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CAPÍTULO 53

Sepia preparó unas ricas galletas para recibir a su novia. La señora Leonor se sentía muy feliz de que su hijo hubiese encontrado una mujer como Eliza. La chica era lo que siempre soñó para su hijo.

El chico también preparó una limonada, tenía todo listo para cuando su novia llegará. El timbre de la puerta anunció la llegada de alguien. Sepia corrió antes de que su madre abriera. Detrás de la puerta Eliza muy bien arreglada lo esperaba con una sonrisa.

—¡Mi amor! —exclamó Sepia besándola— ¡Que bueno que estas aquí!

Y es que Sepia ya había tenido suficiente de cosas malas, era hora de ser feliz.

—Sep¿ Qué va a decir tu mamá? —indicó Eliza sonrojándose.

La señora Leonor asomaba su cabeza por encima del hombro de su hijo.

—Tranquila linda —la señora Leonor se hecho a reír—. Mi hijo a veces se pasa de cariñoso.

—Sigue Ela.

Sepia tomó a Eliza de la mano y la condujo adentro de la casa.

—Bueno, los dejó a solas —informó Leonor empezando a subir por las escaleras—. ¡Estas en tu casa linda!

—Gracias señora Leonor.

—¡Qué bueno que estas aquí! —murmuro Sepia besando a su novia, ahora con total tranquilidad.

Eliza le daba una paz absoluta a su cuerpo y a su alma, ella era como su medicina. Eliza no encontraba otro lugar, otro mejor momento que cuando Sepia la besaba y la acariciaba. El la hacía sentirse viva. Ella sentía esa llama en su interior. Ese amor floreciendo en el fondo de su estómago.

—¿Qué tienes Sep? —preguntó Eliza separándose de su novio—. Te noto tan triste.

—He tenido un que otro inconveniente —empezó Sepia.

Tomó a su novia de la mano y la llevo a la cocina.

—Te preparé unas galletas, espero que te gusten.

Sepia acomodo a Eliza en una de las sillas. Le paso las galletas y le sirvió poco de limonada.

—Sep, puedes contar conmigo. Lo sabes ¿Verdad?

Eliza estaba realmente preocupada.

Sepia se sentó a su lado. Tomó la mano de Eliza y empezó a hacer círculos imaginarios con su dedo en ella.

—Después de la expulsión todo ha sido más difícil.

Sepia no quería observar a Eliza a los ojos por temor a arrepentirse de contarle toda la verdad.

—Mis padres van a separarse y no se como tomar esta situación. Sobre todo por mis hermanas y mi madre. Sin Ricky prácticamente estoy solo y debo hacerme cargo de ellas.

A Eliza se le estrujo el corazón. No le gustaba ver a Sepia tan triste.

—Lo siento mucho, ¿Y porque van a separarse? —pregunto Eliza—. Eso solo si quieres contarme, no hay problema. Sep, no quiero presionarte.

—Tu nunca me presionas, tu eres mi fuerza —Sepia sonrió con ternura—. Mi padre tiene una amante, y ella ahora esta embarazada. Mi madre no puede perdonarlo, así que le pidió el divorcio.

—Lo siento mucho —murmuro Eliza apretando con su mano libre el brazo de Sepia.

—Auss —se quejó Sepia retirando su brazo.

Eliza había presionado justo en su herida. Su brazo aún lee dolía mucho.

—¿Qué tienes Sep? —preguntó Eliza arrugando el ceño.

—No es nada —contestó rápidamente, pero su cara de dolor lo decía todo—, me pegue con una puerta.

—Déjame ver...

—No —negó Sepia.

Eliza con rapidez le subió la manga de su sudadera para revisarlo.

—¿Qué te paso? —exclamó horrorizada llevándose ambas manos a la boca—, ¿Quién te hizo esto?

Sus ojos iban y venían de un lado a otro sobre el rostro de Sepia.

