CAPÍTULO 48
La fiesta terminó a la madrugada. Ray se encargó de llevar a Eliza y a los demás a sus casas. En cuanto a la familia fue la ultima en marcharse, excepto Ricky que antes de la media noche tuvo que abandonar el lugar para no exponerse a enfermarse.
La familia descanso en completa armonía todo el día siguiente. Habían tenido gran éxito en la fiesta, todo había salido de maravilla.
Sepia por su parte sólo se despertó para comer, durmió todo el día como un oso perezoso. Sólo hasta el miércoles tuvo ánimo de hacer algunos oficios, entre estos estar pendiente de su hermano. Quien desde la fiesta se encontraba un poco cabizbajo.
Lucía había bajado un momento al primer piso a traerle algo de comer a Ricky. Sepia aprovechó que estaban a solas para poder hablar con el.
—Hermano, no quiero que pienses que soy un entrometido. Pero desde la fiesta te he notado algo triste.
Sepia busco entre los discos de Ricky, al fin encontró uno de sus favoritos. Lo puso en el reproductor y sólo dejó que sonará la música.
—Dime que tienes, así sabré como ayudarte.
—No —se limitó a contestar Ricky.
—Si no quieres contármelo yo lo entiendo. Sólo quiero que sepas que aquí estaré para ti.
Sepia camino hacia la ventana. Un taxi acababa de llegar, una mujer que no logró distinguir se bajo de el y camino hacia la casa.
—Siempre estaré para ti, fue un trato que hicimos cuando éramos niños. Todos para uno y uno para todos, como los vaqueros.
Ricky seguía sin decir nada.
—Tu fuiste mi único y mejor amigo durante muchos años. Recuerdo cuando te peleabas con los niños que me molestaban. Muchas veces los amenace contigo y ellos me dejaban en paz porque te tenían miedo. Por eso aprendí a conocerte. Y se que algo te sucede.
Ricky observó a su hermano y asintió con la cabeza. Abrió la boca para hablar pero un grito proveniente del primer piso lo frenó en al acto.
—¡No!
El grito dejó a Sepia en alerta máxima. Era de su madre, algo sucedía y por el tono no era bueno.
Miro a Ricky y salió como un torpedo de la habitación, dejando a su hermano mayor verdaderamente angustiado.
Su madre sostenía su cara con ambas manos, mientras Lucía intentaba controlarla. De pie la mujer de cabello rojizo y figura esbelta parecía impávida frente a la tragedia que estaba ocasionando.
—Mamá ¿Qué pasa? —interrogó Sepia bajando con cuidado—, ¿Sucede algo malo?
—Sepia vete —le ordenó la señora Leonor sin mirarlo—. Vete a tu cuarto.
—No —negó la mujer pelirroja con firmeza.
La señorita Adela llevaba en sus manos unos papeles médicos.
—Porque no deja que su hijo escuché la verdad.
—¡No! —farfullo la señora Leonor en medio del llanto—, ¡Sepia vete a tu cuarto!
Sepia estaba demasiado confundido ¿Qué era eso tan grave que el no podía oír?
Quería hacerle caso a su madre pero tampoco quería dejarla en el estado en el que se encontraba. Estaba muy alterada; algo malo había pasado y el deseaba saberlo.
—Señorita por favor vallase —suplico Lucía, con voz tranquila—. Ya es suficiente, ¿No se da cuenta el daño que esta causando?
—¿El daño? —vocifero la mujer con furia—. El daño me lo hicieron a mi, por eso estoy aquí para reclamar lo que me pertenece. Para reclamar mi lugar y el de mi hijo.
Sepia se encontraba anclado a la escalera, no podia moverse para ningún lado. Su respiración se volvió más agitada, su pecho subía y bajaba como las olas del océano.
—Eso no es verdad —mascullo la señora Leonor sin dejar de llorar—, el no sería capaz.
—Pregúnteselo —la reto la señorita Adela, cada una de sus palabras destilaba odio—. A ver si es capaz de negarlo. El me uso, durante meses fui su amante o que cree que hacia todas las noches. ¿Porqué cree que siempre llegaba tarde?. Yo le contestaré, porque el estaba conmigo. Porque yo le daba la pasión que usted no le daba.
—¡Basta!
La frenó Sepia bajando de un salto. Su madre sólo podía gemir y llorar amargamente. Sepia sentía que su corazón iba más rápido.
