CAPÍTULO 50
Sepia paso el día limpiando los utensilios de los perros. Era un trabajó fácil para el, que le gustaban las labores hogareñas. Había quedado de verse con Eliza por la tarde, pero no iba a poder.
Le había enviado un mensaje diciéndole que no podría ir. Su primer trabajo era algo muy importante para el. Aun así quedó de pasar por su casa cuando saliera de trabajar. Mas importante que cualquier cosa, era ver a el amor de su vida.
A la hora del almuerzo los hombres se mostraron muy amables con el. Eran en total 12 cuidadores, hombres de diferentes edades.
Austin le advirtió que no podía distraerse, ni mucho menos hablar por celular. A la señorita Amanda no le gustaba que sus trabajadores se entretuvieran en otras cosas que no fueran el cuidado de sus niños.
El resto del día fue tranquilo. Masha le hizo compañía, era fascinante ver como la gran canina había aceptado tan rápidamente a Sepia. Hasta comió de su mano y le permitió que le rascara la pancita.
—Eres muy bonita Masha —comentó Sepia.
La perrita estaba tendida en el suelo con su barriga al aire.
—Sabes mi novia también tiene un perrito. Se llama Fausto es mucho más pequeño que tu, pero igual de tierno. No puedo creer que seas tan letal como dicen.
—Lo es —le interrumpió una voz en su espalda.
La señorita Amanda se había cambiado de ropa. Ahora llevaba un traje gris muy elegante.
Masha se puso de inmediato de pie, y fue hacia donde su ama. El animal no dejaba de batir la cola y de moverse de lado a lado. Estaba muy feliz.
—Perdón señorita —se disculpó Sepia colocándose de pie—. Estaba descansando un momento, ya vuelvo a trabajar.
—No tienes que hacerlo Sepia.
La mujer dejó a un lado a Masha y se acercó a Sepia.
—Para eso te pagó, no es sólo para que los cuides. Es para que les des amor y afectó. ¿Sabes? recupere todos estos niños de perreras. Nadie los quería adoptar porque pensaban que eran peligrosos. Yo los traigo aquí y les doy lo que necesitan. Sin embargo son demasiados. Para eso están ustedes, les pagó para que les den amor, cariño, ternura. Aquí somos como una familia.
—Si señorita —se limito a contestar Sepia.
Ese era un acto muy bondadoso. Más aun asa había algo en esa mujer que no terminaba de convencer a Sepia del todo.
—Ve a cambiarte, ya terminaste aquí —añadió la mujer—. Antes de irte ve donde María. Ella te dará el dinero que te ganaste hoy.
—Pensé que salía más tarde —comentó Sepia, aun era muy temprano—. Hasta ahora son las tres.
—Bueno, tu trabajo ya terminó aquí. Pero aun te falta algo más —dijo la mujer—, cámbiate y te espero en el comedor.
Puso su delgado dedo en el mentón de Sepia. El chico retiró su rostro evidentemente incómodo.
—Ve con María ella va a decirte que hacer.
La señorita Amanda se marchó del lugar llevándose consigo a Masha. Todo en ese sitio era extraño. Además la actitud de la mujer no le gustaba para nada a Sepia.
Lo mejor sería irse y no volver nunca más. Con el dinero que se había ganado ese día había tenido más que suficiente. Además su madre siempre le había dicho que cuando sintiera su sexto sentido le hiciera caso.
Cuando sintiera ese empujón intuitivo que le dijera que algo no andaba bien, simplemente debía actuar.
Sepia se fue a el cuarto de servicio. Se volvió a colocar su ropa, se sentía mucho más cómodo de esa forma. No hubo necesidad de ir a buscar a la señora María. Ella llegó con un sobre en la mano.
—Ten muchacho —le dijo la mujer—. Toma el dinero que te ganaste hoy.
Sepia revisó el sobre, miro a la mujer sorprendido.
—Pero es el doble de lo que me dijeron que ganaría. La señorita quiere que la vaya a el comedor. ¿Sabe que quiere decirme?
—Muchacho, me caes muy bien —contestó la mujer en voz baja, su tono era de preocupación—.Tengo un hijo que tiene tu edad y no me gustaría que le pasará algo. Toma ese dinero y corre, vete de aquí antes de que sea tarde. Si ella te pidió que fueras al comedor lo mejor que puedes hacer es irte de inmediato.
—¿A que se refiere?
—Vete… jamás debiste venir aquí.
Cuando te dicen que corras, tu corres por si o por no. Como dicen popularmente, “Es mejor que digan aquí corrió, que aquí quedo.”
Sepia tomó su mochila y salió del lugar. Paso en medio de la manada de perros y con la mano se despidió de sus compañeros.
