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CAPÍTULO 46

—¡Todo esta listo! —exclamó la señora Leonor con emoción—. Ya las niñas están en el salón de belleza. La silla de Ricky esta lista, el auto que nos va a llevar, ¿Sepia como va todo?

—Calma mamá. Ya hable con la tía Lucrecia, esta en el salón. Todo esta listo.

Sepia bajo del segundo piso sin poderse apuntar la corbata. Nunca había aprendido a hacer el nudo, pero su mamá estaba allí para ayudarle.

—Hijo ven te ayudó —agrego la mujer. La tía Lucrecia había escogido para su hermana un bonito vestido color azul—. Te vez muy guapo, vas a dejar a Eliza con la boca abierta.

—Esperemos que si —Sepia sonrió abiertamente—. Voy a terminar de alistar a Ricky, y estaríamos listos para salir. Y papá, ¿ Dónde esta?

—Se fue para el salón, va a recoger a tus hermanas.

Su madre con una habilidad impresionante, le ató el nudo. Llevaba años haciéndolo, el señor Dago nunca aprendió a hacerlo solo, así que ella lo hacía día por día.

—Tu tío Alexander vendrá por nosotros. No demora en llegar, apúrate.

—Tranquila, en un momento estamos listos.

Sepia subió rápidamente las escaleras. Fue a el cuarto en el cual la silla de ruedas especial, esperaba a su hermano. Lucía había llegado temprano ya lista.

Aun así Ricky se negó a que ella lo ayudará a bañar y a cambiar. Se sentía muy incómodo con la situación.

Sepia tuvo que bañarlo y cambiarlo. A Lucía le dejo la tarea de terminar de vestirlo y colocarle los zapatos.

Aun así Ricky no estaba listo. Se la había pasado toda la mañana en completo silencio, sin pronunciar una sola sílaba.

—¿Qué pasa?, ¿Porqué Ricky no esta listo?

Lucía se encontraba de pie, con los brazos cruzados y el ceño fruncido.

— No quiere hacerlo —Lucia largo un suspiro—. Dice que no quiere ir a la fiesta.

—Déjame hablar con el un momento —espetó Sepia mirando a Lucía—.Trataré de convencerlo.

 La chica salió del lugar, ella estaba entusiasmada con ir a la fiesta. Si Ricky no accedía a ir ella tendría que quedarse a cuidarlo, no por obligación; sino porque le placía hacerlo.

Ricky siempre había sido el amor de su vida, desde niños.

—Ricky, se que es difícil —Sepia se sentó en la orilla de la cama—. Pero esa fiesta no será lo mismo si no vas.

Ricky negó con la cabeza.

—No —fue lo único que dijo.

El chico estaba muy desanimado. Esperaba haber tenido grandes avances al despertar pero no fue así. Sólo podía pronunciar sílabas y mover las manos.

Así no era como Ricky se imaginaba que sería la fiesta de sus hermanas. El quería bailar el Valls, estar presente en la calle de honor, alzar la copa para el brindis y siempre se imagino hablando frente a el micrófono como su hermano mayor.

Estaba decepcionado por no poder moverse. Creía ser una carga y el no quería eso.

—Ricky es una ocasión para estar en familia. No te preocupes por nada. Yo estaré contigo siempre así como en el pasado tu estuviste conmigo. No pienso dejarte sólo
Sepia tomó la mano de Ricky.

—Tu me enseñaste a ser fuerte, a ver la vida con valentía. Me enseñaste a levantarme cada vez que me caía, no me pidas que ahora te dejé.

Ricky miro fijamente a su hermano. Una lágrima cruzó sus ojos verdes, amenazando con salir en cualquier momento.

—Porque las veces que te caigas ahí estaré yo... eres mi hermano y eso es lo que hacen los hermanos.

Las lágrimas rodaron por las mejillas de Ricky. Al final no se creía tan valiente, como para mostrarse a la sociedad tal y cual era; un discapacitado.

