CAPÍTULO 36
Eliza notó la tristeza de Sepia. De seguro era por la salud de su hermano. Ahora que Sepia no la estaba mirando podía detallarlo a profundidad.
Sofía tenía razón, estaba mucho más atractivo que antes. Mucho más con esa ropa, se había cortado un poco el cabello y su rostro aunque estaba un poco pálido por la falta de sol, seguía siendo tan varonil y ahora además era dulce.
Ante los ojos de Eliza nadie en esa escuela se comparaba con el. Las chicas lo miraban por largo rato, Eliza no era la única que se embelesaba con su presencia, el era abrumador.
—¿Te sucede algo Sepia?
Las palabras a Eliza le salieron sin permiso alguno, simplemente fue incapaz de ver su amargura y quedarse callada.
—Es por lo de tu hermano.
—Si —mintió Sepia.
Tal vez era egoísta pero desde que había entrado a la escuela había pensado cada segundo en Eliza.
Sepia levantó la mirada y se encontró con los ojos dulces de Ela.
—Estoy preocupado, nada más.
—Bueno, si puedo ayudarte en algo, no dudes en decírmelo —Sepia sonrió ampliamente.
¿Si podía ayudarle?
Sólo una palabra de ella y su estado de ánimo cambiaría. Ella era la solución para su tristeza.
—Gracias, Ela ¿Crees que podrías?
Sin terminar de hablar ya la chica estaba asistiendo con la cabeza.
Sin importar que le pidiera le diría que sí, pero el muchacho necesitaba más valor.
—Prestarme tus apuntes.
—Claro —contestó Eliza con una sonrisa.
Sepia la desarmaba con su mirada. Sus ojos eran tan hermosos y ahora quien necesitaba valor era ella.
—¿Será que podemos hablar a solas?
Ahora la que trago saliva fue Eliza. Lo más seguro era que Sepia le dijera que no, que lo dejará en paz y que no lo molestara, como las otras veces.
Sepia sonrió, Eliza había tenido el valor que a el le faltaba. Obvio que se moría de ganas por hablar a solas con ella. Añoraba poderle decir todo lo que sentía. Tenía esos sentimientos atorados y si no los sacaba iba a atragantarse.
—Si, por supuesto —contestó Sepia con un tono tan dulce que Eliza se sintió sobrecogida—. Vamos a el patio.
—Vamos.
Los chicos se colocaron de pie.
Sepia camino al lado de Eliza, sin decir ni una palabra. Sus amigos quedaron un poco perdidos, no alcanzaron a oír parte de la conversación; ya que los chicos lo habían hecho en voz baja.
Ellos no dijeron nada solamente siguieron hacia el patio. Sepia la condujo debajo del árbol en donde hablaron por primera vez.
Sepia sacó de su mochila su sudadera y la tendió en el suelo, para que Eliza no se ensuciara su ropa. Cuando se decía a ser romántico a el se le daba muy bien. Eliza se sentó en la improvisada manta. Estaba tan nerviosa, tenia sus manos sudorosas de los nervios.
—Sepia yo… —empezó Eliza.
Busco algo que tenía en el bolsillo de su mochila. Lo estiró hasta Sepia que la miro como si no pudiera creérselo.
—Lo siento, yo lo encontré afuera del baño ese día.
El móvil de Sepia estaba intacto. El chico lo tomó con delicadeza y sonrió ampliamente. Eliza lo cargaba con ella siempre.
Sobretodo porque en la galería de fotos habían muchas imágenes de Sepia. Imágenes que a ella le encantaba ver.
—Pensé que lo había perdido, ese día yo te estaba esperando y —Sepia hizo una pausa y se acordó de lo sucedido—, mi papá me llamó, me conto lo ocurrido con Ricky y yo salí prácticamente corriendo.
—Lo encontré y decidí guardarlo para cuando volvieras —añadió Eliza, la suave brisa le traía a cada segundo el aroma de Sepia—. Perdona por no devolvértelo antes.
—No te preocupes, ni siquiera lo necesite —comentó Sepia mirando a Eliza a los ojos—. O bueno si, porque en el tenia tu número y por eso no pude llamarte todo este tiempo.
Eliza agachó la mirada.
—Cuando fui a verte no quisiste recibirme —dijo Eliza jugueteando con sus manos—. Por eso no volví a insistir.
—Jamás me enteré que fuiste a verme —agregó Sepia.
Sintió el ardiente deseo de besar a Eliza. Ese hecho quería decir que Ela si lo había pensado, y tal vez si estaba interesada en el. Su corazón dio un vuelco ante la posibilidad que se abría frente a sus ojos. Ante la esperanza de que Eliza si lo quisiera.
—De haberlo sabido te hubiera recibido de inmediato.
—Fui con Javier y Ray. Tu papá dijo que no querías recibir visitas.
Sepia tomó la mano de Eliza y la apretó con fuerza a la suya. Este hecho dejó a Eliza sin palabras.
Fue como viajar de nuevo a la cascada y a la playa. Sentía la misma paz, el mismo gozo.
—Te extrañe tanto —susurro Sepia besando la muñeca de Eliza.
Quien esta vez no sintió la manada de elefantes en el estómago, sino a toda la sábana africana. La explosión de emociones era inconmensurable.
—Traje algo para ti.
Sepia soltó la mano de Eliza y rebusco en su mochila. Sacó el girasol y la caja de chocolates.
Esperaba de todo corazón que se las recibiera, tan solo que las aceptará; sin ningún compromiso, sin sentirse comprometida con el.
—¿Es para mi? —musito Eliza.
Tomo el girasol y la caja de chocolates. Los miro anonadada sin saber que decir.