Se dirigió a la reja en completo hermetismo. Esta no tenía candado ni nada. Su corazón iba a mil por hora. Algo malo pasaba, algo realmente malo. Su intuición y esa señora no podían engañarlo.
Una paga tan buena por nada.
¿Porqué no lo pensó antes?, por algo decían que de eso tan bueno no dan tanto.
Camino con prisa hacia la salida. No estaba el guardia por ningún lado, mucho mas fácil para poder escapar.
—¿Porqué tanto afán?
La voz de la señorita Amanda le sonó como de ultratumba. Como si el diablo acabará de anunciarle que vendría por su alma.
—Recuerdo que te dije que tu trabajo aun no ha terminado, y también te dije que te esperaba en el comedor.
La mujer le sonreía ampliamente, tenía a uno de sus costado a Masha y al otro a Gómez. Otros dos guardias llegaron por detrás de el. Apenas pudo vislumbrar sus sombras en el suelo.
Sería imposible escapar, no por los guardias sino por Masha. El se había enfrentado a muchos hombres a lo largo de su vida. Pero jamás a un perro altamente peligroso y letal.
—Lo siento señorita.
Se disculpó Sepia, ahora debía ser muy astuto para poder escapar. Calmó su respiración antes de hablar.
—Surgió un problema grave en mi casa. Mi hermano esta enfermo debo ir cuanto antes a verlo.
En parte era verdad. Ricky estaba enfermo, no era una urgencia. Pero al menos no era una excusa tan inventada.
—Tu hermano puede esperar —espeto la mujer—. Tendrás que venir conmigo ahora mismo.
Sepia no sintió el pinchazo de la aguja en su cuello. Uno de los guardias se había acercado demasiado, sin que el se diera cuenta. Había tenido toda su atención puesta en Masha a quien consideraba el verdadero peligro.
Empezó a ver borroso. Los ojos se le volvieron pesados. Quiso hablar pero tenía la lengua tan gruesa que no la pudo mover. La figura de la señorita Amanda y de Masha comenzaron a volverse lejanas, hasta que perdieron su forma.
Sepia no pudo sostenerse más de pie. Cayó de bruces contra el frío empedrado, bajo la mirada triunfante de la muy infame captora.
🌻🌻🌻
Sepia empezó a despertar. Tenía las manos entumecidas y las piernas. Aún veía borroso, estaba en una habitación muy grande. Su cuerpo descansaba sobre una silla de madera.
El comedor de ocho puestos estaba atiborrado de toda clase de comida. En el techo colgaba una lámpara blanca. Las paredes de la habitación eran blancas. Ambas puertas estaban cerradas y no había nadie con el. Sólo Masha quien miraba atentamente sus movimientos.
Sepia miró para todos lados. Le habían quitado su mochila y su móvil. Aun estaba aturdido por lo que le habían inyectado, no podia moverse bien.
Asustado busco en su interior las respuestas a lo que estaba pasando pero no las encontró, ¿Qué quería de el la señorita Amanda?
Debía salir de allí lo antes posible.
No sabia cuánto tiempo había durado dormido. Sepia estaba realmente aterrado. Lo que pensó que sería el trabajo ideal se había convertido en toda una pesadilla.
—¡Despertaste pronto¡ —exclamó la señorita Amanda entrando a el comedor.
—¿Qué fue lo que me hizo? —inquirió Sepia.
Se sintió mareado de nuevo, como si estuviera drogado.
—Te di un tranquilizante, eso fue todo.
La mujer se sentó en la silla principal de la mesa. Sepia estaba a su lado izquierdo.
—¿Porqué me hizo esto? —preguntó Sepia.
Intentó mirar a la mujer a los ojos pero no pudo, aun los tenía demasiado pesados.
—Déjeme ir, esta cometiendo un delito. Esto se llama secuestro.
—Yo sólo quería que me acompañaras a la mesa —susurro la señorita Amanda—. En todo caso si llegas a decir algo tu familia pagará las consecuencias. Empezaré por tu hermano Ricky, esta lisiado así que podré deshacerme de el fácilmente.
—¿Qué quiere? —repuso Sepia.
Su cerebro no estaba digiriendo bien toda la información. Sentía que su cabeza se iba a estallar. Ella sabía de su familia y ahora lo amenazaba con hacerles daño.
La mujer debía de tener demasiado poder. Para enterarse tan rápidamente de los detalles de su familia.
—Como podrás imaginarte, tu trabajo no es sólo cuidar a mis niños, sino mantenerme a mi feliz —la mujer estiró su brazo hacia Sepia—. Tu trabajo es venir cuando yo te llame, y hacerme compañía en la mesa. Puedes comer lo que desees y si quieres algo más te lo mandaré a hacer.
