CAPÍTULO 39
Eliza sentía que volaba, aunque sus pies tocaban el suelo, su alma se encontraba en el cielo. Su vida en un parpadear se transformó en un campo de flores y aves, donde nadie sufría. Bajo la sombra de aquel frondoso árbol de Ocobo, se convirtió en la mujer más feliz del mundo. Sepia era su felicidad.
Y su vida ya estaba realizada, porque el único propósito del ser humano es ser feliz. La felicidad absoluta es la verdadera esencia de la vida.
Sepia la acompaño hasta su casa, sin embargo Eliza le pidió que la dejase en la esquina, para que ni su padre, ni su hermano lo vieran.
Sepia no se sentía muy a gusto con la idea de esconderla.
Aceptó a regañadientes, bajo la promesa de que Eliza arreglaría el terreno para que el pudiera hablar con el señor Francisco. No sería fácil, el padre de Eliza había sido claro en que nunca iba a aceptarlo.
En la casa todo era silencio, Máx ni Rob estaban. Eliza se sintió aliviada de no encontrar a nadie a quien darle explicaciones. Sólo se podía oír los murmullos de las empleadas que de seguro hacían sus quehaceres en la cocina.
Eliza camino hacia su cuarto. Dejó su bolso a un lado y se dejo caer hacia su cama con los brazos extendidos.
—Sepia —murmuro clavando su mirada en el techo—. Cual afortunada soy.
—Eliza ¿En donde estabas? —pregunto el señor Francisco entrando a su recámara.
El hombre sabía perfectamente la respuesta sólo que quería oírla de su hija.
Había sido tan cauteloso que su hija no se percató de su presencia.
Claro estaba que la casa era lo bastante extensa como para poder estar en algún lugar sin ser percibido.
—Estaba con Sofía —mintió Eliza levantándose.
No le gustaba decir mentiras, mucho menos a su padre. Pero si le decía la verdad el de seguro iba a enojarse.
—¡No me mientas! —grito el hombre haciendo que su hija se sobresaltara—. Llamé a la madre de Sofía y me dijo que ella estaba con Javier y que tu no habías ido hoy a su casa.
—Papa ¿Estas vigilándome? —inquirió Eliza ahora la ofendida era ella.
No le gustaba que su padre la vigilará, sobretodo que desconfiara tanto de ella.
—Claro que no, pero…
El hombre se mostró un tanto avergonzado.
—Máx me dijo que habías salido muy alegre y muy bien arreglada. Cosa que no sucedía desde hace más de un mes, porque se aunque salías a pasear, con tus amigos y con Rob. Lo hacías de una forma muy triste y sin ganas. Entonces da la casualidad que justamente hoy que vuelve a aparecer ese muchacho, cambias de actitud de inmediato.
—Papá, esta bien. No fui con Sofía —confeso Eliza.
Sintió un poco de vergüenza de haberle mentido de esa manera a su progenitor.
—Salí al parqué con Sepia.
—¿Vez? —replicó el hombre caminando de una lado a otro—. Si tenia razón y ese muchachito tenía algo que ver.
—Ese muchachito es el hombre que amo papá.
Eliza se sintió más ligera, al confesarle a su padre sus verdaderos sentimientos. El señor Francisco palideció y por fin anclo sus pies a un sólo sitio. Eliza hizo una pausa y se mordió el labio.
—Y tendrás que aceptarlo porque es mi novio.
Su padre se tenso de inmediato. La confesión había sido más terrible de lo que el se esperaba. No pensó que Sepia le correspondería.
Era la primera vez que Eliza le contaba acerca de sus sentimientos y más ahora que había hablado de amor.
—No…
El hombre camino por toda la habitación, simplemente negando con la cabeza. Eliza estaba lista para su reacción.
—Jamás, ¡entendiste!... Jamás aceptare a ese muchacho como novio tuyo.
La voz militar del hombre era gruesa y cuando gritaba se oía por toda la casa.
—Vas a terminar tu relación con ese niño y no lo volverás a ver nunca más.
—¡No voy a hacer lo que me pides papá!
Eliza estaba reteniendo las ganas de llorar, la entristecía que su padre no la entendiera.
—No puedes inmiscuirte así en mi vida. Es mi decisión y así te opongas seguiré con Sepia. Por que lo amo y el me ama también.
—Tienes 17; uno a esa edad no se enamora.
