—¿Cómo estas mamá? —inquirió Sepia entrando a la cocina—. Quería hablar con mi papá, pero ya se fue.
—Se levantó temprano —contestó la mujer sin apartar la mirada de las frutas, cuidadosamente lavadas y picada—, ni siquiera desayuno. Tal vez fue a buscar en donde va a vivir.
—Aunque no estoy de acuerdo con tu decisión, voy a respetarla.
Sepia empezó a comer con cuidado, no quería que su familia se desintegrara.
—¿Cuándo vas a decírselo a mis hermanas?
—Esta noche, se lo diremos entre tu padre y yo. También quería pedirte algo Sepia.
La señora Leonor miro fijamente a su hijo.
—No seas tan duro con el, es tu padre, se que lo que hizo no estuvo bien. Pero merece tu respeto suceda lo que suceda.
—Sabes que si esto hubiese sucedido meses atrás, mi reacción hubiera sido catastrófica. Más ahora he comprendido muchas cosas —Sepia cruzo sus manos sobre la mesa—. Se que la gente comete errores. No puedo juzgarlo por algo que hizo. Yo no soy nadie para hacerlo. Dios es el encargado de esas cosas, yo soy un ser mucho más finito con menos responsabilidades.
Sepia observó a su madre; temía que tomará mal lo que iba a decírselo.
—Sólo quiero que el sepa que va a contar conmigo. Como podrás darte cuenta mamá soy hijo de los dos, así que no puedo ponerme de parte de ninguno. Estaré incondicionalmente con cada uno, pase lo que pase.
—Eres ya un hombre hijo —musitó su mamá con orgullo—. Ojala todos los muchachos fueran como tú.
—Si fueran como yo, ¿Cuál sería la gracia de la vida? —repuso Sepia recordando lo que Ray le había dicho—. Por algo Dios nos hizo a todos distintos. Por que si fuésemos todos iguales dejaríamos de ser humanos para convertirnos en máquinas.
—Pareciera que estuviera hablando con un viejito de 80 años.
Se burló su mamá pasándolo una taza de café.
—-Es que ayer vino un espíritu anciano, entonces estoy poseído —respondió Sepia sonriendo.
Su padre no estaba así que a él le correspondía reemplazarlo con el café.
—Tendrás que llamar a un sacerdote para que me exorcice.
—¡Sepia! —le regaño su mamá con una sonrisa—. Mas bien por que en vez de estar haciendo bromas pesadas, no revisas el periódico a ver si encuentras trabajo.
—Ok —concedió Sepia dándole un sorbo a su café.
Empezó a ojear las páginas del periódico, sin encontrar algo que pudiese ayudarle.
—¿No hay nada? —investigó la señora Leonor sentándose a desayunar.
—No mamá —Sepia largo un suspiro—. Todos piden un título universitario y de 5 a 10 años de experiencia.
—Esos son demasiados requisitos para alguien tan joven —repuso la mujer empezando a comer—. Busca algo más sencillo.
—Pues aquí dice que necesitan a alguien que lleve pedidos; pode jardines, saque unos perritos a pasear…
—¡Ese! —grito su madre con entusiasmo— ¿Qué difícil puede ser pasear unos perros?
—Tienes razón, no se ve difícil —agregó Sepia, terminando su café—. Deséame suerte mamá, y ruega porque consiga este trabajo.
—Vas a conseguirlo —comentó su mamá ayudándole a arreglar el cuello de su camisa— ¿ Quién le puede decir que no ha un chico tan guapo?
—Gracias madre —respondió el muchacho, dándole un beso en la mejilla—. Nos vemos más tarde. Por favor habla con Ricky esta preocupado.
—Lo haré, mucha suerte...
🌻🌻🌻
La casa del anuncio, estaba en un lugar muy apartado. Se trataba de un hombre millonario cuya hija era adicta a los perros. Tenía más de 30 de estos animales y ocupaba varias personas a su cuidado.
Sepia tuvo que tomar varios autobuses para poder dar con la casona. Era muy ostentosa, parecía más bien un castillo en vez de una casa, con altos pórticos.
En la reja un portero esperaba atento a cada persona que llegará. Ese era un sitio muy exclusivo no cualquier persona podía vivir allí.
—Buenos días —saludo Sepia.
El hombre de aproximadamente unos 50 años lo miro con detenimiento.
—¿Qué se le ofrece joven? —preguntó el hombre con firmeza.
—Vine por lo del anuncio —contestó Sepia con total tranquilidad—. Lo del trabajo de paseador de perros.
—¿Es sólo eso? —inquirió el tipo.
El hombre se mostró un tanto desconfiado.
—Vi el anuncio en el periódico —agrego Sepia mostrando el papel que aun llevaba en su mano.
