CAPÍTULO 19
—Amiga ya Sepia nos dijo lo que sucedió —repuso Sofía, ella apoyaba a su amiga en todo—. ¿Que quieres que hagamos?
—Nada —musito Eliza.
Ella estaba tan feliz antes del mensaje. Había logrado tener un acercamiento tan bonito con Sepia, y ahora todo eso se venia abajo; porque un hombre se había obsesionado con ella. Y ese hombre no era capaz de comprender que ella no quería nada con el.
—El señor Chang no dirá nada ,pero de seguro mi padre ya lo puso al tanto sobre el lugar donde debemos estar. Es cuestión de unas dos horas para que este aquí —la mirada de Eliza se perdió en el horizonte.
—Entonces, ¿No podemos hacer nada? —bufo Ray rascándose la cabeza.
Eliza tenía una tristeza que a Sepia no el gustaba ver.
—No ¡Hay que hacer algo! —grito Sepia haciendo que los chicos se sobresaltaran—. Vámonos de aquí, caminemos hacia otra parte. Que cuando ese hombre venga no nos encuentre. Podemos inventar que nos perdimos, así ese sujeto no nos dañara el día y se quedará con las ganas de ver a Ela.
Iba a hacer todo para proteger a la muchacha. A el no le gustaba que acosaran a las mujeres. Mucho menos a una que a el encantará tanto.
Eliza sonrió. Esa era una buena idea, quería huir y Sepia la apoyaba. De verdad el si era el chico de sus sueños.
En esos momentos lo único que a Sepia se le pasaba por la cabeza era proteger a la chica de cualquiera que quisiera hacerle daño y eso iba a hacer.
—Vamos a la colina, esta como a media hora —agregó Javier con una sonrisa.
Sólo imaginar la cara de John Hubble cuando no encontrara a Eliza le hacía morirse de la risa.
—Así ese tonto no nos va a dañar el fin de semana.
—Estoy de acuerdo —Eliza por fin volvió a tener ese tono jovial en su voz—. Vamos allí, al menos no tendré que soportarlo por lo que me queda de día.
—¡Si! —grito Sofía, alzando los brazos en señal de triunfo—. No nos van a encontrar, y ese politiquillo de quinta se tendrá que dar por vencido.
Los chicos tomaron rápidamente sus maletas y empezaron el camino hacia la colina. Sepia se encargó de la maleta de el y la de las chicas.
Ray llevaba la de la comida y Javier por el problema de su pierna, cargo sólo las agendas en las cuales supuestamente iban a estudiar.
Sepia en muchas ocasiones tuvo que darle la mano a Eliza para que no tropezara. La muchacha estaba muy feliz y muy agradecida con sus amigos por apoyarla en su huida.
En la colina se podía ver todo el paisaje. Era un sitio muy hermoso y se alcanzaba a divisar la ciudad. La vista era preciosa, pero no tanto como cuando Sepia miraba a Eliza y esta le sonreía.
Ningún paisaje, ni siquiera caño cristales, ni la sierra nevada de santa martha, ni el nevado del Ruiz, ni el bosque de galilea tenían para Sepia la hermosura de Eliza.
Tendieron las mantas y luego de desayunar, decidieron estudiar un poco. Sepia casi no hablaba se dedicaba a mirar a Eliza y a oír a sus amigos.
Jugaron ajedrez, parqués y cartas, comieron unos ricos nudges de pollo, ( eso sí sin chile). Y apagaron los móviles para que nadie pudiera molestarlos.
Después de comer decidieron hacer una ronda de chistes. Sepia no podía evitar reír a carcajadas, en mucho tiempo no se había divertido de esa forma.
Su madre en casa, tenía esa sensación de inseguridad que solo le da a las mamás. Aunque Ricky le afirmó que todo estaría bien, ella tenía miedo de que algo le pasará a su niño, como solía decirle.
Para suprimir un poco sus temores el señor Dago se quedo haciéndole compañía todo el día. Se sentó en su sillón a leer un libro, mientras su esposa se dedico a mirar por la ventana.
No quería decírselo, pero el también tenía miedo. Sepia era muy especial, como todos, sin embargo para su papá y mamá el jamás creció; Seguía siendo un niño, un niño mimado y frágil.
Don Dago se levantó de su silla y abrazo fuertemente a su esposa. Para convencerse a sí mismo de que todo estaba bien.
