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CAPÍTULO 51

Cuando Sepia ya se encontraba lo bastante lejos de aquel horrible lugar, pudo volver a respirar en paz. Su ropa y hasta su mochila estaban llenos de sangre. Su herida había dejado de sangrar eso era un buen inicio.

Revisó con cuidado su mochila a ver que le hacia falta. Todo estaba allí, sus documentos, su móvil y hasta el sobre con ese dinero.

El mundo esta plagado de peligros, vivas en donde vivas el mal esta allí, y podría alcanzarte el día menos esperado. Todos estamos expuestos, todos estamos en peligro. Es una guerra no de mujeres contra hombres, ni de hombres contra mujeres. Sino de personas buenas contra personas malas.

La única esperanza es rogar por protección, por cuidado, luego esperar una respuesta.
Sepia se sentó en un andén, se rasco la cabeza con desesperación. Cada vez que intentaba surgir, hacer lo que hacían los demás, fracasaba.

El no era normal y este era el momento de reconocerlo, nunca lo fue, nunca lo sería. El era diferente, diferente a todos. La condición que tenía en su cuerpo era propia de el, de nadie más; el era único.

Su móvil sonó dentro de su mochila, su novia lo llamaba. Lo dejo pasar; ahora necesitaba pensar en lo que iba a hacer. El móvil volvió a sonar, Sepia lo reviso para ver quien lo llamaba.

Sepia sonrió, Eliza era la única capaz de devolverle el ánimo.

—Hola Ela —saludo Sepia.

Procuró calmar su voz para que Eliza nos se diera cuenta que algo le pasaba.

—Hola Sep, ¿Cómo estas?

La voz de Eliza era suave y dulce. Capaz de calmar cualquier estado de angustia en su interior.

—Bien, ¿Y tu como has estado?

Al fondo se podía oír la voz de Ray y la risa de Sofía.

—Bien, estamos en el parque cerca a mi casa. Aun Ray no encuentra la estrategia para que Galena le haga caso —le contó Eliza entre risas—. Deberías venir, a ver si tu le puedes ayudar.

—Amor lo siento, quisiera ir.

Sepia se moría de ganas por ver a su novia. Pero no quería presentarse frente a ella en esas fachas. Sobretodo porque Eliza se asustaría al ver la herida de su brazo.

—Pero acabo de salir del trabajo. Estoy muy lejos de la casa y apenas tengo tiempo de llegar.

—Esta bien, será para otra ocasión —concedió Eliza largando un suspiro—. Sep ¿Estas seguro que estas bien?, te noto algo extraño.

Era increíble la forma en la que Eliza lo conocía con tan poco tiempo de estar juntos. Ella sabía con sólo oír su voz que algo no andaba bien.

—Estoy bien —mintió.

Se sintió mal de hacerlo, pero no quería preocuparla.

—Es sólo que me hicieron una última prueba en el trabajo, y no la pase. Por eso estoy un poco desanimado. Tendré que buscar otro trabajo.

—Sep, lo siento mucho, ellos no saben de lo que se perdieron —le animo Eliza—. Vas a ver que pronto encuentras uno mejor. Lo importante es que estés a gusto.

—Bueno, eso es difícil. En la única forma en la que puedo sentirme a gusto es contigo a mi lado. No me gusta estar lejos de ti...

—A mi tampoco pero —Eliza cerró los ojos—. Por el momento nos toca así. Me duele que te hayan echado de la escuela, sobretodo porque no lo merecías. Ojala aun siguieras en mi clase, así podría verte todo el tiempo. Me haces mucha falta.

—Tu más a mi. Por eso mañana quiero verte, creo que no saldré de casa en todo el día.

Sepia observo su brazo, le estaba doliendo demasiado. Tendría que hacer algo rápido.

—Así que estaré esperándote.

—Estaré allí sin falta —agregó Eliza emocionada—, te amo Sep...

—Te amo Ela.

Sepia camino hacia donde recordaba había un hospital cercano. Su ánimo iba por el piso.

¿Acaso puedo ser más de malas?, se repetía una y otra vez.

Una preocupación aun mayor rondaba su cabeza. Esa mujer había amenazado con hacerle daño a Ricky si no cumplía sus exigencias. Se veía que tenía demasiado poder, uno que podía usar en su contra.

El no iba a decir nada de lo que había sucedido. Su madre estaba pasando por un muy mal momento, como para atormentarla. Y su padre, bueno el tenía demasiados problemas como para agregarle uno más.

El único que podía ayudarlo en estos momentos era Ricky. Sin embargo tampoco podía preocuparlo, eso afectaba directamente su recuperación. Más cuando su estado de ánimo estaba por los suelos.

Estaba sólo en esto, el debía enfrentarlo sólo.

Y para que su familia estuviera segura debía hacer lo correcto. Dudo mucho en entrar a la estación de policía. Pero ellos eran los únicos que podían hacer algo. Además la encontró antes de hallar el hospital.

Camino unos cuantos pasos. El celador de la puerta no dudo en dejarlo entrar, dirigió sus pies a la recepción. La mujer que lo recibió exclamó un grito de horror al verlo, la herida era terrible. Y a pesar de haberla tapado seguía sangrando.