—Esta bien siga —concedió el hombre abriendo la reja—. Pero tendré que requisarlo primero. No se permite el ingreso de armas a la mansión.
Sepia no llevaba muchas cosas. Sólo sus documentos personales, su celular y un sándwich para el hambre. El hombre reviso rápidamente a Sepia, sin encontrar nada peligroso.
—Puede seguir —dijo el hombre dejándole libre el paso.
La mansión era inmensa. En el patio de aquella casona cabía un barrio completo. El jardín estaba perfectamente cuidado, al fondo se podían oír los ladridos de la manada de perros.
Sepia sintió la necesidad de devolverse. Tanta opulencia no le parecía normal, además ni siquiera se había detenido a averiguar que tipo de actividad financiera practicaba la familia. Si esta era lícita o no.
—¿Usted es el joven que viene para el trabajo? —investigó una mujer que ya esperaba a el chico en la entrada.
Sepia sólo asintió con la cabeza.
—Gómez ya me aviso de su presencia, venga conmigo.
La mujer camino hacia el costado de la mansión. Había otra reja detrás de ella los perros jugaban a atrapar pelotas, saltar y bañarse en una piscina.
A decir verdad esos no eran los perritos que el se había imaginado. No tenían nada de tiernos, delicados, ni mucho menos mansos. Esos perros podrían comérselo en cualquier momento.
—Entre —le ordenó la mujer.
Sepia no movió ni un pie.
—La señorita Amanda esta en la piscina. Ella le va a hacer su entrevista de trabajo, ¡Muévase!
Sepia entró a esa jaula en donde más de 500 dientes convergían. Habían muchos más hombres de todas las edades. Ellos se encargaban de cuidar a los animales. Esa tarea parecía sencilla. Sin embargo tal vez todo se ponía de un color oscuro, cuando les pusieran un collar.
Algunos de los animales estaban muy curiosos y se acercaron a olfatear a el nuevo visitante. Sepia se puso rígido, incapaz de moverse siquiera. Esos eran demasiados dientes para un sólo perro.
—Tranquilo no lo van a atacar —espetó la mujer.
Llevaba un traje color negro, era como la ama de llaves.
—A menos de que se les ordene.
Sepia trago saliva. Siguió con cautela de no pisar a los caninos hacia donde una mujer descansaba sobre una improvisada playa de arena.
La mujer llevaba sus gafas de sol. Una de sus empleadas le hacía un masaje es sus manos, mientas la otra le arreglaba las uñas de los pies.
—Señorita Amanda —la llamó la mujer en voz baja—. Que pena interrumpirla, aquí está otra persona que viene por lo del trabajo.
La piscina era inmensa y su forma era redonda. La mujer tenía un bar con toda clase de bebidas. Los pisos de un azulejo impecable. Las paredes impolutas. Todo exhalaba elegancia, dinero, Sepia se sintió sobrecogido.
La mujer se quitó sus gafas de sol. Observó a Sepia de pies a cabeza. Con un movimiento de mano le indicó a una de sus empleadas para que le ayudara a ponerse de pie.
Llevaba una bata color marrón que le cubría el cuerpo hasta las rodillas. Su cabello era negro y poseía unos ojos negros muy grandes.
Cuando nombraron a la señorita Amanda, Sepia no se la imagino tan… mayor. A decir verdad la señorita Amanda pasaba ya de los 50, y aunque estaba muy bien conservada de seguro por las cirugías plásticas, era imposible detener el paso del tiempo.
—¿Cómo te llamas? —cuestionó la mujer dando vueltas alrededor de Sepia.
—Sepia Stern Eblore —respondió Sepia un tanto abrumado.
No le gustaba la forma en la que la mujer lo estaba mirando. Cuando la señorita poso sus ojos en el los tenía enrojecidos como si estuviese a punto de llorar.
—Vine por lo del anuncio.
—Si ya se porque viniste —espetó abruptamente la mujer— ¿Cuántos años tienes?
—17 —se limitó a decir Sepia.
En algún momento pensó que no lo iban a contratar por ser menor de edad.
—Eso me imagine —comentó la mujer—. Ve con María, empiezas a trabajar ahora mismo.
—¿Ahora mismo? —pregunto Sepia enarcando una ceja— ¿No me va a pedir mis documentos, mis credenciales, mis referencias?
—Yo tengo como averiguar todo eso con sólo saber tu nombre. Por hoy te recibiré, sin embargo necesito una autorización firmada de tus padres —la señorita Amanda se sentó de nuevo—, tienes padres ¿Verdad?
—Si señora y no habrá problema con la autorización. Se la traeré mañana mismo.
La señorita Amanda se froto el rostro con ambas manos.