“No podia ser verdad”, se repetía una y otra vez, “El no era así.”
—No le voy a permitir que insulte a mi padre y que le falte a el respeto a mi madre. Salga de aquí de inmediato o tendré que sacarla...
—Atrévete a ponerme una mano encima muchachito, y haré que te arrepientas por el resto de tu vida —amenazó la señorita Adela señalándolo con su dedo puntiagudo.
Sepia no podía creer que su padre se hubiera equivocado de esa manera. Suponía que le era infiel a su madre; sin embargo creía que era una aventura sin importancia.
—¡Lárguese de mi casa ahora! —exacerbo la señora Leonor acercándose a la mujer—. ¡VAYASE O LLAMARÉ A LA POLICÍA!
—Me voy, porque no quiero que este fenómeno me haga algo a mi o a mi bebé —espetó la mujer mirando a Sepia con recelo—. Sólo dígale a Dago que de mi no se va a deshacer tan fácilmente. No será suficiente con un apartamento sucio y abandonado. Mucho menos con una mísera mensualidad. Tendrá que responder por su hijo.
La señorita Adela puso una mano sobre su vientre.
—Como ha respondido por los otros.
La mujer salió azotando la puerta. La señora Leonor cayó con pesadez sobre el sofá. Estaba hecha un mar de lágrimas y de dolor.
¿Cuánto puede llegar a doler la decepción, el engaño, la mentira, la falsedad?
Ella que ante la sociedad tenía el marido perfecto, ahora debía sortear con el engaño. Había sido traicionada de la más vil de las maneras.
El hombre al cual le había dedicado su vida entera le volvía añicos el corazón. El mismo hombre clavaba una puñalada cuya cicatriz jamás sanaría. Porque acababa de romperse la confianza y el respeto, acababa de romperse todo.
—Lucía, puedes traerle un poco de agua a mi madre por favor —pidió Sepia abrazando su mamá a su pecho.
—Claro que si.
—Mamá, ¿Dime que no es cierto?, por favor —cuestionó Sepia sintiendo un fuerte escozor en los ojos, su garganta estaba seca de reprimir el llanto—. Papá no nos haría algo así ¿Verdad?
—Lamentablemente todo indica que es verdad —respondió la mujer mirando a su hijo a los ojos—. Tu padre tendrá un hijo con esa mujer.
—No puede ser —murmuro Sepia abrazando a su mamá—, ¿Porqué te hizo esto?, ¿Porqué a ti que eres todo amor?
—No lo se —susurro la señora Leonor acariciando el rostro de su hijo—. Lo único que se es que hice todo para complacerlo, para que estuviera feliz y a gusto. No se en que pude haber fallado.
—En nada mamá —la contradijo Sepia acariciando el cabello de su madre—. Tu no tienes la culpa, todo esto es su culpa. Sólo de el.
—Jamás voy a perdonarlo...
—Y yo jamás le perdonare el que te haya hecho sufrir de esta forma.
🌻🌻🌻
Ese día la señora Leonor mandó a sus hijos a dormir temprano. Leticia y Eleonor no sabían nada, ni siquiera Ricky.
La señora Leonor había guardado muy bien sus sentimientos. Los tenía reprimidos sólo para explotar frente a el culpable de todo. Frente a Dagoberto Stern.
—¿Qué sucede Leonor? —cuestionó el Señor Dago, entrando a la cocina—. Estas así por Ricky. Se que sigue sin mostrar avances pero el doctor dijo que…
—Podemos hablar en el patio trasero —lo interrumpió la mujer en voz baja.
Camino muy despacio, su esposo la siguió de cerca. Aun preguntándose que era lo que en verdad le sucedía.
El frío de la noche le golpeó con fuerza el rostro. Un escalofrío recorrió su cuerpo, más aun así estaba lista para lo que iba a hacer. Era una madre, pero primero que todo era una mujer y como tal merecía respeto.
—Adela vino a verme —soltó la señora Leonor, su esposo sintió un nudo en su estómago—. Sólo voy a preguntarte una cosa, ¿Esa muchacha esta esperando un hijo tuyo?
El señor Dago cayó pesadamente sobre una silla de madera, una en la cual Ricky solía esconderse cuando era niño. Intentó aclararse la garganta antes de hablar, no podia seguirle mintiendo, no era capaz. Tarde o temprano ella iba a enterarse de la verdad.
