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CAPÍTULO 57

—Estás distraído amor —espetó Eliza levantando con su dedo índice el mentón de Sepia—.  ¿Siguieron los problemas con tu padre?

—Se va mañana de la casa.

Sepia levantó la mirada, suspiro hondo.

—Mi mamá esta muy triste, es sólo eso.

—Ya verás que todo va a mejorar —susurro la muchacha besando con delicadeza el mentón de Sepia—. ¿Vas a ayudarme a hacer la tarea?

—Claro que si, princesa.

Sepia tomó el libro que Eliza tenía en las manos.

—¿Qué dice la pregunta?

—¿Qué puede decir del movimiento de un sistema que se ve sometido a una fuerza externa y constante?

Sepia busco con cuidado antes de responder.

—Que mantendrá una aceleración constante; es decir, que cambiara su forma de moverse de manera uniforme conforme transcurre el tiempo.

El resto de la tarde Eliza se dedicó a preguntar y Sepia a contestarle. Eran casi las seis cuando terminaron de hacer la tarea. Tomaron un poco de Sándwiches con malteada y luego decidieron tomar el camino de regreso a casa.

Tomaron un taxi con destino a la casona del señor Francisco. Sepia dejaría allí a Eliza y luego se iría a su casa. Ese día era la ultima noche de su papá en la casa, razón por la cual su madre estaría demasiado triste. La abandonaba el hombre con el cual llevaba más de 20 años juntos.

Sepia se bajo del taxi y le tendió la mano a Eliza para que le siguiera.

La casa de la chica parecía estar sola a diferencia de los empleados que siempre estaban allí.

—Amor, ¿Me vas a decir que es lo que te pasa? —preguntó Eliza mirando a su novio, quien ya había terminado de pagar el taxi—, y por favor no me mientas.

—Es que, ayer que hablé con papá…

Sepia miro a Eliza debatiéndose entre contarle o no. Esas eran sus penurias y no sabía si debía compartirlas con ella. Aun así Eliza le daba la confianza suficiente para hacerlo.

—El me confesó que le fue infiel a mi madre porque dejó de amarla.

—Esa es la principal razón de que las personas se divorcien —respondió Eliza.

Sepia la tomó de la mano.

—Yo lo se. Lo que sucede es que el me dijo que la había amado antes y después simplemente había dejado de hacerlo.

Sepia miro con severidad a su novia.

—Y esa duda me carcome el alma. Pensé que una vez que te enamorabas era para toda la vida.

Eliza rebusco en su mente una respuesta coherente. Algo que decir pero simplemente se quedo sin palabras.

—Nunca creí en el amor, porque no lo vi en mis padres. Pero cuando te conocí, supe que era de verdad, tan verídico como el palpitar de mi corazón cuando te tiene cerca —soltó Sepia acariciando el rostro de Eliza—. Como cada una de las emociones en mi cuerpo cuando te veo a los ojos, y no quiero que se acabe nunca. No quiero que un día dejes de amarme.

—Eso no va a suceder.

Eliza se hinco un poco para poder besar a su novio.

—Yo voy a amarte siempre. Sepia el amor es como una semilla, es verdad que debes sembrarlo pero también es verdad que debes regarlo, fertilizarlo, darle las horas correctas de sol, para que prevalezca. Eso es lo que haremos, así nuestro amor durará toda la vida.

—Sabes que te amo con toda mi alma. Solo quiero que sepas que pase lo que pase no voy a olvidarte jamás.

Sepia sintió un sentimiento de tristeza incomparable, los ojos le escocían por las ganas de llorar que tenía.

—No podría vivir sin ti.

—Yo tampoco —susurro Eliza besándolo—. Pero no digas esas cosas, pareciera que te estuvieses despidiendo de mí.

—Nada de eso —sonrío Sepia con ternura—. Es sólo que a veces me pongo sentimental.

—Me encanta cuando te pones así —confesó Eliza abrazándose a Sepia—. Pero no tienes nada de que preocuparte. Yo siempre voy a estar contigo suceda lo que suceda. Jamás voy a dejarte, estaremos juntos hasta hacernos viejitos.

—Eso es lo que más deseo —dijo Sepia.

Contempló a Eliza. Los ojos de Sepia tan negros como la noche que los cubría, brillaban por el atisbo de las lágrimas. Su rostro se turbo y su mirada se volvió mas sombría.

— Pero si algún día llegó a faltar quiero que sigas adelante sin mi. Quiero que seas capaz de continuar viviendo ante mi ausencia. Mereces ser feliz conmigo o sin mí. Prométeme que si algún día llegó a faltarte, o si por alguna extraña razón llego a irme. Vas a rehacer tu vida.

—¡Amor!

El rostro de Eliza tuvo una ráfaga de miedo.

—No hables así que me asustas. Lo único que voy a prometerte es que jamás voy a olvidarte, no importa lo que pase. Siempre voy a amarte, como siempre voy a estar contigo.

