CAPÍTULO 2
Sepia camino lentamente por el pasillo. Se colocó la capucha de su sudadera y con el cuello de la camisa ocultó las manchas que tenía en el cuello y cerca del oído. Desde que no se quitará la capucha nadie notaria su enfermedad. El era el chico nuevo, aquel de las películas guapo e inalcanzable, ya había logrado llamar la atención de algunas chicas; era un muchacho atractivo y agraciado, a de no ser por...
Cuando giró se encontró con un pasillo de un color extremadamente blanco. Algunos muchachos guardaban sus cosas en sus lokers. Sepia trago saliva y se mostró nervioso, su cabeza se activó a la vez que su piel palideció. Eso no era bueno, el estrés aceleraba su padecimiento y hacia que la enfermedad aumentará. Mal paso para empezar el día. En algún momento pensó que tal vez podía ocultar su condición, pero era imposible ya que esta iba de la mano con sus sentimientos: Si estaba enojado, si estaba triste, si estaba feliz, siempre había algo que la activará y una nueva mancha aparecía día a día.
El timbre que anunciaba que era hora de entrar a clases no dejaba de sonar. Los chicos emprendieron la marcha a cada uno de sus salones, no sin antes cuchichear entre ellos. Sepia se sintió de nuevo el centro del mundo, cosa que no le agradaba para nada.
Camino con rapidez hacia su salón. Cuando estuvo lejos del pasillo y no hubo nadie, volvió a ser el mismo, aunque con muchas más dudas.
El ya sabía lo que vendría, tomó aire antes de entrar a su salón. Habían chicos por doquier que hablaban a grandes voces. Las muchachas revisaban las revistas de moda, fantaseando con los vestuarios que allí aparecerían.
En un rincón de el salón estaba el grupo de “Nerds”, aunque esa es una palabra un poco despectiva. Yo prefiero llamarlos los genios, o simplemente los jóvenes que si saben lo que quieren; o mejor aun el futuro del mundo.
Las chicas frenaron en seco su parloteo, los chicos se mostraron un poco más ausentes. Pero quien no pudo apartar su mirada de Sepia fue Eliza, aquella frágil y tímida niña que le pareció que tenía enfrente a un mismísimo dios griego venido del propio olimpo.
No sólo Eliza se mostro de pronto flechada por el muchacho. Justo en el grupo de las chicas populares, su líder Juana Markle se encontró de repente fascinada por la masculinidad de Sepia.
El no se veía como los otros chicos; este se veía mucho mas varonil y maduro, tal como a Juana Markle le gustaban. Por ello encontró a su novio Máx muy simple y sin gracia alguna. Ahora su objetivo era el chico de pelo negro y tez blanca; nariz aguileña y ojos almendrados que poseía un cuerpo bastante fornido y bien trabajado para ser tan joven. Aquel chico impresionante que miraba a todos con abrumadora desolación.
Sepia ignoró las miradas y rápidamente se sentó en su silla. Se acomodó la capucha de su sudadera, y decidió sacar sus libros. Observo sus manos teñidas de un color marrón claro, el color de las paredes del salón.
—Maldición — susurro en voz baja, se le había olvidado colocarse los guantes.
Guardo rápidamente sus manos en los bolsillos de su sudadera, y empezó a hacer ciclos respiratorios para poder controlar su nerviosismo. Aquella situación en vez de calmar la curiosidad de los presentes en aquel lugar, la avivo aun más. Sobretodo la de Eliza, que buscaba la manera de poder ver una vez más el rostro de aquel ser que le había robado el aliento.
—Es muy raro, no —inquirió Sofía dirigiéndose a Eliza. Ella era su mejor amiga y ambas compartían la misma silla.
—No le veo nada de raro, al contrario es el chico más atractivo que he visto.
—Jajajajaja —intervino Ray volteándose para mirar a Eliza—. No creo que hayas visto muchos hombres que digamos.
—¡Cállate Ray! —le regaño Sofía—. No vez que es la historia continua de nuestra amiga, siempre fijándose en el chico más inalcanzable que encuentra. Y ahora se fija en uno que aparte de guapo es el nuevo objetivo de Juana Markle.
—¿De que hablas? —pregunto Eliza, sacando su mirada de la espalda de Sepia. Sus ojos acusadores no podían esperar respuesta.
—Juana Markle; no vez como lo mira, lo lleva haciendo desde que llegó aquí —contestó con obviedad la muchacha. Era bastante observadora y a ella nada se le escapaba, ni el más mínimo detalle—. Y sabes que donde pone el ojo pone la bala, a ella ninguna presa se le escapa.
Sepia seguía haciendo sus respiraciones, ignorando por completo las conversaciones que se estaban llevando a cabo en torno a su llegada. El sabía que no era un muchacho feo y es que en realidad nadie lo es. Sólo hay que vernos en los ojos correctos, en esos para los que cada persona es el paraíso.
Sepia acababa de convertirse en eso para esos ojillos que lo miraban a través del tumulto de cabezas. Para esa chiquilla que hasta el momento sólo se había interesado en dos chicos: uno que le había roto el corazón y otro a el cual nunca le habló de sus sentimientos por temor al rechazo. Así sería esta vez, iba a ser feliz sólo con ver a ese chico que se escondía detrás de su sudadera, se iba a conformar sólo con verlo de lejos.
