CAPÍTULO 22
Sepia camino junto a Eliza hasta el auto. El señor Francisco se encontraba con las manos apretadas en el volante, un acto para contenerse. No le gustaba para nada ver a Sepia al lado de su niña.
John Hubble no dijo nada más y sus guardias vestidos de negro estaban un tanto aturdidos por el desenlace de la situación. Por su parte el multimillonario político tenía otros planes. Iba a deshacerse del problema de una manera un tanto ilegal, como solía hacerlo. Sería de una manera sutil y sencilla, nadie iba a descubrir nunca la verdad.
Eliza se subió en la parte de adelante del vehículo. Los muchachos fueron hacia atrás. Sepia ocupó el último puesto junto a el señor Chang que se encontraba muy complacido por lo que acababa de ver.
El señor Francisco permaneció en silencio. No iba a hablar con Eliza enfrente de tanta gente, el quería hacerlo a solas. Sobretodo quería averiguar que tanto había avanzado en su relación con Sepia.
—Es un condición muy rara pero curiosa —comentó el señor Chang mirando por la ventana—. Debes ser alguien muy especial para que Dios te haya premiado de esta manera.
Sepia lo miro por un momento, antes de contestarle. Iban en la parte trasera, así que los demás no podían oírlo. Se había olvidado que al momento de levantarse se había quitado la chaqueta. Razón por la cual las manchas de sus brazos podían verse sin dificultad; a causa de la camisa sin mangas que llevaba.
—Esto no es una condición, es una enfermedad —replicó el chico desviando la mirada—. Una maldición, el hecho por el cual he sufrido toda mi vida.
El hombre miro esta vez a Sepia.
—7.700 millones de personas en el mundo y tu eres especial —repuso el señor Chang—. Eso no es una maldición. El problema es que no has aprendido a apreciar lo que se te ha dado.
—¿Cómo se puede apreciar el hecho de que seas un fenómeno? —inquirió Sepia encogiéndose en su silla.
—Un fenómeno es una manifestación de una actividad que se produce en la naturaleza y se percibe a través de los sentido — informó el señor Chang. Sepia quedó estupefacto—. Entonces creo que si eres un fenómeno. “Un fenómeno físico”, altamente raro y especial. Deberías averiguar cuáles beneficios tiene tu condición.
—Señor Chang, no quiero sonar grosero pero esto no es una condición —replicó Sepia cansado de la preguntadora del hombre—. Y por favor le agradecería sí dejará de molestarme. Ya he tenido suficiente por hoy.
—Cada ser es único y especial. Mas si tiene una característica distintiva —musito el señor Chang—. Dios jamás se equivoca, y las batallas más grandes se las da a sus mejores guerreros. Tu eres un luchador, yo puedo sentirlo.
—No me diga que usted es vidente, que puede ver el futuro y lo que va a suceder —ironizo el chico cruzándose de brazos.
Eso era lo que había dicho el señor Francisco acerca de la señora Tay.
—Yo no creo en eso.
—Creas o no hay cosas más haya del entendimiento humano, mundos, lugares, seres — contestó el señor Chang—. Es egoísta creer que somos tan afortunados para existir solos.
—Señor Chang, discúlpeme pero cada vez le entiendo menos —repuso Sepia.
¿Porque siempre me encuentro gente tan rara? Se preguntó.
—Lo entiendo yo, es mas que suficiente.
El hombre abrio un pequeño libro que cargaba en su bolsillo. Empezó a escribir en el. Estaba redactado en chino. Imposible para Sepia descifrar lo que decía desde donde se hallaba.
—Eres muy joven, tal vez con el tiempo lo entiendas.
—¿Que escribe? —interrogo Sepia agudizando su vista.
Pero ni aun así lograba entender lo que plasmaba.
—Desde que aprendí a leer y a escribir, he anotado cada don que veo. Cada milagro que presencio. Cada persona súper especial que conozco. Cada hecho que me reafirma que Dios existe —el hombre miro el librillo—. Este es el número 19 que escribo. Haz de imaginar cuántos dones y milagros me he encontrado en el transcurso de mi vida.
—Supongo que muchos. Teniendo en cuenta que no me queda bien claro lo que usted considera como un milagro o un don —comentó Sepia.
Su madre era cristiana, así que sabía de sobra que Dios existía. No oraba ni iba a la iglesia, pero le quedaba claro que Dios era real.
—Hay dones y milagros en todas partes —dijo mirando hacia la parte de adelante—. La niña Eliza y Máx son un ejemplo de ello.
—¿Eliza y Máx?, ¿ Porque?