—¿Cómo te enteraste? —musito el hombre—, ¡Lo siento tanto, estoy tan arrepentido, por...
—Eso no importa.
La señora Leonor camino de un lado a otro. Se abrazó así misma para poder reconfortarse.
—Esa mujer se atrevió a venir a mi casa a contarme todo lo de tu relación con ella.
El hombre se froto el rostro con ambas manos.
¡Oh cual arrepentido estaba!. Pero eso no le servía ahora de nada. Por mucho que había querido enderezar el camino ya era tarde, no había vuelta atrás.
—Perdóname yo…
—Esa mujer reclama un lugar para su hijo —interrumpió la señora Leonor mirándolo con severidad—. Uno que ese niño se merece, uno que yo no pienso negarle. Si mis hijos tuvieron un papá; yo no soy nadie para quitarle el padre a ese niño.
—¿De que estas hablando mujer?. Leonor por favor perdóname yo puedo enmendar ese error. No quiero perderte, mucho menos perder a mis hijos.
—Muchas veces sospeche que me eras infiel, y aunque busque alguna prueba que te delatara, no la hallaba. Entonces pensé que mi subconsciente me engañaba y que tu eras el mejor esposo del mundo.
La mujer no se pudo contener, explotó en llanto. El señor Dago intento consolarla pero ella no se lo permitió, se aparto de el de inmediato.
—¡No me toques!, ahora que tengo la seguridad de tu vil engaño. No me dejas otra opción que pedirte el divorció.
—¡NO POR FAVOR! —suplico el señor Dago.
No quería perder a su esposa, más de 20 años juntos.
—Piensa en los niños, ellos nos necesitan juntos.
—Por ellos es que lo hago. Además ya son unos jóvenes y pronto serán adultos —replicó la mujer secándose las lágrimas—.Yo soy su ejemplo y tengo cuatro hijos que van a entender lo que sucede cuando engañas a tu pareja. Mis hijas van a comprender que su valor esta por encima de cualquiera.
La señora Leonor se mostró un poco más serena. Había logrado calmarse.
—Que si alguien no las respeta ni las valora pueden irse. No importa los hijos que tengan, antes de todo son mujeres. Mujeres que nacieron para ser amadas y respetadas. Si yo sigo contigo les estaré enseñando todo lo contrario. Lo que sucedió a Ricky me cambio para bien. Y por eso comprendí muchas cosas.
—Por favor, ellos no tienen porque enterarse —repuso el hombre en voz baja.
—¿Crees que voy a negarles la oportunidad de tener otro hermano?
Su conciencia no la dejaría vivir con eso.
—Ese niño que crece dentro de su vientre, lleva en sus venas la sangre de mis hijos. Ellos lo van a ver como su hermano menor. Porque así es como tiene que ser, y tu estarás con el como has estado con mis hijos. Porque no es justo que ellos tengan un padre y ese niño no.
—Yo me haré cargo, le daré todo lo que necesite ese bebé.
El señor Dago cayó de rodillas frente a su esposa.
—Sólo no me dejes. YO TE AMO, YO NO PUEDO VIVIR SIN TI.
—¡MENTIRA! —negó la mujer, sus lágrimas rodaban por sus mejillas y caían en el cabello del señor Dago—. Si me amaras jamás me hubieses engañado de esta forma. Era mejor que me hubieras pedido el divorció cuando descubriste que me habías dejado de amar. Me hubiera dolido pero no tanto como ahora. Dago no hay marcha atrás es una decisión que he tomado.
La señora Leonor tomo aire. Requería mucha fuerza de voluntad para decir lo que estaba pensando.
—Te pido que saques tus cosas de la recámara y las lleves a el cuarto de visitas. Eso mientras consigues a donde irte.
—No puedes hacerme esto, no puedes sacarme de tu vida de esta forma —farfullo el hombre agarrándose de las piernas de su esposa—. Por favor Perdóname, dime que tengo que hacer y yo lo hago pero no me dejes.
El hombre empezó a llorar como un niño.
—Yo no puedo vivir sin ti, yo te amo.
—No Dago, eso no es amor, es sólo costumbre.
La mujer se acurruco hasta quedar frente a frente con su esposo.