—María lleva a el muchacho con Justin y dile que lo entrene en su nuevo trabajo.
—Señorita Amanda, ¿Se siente bien? —interrogó la señorita María.
—No mucho, voy a ir a recostarme. Por favor llévenme mis pastillas para dormir.
—Si señorita.
La mujer llamo a otra de sus empleadas para que la ayudarán a irse a su cuarto. Mientras María conducía a Sepia hacia donde estaban todos los perros.
—Perdón señora María —Sepia hablo en voz baja una vez estuvieron a solas— ¿Porqué la señorita Amanda no me pidió mis documentos?
—A ella no le importan los documentos. Ella hace una llamada y en menos de cinco minutos sabrá todo de usted.
Habían entrado en uno de los cuartos de servicio. Habían unos armarios en los cuales los trabajadores guardaban sus pertenencias.
—Este es tu uniforme.
El uniforme constaba de un pantalón negro y una camisa del mismo color; con cuello y botones.
—¿Es sólo eso? —replicó sepia—, no es nada más.
—No, este es tu uniforme.
—Ok, ¿Esto no es tan peligroso? ¿Verdad?
—¿No te preguntaste porque había una vacante? ¿Porqué el puesto estaba libre? —interrogó la señora María enarcando una ceja.
—No, dígame señora María ¿Tengo que hacer algo ilegal?
Sepia estaba bastante preocupado. Al parecer el era un imán para los problemas.
—No —negó la mujer sonriendo—. Lo que pasa es que algunos perros son muy peligrosos. Pero por la paga lo vale.
—¿Cuanto ganare? —inquirió Sepia.
Las cosas le parecían muy extrañas.
—300 dólares.
—¿Al mes?
—Al día —contestó la mujer saliendo de la habitación.
Por esa suma podría ser que Sepia hiciera un que otro sacrificio. Desde y cuando no hiciera algo ilegal o inmoral todo estaba bien.
El día estaba demasiado soleado. Sepia salió al patio, era amplio y con muchos arbustos.
—Hola, soy Austin —le saludó un muchacho llegando a su lado—. Yo voy a enseñarte todo lo que necesitas saber acerca de tu nuevo trabajo.
—Hola, soy Sepia —agregó saludando a su ahora compañero—.Te lo agradecería porque estoy como perdido.
—Bueno, sígueme —el chico guio a Sepia atreves del patio—. A nosotros nos corresponden la educación de seis niños… o bueno perros. Lo que pasa es que la señorita Amanda detesta que les digamos así. Por eso cuando estés enfrente de ella debes llamarlos niños.
—Ok, pero pensé que mi trabajo era como paseador.
Sepia se rasco la cabeza, todo se tornaba más complicado.
—No, los perros pocas veces salen de aquí —contestó el hombre—. Son demasiado peligrosos y es contra producente sacarlos a la calle.
Tenía por ahí unos 22 años, o tal vez más. Parecía más bien un modelo que un cuidador canino.
—Nosotros nos ocupamos de sus necesidades básicas y de mantenerlos activos. Este trabajo es muy fácil y el pago es excelente.
—Se me hace mucho dinero. Si es algo tan fácil como tu dices.
Un gran perro se acercó a Austin. Salto hacia el y puso sus patas delanteras en el pecho del muchacho. Este no dudo en acariciarlo con su mano.
—Bueno, a parte de los perros hay que hacer otra cosa —agregó el chico sonriendo—. Nada difícil, te lo aseguro. Es más difícil cuidar a los perros.
—¿Y que es?
—Esta es Masha, es una bella rottweiler, una de las favoritas de la señorita.
El hombre acarició a Masha.
—Ella es la más obediente de todos. Hace todo lo que la señorita Amanda le dice. Te aseguró que no querrás hacerla enfadar.
—Es una recomendación que tendré en cuenta, ¿Qué tengo que hacer?
Austin siguió caminando ahora en compañía de Masha.
—¿Vez estos comederos? —preguntó Austin llegando a un gran plano.
—Hay que mantenerlos limpios. Lavar los bebederos y llenarlos con agua limpia cada hora. Con esta temperatura el agua se calienta y si los perros la beben así se podrían enfermar.
—Lo haré, ¿Y que más tengo que hacer? —preguntó Sepia.
El sol golpeaba de lleno en todo el patio. Menos en ese lugar, en el cual había una gran sombra.
—Nada más —respondió Austin.
Se acercó a Sepia y le dio una palmada en el hombro.
—No te preocupes. Sólo debes hacer lo que se te pida; ser leal y guardar silencio. Si lo haces estarás bien.
Sepia no entendió a lo que se refería.
Al parecer los perros no demandaban mayor esfuerzo.
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