—No haré nada de lo que usted quiere, déjeme ir —grito Sepia haciéndose a un lado.
Sepia se agarró la cabeza a dos manos. Tenía una horrible punzada, era su cuerpo rechazando la droga.
—No te irás, me perteneces ahora —espetó la mujer—, no tienes que hacer nada malo. Sólo hacerme compañía como lo hacia Tomasito.
—A mi no me importa lo que hacía ese tal Tomás —vocifero Sepia—. SOLO QUIERO IRME, ¡DEJEME IR!
La señorita Amanda largo un suspiro a la vez que apretaba los puños.
—Si no haces lo que te digo, Masha va a destrozarte y luego yo mataré a cada uno de los integrantes de tu familia.
—No lo haré, no importa lo que diga o haga...
—Sólo tienes que hacer lo que hacía Tomasito. Hacerme compañía y comer conmigo —informó la mujer tomando sus cubiertos—. Ahora no se puede, pero cuando seas mayor de edad podrás venirte a vivir conmigo. Gozarás de todos los privilegios que conlleva vivir aquí. Sólo tienes que acceder a lo que te digo.
—¡NO LO HARE! —exclamó Sepia colocándose de pie.
La mujer frunció el ceño, empezaba a perder la cordura. Su paciencia tenia un limite y Sepia estaba a punto de sobrepasarlo.
—Soy menor de edad. Lo que hizo es un delito, debe dejarme ir.
—¿Crees que es la primera vez que lo hago? —pregunto la señorita Amanda.
La mujer se puso de pie y fue hasta donde Sepia estaba. Masha seguía sentada, esperando las órdenes de su dueña.
—¿Porqué crees que había una vacante?, porque quien no me sirve no vive, ¿ENTIENDES?
—No voy a hacer nada de lo que quiere. Usted esta loca. No importa lo que diga o lo que haga, debe dejarme ir.
Sepia camino rápidamente hacia la puerta.
En una esquina de la habitación, en el suelo se encontraba su mochila, estaba abierta. De allí la mujer había sacado la información acerca de la familia de Sepia.
—¡Detente! —exacerbo la mujer.
Aun así Sepia estaba dispuesto a escapar. Al ver que el muchacho no atendía sus requerimientos decidió tomar medidas más fuertes.
—¡Masha ataca!
La fuerte rottweiler avanzó como un bólido hacia Sepia que hacia esfuerzos sobre humanos por abrir la puerta. El animal sin esperar nada más se abalanzó sobre Sepia, sin siquiera lanzar un gruñido de aviso.
Sepia sabía que iría directo a el cuello, así que lo cubrió con su mano. La fuerza del impacto del canino lo arrojó a el suelo.
Los dientes de Masha entraron en su carne con una facilidad impresionante; como lo hace un cuchillo en la mantequilla. Luego su mandíbula se cerro dispuesta a no soltar a su presa.
A Sepia el miedo se le transformó en un monstruo dispuesto a tragarse sus entrañas. Sepia lanzó un grito de dolor. Intentó con su mano libre librarse de Masha, pero el poder del canino era supremo.
Más aun cuando se sentía incapaz de hacerle daño. Masha no era dañina ni mala. Aquí el único monstruo era su dueña, cruel y vil criatura rastrera poseedora del mal en sus venas. Uno heredado de generación en generación.
—¡Masha suéltalo! —ordenó la mujer.
La Rottweiler soltó a el muchacho y se alejó hacia su dueña. Sepia se acordó de que la puerta por la cual había entrado la señorita Amanda estaba sin seguro. Era su mejor ruta de escape; pero por ahí estaba Masha.
Sepia se puso de pie, debía salir de ahí cuanto antes. Su brazo no dejaba de sangrar, su estado era pésimo. El dolor le subió hasta el hombro, pareciese que su extremidad fuera a despegarse de su cuerpo.
Tomo su mochila dispuesto a salir como fuera de allí.
Alguien abrió la puerta eran dos de los guardias de la señorita Amanda. Los hombres al ver a Sepia se debatieron entre detenerlo o no.
—Déjenlo ir —dijo la mujer.
Sepia se limitó a salir corriendo, dejando a su paso un camino de sangre. La mujer no se opuso a que Sepia se marchará.
Sepia siguió corriendo hacia la salida. Atravesó la sala, la puerta estaba abierta, nadie se opuso a su huida. Vio a lo lejos a los hombres que cuidaban los perros. Todos ellos cómplices de lo que acababa de pasar.
Sepia escondió su brazo en su abdomen. La herida era terrible, si no se atendía pronto iba a morir desangrado.
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