Sepia no sentía dolor; tenía todo el brazo dormido. De camino a la estación había comprado en la farmacia una inyección de anestesia local, y se la había aplicado. Si no hubiera sido así no hubiera podido seguir caminando. Aunque no le había quitado todo el dolor, lo aliviaba un poco.

—¿Qué le sucedió muchacho? —inquirió la mujer colocándose de pie.

—Vengo a levantar una denuncia —contestó Sepia con firmeza—. Necesito que me atiendan de inmediato.

—Lo que necesita es un médico —espetó la mujer tomando el teléfono—. Lo enviaré a medicina legal. Los policías irán allí a tomar su declaración.

—Si, aquí la agente Salgado. Manden una ambulancia de inmediato a la estación norte, gracias.

La agente Salgado colgó el teléfono.

—Dígame en contra de quien es la denuncia y cuales son los motivos. Para enviarle a los agentes respectivos.

Sepia lo dudo: si quería retirarse ese era el momento para hacerlo. Sin embargo recordó que pasará lo que pasará el debía hacer lo correcto.

—En contra de la señorita Amanda Gramill —respondió Sepia.

La mujer abrió los ojos como platos.

—Uno de sus perros me atacó por orden suya.

—Esta bien —añadió la mujer llegando a su lado.

Desde allí se podía oír la sirena de la ambulancia.

—Venga conmigo debe ir a que lo revisen.

Sepia se subió a la ambulancia. Los paramédicos le dieron más calmantes y tomaron sus signos vitales. Todo parecía estar bien.

Ya en el hospital, un doctor  de avanzada edad fue el encargado de revisarlo y curarlo.

—¿Dime que te paso niño? —investigó el hombre llegando a su lado.

Una enfermera traía en una bandeja los elementos para curarlo.

—Me mordió un perro —respondió Sepia.

El doctor se puso sus anteojos y con un cuchillo muy delgado empezó a revisar la herida de Sepia.

—Tendré que cogerte algunos puntos. La mordedura no perforó la vena por eso no habrá problema —el doctor siguió revisando—. ¿De qué raza era el perro?

—Era una rottweiler.

—Un perro de ese tamaño y con esa fuerza te pudo dejar manco. Sin embargo sólo te mordió sin ejercer mucha fuerza —musito el doctor mientras buscaba sus elementos.

—Te daré unos analgésicos para el dolor y unos antibióticos para evitar cualquier infección —agrego el medico—. No te preocupes en unos días estarás como si nada. ¿Desde hace cuanto tienes vitíligo?

A Sepia no le hubiera gustado escuchar esa pregunta.

—Desde los cinco.

—¡Oh!, ya veo.

El doctor le inyectó a Sepia anestesia. Luego desinfecto su herida y le cogió tan sólo dos puntos. Sepia se sintió mucho mejor y ahora que miraba bien la herida se daba cuenta que no había sido tan grave. Quizá por el susto del momento no se dio cuenta que la herida.
No era tan grave.

—Buenas tardes —saludo un hombre abriendo la cortina del cubículo.

Llevaba traje de policía, el mismo que utilizaba el señor Francisco.

—Es usted el joven que va a poner una denuncia en contra de la señorita Amanda Gramill.

—Si soy yo.

—Doctor Bell, ¿ Podría dejarme a solas con el muchacho?

—Claro que si —contestó el Galeno—. Ya acabe con el. Debes pasar a la recepción por la fórmula médica. Eso sí te recomiendo que llames a tus padres; alguien mayor de edad debe hacerse responsable de ti.

Sepia tendría que llamar a si padre y contarle todo. No había opción.

—Entonces ¿Dígame que fue lo que sucedió?

El hombre sacó un pequeño frasquito de licor, luego bebió un trago.

—Fui a esa casa por un empleo como cuidador de perros, todo parecía normal —empezó Sepia.

El hombre estaba atento a su historia.

—Lo que si no me pareció normal fue el pago, era demasiado alto. Seguí el día con normalidad e hice lo que me indicaron. A la hora de la salida la señoría Amanda me dijo que no podía irme, y uno de sus guardias me drogo. Cuando desperté estaba en su comedor, ella me amenazó. Me retuvo a la fuerza y cuando me negué a comer con ella y hacerle compañía  le ordenó a uno de sus perros que me mordiera.

—Tiene suerte de estar con vida —comentó el policía volviéndose a tomar un trago.

—¿A que se refiere? —investigó Sepia alzando la voz— ¿Quiere decir que no va a hacer nada?

—Que más quisiera yo —añadió el hombre con tristeza—. Pero esa mujer y su padre tienen mucho poder en esta ciudad. Por más que hemos querido encontrar algo en su contra no es posible. Ella borra todas las huellas, es como una serpiente que sabe muy bien como deslizarse.

—¡No! —replicó Sepia tomando su brazo, el dolor seguía allí—. Si se apuran encontraran pruebas. Deben haber manchas de sangre por toda esa casa.

