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CAPÍTULO 5

Don Dago no dejaba de dar vueltas en su habitación, mientras la señora Leonor se concentraba en limpiar las heridas de su hijo. Ricky sólo tenía un que otro golpe, no muy grave. La peor parte se la había llevado Sepia, quien se quejaba en silencio, para evitar preocupar más a su madre.

—¿En que estabas pensando? —inquirió el señor Dago—, ¿Cómo se te ocurre arriesgar tu vida de esta manera?

—Papá, déjalo tranquilo por esta noche —intercedió Eleonor quien se había despertado por el alboroto—. Ya mañana podrás hablar con el, con más calma.

La muchacha se preocupaba mucho por las actividades de su hermano. Al ver los resultados de sus andanzas se encontraba muy asustada. Desde que había nacido Sepia de hallaba a su lado, y le aterraba la idea de que pudieran llegar a hacerle daño.

Leticia apareció con un poco de cena para su hermano. Ella y Eleonor eran mellizas, por lo tanto sus emociones eran muy similares a las de su hermana, el temor era el mismo.

Don Dago miro a toda su familia reunida en la habitación, y se la imagino reunida en torno a la sepultura de Sepia.

Le horrorizo la idea de que ese muchacho, mal humorado y temperamental algún día los abandonará. Se dio cuenta de que ese era un aviso, un presagio, una premonición, una señal del cielo de que algo andaba mal. De que estaba a tiempo de corregir sus errores, de hacer un alto en su vida y detenerse a pensar en lo que estaba haciendo mal. Tal vez nadie estaba mal; sólo el.

El que era el eje fundamental de la familia; llegaba a dormir a la madrugada, no compartía un sólo momento con los muchachos, sobretodo con Sepia.

El veía por los gastos de la casa, pero la educación de sus hijos se la había dejado enteramente a Leonor, cuando el era el padre, y esa responsabilidad también era suya. Eran pareja y la educación de sus hijos era 50/50, nadie más era su responsabilidad.

No su secretaria…

Ni sus amantes…

Ni el bar donde iba con sus amigos…

Los hijos eran de Leonor y de él, de nadie más, y por el habían venido a este mundo y el cargaría con la responsabilidad que esto acarreaba por el resto de su vida. Era su deber, para ellos había nacido, primero se debía a el y luego a ellos, a nadie más.

—Tienen razón, estaré en mi habitación por si necesitan algo —añadió el hombre en voz baja—, voy a descansar.

—Tranquilo papá, Sepia está bien —musito Ricky colocando una mano sobre su hombro—. Tengo que hablar contigo, es algo urgente.

Ricky miró a Sepia y siguió hablando en voz baja para que su hermano no pudiera oírlo.

—Papá es de vida o muerte que hable contigo.

—Esta bien, ven conmigo vamos a hablar a la biblioteca —concedió el señor Dago.

El Señor Dago se marchó con Ricky, dejando a su esposa sola con sus hijos. Sepia tenía muchas razones para estar preocupado; la furia de su padre, el dolor de su madre, la mirada recriminadora de su hermano. Tomó sólo un poco de sopa y decidió permanecer en silencio.

"Cualquier cosa que digas puede ser usada en tu contra."

Después de un rato Ricky regreso a la habitación.

—Niñas vayan a descansar —agregó la señora Leonor—. Mañana tienen que estudiar, Ricky y yo nos encargamos de su hermano.

—Bueno madre —dijo Leticia.

Las chicas hicieron caso y se marcharon a dormir. En la privacidad de la habitación, la señora Leonor se permitió llorar en el hombro de su hijo mayor. Mientras que Sepia gracias a los analgésicos había logrado conciliar el sueño.

—Mamá, tranquilízate —susurro Ricky acariciando el cabello de su madre—. Papa va a arreglarlo, pondrá a Sepia a salvo. Si es necesario estaré con el día y noche para evitar que le suceda algo malo.

—Gracias, es que esta noche casi los pierdo a los dos…

—Pero no sucedió, y sabes que yo siempre voy a cuidarlo. Además estoy seguro de que Sepia pronto encontrará su camino y dejará de hacer tonterías.

Ambos voltearon a ver a el chico profundamente dormido.

—Es hora de que madure y entienda que el mundo no tiene la culpa de lo que es, entenderá y aprenderá a vivir con ello.

—Lo se, pero no quiero que se equivoqué más —agregó la mujer mirando a su hijo—. Sabes que los amo con todo mi corazón y no soportaría perder a ninguno de los cuatros. Y no me refiero a que Sepia arriesgue su vida, habló de que la desperdicie. Que se vuelva un vago que  no sirva para nada, que jamás pueda superar su condición. Porque algún día tendrá que enfrentarse a la vida sólo y yo quiero que el este listo. Que pueda vivir sin nosotros, que entienda que el y sólo el es la solución para sus problemas.

—El estará listo —la reconforto Ricky—. Nosotros siempre le ayudaremos a que encuentre su propósito, esa es la misión de una familia; ayudar a que cada uno de sus miembros encuentre su luz interior. Esa es nuestra misión y el día que Sepia brille, nosotros lo haremos con el.