—Uno de los atacantes de la señora Mae disparó más de siete veces en contra del mueble de madera en el cual se escondían —le contó el señor Chang—. Siete disparos y ni un sólo rasguño. Podrás imaginar que eso no es suerte, la suerte no funciona así. Eliza y Max eran muy pequeños para poder recordar todo lo que sucedió esa noche. Pero en el instante en el que los descubrieron dentro del mueble, algo sucedió. Algo que esta más allá de este mundo.
—Señor, perdone que le diga esto pero usted es muy extraño. Por no decir que se está volviendo loco —agregó Sepia recostándose en la silla—. Sin embargo lo prefiero a usted a el señor Francisco, o a el tal John Hubble. Ojalá fueran como usted, al menos es mas divertido.
—El señor Francisco no es malo, sólo quiere lo mejor para su hija —el señor Chang terminó de hacer las anotaciones y guardó su libreta—. Sino que a veces por querer protegerla se equivoca en sus decisiones.
—Los padres, siempre toman decisiones que van en contra de la voluntad de sus hijos.
—Aunque no siempre, todo depende del hijo y del padre —el señor Chang miro por la ventana—. Hemos llegado, lo bueno es que John Hubble siguió su camino.
—Al menos una buena noticia —sepia se acomodó la camiseta—, señor le puedo preguntar algo.
—Lo que quieras muchacho.
—¿Que escribió de mi en su libreta?
Los ojos de Sepia estaban clavados en los ojos rasgados del señor Chang.
—14 de julio. Hoy presencié una condición que otorga diferentes tonos de color en la piel —contestó el señor en voz baja—. Le fue otorgado a un joven del cual no tengo mayor información. Su condición presenta un vínculo directo con la vida, y con la muerte. Es luz y oscuridad, noche y día, sol y luna.
—¿Que quiere decir?
El señor Chang abrió la puerta del vehículo.
—Tengo que irme…
El señor Francisco no dejó que los chicos se bajarán del vehículo. Le pidió a el señor Chang que trajera las cosas de los muchachos, y desde allí a lo lejos se despidieron de la señora Tay.
Fausto quien iba a acompañarlos de vuelta a la ciudad tuvo que compartir silla con Sepia. Sin embargo el perrito se sentía mucho más cómodo en las piernas del muchacho; quien aun intentaba digerir todo lo que había sucedido.
La ciudad pronto apareció a la vista de todos. Nadie había dicho nada, sólo Ray que cada 5 minutos se quejaba de que tenía hambre.
El señor Francisco iba tenso y Eliza ahora tenía algo más claro que el agua; Sepia jamás accedería a tener algo con ella después de lo que había sucedido, ellos serían solo amigos, sólo eso. Sepia no iba a soportar la presión de su padre y mucho menos la de John Hubble.
Eliza se secó disimuladamente una lágrima que bajaba por su rostro. Su padre que la conocía muy bien sabía lo que pasaba.
Sabía que sufría a causa del chico, aunque en realidad sufría a causa de el, su propio padre.
Cuando la camioneta aparcó afuera de la casa de Sepia. Este sintió tanto alivio que estuvo a punto de salir corriendo del vehículo. Pero aun le quedaba algo por hacer, algo que recién acababa de decidir.
Sepia bajo del vehículo y se encargó de bajar también su maleta. El señor Francisco descendió lentamente. Eliza también lo hizo, iba al menos a despedirse de Sepia.
—Adiós Sepia, nos vemos mañana —se despidió Sofía apenas levantando la cabeza.
—Adiós chicos —contestó Sepia.
Javier le hizo un ademán con la mano. Ray para romper un poco el hielo del ambiente decidió hacer una broma.
—Oye Sepia dile a tu mamá que no se le olvide hacerte esos ricos sándwiches que hizo la semana pasada —grito el chico en tono jocoso—.Y que se acuerde que el mío lleva doble porción de jamón.
—Se lo diré —respondió Sepia con una sonrisa—. Adiós, glotón.
—Sepia espero que…
Eliza no encontraba las palabras para disculparse.
—Que te vaya bien, discúlpame por todo lo que sucedió.
—No fue tu culpa.
El señor Francisco llegó de inmediato a fiscalizar lo que se decían el par de chicos.
—Agradezco mucho que me hayas invitado. Fue el mejor fin de semana que he tenido en mucho tiempo. Gracias por todo.
—Gracias a ti —comentó Eliza con tristeza—. Es una lástima que las cosas no hayan salido tan bien.
—Salieron lo mejor posible —bromeó Sepia con una sonrisa—. Adiós Ela nos vemos mañana.
—Adiós.
Eliza miro a Sepia, no sabía como despedirse de el. Tal vez así fuera lo más sencillo, pero no creía que era lo correcto. Ella quería al menos darle un beso en la mejilla.