—Y por lo tanto te vas a acostumbrar a vivir sin mí, como lo haré yo. La diferencia es que yo si te amo, como el primer día. Jamás he dejado de hacerlo, no es por costumbre, o por comodidad. Sino porque yo si te necesitaba para seguir viviendo.
Leonor seco con sus dedos las lágrimas del rostro de su esposo.
—Mi corazón saltaba de alegría cada vez que te veía. Sentía las mismas mariposas en el estómago cuando me sonreías. No hubo un sólo día que no me emocionara con el hecho de verte entrar por esa puerta.
La señora Leonor rompió en llanto nuevamente. Se colocó de pie y se alejó de su esposo.
—Los días más felices de mi vida fue cuando nacieron nuestros hijos. Porque eran fruto de nuestro amor, o al menos si del mío.
—Del mío también —contestó el hombre.
Estas eran las consecuencias de sus actos. Si alguien le hubiese avisado lo que sucedería, jamás hubiera siquiera volteado a mirar a la señorita Adela.
—Amo a mis hijos, y entiendo que no me quieras perdonar. Mi error es gravísimo, sólo te pido que no me alejes de ellos. Sabes que me necesitan, sobretodo Ricky y Sepia. El primero por lo de su enfermedad y el otro para guiarlo.
—Jamás haría eso —concedió la señora Leonor colocándose de pie—. Puedes estar con ellos las veces que quieras. Son tus hijos y siempre lo serán. Pero conmigo ya no hay nada más, hasta aquí llegó todo.
—¿Que vamos a decirles? —inquirió el hombre sentándose de nuevo en la silla—, ellos van a odiarme.
—Eso no sucederá.
La señora Leonor empezó a sentirse mejor, como más ligera. Jamás pensó que tuviese el valor para hacer lo que acababa de decidir. A ella la creían una mujer débil, y era todo lo contrario. Era firme como una roca.
Bien dicen que los cimientos en los que se construye una casa deben ser los más fuertes. En este caso el cimiento era la señora Leonor, ella era la más fuerte de toda la familia.
—A ellos no les corresponde juzgarte como esposo, sino como padre y en ese caso eres maravilloso. Ahora se que mis hijos no pudieron tener un mejor padre. Sabrás afrontar esta situación de la mejor manera. Ellos son cuatro niños diferentes, pero los cuatro son igual de especiales. Ellos te amaran toda la vida, porque ese al parecer es el único amor verdadero.
La señora Leonor se fue a su recámara. Dejó que su esposo en silencio digiriera todo lo que estaba pasando.
En la oscuridad de su cuarto se permitió pensar en la compañera que de ahora en adelante se posaría en sus hombros: La soledad, igual de traicionera y peligrosa que una daga. Una vez instalada difícilmente dejaba en paz a su víctima. ¿ Sería capaz de vivir todos los días así?
Sus hijos algún día crecerían. Tendrían su propia vida y ella estaría absolutamente sola. Iría de visita a sus casas, sin embargo al final... estaría sola.
Tal vez tendría que comprarse una jauría de gatos. Para que la gente que la conociera la viera y dijera:
“Ey, allí va la señora de los gatos”, “Esta loca”, contestaría otro. “Habla con ellos como si fueran personas.”
No se escuchaba tan mal, o bueno se escuchaba pésimo pero la realidad podría ser otra. Tenía muchas opciones.
Podría tener una buena pensión, entonces se pasaría los últimos años de su vida en el salón de belleza. Se haría cirugías plásticas y saldría a la calle a buscar a algún jovencito interesado. Le compraría una moto último modelo y unos zapatos a la moda. Todo eso a cambio de compañía, y entonces sería la abuela chévere que sus nietos amarían.
O podría irse para un asilo. Pintaría todos los días unas flores de color rojo mientras su mejor amiga, se fumaba un cigarrillo a escondidas. Entonces por tomar tantas pastillas para dormir, un día le daría un infarto y amanecería muerta. Sus hijos la llorarían y bla, bla, bla...
O en el mejor de los casos, viviría sus últimos días en casa de uno de sus hijos. Ayudándole a vigilar a sus nietos traviesos.
O hay otra opción. Envejecería en su casa, junto a Dago leyendo el periódico y tomando su taza de café Colombiano. No tomaba ningún otro; el de Colombia era el mejor del mundo, ningún otro tenía ese sabor, esa textura. Entonces ese si sería el final feliz.
O en el peor de los casos y como última opción, moriría antes de llegar a anciana.
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