Aun así el chico que el creyó frágil e indeciso, había madurado y ahora era el quien le ofrecía su hombro para apoyarse. Le ofrecía su mano para levantarse. El no podía decirle que no, eso no era justo.

—Si —concedió Ricky a la vez que Sepia secaba sus lágrimas.

De inmediato le ayudó a colocarse los zapatos. Termino de arreglar su camisa y lo peino. Ahora si todo estaba listo.

El tío Alexander llegó rápido. Les ayudó a colocar a Ricky en su silla especial y a bajarlo hacia la camioneta. El hombre era muy divertido así que logró sacarle unas cuántas sonrisas a Ricky, quien iba en la parte de atrás, junto a Sepia y a Lucía.

Ya Leticia y Eleonor estaban listas, todo estaba preparado para la gran noche.

🌻🌻🌻

El lugar parecía salido de un cuento de hadas.

Una escalera de piedra daba la bienvenida al gran salón. En la puerta dos floreros de cerámica pintados a mano se alzaban conteniendo unas grandes Orquídeas de la Luna y Orquídeas lluvia de oro.

Un arco de enredaderas uña de gato y alverjillas de olores, le daba un ambiente místico a el lugar. La señora Leonor camino delante de Sepia y Alexander quienes llevaban a Ricky. Adentro Lucrecia daba las últimas indicaciones, ella quería que todo estuviese perfecto.

Las mesas eran largas, todas con finos manteles de seda rosada. El centro de mesa era una bonita canasta de mimbre adornada con orquídeas y helechos. Las copas de cristal dorado le daban un toque elegante a le el lugar.

Las sillas blancas estaban adornadas con enredaderas estas si artificiales de un rosado pálido. Los dos columpios muy cerca del atril se hallaban tan atiborrados de flores que era imposible ver el lazo que los sostenía. Sólo se veía el pequeño espacio en el cual se iban a sentar las quinceañeras.

Las lámparas en forma de araña, desprendían un luz dorada que contrastaba con la decoración del lugar. En la mesa central, se hallaban dos ramos con las 30 rosas que deberían llevar los edecanes.

El pastel, de cinco pisos, tenía una decoración muy sutil. Mucho dorado mezclado con orquídeas perfectamente hechas con crema. En la cima se encontraban dos muñequitas sintéticas; con sus grandes vestidos rosa, una coronilla y no podía faltar la gran sonrisa.

Las orquídeas descendían por las columnas cayendo a el suelo. El arco que en muchas otras fiestas era de globos, se hallaba perfectamente hecho de orquídeas de la Luna y orquídeas lluvia de oro.

Un gran quince escrito en número romanos, de color dorado sobresalía en una esquina. Seguido de los nombres de Leticia y Eleonor de la misma altura, más de medio metro. Las luces se prendían y se apagaban dándole un aspecto aun más hermoso.

Los meseros vestido de frac, iban y venían arreglando los últimos detalles. Acomodando las servilletas bordadas. Las copas debían de estar relucientes, la flores en su sitio. Todos los arreglos idénticos los unos con los otros, los pendones listos.

En el centro del salón habían dos grandes fotos de las cumpleañeras, con su vestido de 15 años. En el atril se hallaba el libro de firmas, para que los asistentes lo firmarán y allí le dedicarán unas palabras de afectó a las agasajadas.

—¡Esta hermoso! —comentó la señora Leonor con una sonrisa—. Es demasiado elegante, jamás creí que fuera a ser así.

—Te dije que confiaras en mi —espetó Lucrecia saludando a su hermana—. Todo esta listo, no demoran en llegar los invitados. Las niñas están en el cuarto de al lado. Allí viene Dago ustedes deben darle la bienvenida a los invitados.

—Tengo nervios —informó el hombre apenas llegó—. No pensé que me fuera a dar tanto susto una fiesta de 15.

—Calma cuñado, todo va a estará bien —Lucrecia miro hacia la puerta—, vayan a la entrada, están empezando a llegar los invitados.