Los dos se lo merecían.
Sepia se acerco lentamente y beso a Eliza en la mejilla. Su contacto fue suave y cálido, la chica lo sintió como el contacto de una rosa. Su piel se erizo a causa del nerviosismo que le causaba tenerlo tan cerca.
—Señor Francisco, por favor quisiera hablar con usted a solas. Si no es mucha molestia—agrego Sepia después de separarse de Eliza—. No le quitaré mucho tiempo.
La chica palideció ante la petición de su amigo. Sin embargo la forma en la que lo hacía era muy elegante y modesta, hablaba muy bien de su educación.
—Si, espero que no demores mucho —replicó el señor arrugando el ceño—. Ven aquí muchacho.
Sepia camino hacia el señor Francisco. Se alejaron un tanto de la camioneta, para que nadie pudiera oírlos.
—Habla muchacho —le instó el señor mirándolo fijamente.
Era un hombre alto, fornido se parecía bastante a Max, menos en los ojos. Esos eran los mismos de Eliza, tan puros y sinceros.
—Dame una buena razón para no arrepentirme de no haberte apresado.
—Le daré una muy buena —repuso Sepia mirando a el hombre—. No estoy interesado en su hija señor Francisco. Eliza es una chica increíble, es dulce y tierna pero no quiero tener una relación sentimental con ella, sólo quiero ser su amigo.
—¿Estas seguro de eso muchacho? —replicó el hombre sin dar crédito a las palabras del chico—. ¿No te interesa mi hija en lo más mínimo?
—No puedo negarle que su hija es muy bonita y encantadora —respondió Sepia mirando a Eliza—, y que esta en capacidad de tener cualquier hombre rendido a sus pies, hasta a mi… —Sepia sacudió su cabeza con fuerza—, pero este no es el caso. Le quería pedir que no me pida que me aleje de ellos. Son los únicos amigos que tengo, los únicos chicos que están dispuestos a tener una relación conmigo, y supondrá que alejarme de Eliza es también alejarme de ellos tres. A si mismo quería pedirle que por favor no la regañe, ella es muy frágil, se siente triste con cualquier cosa.
—Yo no tengo problema en que seas amigo de mi hija —concedió el hombre largando un fuerte suspiro—, desde que me prometas que no intentaras nada más, todo estará bien.
—No le puedo prometer eso. Solo que no voy a hacer algo que su hija no quiera —afirmó Sepia, en realidad era el mismo quien necesitaba convencerse de ello—. Quiero a Eliza como una hermana, en realidad mis hermanas son muy parecidas a ella. Ela es como una niña para mí.
—Esta bien muchacho —respondió el señor Francisco—. Mi niña merece sólo lo mejor, y se que puede que seas un buen chico y puede que la merezcas. Pero eres un niño y lo que Eliza necesita es un hombre.
—Ella no necesita un hombre, ella es perfecta así como esta —le contradijo Sepia negando con la cabeza—. Usted mismo lo acaba de decir, es una niña. No la obligue a hacer algo que no quiere. Eliza es muy joven para tener una relación con un sujeto como John Hubble. Lo que el quiere es que sea su esposa, y no creo que usted desee que su hija se case a los 17 años.
—El es el único que puede darle la vida a la que ella esta acostumbrada. Solo quiero que ella este bien. El es el único que puede protegerla.
—¿Protegerla de que? —pregunto Sepia acercándose a el hombre—. Sea como sea el caso esta usted aquí, para cuidarla.
—No, lastimosamente el tiempo se acaba y antes de que suceda lo inimaginable, quiero que ella sea feliz —le confesó en un susurro—. Muchacho, pase lo que pase, suceda lo que suceda. Eliza se casará con ese hombre, no es una opción, es el único camino.
—¿Que es eso tan grave? ¿A que le teme? —cuestionó Sepia con la incertidumbre carcomiéndole los intestinos.
—¿Que será lo peor que puede suceder? —inquirió el hombre alejándose de el—. Lo único que no tiene solución.
El señor Francisco encendió su camioneta y se alejó rápidamente del lugar.
Sepia tomó sus maletas y entró a su casa. No había nadie, hoy iban a ir a el centro comercial, lo hacían los domingos y pues como se suponía que Sepia llegaría para la cena nadie se quedo a esperarlo. Para el chico fue un alivio, porque así no lo agobiarían con preguntas que ahora no tenía el ánimo de responder.
Halló su cama más re confortable que nunca. Se bañó antes de irse a descansar, extrañaba mucho el confort de su casa; el sentirse a gusto, el no sentirse como un extraño.
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