CAPÍTULO 34
Tragedia en la entrada...
Apenas Sepia tocó el frío cemento de la escuela sus ojos no pudieron evitar desviarse hacia Rob, quien bromeaba algo con Máx y el resto de sus secuaces. Bueno así los veía Sepia como si acabará de ver a algún villano de una película de terror, su película.
La manada de chicos lo miraron a algunos no les importó en lo más mínimo. Menos a Máx y a Rob quienes lo miraron de una forma tan mal y tan fría que Sepia se sintió por un momento sobrecogido.
Tomó aire y decidió ignorar las miradas asesinas de sus compañeros sobre su nuca. El tenia un objetivo allí y no se iba a ir sin cumplirlo, e iba vestido para la ocasión. Había decidido ponerse una camisa manga larga color marfil, con una combinación de negro. Decidió llevar zapatos de cuero y pantalón negro. No parecía un estudiante mas, sino un ejecutivo; sólo le faltaba la corbata.
Estaba bastante elegante para su edad, los demás chicos preferían ir más cómodos y menos etiquetados, pero este no era el caso. El necesitaba impresionar a Eliza y no iba a hacerlo vestido como todo el resto del mundo.
Camino con decisión hasta su salón. Fue como volver a empezar, todas las miradas cayeron en el. Ya las personas se habían olvidado del chico “Parchecitos” y de como lucia, pero esta vez Sepia no tenía nervios de ellas, sino de aquella personita que se sentaba en el rincón del salón. De aquella chica que había logrado descongelar un corazón de piedra. Eliza era única y una persona única necesitaba a un compañero único.
Sepia atravesó la puerta y observó a Eliza. Los demás chicos simplemente dejaron de existir, sólo existía ella. La chica tenía toda su atención puesta en uno de sus dibujos, sin darse cuenta que Sepia estaba presente.
—Vaya, Vaya ¿Qué tenemos aquí? —canturreo Máx acercándose a Sepia—. El perdido volvió.
Eliza levantó la vista. Sintió esa cata clónica manada de elefantes que sentía en el estómago cada vez que tenía a Sepia al frente.
Sepia la miraba fijamente, de una manera distinta, de una forma tan bella. Era como si sólo existiera ella, nadie más.
Eliza no pudo evitar que el lápiz se le cayera de las manos. Su ritmo cardíaco era acelerado, como un martilleo constante y armónico. Síntomas indiscutibles de enamoramiento agudo.
—A mi también me alegra verte —bromeó Sepia sin dejar de mirar a Eliza.
No le interesaba para nada el rostro de alguien más.
—Es bueno estar de nuevo con ustedes.
—Lástima que no podamos decir lo mismo —refuto Máx, se acercó más a Sepia al notar en donde estaba puesta toda su atención—. Aquí a nadie le hiciste falta. ¿Porqué no te quedaste en donde estabas?
—Porque allí no estabas tu —replicó Sepia mirando fijamente a Máx.
Su sonrisa fue de suficiencia. Juana Markle miraba con seriedad a Sepia. Aun no se le había olvidado su último desplante.
—Allí no había a quien amargarle el día.
—Volviste muy gracioso no —bufo Máx.
La vena en el cuello de Máx pareciera que fuera a reventarse. Ese chico era como una bomba que con cualquier cosa se estallaba.
Tenía demasiado ímpetu y demasiada fuerza, propias de su edad. Lo malo era que la usaba para mal.
—Es que hoy tuve una muy buena mañana y tu no me lo vas a arruinar —comentó Sepia caminando hacia su silla—. Vete a estudiar ¡Haz algo productivo!
—Tu no me vas a decir que hacer.
Si no hubiera sido por la intervención de Rob, Máx ya se le hubiera ido encima a Sepia.
Seguía odiándolo y ahora Sepia comprendía la magnitud de lo que podían provocar los celos en alguien.
Máx tenía ganas de golpear a el chico. En cuanto a Sepia quería estampar la cabeza de Rob contra la pared del salón, aunque ese hecho pudiera dañar la pintura.
—Basta Máx, ven a sentarte —añadió Rob tomándolo por un brazo—. No puedes meterte en más problemas, déjalo tranquilo.
Sería lo único en lo que Sepia estaría de acuerdo con Rob. Lo demás tendrían que discutirlo.
Luego de dejar su mochila camino hacia Eliza y sus amigos. Javier no se encontraba sorprendido; el ya lo sabía todo. En cambio los demás seguían anonadados de ver allí de nuevo a su amigo.
Juana Markle lo miraba con rabia, sobretodo porque la ignoraba por completo, ni siquiera se había detenido a mirarla. Ella había vuelto con Máx. Ese suceso tenía muy molesta a Eliza, quien estaba furiosa por la falta de autoestima de su hermano. Quien no podía vivir lejos de la rubia.
—Hola chicos —los saludo Sepia sin apartar su mirada de Eliza.
La muchacha se sintió muy incómoda y apartó de inmediato sus ojos.
—¿Me extrañaron?
—Claro que si —contestó Ray colocándose de pie—. Ven aquí, amigo. Nos hiciste mucha falta a todos.
Sepia por poco se queda sin aire. Ray tenía un abrazo algo serpenteo, como cuando una boa agarra un conejo y lo asfixia para poder comérselo.
—Y ustedes a mí —respondió Sepia, recobrando el aire.
Javier y Sofía también se acercaron para saludarlo.
—¿Cómo estas grandulón? —pregunto Sofía después de un fugaz abrazo—. Casi que no vuelves.
—Sabía que no me ibas a fallar —agregó Javier acercándose a su amigo. Lo abrazo con fuerza y le susurró al oído—, ¿Vienes listo?