—¡No importan las pruebas! —vociferó el policía—. Hace más o menos dos meses, un joven de veinte años murió en esa casa. Uno de los perros lo atacó de tal forma que murió a los pocos días de ser internado en este hospital. La señorita Amanda alegó que el muchacho era un ladrón. Insistió en que su perro lo único que hizo fue defenderla. Pagó jueces, testigos, pruebas y finalmente quedó ella como la víctima.

—No es posible que sepan todo eso y no hagan nada —exacerbo Sepia.

El mundo estaba podrido, el gusano de la ambición se había comido su corazón.

—Ella me secuestró, es un ser detestable.

—Yo mejor que nadie lo sé.

El hombre volvió a tomar de su trago.

—Mi hermano desapareció después de entrar a trabajar en esa casa. Desde entonces he hecho todo lo posible por intentar reunir las pruebas en su contra, y no he podido. Entrevisté a los hombres que cuidan sus perros, ninguno quiso decirme nada. Todo esto me ha valido muchos enemigos y dos atentados de los cuales por puro milagro he sobrevivido. Créeme cuando te digo que lo mejor es que dejes la cosas así. Si la acusas ella va a venir con todo su poder en tu contra. Va a acabarte a ti y a tu familia.

—Entonces ¿Debo dejar las cosas así? —interrogó Sepia con rabia—. ¿Dejar que se salga con la suya y que le siga haciendo daño más jóvenes ingenuos como yo?

—Tranquilízate —procuró el agente colocando su mano en el hombro de Sepia—.  Eres apenas un niño, tienes un futuro por delante. Yo voy a encargarme de esta mujer y te aseguró que muy pronto recibirá su castigo. Ahora vete a casa y aléjate de esa mujer lo más que puedas. La próxima vez puede que no te dejé con vida.

—Quizá tenga razón, pero cuando mi padre se entere de lo que ella me hizo va a querer hacerla pagar.

—Eso pondría en riesgo su vida.

—¿Y qué quiere que haga? —inquirió Sepia con preocupación—. Soy menor de edad y un adulto debe hacerse responsable de mi cuenta en este hospital.

—Yo lo haré —dijo el policía—, firmare lo que sea necesario con tal de que tu y tu familia no estén en riesgo.

—Gracias.

—Cuídate muchacho; esa mujer es mala. Muy mala.

El hombre salió del lugar dejando a Sepia sólo. Era increíble la manera en la que el dinero acallaba a la justicia, a la verdad.

Todo se podía comprar, hasta la muerte, era injusto. Sepia sentía tanta rabia e impotencia. Tenía que dejar las cosas así, eso era lo que le daba más coraje.

Sepia se colocó de pie, ya no servía de nada estar allí. Había perdido el tiempo. Lo único bueno era que su herida no dolía tanto gracias a los analgésicos.

—¿Qué haces muchacho? —inquirió el doctor Bell llegando a donde el chico estaba.

—Me voy, ya que mi denuncia no va a progresar. No hay nada que yo pueda hacer aquí —  contestó Sepia.

—Te equivocas —le interrumpió el hombre—. Si me lo permites me gustaría tomarte pruebas. Tu condición es una rareza para la ciencia. Cuando no estoy en el hospital trabajo con un gran amigo que tiene un laboratorio. Nos encargamos de estudiar las mutaciones génicas y cromosómicas de algunos individuos con características particulares. Sería muy beneficioso para nosotros si nos permitieras estudiar tu caso.

Cuando presentó su problema siendo un niño, el doctor le indicó a sus padres que lo llevarán a otro país donde un reconocido experto en alteraciones de la piel podía ayudarles.

El viaje era muy costoso y la familia no contaba con la solvencia económica para hacerlo. Con el pasar del tiempo se les fue olvidando, al final dejaron las cosas así.

—Esta bien —concedió Sepia sentándose en la camilla—. Permitiré que me saque una muestra de sangre. A ver que encuentra.

—Eres menor de edad —comentó el doctor cerrando la cortina—, como sabrás necesito autorización de tus padres.

—Si soy menor de edad, pero no se preocupe. Nadie va a saber que me saco una muestra.

El hombre alistó la aguja. Luego tomó el brazo de Sepia y después localizó la vena. Sepia sólo sintió un pinchazo, como la picadura de una avispa. Después el doctor comenzó a sacar la muestra. Lo hizo todo de una manera muy ligera y sin dolor.

—Dame tus datos —agregó el hombre después de haber guardado la muestra—. Cuando tenga los resultados del estudio. Te localizare para hacerte saber lo que arrojaron. Tal vez encuentre algo que te ayude a controlar tu enfermedad.

Sepia escribió en un pedazo de papel el número del móvil que guardaba en casa. No iba a darle sus datos personales a un desconocido. Pero deseaba saber si tenía cura; aunque ya le habían dicho que no.

—Listo, cuando tenga los resultados te avisare —añadió el hombre.

Le tendió la mano a Sepia.

—Gracias muchacho estoy seguro de que algo muy beneficioso saldrá de todo esto.

—Eso espero Doctor Bell —Sepia tomó la mano del hombre—. Ojalá en mi sangre estén las respuestas que necesito oír.
             

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