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CAPÍTULO 25

El resto del día Sepia se dedico a ir con Ricky de un lado para otro, consiguiendo ingredientes y comprando empaques. Ni siquiera habían empezado a hacer los Cupcakes y ya tenían varios pedidos, tendrían que moverse si querían llegar a tiempo.

Se acostaron muy tarde alistando las masas y las cremas. Y tuvieron que levantarse muy temprano. Los muchachos dejaron todo listo antes de ir a la escuela. Así su madre no tendría que pasársela corriendo todo el día.

Sepia intento mantenerse despierto durante la clase, pero el cansancio quería vencerlo. No fue si no hasta la hora del descanso que decidió quedarse a dormir un rato. Aun en la frialdad de su silla, podía descansar un momento.

Eliza al ver que no había llegado a la mesa a la hora de siempre, decidió ir a buscarlo. Lo encontró allí dormido sobre su silla; como una de esas personas que no han tenido tantas oportunidades en la vida y no tiene más que una silla fría de un parque en alguna ciudad de un país desarrollado o en desarrollo.

Eliza se sentó cerca del chico que no noto su presencia. Se dedicó todo el rato a dibujar su rostro mientras dormía, bueno o lo poco que se veía, ya que la otra mitad la tenía apachurrada contra la mesa.

También gastó su tiempo matando un zancudo que quería beberse la sangre de su chico. Aun cuando sonó el timbre el muchacho no se despertó. Sino hasta que empezó a oír la algarabía de los chicos que entraban, y uno de estos lo terminó por despertar muy sutilmente con una palmada en la cabeza.

Su cuidadora ya estaba en su sitio. Apreciando el rostro que acababa de hacer, uno que iría justo en su cuarto como uno de los más grandes tesoros.

Cuando Sepia llego a casa ya su mamá tenía listos la mayoría de los pedidos. Apenas almorzó, el y Ricky empezaron a entregarlos. Al principio a Sepia le dio un poco de pena. Pero después de ver el entusiasmo de Ricky, decidió soltarse un poco y dejar de lado su vergüenza. Además debía de recordar que todo aquello era por su causa.

Tendrían toda la tarde ocupada. Tenían suerte de que muchos de los pedidos estaban cerca de donde vivían, menos el de Eliza que estaba un poco más alejado. Y era el más grande que tendrían esa tarde.

—Bueno, yo te espero aquí —espetó Ricky aparcando el auto frente a la casa de Eliza—. No te demores aun tenemos mucho que hacer.

—¿No vas a acompañarme? —refuto Sepia agarrando las cajas.

—No. Ella es tu amiga no la mía. Además ella no quiere verme a mi, sólo a ti.

—Tonto, deja de decir bobadas. Deberías dejar la pereza a un lado  —recriminó Sepia antes de bajar del auto atiborrado de cajas—. Al menos deberías ayudarme.

—Tu puedes sólo...

Ricky también estaba cansado. Se recostó a la silla del auto a esperar a que su hermano volviera.

Sepia clavó sus ojos en la espectacular mansión, era gigante. En ella cabrían seis casas de Sepia. Tenía un bello jardín muy parecido a el de la cabaña, una cerca viva y un hermoso enchambranado color bronce. La casa era toda de color blanco.

El chico como pudo tocó el timbre. Desde el gran portón se quedó esperando a que alguien viniera. Uno de los empleados de Eliza se apresuro a abrir la puerta, era una mujer vestida con un uniforme color azul oscuro.

—Buenos tardes, soy Sepia vengo e entregar un pedido de Cupcakes —dijo.

—Siga,  la señorita Eliza lo esta esperando —respondió la mujer.

Sepia desde ahí pudo ver el jardín y una escalera que llevaba a el interior de la casa.

—Discúlpeme pero estoy un poco de afán —agrego Sepia.

La verdad era que si quería entrar. Pero no quería encontrarse con Máx o con el señor Francisco. Quería conocer la casa y ver a Eliza pero si ese hombre lo veía en ese lugar, iba a ser su fin.

—Entonces espere un momento, ya llamo a la señorita —comentó la mujer ingresando a la casa.

Un momento después Eliza salió casi corriendo de la casa. Camino hasta Sepia y lo saludó efusivamente, dándole un beso en la mejilla.

Sepia no se había podido acostumbrar a que lo saludara de ese modo. Siempre se quedaba muy quieto y esperaba a que ella lo besara. Eliza estaba lista para la reunión de su padre.