Sepia asintió con la cabeza. Eliza se debatía entre saludarlo o no. La última vez las cosas no habían terminado tan bien entre los dos.
Sepia miro de nuevo a Eliza. Recordó que tenia puesto el mismo atuendo que llevaba el día que la conoció, ese terrible día.
Sepia respiro profundamente antes de hablar.
—¿No vas a saludarme Ela?
La chica se sonrojo inevitablemente, pero ella anhelaba saludar a Sepia. Volver a tenerlo cerca era todo lo que quería.
—Claro —murmuro al fin Eliza.
Se puso de pie procurando que sus piernas no temblaran mucho. Sepia acortó la distancia que los separaba y abrazo con fuerza a su chica.
Eliza se aferró a el como si de ello dependiera su vida. Sepia olía muy bien, tenía unas elegantes notas de cardamomo y cedro, sin exagerar. Sin embargo si Eliza seguía pegada a el como un pulpo iba a quedar impregnada de ese olor.
Sólo se oía el constante martillear de sus corazones. Eliza tuvo que aguantarse las ganas de llorar.
Pensaba que jamás lo volverá a ver y estaba allí con ella.
Su amor seguía tan intacto como el primer día, con la diferencia de que ahora si era correspondido.
La sensación era única; era como tocar el cielo con las manos.
Ambos sentían lo mismo, ambos estaban mutuamente enamorados.
No como un amor fugas y pasajero sino de esos que son reales, para toda la vida. Ambos se amarían por siempre a pesar de todo, a pesar de todos.
Sepia escondió su rostro en el cabello de la chica que por cierto lo llevaba suelto. Había extrañado mucho el olor a vainilla y naranja que sólo Eliza tenía. El no estaba dispuesto a soltarla. La había echado tanto de menos. Era lo que más había extrañado de la escuela.
Javier carraspeo, su sonrisa burlona lo decía todo. Sólo que no quería que el resto de chicos vieran la escena. Sobretodo Máx quien no iba a durar ni un minuto en armarle un gran problema a su amigo.
Sepia soltó a Eliza y la miro fijamente. Tenía ganas de decirle allí todo, todo lo que sentía. Sin embargo no era el momento ni el lugar. Mucho menos porque la maestra ya había llegado.
Sepia camino de nuevo a su lugar, dejando a Eliza un poco más que confundida. Ella había notado que algo había cambiado, su corazón no podía mentirle.
La maestra empezó a dar la lección mientras Eliza guardaba su dibujo. Era tal vez la quincuagésima vez que hacia a Sepia.
A ella le gustaba hacer rostros, pero a Sepia lo hacia de cualquier manera.
Esta vez lo había pintado cuando estaba en el parque en la silla blanca, con su camisa desapuntada y el cabello desordenado. Uno de sus pies tocaba el suelo mientras la otra pierna descansaba sobre la silla.
Lo pintó en blanco y negro, se veía muy bien, parecía un cantante juvenil de Música Pop.
Y es que para Eliza no había nadie más. Podrían presentarle a el actor mas atractivo de Hollywood y ella seguiría amando a Sepia igual. Porque su amor no era de vista sino de alma.
—Eliza, que cambiado esta Sepia ¿Verdad? —comentó Sofía en voz baja—. Ahora creo que esta mucho más guapo.
—Si lo se —concedió Eliza.
Levantó un poco su blusa y aspiro el impresionante aroma que tenia.
—Creo que me impregno con su olor.
—¡Que lindo! —musito Sofía arrugando sus ojos—. Y también su actitud es otra.
—Si hay algo en su mirada que cambió —añadió Eliza, sonrío recordando lo que había pasado—. Ahora es como más dulce. Lo sentí mucho más cercano, cuando me abrazó sentí…
Eliza se abrazó a si misma y cerró los ojos.
—Sentí tantas cosas.
—Oye y la forma en la que te miraba también me pareció muy extraña —concordó Sofía. Ella se debatió entre decir lo que había visto, lo que ella creía—, no quiero darte falsas ilusiones pero Sepia te miraba a ti y sólo a ti. Es como si…
—¿Cómo si que Sofía? —la instó Eliza un poco preocupada—. ¿Crees que aun esté enojado por nuestra última pelea?
—No, claro que no. Es solo que…
La maestra empezó a dar la clase cortando la conversación de las chicas. Eliza aun estaba asustada. Sepia la confundía, lo único que su sabía era que estaba muy agradecida por que el había regresado. Ella quería arreglar las cosas y que todo volviera a ser como antes.
El corazón de Sepia iba a mil millas por segundo. Eliza estaba más bella que nunca. Su sonrisa, sus ojos, su mirada; todo en ella seguía siendo igual.
Sobretodo ese hermoso brillo en sus ojos cuando lo miraba, eso no había cambiado. Eliza seguía siendo la misma y si eso era verdad; entonces tenía todas las posiblidades de poder conquistarla, de ganarse su corazón y todo su amor.
Llevaba en la mochila el girasol y la caja de chocolates. Sin embargo decidió no dárselas allí. Iba a invitarla a salir, y en un lugar más romántico e íntimo le declararía todo su amor.
Ahora tenía que hacer todo lo posible para que Eliza aceptará salir con él.
La maestra le presto mucha atención a la llegada de Sepia. Ya el director la había puesto al tanto sobre su regreso.
Antes de empezar con la clase le paso una carpeta en donde estaba el trabajo extra que debía realizar para poder ponerse a el corriente.
Tendría que hacer muchas tareas, pero el chico era activo y no tenía un pelo de flojo. Mucho menos ahora que su familia contaba con el.
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