 🌻🌻🌻
               

Sepia duro tres días sin ir a la escuela, decidieron no enviarlo a estudiar hasta que el señor Dago arreglara todo. En ese tiempo su padre fue al bar y cancelo toda la deuda de su hijo. Era una suma muy considerable, tuvo que pedir un préstamo, aunque su empresa contaba con buena solvencia económica.

Don Dago quería que Sepia se hiciera responsable de sus actos. Por eso el préstamo tendría que pagarlo Sepia. Dejaría de recibir mesada, hasta que pagará su deuda. El muchacho no protestó, en el fondo sabía que el era el del error y debía repararlo.

Durante el desayuno nadie habló, solamente su padre.

—¡Vas a ir a estudiar, y al salir Ricky te estará esperando para traerte a la casa! —exclamó el señor Dago, no había comido nada, sólo se dedicó a regañar a su hijo—. No quiero que vuelvas a escaparte de la clase; vendrás a la casa y sólo saldrás para estudiar e ir a tu clase de lucha libre. Y no tienes derecho a estar en la calle después de las seis.

—Papá no puedes obligarme a hacer eso, tengo una vida y...

—¿Una vida? —cuestionó su padre, dándole un puñetazo a la mesa que hizo que todos se sobresaltaran—. Una vida en los casinos porque ni novia tienes, ni siquiera amigos. Te voy a advertir algo Sepia volverás a tener tu supuesta vida de vuelta cuando me pagues toda tu deuda, mientras tanto no. Si llegas a desobedecerme no me dejarás otra opción que enviarte a la academia militar, con tu tío Tedd y te aseguró que no te va a gustar.

—Papá eso es muy extremo —refuto Ricky.

—NO TE METAS EN ESTO —grito Don Dago—, esto es entre tu hermano y yo. De ahora en adelante las cosas serán así.

Sepia no podía creer que su padre quisiera controlarlo de esa manera. Sobretodo por que el aun era menor de edad, su padre podía mandarlo a esa academia sin ningún problema y más con las ganas que tenía el tío Tedd de entrenar personalmente a uno de sus queridos sobrinos.

—Y dime, ¿Vas a hacer lo que te pido?, o ya voy alistándote la maleta, para que viajes este mismo fin de semana.

Parecía drástico y extremo, pero era una solución bastante favorable. Siempre y cuando la vida de Sepia no se pusiera en riesgo.

—Que ganas tienes de deshacerte de mi ¿Verdad?

—Sabes que te quiero mucho y que todo lo hago por tu bien —dijo Don Dago—. Esto es porque prefiero verte lejos que muerto.

—ESO ES MENTIRA, LA ÚNICA VERDAD ES QUE TE AVERGUENZAS DE MI —grito Sepia antes de abandonar el comedor.

No se despidió de su madre siquiera, estaba muy ofuscado. Camino hacia el auto y se subió en la parte trasera a esperar a su padre; se acurruco en su silla a esperar a que su progenitor hiciera acto de presencia y lo llevará al infierno.

—Dago fuiste muy duro con el —agregó la señora Leonor—, Sepia es muy temperamental y se que hizo mal, pero no voy a permitir que lo envíes a esa academia militar. He consentido cada una de tus decisiones pero esta no. Sepia no irá a ninguna parte.

—Leonor, por favor no…

—Ya te dije que no Dago, mi hijo no se irá y punto —determinó la mujer saliendo de la cocina.

Ricky no pudo evitar sonreír y sus hermanas hicieron lo mismo. Ninguno de ellos quería a Sepia lejos.

Sepia si hubiese tenido un lugar a donde huir lo hubiera hecho, pero no tenía a nadie más aparte de su familia. Estaban sus abuelos y sus tíos pero estos no iban a solaparlo.

Además en el fondo sabía que ellos tenían la razón, el era el que estaba mal y no dejaba de pensar en que la vida era muy injusta. Le había dado una condición que el no quería y ahora con 17 años no era nada, no era nadie.

Don Dago manejo hasta la escuela, no le dirigió la palabra en todo el camino. Sepia tenía muy pocos golpes en la cara, que no eran muy notorios. Se colocó la capucha de su sudadera y uno guantes color negro que escondió bajo las mangas. Sólo sus ojos, su boca y su nariz estaban a el descubierto. Las únicas pocas partes de su cuerpo que tenía sin máculas.

 —Ten buen día, hijo —se despidió Don Dago.

Sepia se bajo del auto sin despedirse, camino hasta su salón en la seguridad de su sudadera.

Algunos chicos le llamaron  “Parchecitos”, intentó ignorarlos y no prestarles atención. Toda la escuela sabía quien era. Se puso sus audífonos para no oír los murmullos, las insinuaciones, las burlas, así podía sentirse un poco en paz.

Entró en su salón y camino hacia su lugar. Eliza se sintió aliviada de verlo, pensaba que después del fiasco del primer día, no volvería a estudiar en ese lugar.