Llevaba un fino vestido de seda; con algunos apliques de pequeñas piedras. Sepia la observo de pies a cabeza por un leve momento.

Siempre lo hacia a escondidas de Eliza para que ella no se diera cuenta.

Sepia sintió una sensación extraña en su cuerpo. Cayó en cuenta de que Ricky tenía razón respecto a las piernas de Eliza.

—Esas piernas van a ser mi perdición —musito tan bajo que sólo el oyó.

—Hola, pensé que ya no ibas a venir —espetó Eliza.

Desde que viera a Sepia la sonrisa no se le iba del rostro.

—Hola Ela. Lo siento estamos un poco atrasados con los pedidos, por eso no puedo entrar a tu casa —se disculpó Sepia.

—Guillermina, por favor recoge los Cupcakes —le dijo Eliza a su empleada.

Ya que veía lo incómodo que estaba Sepia con las cajas. La mujer le hizo caso de inmediato.

—Gracias Guillermina llévalos a la cocina, en un momento voy.

Eliza le paso a Sepia el dinero de la compra. El chico lo determinó y supo de inmediato que era más de lo que valían los Cupcakes.

—Ya te traigo el cambio, es que aquí no tengo.

—Sepia es una pequeña propina.

—No, voy a traerte el dinero restante —replicó Sepia.

Su madre le había enseñado a no recibir nada regalado.

—Déjalo así —agrego Eliza colocando sus manos sobre las del chico—. Me lo apuntas para mi próximo pedido.

Sepia observó sus manos. Ella era ante sus ojos tan perfecta que no podía creer como estaba sola. Como ningún hombre más se había dado cuenta de lo bella que era. Sepia beso con delicadeza sus muñecas.

—Claro que si —concedió Sepia.

Se acercó más a Eliza y le dio un beso en la mejilla. Eliza no pudo evitar sonrojarse al instante. Sólo esperaba que Sepia no hubiera notado el temblor en sus manos.

—Eres adorable… mañana nos vemos.

Sepia salió corriendo a el auto en donde Ricky ya se hallaba tocando la bocina para que su hermano se apurara.

—¿Cómo  te fue galán? —inquirió Ricky poniendo en marcha el automóvil.

—Bien, Ela quería que entrará a la casa pero estaba de afán —contestó Sepia mientras anotaba en sus apuntes el resultado de las ventas—.  Me dio dinero de más y dijo que era para el próximo pedido.

—Guau, la traes mal —comentó Ricky entre risas.

—No digas bobadas —replicó Sepia dejando a un lado su agenda—. Ya quisiera yo traer mal a una chica tan linda. Más bien muévete o llegaremos tarde a la floristería de la señora Macgregor.

—Deberías aprovechar para comprarle un girasol —murmuro Ricky mirando de reojo a su hermano.

—No estas ni tibio, en mi vida te vuelvo a hacer caso —exacerbo Sepia—. ¡En mi vida! , ¡ Oíste!

—Bueno, yo sólo decía…

—No digas tonterías, Eliza y yo sólo somos amigos —resoplo Sepia—, nada más.

—Bueno, pero te estas mostrando muy cariñoso con ella. Como te dije hace algunos días, si no quieres nada con ella lo mejor será que no la ilusiones.

—Me he mostrado normal —repuso Sepia—. Como siempre soy.

—Frío.

—Pues no tanto —murmuró Sepia—. Es que Ela es muy tierna y dulce, yo no puedo tratarla mal. Y cuando Ela está cerca es una tentación para mi.

—¿ Ela?, hasta le pusiste un diminutivo —ironizó Ricky arqueando una ceja—. Y según tu no te importa.
—¡Que no me importa! —grito Sepia mirando mal a su hermano—, bueno si me importa pero no de esa manera.

—Pero si acabas de decirme que es una tentación para ti.

Sepia trago saliva. Que difícil era para el mismo saber a ciencia cierta que era lo que sentía.

—Por que lo es. Y no sólo para mi. En la escuela hay un par de chicos que babean por ella.

—¿Tu te cuentas entre esos chicos?

—Claro que si, pero Ela nunca va a hacerme caso —dijo Sepia.

—¿Podrías intentarlo?

—Ya te dije que no. Y tienes razón tendré que empezar a mostrarme distante con ella, es por mi bien. No puedo hacerme falsas ilusiones.

Sepia se concentró en sus pensamientos y no hablo más. Ricky sabía que cuando Sepia no quería hablar nada en este mundo lograba sacarle una sola sílaba. Así que el también permaneció callado.
 
            
 
 

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