—Gracias, tus palabras me dejan más tranquilo.

Sin embargo no era así, seguía sintiendo el mismo miedo, la misma angustia. La incertidumbre que había sentido durante sus anteriores días. Sepia suprimió esos sentimientos.

Observo la hora en su celular; ya era de noche.

—Debo irme, ya van a ser las ocho.

Sepia acercó su rostro a el de Eliza y la beso por un largo rato. Necesitaba guardar en su mente la textura de su piel, la suavidad de sus labios, su sabor, su contextura, su aroma
Quería tener a toda Eliza grabada en su piel. Como si con ese acto pudiera perdurar su amor por la eternidad.

Nada es para siempre…

Quería grabar para la eternidad aquel momento. Eliza susurró su nombre, el acallo su voz con sus labios. Solo quería sentirla nada más. En ese momento todo paso a un segundo plano, los autos que pasaban por la calle, las personas, el tiempo, el día, la noche. Solo existían ellos dos.

—Nunca olvides que te amo —musito Sepia separándose de Eliza—.Te amo y te amaré siempre.

Eliza sintió que el corazón se le sobrecogía. Tenía deseos de decirle que no se marchará, que no la dejará sola. Esa necesidad de estar con el la atrapó de principio a fin. La cubrió de pies a cabeza.

La silueta de Sepia se alejó poco a poco, dejando a su novia con el corazón en la mano. Más aun así el chico camino a prisa, hacia frío y tal parecía que pronto iba a llover.

Sepia buscó un taxi o algún vehículo que pudiera acercarlo a su casa. Los pocos que pasaban iban ocupados, así que no pudieron recogerlo.

Colocó las manos dentro de su sudadera y camino más aprisa por calles cada vez más solitarias.

La lluvia empezó a caer, le fue imposible no empaparse. Cada dos minutos miraba por encima de su hombro. Sentía que alguien lo vigilaba, como si se sintiera observado o tal vez perseguido.

Dejó esa sensación a un lado, cosa que jamás debió hacer.

Solo debes escuchar esa voz interior en tu corazón, todo esta allí. La solución a cada uno de los interrogantes de la vida están en ese sexto sentido que cada ser tiene. Si tan sólo Sepia lo hubiese oído.

🌻🌻🌻

Sepia se encontró de repente frente a la luz incandescente de un automóvil el cual le cerró el paso. Debía ser una camioneta o algún otro vehículo grande.

La luz lo dejó encandelillado y no podía ver bien. Sepia retrocedió con rapidez, debía salir de allí. Fuera quien fuese el conductor de aquel vehículo, no quería nada bueno. La calle estaba totalmente vacía, no había nadie a quien pedirle ayuda. Se encontraba sólo, nadie pasaba por allí.

La lluvia era muy recia como para que alguien se atreviera a salír a dar un paseo. El sector era muy desolado y así hubiese habido algún transeúnte dudo muy poco que se atreviera a intervenir.

Mucho antes de que Sepia pudiera correr, o sacar su móvil para pedir ayuda. Alguien se abalanzó sobre el dándole un fuerte golpe en la cabeza con lo que parecía ser era un mazo.

Ante el dolor Sepia dejó escapar un grito. La sangre empezó a brotar de su cabeza y se confundió con la incesante lluvia. Retrocedió unos pasos; el sujeto de contextura alta y fornida, sonrió satisfecho. Como si aquel cruel acto fuese un acto honorífico.

Avanzó rápidamente y con toda su fuerza lanzó de nuevo el mazo hacia la cabeza de Sepia. El chico se hizo a un lado logrando esquivar el golpe. Se movió con agilidad hacia la espalda del sujeto y con su pierna izquierda logró darle una patada, que lo hizo perder el equilibrio y terminó de bruces contra un charco lleno de lodo.

Al menos el hombre del mazo estaba lejos por un momento. Aun así no pudo evitar a él sujetó que lo esperaba detrás de su espalda.
Este era mucho más peligroso. Sin mediar palabra alguna y en el momento en el cual el muchacho le daba un codazo a la altura del abdomen. Apuñaló a Sepia con una agilidad aterradora.

Sepia soltó una maldición a la vez que el sujeto entraba la navaja con toda su fuerza, dejándola incrustada entre sus costillas.

Sepia se quedo sin aliento. Cayó precipitadamente al suelo húmedo mientras intentaba afanosamente sacar el cuchillo de su cuerpo. Esa era la única arma que tenía para defenderse.

No obstante el hombre del mazo le hizo el favor de calmar un poco el horrible dolor que sentía. El golpe esta vez fue en el abdomen y mucho más fuerte. Con claridad pudo oír el crepitar de las costillas rotas. También escucho la risa del sádico, sus risas de satisfacción.

Logró sacar el cuchillo de su cuerpo. La sangre baño su boca y se le dificultó respirar. El corte le había perforado el pulmón. Más aun así no podía rendirse, pensó en su madre de pie en la ventana de la sala, esperándolo.