—No se si te gustan los chocolates, sólo supuse que si —agregó Sepia, mirando a Eliza quien se encontraba sorprendida—. Es una forma de reivindicarme por lo que hice, perdóname por haberte robado un beso ese día.
Eliza se sonrojo y destapó los chocolates como una niña pequeña cuando abre un regalo de Navidad.
Esa emoción no podía ser fingida debía de ser real. Su regalo le había gustado y cuando la chica probó el primer chocolate supuso que le había encantado.
—También fue culpa mía —admitió Eliza pasándole un chocolate a Sepia—. Ese día estaba muy frustrada y te dije cosas que no eran verdad. Sep yo no sentía todo eso que te dije. No creo que seas egocéntrico y altivo. Perdóname jamás debí de decirte esa sarta de mentiras.
Sepia se comió el chocolate, quien tenía un rico relleno de fresa.
—Esta rico —comentó Sepia sonriendo—. Pero quien te hizo más daño fui yo. Te dije cosas tan feas que en verdad no sentía y lo peor es que no pude disculparme ese día. Te espere pero no saliste y luego paso lo de Ricky. Mi cabeza se colapsó después y no tuve el valor suficiente para buscarte.
Eso sí que era cierto. En su mente se había imaginado todas las posibles formas de pedirle disculpas a Eliza. Había arremolinado ideas que nunca llevo a cabo, todo por temor a la reacción de la mujer que amaba.
—Ya te dije que todo esta olvidado —respondió Eliza.
Ni ella misma podía creer lo que estaba pasando. Estaba hablando con el chico de una manera tan bonita que ella jamás llegó a imaginarse. Como había sucedido ese día en la playa.
—Desde que no vuelva a suceder.
—Eso te lo prometo —contestó Sepia levantando una de sus manos como si estuviera haciendo un juramento ante un juez—. Prometo jamás volver a insultarte, gritarte y hacer algo que tu no quieras.
—No tienes que prometerme nada —informó Eliza quien estaba muy encantada con sus chocolates—. Te creo, tu palabra es más que suficiente.
—Gracias, eres tan dulce.
Eliza bajo la mirada avergonzada.
Los elogios de Sepia siempre la tomaban desprevenida y cada vez que se sonrojaba Sepia la amaba aun más. La quería exactamente como era, no cambiaría nada de la chica que amaba, ni un solo pelo, ni una peca siquiera.
Ese pequeño gesto le dio a Sepia la fuerza que le hacía falta para proponerle algo a Eliza.
—Ela ¿Quieres venir conmigo al parque esta tarde?, podemos comer un helado y hablar un rato? —Eliza agrando los ojos totalmente abrumada.
No iba preparada para esa propuesta.
—Yo...
—No te sientas comprometida. Si no quieres yo lo entiendo.
—Claro que quiero, lo que sucede es…
Esa tarde Rob iría a su casa a jugar videojuegos con Máx y de paso le había pedido a Eliza que le explicara un tema de física que no había logrado entender.
Pero ¿Quién era Rob comparado con Sepia?. Rob era solamente su amigo, en cambio Sepia era el hombre que amaba. No iba a dejar de ir con el; además no sentía que dejaba plantado a Rob ya que el iba a ver a Máx.
—Nada, ¿A que horas quieres que nos veamos?
—No se, ¿Dime tu a que horas te recojo? —interrogó Sepia, se sintió tonto con ese ofrecimiento así que decidió enmendarlo de inmediato—. Claro que tendría que recogerte a pie, no tengo auto, espero no te moleste.
—Por supuesto que no.
Ella era muy sencilla por esa razón le gustaba tanto a Sepia.
—Y lo mejor es que no vayas a la casa. Allí va a estar Máx y no quiero que te moleste.
—Tendré que aprender a sobrellevarlo, porque no voy a alejarme de ti.
Sepia miro a Eliza con decisión, lo único que impediría que el estuviera cerca de ella sería su rechazo. Lo demás iba a enfrentarlo como fuera. Sabía que Máx era el hermano de Eliza un hecho que nunca cambiaría, porque ex hermanos no hay.
—Tendremos que aprender a convivir.
Eliza sonrió abiertamente, le encantaba esa idea. A pesar de que su hermano le hiciera la vida imposible a Sepia el estaba decidido a no darse por vencido.
Lo estaba sintiendo tan cerca, tan suyo y esa sensación era indescriptible.
—De todos modos es mejor que me esperes en el parque. Llevaré a Fausto a dar un paseo —contó Eliza mirando a Sepia con dulzura—. ¿Quieres que nos veamos en el mismo sitio de la otra vez?
—Esa vez fue todo un fiasco —dijo Sepia entre risas—. Recuerdo que le dije perro chandoso a Fausto.
—Tranquilo el es como yo y no guarda rencores.
Eliza colocó disimuladamente su mano en el hombro de Sepia.
—Te parece bien a las tres.
—Claro que sí —concedió con un muy buen ánimo Sepia—. Te esperaré allí, no vayas a faltar.
Estaban tan cerca que Sepia no pudo aguantar más. Se acercó lentamente y le dio un beso en la mejilla.
—Claro que no, allí estaré.
Justo allí sonó el timbre para entrar a clase. Eliza se puso de pie y Sepia la siguió de cerca. Antes de entrar a el salón Eliza guardo su girasol para que nadie se lo viera. Su gran sonrisa no tenía comparación.
El resto de la clase a Sepia se le paso corriendo. La emoción de lo que iba a suceder no lo dejaba pensar con claridad. Sólo podía pensar en lo que iba a pasar esa tarde, tenía todo listo, menos lo que iba a decirle a su amada.
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