—Fue en el trabajo que conseguí ayer —Sepia volvió a taparse el brazo—. Uno de los perros que cuide me mordió.

—Sep, ¿Sólo eso?

 Eliza tomó el rostro de su novio con sus manos, clavó sus ojos en los suyos.

—Sepia yo te amo, y puedes contar conmigo siempre. Estoy para apoyarte no para recriminarte las cosas. Confía en mi, es la única forma en la que puedo ayudarte.

—Cuando me miras de esa forma consigues lo que quieres.

Sepia sonrió ampliamente sintiéndose mucho mejor. No quería mentirle, ella no se merecía eso.

—Pero podríamos hablar en mi cuarto. En esta casa nadie sabe lo que me sucedió. Yo no quiero que se enteren. Ellos ya tienen suficientes problemas.

—Esta bien, vamos.

Sepia tomó la bandeja de las galletas y llevo a Eliza a su cuarto. Su madre hablaba alegremente con Ricky. Al menos el chico la mantenía distraída.

Eliza se sorprendió al ver el orden del cuarto de Sepia. Sobre todo porque estaba acostumbrada a ver el desorden de Máx.

Todo olía a limpio, las paredes tenían muchos poster de luchadores famosos de Kun Fu, como Brucce Lee y Mike Tayson. Lo mismo que el cobertor de la cama. Se notaba que a Sepia le encantaba el Kun Fu.

—¿Pasa algo? —cuestionó Sepia al ver la cara de Eliza.

Colocó las galletas encima de su mesa de estudio.

—Es que es raro —contestó Eliza sonriendo, Sepia cerró la puerta—. Tu cuarto esta demasiado limpio y ordenado.

—Es porque cuando no encuentro mis cosas me enojo mucho —contó Sepia recorriendo el lugar con la mirada—. Así que opté por tener todo en su lugar. Además así le ahorro trabajo a mi mamá.

—Entre más te conozco mas me gustas —espetó Eliza mirándolo a los ojos.

Sepia sonrió y se acercó a besarla.

—No señor.

Lo frenó Eliza colocando su mano sobre el pecho de Sepia.

—Primero me vas a decir que fue lo que te sucedió.

—¿Es que?

Sepia se cruzó de brazos.

—No vale la pena.

—Yo quiero saber —dijo Eliza mientras tomaba una de las galletas.

—Bueno, esta bien —concedió Sepia.

Le paso su silla a Eliza y el se sentó en la cama.

—Fui a buscar trabajo a la casa de la señorita Amanda Gramill.

—¿Amanda Gramill? —cuestionó Eliza con asombro—. He oído hablar del señor Pascual Gramill. Dicen que tiene nexos con el narcotráfico, o es lo que mi padre cree.

—Ojalá hubiera sabido eso antes.

Sepia se mordió el labio, no sabia como contarle todo a Eliza.

—Todo iba bien, tuve que alimentar a los perros y cambiar el agua de sus bebederos. El problema fue después.

—¿Qué paso después amor? —Eliza tomó la mano de Sepia—. Están riquísimas tus galletas.

—Gracias.

Sepia tomó aire, debía confiar en ella y contarle todo.

—La señorita Amanda me drogo, o al menos eso fue lo que me dijo. Me dio un sedante y después me secuestró.

—¿Qué?

Los ojos de Eliza se abrieron como platos. Se encontraba sorprendida ante severa confesión.

—Después me desperté en su comedor, y quería que comiera con ella. Y…

—¿Qué quería? —le instó Eliza mirándolo con seriedad.

—Que le hiciera compañía.

Ante la mirada inquisidora de Eliza Sepia se apresuró a hablar.

—Según ella debía hacer lo mismo que hacia un tal Tomás. Hasta me dijo que cuando cumpliera la mayoría de edad podía irme a vivir con ella.

—¡Esa mujer está loca! —exacerbo Eliza.