La profesora ingreso al salón, de inmediato todos los muchachos tomaron asiento. Un chico muy curioso se sentó en el misma silla que Sepia, el sería su compañero. Empezó a investigar a Sepia quien al fin había logrado controlar los nervios. Guardo muy bien sus manos y sólo dejó a la vista sus largos dedos.
—Buenos días muchachos —empezó a hablar la señorita Amparo—. Hoy veremos la teoría del color, habrán sus libros en la página 89.
—Teoría del color —repitió Sepia en voz baja.
¿Podía ese día ponerse peor?, el muchacho creía que no. Pero la vida no es aburrida, y siempre encuentra la forma precisa de sorprendernos y sacarnos una sonrisa.
Los ojos de la señorita Amparo recorrieron el lugar y se encontró de repente con aquel encapuchado que se escondía detrás de una sudadera negra. Fijo su atención en el chico que comenzó a buscar la página del libro, y recordó de quien se trataba.
El señor Dagoberto había hablado personalmente con ella sobre su condición y la razón por la cual Sepia mantenía cubierto. Le había pedido un trato especial, y aunque quería dárselo, por el momento debía seguir las normas.
No podia privar a los demás alumnos de la oportunidad de conocer a aquel chico, o al menos de saber su nombre. Procuraría que fuera lo menos traumático posible o eso era lo que ella pensaba.
—Veo que tenemos un nuevo compañero —agregó la mujer en tono alegre.
Sepia trago saliva. Observo a la maestra y con los ojos le rogo que no.
—Por favor ponte de pie y háblanos de ti.
Sepia miro para todos lados, en su campo de visión la puerta le pareció el mejor medio de escape.
Ni siquiera posó sus ojos en el par de muchachas que lo miraban detenidamente, entusiasmadas por tener el gusto de al fin oír su voz.
El chico con las piernas temblorosas se colocó de pie. Se acomodó la capucha, algunos muchachos se mostraron un poco aversivos y las muchachas encantadas. Pero el encanto les iba a durar muy poco.
—Mi nombre es Sepia Stern Eblore, tengo 17 años y vengo de la secundaria Winslet.
Las palabras a Sepia le salieron a borbotones y agradeció que no hubiera sonado como un tartamudo.
—¿Que haces en tu tiempo libre? —intervino Juana Markle, mientras jugaba con uno de sus mechones rubios—. Eres boxeador o algo así.
Sepia arrugo la frente, fijo sus ojos en la guapa muchacha y se sintió un poco cohibido por su belleza. El nerviosismo aumento al oír las murmuraciones de algunos de los muchachos.
—Entrenó lucha libre —mintió el chico.
Era cierto que acompañaba a Rick a sus entrenamientos, pero sólo entrenaba unos cuantos minutos. No era tan disciplinado como Rick y sólo sabía un que otro golpe.
—Entonces vas a golpearnos “Parchecitos” —se mofo Máx, otro de sus compañeros.
“Parchecitos”, era el apelativo que había llevado día tras días desde los cinco años. Lo odiaba y por una absurda razón llegó a pensar que por fin iba a deshacerse de el. No entendía como ese chico se había enterado tan rápido de quien era.
El primo de Maximiliano Payton estudiaba en el mismo salón de Sepia, y le había contado a Máx acerca de Sepia Stern; “Parchecitos”, el chico que tenía manchas de color marrón. Max aprovechó esa información para burlarse de Sepia ya que no se encontraba para nada contento con la atención que su novia; Juana Markle estaba prestándole a ese nuevo sujeto.
Un chico que venía tarde y que hasta ahora iba entrando a el salón le pareció buena idea hacerle una broma. Salto por detrás de Sepia y de un zarpazo le quitó la capucha.
Eliza soltó el lápiz que tenía en la mano. El glotón de Ray dejó de comer a escondidas, y Juana Markle dejó de juguetear con su cabello.
La maestra se acomodó los anteojos, ya le habían hablado de la condición de Sepia, pero verlo en vivo y en directo era impresionante.
“Fascinante”, pensó Eliza.
Los demás empezaron a reírse, sobretodo los chicos. Aquellos que no tienen nada más que hacer sino mofarse de las personas que son diferentes a ellos.
Los amigos de Máx estallaron en burlas y carcajadas.
—Mira ese chico parece un tigre —había murmurado un muchacho.
—Es un fenómeno —exclamó otro.
Las burlas hicieron su efecto, la mente de Sepia se bloqueó y su mecanismo de defensa se activó. Si hubiese tenido una pistola, se hubiera pegado un tiro allí mismo. Ahora en ese nuevo lugar tendría que soportar las burlas, que se generarían a partir de ese día.
—Oye Parchecitos no nos vayas a comer —exacerbo Andrés entre carcajadas.
—Fenómeno —grito Máx, haciendo que su voz retumbara en todo el salón—. Vuelve a tu cueva en donde nadie pueda verte.
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