—Claro que si —le interrumpió Sepia entrando a el cuarto.
El muchacho estaba más pálido de lo común. Tras de el venía una de las muchachas del servicio, quien en vano había intentado retenerlo.
—¿Qué haces aquí? —interrogo el hombre furioso—. ¿Cómo es que te dejaron entrar?
—Yo lo dejé entrar señor —contestó con temor la mujer—. El me dijo que venía a verlo, y cuando oyó sus gritos, subió hasta aquí. Intenté detenerlo sin embargo no pude.
—Esta bien Nora puede retirarse —concedió el hombre.
Observó a Sepia quien se hallaba intranquilo. Eliza camino hacia el y tomó su mano. Lo miro a los ojos implorando su ayuda, el le daría todo su apoyo, no iba a abandonarla.
—Discúlpeme por entrar así Señor Francisco pero escuché sus gritos y no pude evitarlo. Estoy aquí para hablar con usted.
Sepia miro fijamente al hombre, Eliza seguía asustada; temía la reacción de su padre.
—¡No tienes palabra! —farfullo el señor Francisco señalando a Sepia—. ¡Dijiste que no tendrías nada con mi hija, es más hasta aseguraste que la querías como a una hermana!
—Se lo que le dije y en el momento que lo afirme así era. Pero las cosas han cambiado y esto es más fuerte que yo.
Sepia miro a Eliza, y se clavó en sus ojos.
—Logró que me enamorara perdidamente de ella, y ahora no creo poder vivir un segundo sin verla. Muchos días y muchas veces intenté en vano suprimir lo que por ella sentía, para cumplir a mi palabra; más sin embargo no pude. Se que es difícil para usted creerlo pero amo a su hija y no voy a dejarla a menos que ella lo quiera.
Eliza miro a su padre confundida. Era posible que el le hubiese pedido a Sepia una cosa así, que le hubiese pedido que jamás tuviese algo con ella. Eso no se lo iba a perdonar.
—¿Tu que sabes de la vida niño tonto? —cuestionó el hombre mirando con furia al muchacho—. No sabes nada, eres tan inmaduro que crees que con amor se soluciona todo. Hay cosas más complicadas que esto y dejarás a mi hija.
Sus ojos eran centellantes. Señaló con su dedo índice a Sepia antes de pronunciar cuidadosamente cada palabra.
—Vas a dejar a mi hija o voy a obligarte a hacerlo.
—Me está amenazando señor…
—¡Padre! —exclamó Eliza.
Había empezado a llorar. Se encontraba muy triste por la forma en la que su padre había hablado, por más que fuera su progenitor nada le daba derecho a amedrentar a Sepia de esa forma. Se aferró a el brazo de su novio y se asió con fuerza su mano.
—No vuelvas a hablarle así, comprende que el es mi elección y no la tuya. Si no quieres aceptarlo me iré a vivir con mi tía Elizabeth y lamentó mucho decirte esto pero no volveré a esta casa.
—¡Eliza! ¿Cómo te atreves a hablarme así?
Sepia la determino con orgullo, ella estaba arriesgando a su propia familia por el, todo por su amor.
—Tu me estas obligando padre. No te opongas a mi relación con Sepia, no voy a dejarlo.
Eliza seguía pegada a su novio como un pulpo. Ella estaba firme en su decisión y por mucho que quisiera a su padre no iba a ceder.
Ella amaba a Sepia y ahora el era parte de su familia, como el señor Francisco y Máx.
—Si ella no va a dejarme, yo menos —completo Sepia sin apartar la mirada de Eliza.
—Hagan lo que se les de la gana —soltó el señor Francisco caminando hacia la puerta—. Pero es la última vez que este muchacho pisa mi casa.
Miro a Sepia con más rabia que al principio.
—No quiero volver a verlo, si tu quieres verte con el hazlo pero lejos de mí. Y una última cosa esta decisión te puede constar muy caro niño tonto.
El hombre salió de la habitación. Dejando en ella un halo de tristeza y desolación. Sepia acarició el rostro de Eliza, con su dedo pulgar seco las lágrimas de sus mejillas.
—No te preocupes, con el paso del tiempo tal vez el se acostumbre a mi —intento tranquilizarla Sepia.
Aun así la chica sabía que su papá era muy intransigente, una vez tomaba una decisión era muy difícil hacerlo cambiar de parecer.
—Esperemos que si...