—Si fue muy raro. Yo me asusté mucho y cuando intente escapar ella le ordenó a uno de sus perros que me mordiera.

—Esa mujer cometió un delito, debes de denunciarla. Ella no puede salirse con la suya. Te retuvo a la fuerza y ese perro te hizo mucho daño.

Eliza acaricio el rostro de Sepia. Sólo de pensar que algo muy malo estuvo a punto de pasarle le daban ganas de llorar.

—Lo se, pero la señorita Amanda tiene mucho dinero y poder —agregó Sepia con tristeza—. Me dieron muchísimo dinero ese día. Si hubiera sabido porque jamás lo hubiera recibido.

—Si, pero no podemos dejar las cosas así —replicó Eliza sentándose a el lado de Sepia—. Esa mujer pudo haberte matado. Si quieres vamos con mi papá a ver si el nos puede ayudar.

—Amor, el no va a querer hacerlo y no quiero darle otro motivo para que me siga odiando. Además yo ya intente poner una denuncia y me dijeron que dejará todo así —argumentó Sepia con preocupación—. Esa mujer puede mandar a asesinarme si sabe que la denuncie.

—Es injusto, ¡Ella no puede salirse con la suya! —bufo Eliza enojada—. Ese perro casi te arranca el brazo; porque lo tienes muy mal y eso que supongo que ayer estaba peor.

—- Si, pero su mayor castigo fue que no volveré a ese lugar.

Sepia se acerco con delicadeza a Eliza y empezó a darle pequeños besos en las mejillas.

—No hablemos más de esto, hay que aprovechar el tiempo.

—Esta bien, al menos con lo que te dieron ya no es necesario que te expongas.

Sepia la miro de reojo.

—Es que ya no tengo el dinero —expuso Sepia mirándola a los ojos—. Había una señora y tenía tres niños. Me pidió una moneda y yo le regale ese dinero. No me sentía cómodo teniéndolo conmigo.

—¿Lo regalaste? —investigó Eliza enarcando ambas cejas.

—Si. La mujer me dijo que uno de los niños estaba enfermó. También llevaban varios días sin comer y les hubieras visto la cara, estaban tan tristes, sucios, con hambre.

Sepia hizo una pausa.

—Además ese dinero no me pertenecía. Al menos sirvió para algo bueno.

—En eso tienes razón mi amor.

Eliza sonrió con ternura, mientras Sepia la besaba.

Sepia retiró el cabello de Eliza y descendió con sus besos hasta su cuello. Eliza sintió como cada centímetro de su piel se estremecía. La mano de Sepia se asió con fuerza de su cintura, pegándola más a el.

Sepia en ese momento se le había olvidado todos sus problemas. Sólo pensaba en seguir, en amar a esa mujer que lo volvía loco.

Eliza se removió cuando sintió la mano fría de Sepia recorrer su pierna. Su mano subió hasta el muslo de Eliza en donde la acarició con suavidad, apretándola con la yema de los dedos.

Eliza cerró sus ojos, deslizó su mano por debajo de la camisa de Sepia, acariciando su pecho. Sepia la recostó con cuidado en la cama. Descendió sus labios hasta el escote de su vestido, su mano seguía subiendo hasta llegar a su cadera.

—Sep —murmuro Eliza con dificultad—. Detente, tu madre puede oírnos.

A Sepia de le había olvidado que su madre y su hermano estaban en la otra habitación.

Sepia se percató de su indiscreción y se alejó de Eliza. No quería hacerla sentir mal y aunque deseaba estar con ella, sabía que debía darle su espacio y no presionarla.

—Lo siento —se disculpó Sepia avergonzado—, no debí hacerlo. Es que te deseo tanto que se me olvido que no estábamos solos.

—No te preocupes —contesto Eliza acomodándose el vestido—, pero este no es el momento ni el lugar. No quiero apresurarme y espero que no te sientas mal; yo aun no estoy lista.