No quería morir allí, no era un asalto. El no tenia nada de valor. Tampoco era un secuestro, su familia no tenia para un rescate. Era un asesinato y no pararía allí.

Cuando intento ponerse de pie, una patada se dirigió a su rostro. Logró frenarla con su mano, pero otro por atrás le dio una patada a la altura del coxis.

Sepia se hizo un ovillo. Mientras el dolor invadía su cuerpo y el terror su mente: Moriría allí, no había nada ni nadie que pudiera salvarlo.

No pudo ver cuántos eran: tal vez cuatro o cinco. Ni pudo reconocer sus rostros, con la lluvia se veían borrosos y difusos. El dolor de sus heridas le impedían siquiera reconocer sus voces.

Las patadas, los puñetazos y los golpes no se hicieron esperar. Sepia intento esquivarlos, aun en el suelo con sus extremidades molidas por los golpes.

Sepia no dejo de luchar. Los hombres a parte del mazo no tenían más herramientas, con su fuerza muscular fue suficiente.

Sepia dejó de luchar, no podia moverse y mucho menos defenderse. Tenía la garganta seca, el sabor metálico de la sangre cubrió su boca y escapo hacia el pavimento. Todo se volvió oscuro.

Hasta cerrar los ojos era una tortura. Moriría en los siguientes minutos. Al menos inconsciente ya no sentía dolor.

Uno de los sujetos lo tomó por los pies y otro por los brazos. Lo subieron a el baúl de la camioneta. Su cuerpo cayó pesado sobre el acero frío. La sangre baño aquel suelo oscuro. Sepia sería sólo un número más en la prensa, un joven que perdía la vida sin razón aparente.

Un muchacho con toda la vida por delante que moría por nada. Una muerte más de un inocente...

—Fue difícil, pero ya está —concluyó uno de los hombres cerrando la puerta.

—Si, creo que esta muerto —añadió el otro empezando a conducir. Los demás iban en la parte trasera—. Ahora debemos deshacernos del cuerpo, el jefe no quiere huellas.

—Así encuentren el cuerpo, jamás sabrán quien lo hizo —espetó el hombre del mazo.

Su compañero una escoria de la misma talante limpiaba su cuchillo con un pañuelo.

—Yo me encargó de desaparecer el cuerpo.

—Eso no es necesario —informó el que estaba manejando—. Lo arrojaremos a el río. Con esta lluvia el se encargará de desaparecerlo o tal vez algún animal se alimente de el.

—Eso esta mejor.

El sujeto del mazo empezó a fumar un cigarrillo.

—Quiero ir a casa temprano, hoy es el cumpleaños de Natalia.

—Como sea.

El hombre del copiloto sacó dos sobres de su guantera.

—Aquí esta el pago, el jefe quiere que desaparezcan por un tiempo. Si necesita otro trabajo los manda a llamar.

El hombre del cuchillo, contó el dinero y se cercioro de que estuviera completo. Una sonrisa se dibujó en su rostro.

—Dígale a el jefe que con gusto volvemos a ayudarle a deshacerse de los estorbos —comento con una gran sonrisa.

El hombre que conducía, frenó el automóvil y los dos sujetos bajaron de un salto.

La lluvia había cesado por completo. La camioneta siguió su marcha hacia las afueras de la ciudad, en su interior Sepia se debatía entre la vida y la muerte.

Todo su interior estaba apagado hasta su mente se encontraba en blanco. Mientras la agonía lo suplía de pies a cabeza.

Después de manejar por más de tres horas los hombres llegaron al fin a su destino. Allí en la soledad de la noche, el río descendía. No con mucha furia pero si lo suficiente para acabar con la vida de alguien.

El hombre abrió el baúl del automóvil. Sepia estaba hecho un ovillo. El sujeto que estaba al mando de la operación tomo los signos vitales del muchacho. Para cerciorarse de que su trabajo estuviese completo.

—Aun vive —bufo el tipo haciendo una mueca—, no importa; morirá en los siguientes minutos.

—Desnúdalo, si alguien llega a encontrar el cuerpo no deben saber de quien se trata. Desaparece su ropa y su móvil; Qué no quede ni un solo rastro de el.

Muy rápido el hombre hizo lo que le ordenaron. El otro sonrió satisfecho ante la tarea cumplida.

Luego con una tranquilidad sádica producto de la más aterradora de las maldades tomaron a Sepia halándolo de los pies. Y sin más clemencia lo arrojaron a el río. Bajo la mirada triste de la Luna, quien si tuviese lágrimas hubiese llorado al ver la crueldad humana.

Ella fue la única testigo de lo que sucedió esa noche. Ella y alguien más que entre las sombras observaba.

El cuerpo cayó a el agua. Hundiéndose en las profundidades, sin más oportunidad para salvarse. Sepia había muerto, el trabajo estaba hecho.

Aun así… no todo estaba perdido.

Pase lo que pase jamás pierdas la fe; nunca hay que perder la esperanza.
 
 
 
 
 

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