—Gracias por defenderme de esa manera —murmuro Sepia dándole un corto beso en los labios—. Gracias por quererme a pesar de todo.
—A ti es al que debo de darle las gracias —añadió Eliza abrazándose a Sepia—, por no salir corriendo de aquí.
—Sabes que te amo y no voy a dejarte por ningún motivo.
Sepia miro a Eliza fijamente a los ojos.
—Desde que tenga vida, siempre estaré contigo, siempre.
—Confío en ti y en tu palabra. Se que no vas a dejarme —susurro Eliza uniendo sus labios a los de su novio, quien no dudo en responder de inmediato a su contacto.
El amor surge de las maneras más interesantes y raras. Usa a veces unas formas tan distintas. Sin embargo este hecho no cambia su valor y significado. No porque una pareja lleve 10 años juntos significa que se aman más que una que lleva tres meses.
El amor no se mide por el tiempo, o la distancia, la clase social, el estado civil, la raza, los hijos. El amor se mide por cada pequeña acción que se realiza para el bienestar emocional de la pareja, y no hablo de dinero.
Porque si fuera por eso las personas millonarias serían las más felices del mundo y todo sabemos que esto no es así.
No es la riqueza, es la habilidad de cada uno de dar amor. Todos la tenemos pero la mayoría no llega a desarrollarla a plenitud. Desde este punto es entendible que muchos se confundan, pero el amor es inherente a cada ser.
Nacimos de amor sea cual sea la circunstancia en que la cual cada ser fue concebido, el amor de alguien lo trajo a este mundo, ya sea su madre, su padre, un doctor, una enfermera, una partera o que se yo.
Usted vio la luz gracias a el amor, ¿Porque?
Porque el amor esta en todas partes sólo hay que aprender a verlo. Porque somos hijos de Dios, hechos a su imagen y semejanza, porque Dios es amor. No lo digo yo; lo han dicho muchos a lo largo de los siglos.
Ese día Sepia llegó a su casa cubierto por una sensación abrumadora de alegría y paz. Capaz de contagiar a los que tuviera cerca.
Esa noche durante la cena no pudo evitar sonreír, todos estaban felices. Ricky había mostrado grandes avances y después de más de un mes de inquietante espera, podían ver la luz al final del túnel.
Todo parecía estar bien, Sepia al fin había puesto en órbita sus sentimientos. Claro estaba que luego de haber tropezado una y otra vez, por su parte no tenía ahora nada que lo agobiara.
A Sepia no lo atormentaba nada... pero a su padre sí.
Con su comida intacta el señor Dago se hallaba absorto en sus pensamientos.
Ese día alguien le hacía partícipe de una noticia, una que para muchos era una gran alegría, para el no era así.
A el se le transformaba esa noticia en el más amargo de los tragos: Iba a ser padre, nuevamente.
Lo más grave era que la señora Leonor no era la madre.
Su asistente la señorita Adela estaba embarazada, tenía tres meses.
Todo indicaba que el señor Dago era indiscutiblemente el padre de ese niño.
El sabía del daño que había causado. Ahora ya no tenia arreglo.
Leonor jamás le perdonaría una infidelidad de ese tipo, sus hijos le recriminarían de tal forma que el hombre no podría soportarlo.
Por eso, no iba a decir nada. Guardaría en secreto a ese niño, sus hijos nunca iban a enterarse de que tenían un hermano.
Debía hacerlo si quería conservar su familia.
Las mentiras la mayoría de las veces no funcionan, mucho menos para conservar algo que seguramente ya está perdido.
El hombre se iba a arriesgar, todo o nada.
Sepia no noto la distracción de su padre. El estaba concentrado en cada una de las palabras de Eliza, en su voz, en sus gestos, su sonrisa, su cabello…
Ahora vivía en esa burbuja de cristal que la gente llama amor.
Esa fue su mejor noche en mucho tiempo.
Eliza no estaba mucho mejor, ambos padecían de la misma enfermedad, la más poderosa del mundo. Estaban bajo los efectos de la misma droga, eran uno solo, un sólo corazón latiendo a la vez.
Fue inevitable que Sepia no soñara con ella esa noche. A su vez Eliza no dejó de murmurar su nombre.
Dios, cupido o lo que sea que una a las personas debería estar dichoso. Su tarea había sido cumplida. Acababa de atar dos almas por toda la eternidad.
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