—Tranquila —Sepia tomó aire y respiro profundamente—. Esperaré a que estés lista, no voy a presionarte.

—Sepia yo…

Eliza no sabía cómo confesarle a Sepia que no era la primera vez que estaba con un hombre.

—¿Qué pasa? —interrogó Sepia.

—Es que… no se como decírtelo.

Eliza miró sus manos. Sepia se rasco la sien.

—No te preocupes; se que no quieres estar conmigo porque tienes miedo del vitíligo. Y te da asco que te toque.

A Sepia se le quebró la voz. El nunca había estado con una mujer. La única vez que lo intento Lara se había negado alegando que podía contagiarse.

—Claro que no es eso —contradijo Eliza colocando una mano sobre su hombro—. Se que el vitíligo no se contagia por vía sexual. Y nunca sentiría asco de tus caricias.

Eliza tomo el rostro de Sepia y lo giró para que la mirarla a los ojos.

—Yo te amo Sepia; y eres el único hombre con el cual deseo hacer el amor.

—Es que pensé que tu…

La voz de Sepia era tan sólo un susurro apagado y triste.

—Yo nunca he sentido ni sentiría asco de ti.

Eliza se acercó a Sepia y volvió a besarlo. Se sentó a horcadas sobre el mientras Sepia acariciaba sus piernas. Eliza se alejó de el y se hundió en sus ojos.

—Nunca vuelvas a pensar que siento asco de ti, ¿Bueno? —inquirió Eliza—, lo que pasa es que… no eres el primer hombre con el cual estoy.

Sepia abrió los ojos de par en par. El se había armado una película innecesaria. Claro que suponía que Eliza quizá había estado ya con algún chico. Sobre todo por su belleza.

—¿Era eso? —cuestionó Sepia sonriendo.

—Si, es que me daba pena decírtelo porque pensé que te enojarías.

—¿Enojarme?¿Porqué?

—Porque no soy virgen —añadió Eliza sonrojándose.

—A mi no me importa eso Ela; A mi lo único que me importa eres tú.

Eliza volvió a besarlo con más dulzura. No pudo evitar sonreír mientras lo hacia.

—Eres tan comprensivo. Y si te frene fue porque este no es el lugar. Pero por mi lo haría contigo ahora mismo.

Los ojos de Sepia se oscurecieron debido a el deseo que lo inundaba. Apretó a Eliza más contra su cuerpo para hacer lo que ella había dicho.

Eliza se separó de el y se puso de pie. Sepia lanzó un bufido a la vez que Eliza se reía.

—YA TE DIJE QUE NO —musito señalándolo con su dedo.

—Esta bien tu ganas —comento Sepia con frustración.

—Estaba pensando en mi tía.

Hablo Eliza procurando cambiar de tema.

—Ella tiene un invernadero, y necesita a alguien que le ayude. Tal vez pueda contratarte.

—No se —Sepia se rasco el cuello—. No quiero que tu papá tenga otro motivo para odiarme. No quiero separarme de ti bajo ninguna circunstancia.

—Eso no va a pasar. El no va a saber nada.

—Esta bien —concedió Sepia sonriendo—. Te parece bien si le dices que el lunes a primera hora iré a verla.

—Claro, aquí te dejó la dirección.
Eliza la anotó en un papel que había encima de la mesa.

—Mañana vamos a ir con los chicos a el parque. Estaremos allí todo el día, ¿Quieres venir?

—Claro que si. Nada me gusta más que pasar tiempo contigo.

—Y a mi...

Sepia tomó la mano de Eliza.

—¿Quieres venir a el jardín? —investigó Sepia—, podemos leer un libro juntos.

—Si, vamos.

Era más sano si iban a otra parte. O las cosas al fin terminarían saliéndose de control.