La pareja camino hacia la puerta, en donde debían de ser los anfitriones. Lucrecia se dirigió a Sepia, quien intentaba darle ánimo a Ricky. Lucía de pie cerca de el, acomodaba la silla para que Ricky estuviese mas cómodo.

—¡Qué guapos! —dijo Lucrecia en voz alta—. Todo listo, Sepia como lo ensayamos. No quiero errores, todo debe de salir perfecto.

Los primeros en llegar fueron los abuelos. La madre de la señora Leonor y su padre, la abuela Inés y el abuelo Evans. Eran dos ancianos muy dulces y divertidos.

Adoraban a los niños, a todos, hasta a Sepia, quien era el niño de los ojos de la abuela Inés. Ya que cuando el era un niño vivió con ella una temporada; porque el abuelo Evans estaba de viaje. Desde allí la abuela había tomado especial cariño por Sepia.

La madre del señor Dago era ya muy anciana, más aun así el señor Oddie la trajo. La abuela Bianca era anticuada y rabietas, nunca acepto a Sepia. Se la llevaba muy mal con la señora Leonor.

En mas de una ocasión se atrevió a asegurar que Sepia no era su nieto, razón por la cual terminaba discutiendo con el señor Dago y su nuera. Ella no podía moverse por si sola, así que  también usaba una silla de ruedas.

El señor Oddie venía acompañado por su esposa la señora Sara y sus dos hijos: Lucas de 14 y Pablo de 12.

El tío Tedd tampoco tardó en llegar, el era hermano de Dago. Llevaba su uniforme militar impecable, iba sólo. El hombre era un soltero empedernido, nunca se había casado, ni había tenido hijos. Sus aventuras eran pasajeras, no solía llevar a nadie a las fiestas familiares. En realidad nunca había tenido una relación sería.

El tío Alexander había tenido que salir a recoger a su novia, quien se hallaba embarazada. Marina era muy hermosa y se la llevaba de maravilla con la señora Leonor.

La tía Florencia no se hizo de esperar. Ella y el malhumorado de su esposo, el señor Camilo. Quien no le gustaba ir a fiestas, había asistido sólo por cortesía. El y sus siete hijos.

La señora Florencia era la hija mayor de la señora Inés y el señor Evans. Sus hijos, Ramiro de 27 quien era publicista ya tenía dos hermosas niñas una de 8 y una de 3 años. Se había separado de su esposa, aun así esta le permitía llevar a las pequeñas a eventos familiares.

A el le seguía Paola de 24, quien estaba recién casada y tenía un niño de dos años. Luego teníamos a los gemelos maravilla, de 20, Tomás y Nicolás, ambos estudiaban ingeniería mecánica.
Luego de ellos estaba Eros de 18, quien se parecía muchísimo a Ricky, tanto física como de manera intelectual. Le seguía Andrea de 12 y luego el colado como le decían todos a el pequeño Samuel de 4.

Como se podrán dar cuenta era  una familia numerosa, algunos tenían cierta aversión por Sepia. Aun así otros lo amaban con todo su corazón.

No es obligatorio amar a alguien de tu familia sólo porque lleve tu sangre, el amor no se impone, simplemente se siente y esa noche se sentía en el aire.

La familia de Sepia estaba más unida que nunca. Luego de lo de Ricky todos se mostraron más dispuesto a hablar y llevarse bien. Sobre todo la abuela Bianca y la Señora Leonor.

La anciana amaba a Ricky mas que a cualquiera de sus nietos, el era su orgullo, desde que nació. Tal vez por el gran parecido que decía que tenía con su difunto esposo, el señor Valerio.

Aunque no era así, para la mujer era difícil aceptar que Sepia era la misma copia de su esposo cuando tenía su edad: los ojos, la forma de su cuerpo, la mirada, la expresión en su rostro, hasta el cabello.

Ella sólo se hacía la de la vista gorda, para no tener que aceptar que el fenómeno de la familia era idéntico a el hombre que ella había amado toda la vida.

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