horno. Claro que si no quieres se lo daré a Ricky.

La señora Leonor dio en el blanco.

—Esta bien mamá, entra —concedió Sepia ordenando un poco su mesa de estudio.

Era que el chico no podía resistirse a la lasaña que preparaba su madre.

La mujer entró con una bandeja en su mano, la colocó en la mesa de su hijo y empezó a acariciar la cabeza de este.

—Sepia cada hijo es diferente. Sin embargo  las madres los amamos a todos por igual. No te amo más que a tus hermanos y tampoco te amo menos. Hagas lo que hagas siempre seré tu madre, y voy a amarte con el mismo amor día tras día. Te ame desde el momento en que te tuve en mi vientre, y eso nada ni nadie podrá cambiarlo.

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