El muchacho estaba tranquilo, no quería problemas, pero Máx quería diversión antes de la clase. A y su grupito de amigos le gustaba burlarse de los demás. Sin embargo Sepia no era el niño sumiso y noble que agacha la cabeza. Había acumulado furia durante los últimos tres días; un fuego que quería salir, un fuego que una sola palabra podía encender.

—Que tal “Parchecitos”, pensé que no ibas a volver —canturreo Máx colocando su mano sobre el hombro de Sepia.

El muchacho no le oyó, solo retiro rápidamente la mano de Máx de su hombro, y lo ignoro. Pero Máx no estaba dispuesto a darse por vencido, había encontrado un juguete nuevo y no iba a dejarlo ir.

Máx divertido por la situación le quitó la capucha a Sepia y con ella sus audífonos. Apoyado en sus amigos, Máx se consideraba invencible.

—Que tal sí empiezas a divertirnos parchecitos —agregó Máx agachándose y quedando a la altura de Sepia—. Por que no te vuelves invisible por ejemplo.

—¡Déjame en paz!, no te metas conmigo.

La voz de Sepia soñaba tranquila, y es que estando bajo la amenaza de su padre, tendría que contenerse de no cometer más errores. Se volvió a colocar su capucha e intento calmarse.

—Vamos, niño tigre porque no te vas de cacería y te comes un ciervo —Máx empezó a reír—. Por favor eres un fenómeno, para algo haz de servir.

Sepia se colocó abruptamente de pie, había intentado tener paciencia, una cualidad que no poseía, había llegado ya a su límite. Sus mejillas estaban rojas debido a la ira y su corazón iba a cien millas por segundo.

—¡Vuelve a decirme fenómeno y te arrepientas de haber nacido! —exacerbo Sepia, mirando fijamente a los ojos de Máx.

Ambos tenían la misma altura, solo que Sepia era más fornido que Máx. Aun así no logró amedrentarlo, este contaba con el apoyo de cinco jóvenes de su misma edad, que no dudarían ni un segundo en defenderlo.

—¿ESTÁS AMENAZANDOME? —bufo Máx quitándole de nuevo su capucha.

El salón estaba en completo silencio. Sepia cambio de estaba tan colérico que ni siquiera se dio cuenta que chicos de otros salones estaban presenciando su pelea.

—No yo sólo te advierto lo que va a pasarte si sigues molestándome —resoplo Sepia.

Empuño su mano, y dentro del próximo segundo iba a descargar toda su furia contra su agresor; sería expulsado, y luego iría a la academia militar. Ahí acabaría todo.

Eliza estaba muy asustada, se coloco de pie, dispuesta a intervenir para ayudar a Sepia.

Los demás muchachos habían empezado a grabar con sus celulares, no se iban a perder el espectáculo que estaba a punto de presentarse.

El chico parchecitos, contra un muchacho  “normal.”

Una sombra luminosa se atravesó por medio de los muchachos. Juana Markle traía su melena rubia suelta, y una ropa que la ratificaba como una de las chicas más bellas de toda la escuela.

—Máx basta —añadió la muchacha agarrando a su novio por el brazo—. Déjalo en paz; sabes que no puedes tener más problemas o van a expulsarte.

Máx miro a su novia, aunque le costaba admitirlo estaba totalmente enamorado de ella, y bastaban unas cuántas palabras para caer rendido a sus pies. No podía resistirse a sus encantos, que ella obviamente sabía usar muy bien.

Sepia retrocedió, no iba a golpear a Máx estando la bella rubia de por medio. Era una regla general, las mujeres para su familia eran intocables, no se les pegaba y jamás se peleaba estando ellas cerca.

Respiro hondo y volvió a su silla. Máx tampoco estaba dispuesto a pelear enfrente de su novia, así que le hizo caso y se retiró a su puesto, no sin antes mandarle miradas asesinas a su oponente.
Eliza agradeció la intervención de Juana Markle. Aunque ellas no se llevaban bien, tenían dos cosas en común, más adelante sabrán cuáles son, pero les doy una pista: “Ambos usan pantalones.”

La señorita Amparo apareció en el salón y se mostró sorprendida de encontrar a sus alumnos tan callados, era raro en ellos. Se sorprendió aun más al descubrir a Sepia sin su capucha puesta.

El muchacho estaba sólo en su silla, era obvio que nadie más quiso sentarse con el, y como habían faltado unos cuantos alumnos, no hubo problema en que estuviera sólo.

Juana Markle, ni siquiera tenía bien claro porque había intervenido. Máx no le interesaba en lo más mínimo, y la expulsión era la mejor manera de deshacerse de él. Le había mentido a sus amigas, Sepia si le importaba, era lo que ella llamaba exótico. Aunque jamás tendría una relación pública con el, tal vez pudiera tener una aventura clandestina. Sepia por más que tuviera aquellas manchas, no perdía su gracia y atractivo. Una compensación por lo que ella mal llamaba defecto.

La maestra decidió dejar a un lado a Sepia, para no agobiarlo, la mañana paso sin mayor contratiempo.

Pero Sepia podía sentir la mirada de sus compañeros sobre su espalda, siguió dibujando en su cuaderno, para así distraerse y no sentirse tan agobiado.
 
 

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