—¿Cuál quieres que leamos? —pregunto Sepia—. Te gustan de ciencia ficción, aventura, fantasía, romance, superación personal, espirituales, infantiles, de suspenso.

—Bueno, me gustan los de romance.

Ambos empezaron a caminar hacia la sala en la cual había una gran biblioteca.

—Pero puedo leer alguno que te guste a ti.

—Estoy leyendo uno de fantasía —comentó Sepia tomando un libro de la estancia—. Si quieres puedo leerte el primer capítulo.

—Si, me encantaría.

Sepia tomó a Eliza de la mano y fueron hacía el pequeño jardín. Ambos se sentaron en la silla en la cual noches atrás su padre y su madre habían hablado. Eliza se recostó sobre su novio, mientras el empezaba a leer:

Mientras su cuerpo caía inerte, m cuenta de lo fugaz que era la vida. Nunca me había detenido a pensar si alguna de mis víctimas tendría familia, hijos, esposas, no me frenaba ante nada.
No era mi culpa que ese fuese su final, solamente estaban en mi lista. La sangre cubrió con rapidez el pavimento. Escuche a lo lejos los pasos de alguien, era el momento de correr.
El hombre me miro a los ojos, era un deportista de esos que salen a correr de noche. No titubee, no dude, descargue mi arma contra su cuerpo. Cualquiera que viera mi rostro debía ser eliminado. No puedes mirar a la muerte a los ojos y seguir viviendo.
El cuerpo del transeúnte cayó a un lado del camino. Siete disparos eran suficientes. La adrenalina subió de mis pies hasta mi cabeza, hormigueándome en las manos.
Podía oír la sirena de la policía a lo lejos. Esa noche no había sido tan productiva como las demás; una víctima, de seguro alguien inocente yacía bajo mis pies.
Salí corriendo y me interne en el bosque, en donde mi cabaña se me pareció mas lúgubre que antes. Camine con cuidado hacia mi cuarto, hacía tanto tiempo que no dormía que de repente no me pareció extraño el inusual cansancio.
El rencor seguían consumiendo mi alma. Tomé el marcador de mi mesa de trabajo y tache los nombres de los sujetos que habían caído.
Todos lo merecían. Todos menos el corredor, quien murió por algo que no debía ver.
Me quite la ropa, aun faltaban más de 10 hombres. Lo peor era que se trataban de los más fuertes.
Ellos practicaban la magia negra igual que yo, así que estarían esperándome para asesinarme.
Mi padre una vez me dijo que la única forma de combatir un monstruo era con otro. Así que en eso me convertí, cada vez que asesinaba me volvia más fuerte.
Así que lo seguiré haciendo hasta que sea invencible.
Es la única forma de recuperar lo que me pertenece: Mi reinado de horror esta a punto de empezar.”

—¿Qué pasa? —pregunto Eliza al ver que Sepia se quedaba en silencio.

—Es que, leí esto y sentí como algo raro. Desde ayer siento como un mal presentimiento. Es como una tristeza profunda aquí —Sepia señaló su pecho—, cómo si algo malo fuera a pasar y cuando empecé a leer este libro me sentí más triste.

—Entonces no lo leas —replicó Eliza agarrando el libro—. Y no le prestes atención, esa tristeza debe ser por lo que paso ayer. Es normal que te sientas decepcionado de la vida. Pero no debes hacer caso, recuerda que yo estoy contigo.

—Puede ser solo eso. Gracias por estar conmigo y ser tan linda —comentó Sepia besando la mano de Eliza.

Su mirada se perdió en el firmamento.

La intuición es un sexto sentido. Un poder extraño que casi todo ser humano posee. No obstante muy pocos logran entender.

El mal nos acecha a todos. Es como un gusano que se abre paso entre la fruta para podrir su corazón. Sin embargo  no hay que olvidar que la bondad, la honestidad, la lealtad, el respeto el amor y mucho más viven aun. Ellos son los que combaten a el sucio gusano.
                  

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