—¿Que le dijo un jardinero a otro? —pregunto Javier, sus amigos negaron con la cabeza al no conocer la respuesta—, nos vemos cuando podamos,
Todos estallaron en carcajadas.
—¡Que cosa tan mala! —se quejó Ray—, pésimo chiste.
—Muchachos creo que es hora de volver —los interrumpió Eliza mirando su reloj—. Ya casi son las 5. Debemos volver a la cascada, allí de seguro esta John.
—¿Y si vamos a otra parte? —sugirió Sofía recordando lo que Sepia le había dicho—. No tienes porque soportarlo. Ese hombre de seguro se quedará en la cabaña, y no podrás siquiera dormir en paz. Busquemos otro sitio en donde quedarnos.
—Ella tiene razón, Eliza —intervino Ray arqueando las cejas—. Tenemos comida y unas mantas, podríamos ir a la antigua cabaña.
—No…
La voz de Eliza era apenas un susurro y el miedo se apoderó de ella.
—Eliza por favor —replicó Javier mirando a la chica con dureza—. Se que es difícil para ti volver a ese lugar, pero es momento de que enfrentes ese temor. Además nosotros estamos contigo, te vamos a proteger. También porque sólo quiero que imagines la cara de John Hubble cuando no lleguemos a dormir. Se pondrá furioso y perderá el viaje. Sólo por eso deberías hacer el intento.
Eliza tenía ese miedo en sus ojos. No había vuelto a la cabaña desde ese fatídico día, y no quería hacerlo. No obstante tampoco deseaba ver la cara de John Hubble.
—Vamos Ela —intercedió Sepia apretando sus manos con las de Eliza.
El tacto la hizo estremecer de pies a cabeza. Se olvidó por completo de que tenía miedo.
—Sólo será una noche, y todos vamos a estar juntos. No va a pasar nada —Sepia bajo mucho su voz—, yo te protegeré de lo que sea.
Los ojos de Sepia eran fuertes y seguros. Lo suficiente para que Eliza se sintiera protegida. Lo suficiente para decir que si.
Eliza trago saliva. Sepia estaba muy cerca de ella; tal como si fuese a besarla. Sepia quería hacerlo pero tal vez lo único que se ganaría sería una buena bofetada. Soltó a Eliza con delicadeza. Se alejó un poco para así evitar tentaciones.
—Piénsalo —musito Sofía en el oído de su amiga, sólo ella podía oírla—. Es la oportunidad para que te acerques más a el. Míralo esta entusiasmado por pasar la noche allí. Además sabes que John Hubble está aquí por el. Si vamos a la cabaña va a hacer todo lo posible por incomodar a Sepia, no puedes permitir eso.
—Esta bien —accedió la chica procurando que no se notará el temblor en sus piernas—. Nos quedaremos en la antigua cabaña.
Los chicos volvieron a empacar las cosas y se marcharon en silencio hacia la cabaña. Ray sabía donde estaba, había ido allí un par de veces, claro que sin Eliza. Sofía fue la encargada de llamar a el señor Chang para avisarle que no iban a llegar.
Le pidió que no dijera donde estaban, bajo la promesa de llegar muy temprano a el otro día.
Eliza caminaba lentamente, iba de últimas.
Caminaba detrás de Sepia, quien no dejaba de admirarse por la belleza del atardecer, del paisaje de plantas y árboles que los rodeaba.
—¿Falta mucho? —pregunto Sepia. Los demás iban muy lejos para poder oírlo.
—No —contestó Eliza sin separar la mirada del suelo—. Por ahí 10 minutos.
—Ela, tranquila todo va a estar bien —espetó Sepia al ver la cara de Eliza—. Eres muy valiente. Te admiro tanto porque eres mucho más valiente que yo. No te preocupes, yo voy a estar contigo
.
Eliza alzó la vista, se encontró con los ojos y la mirada de Sepia. El le daba tanta paz, así que decidió que no tendría miedo.
Iría a ese lugar y vencería su temor, y lo mejor era que lo haría con el hombre de sus sueños.
Sepia al principio había sido grosero y distante.
Pero ahora se mostraba como era, un chico tierno y comprensivo capaz de anteponer la necesidad de otros a la suya. Mucho tiempo estuvo perdido, en el fondo y no lo sabía.
Cada vez que trataba mal a alguien se sentía pésimo y sabía que ese no era el; que el no era así, que el era bueno, un chico increíble. Todos los veían menos el. Eliza le había ayudado a verse a si mismo, a encontrarse.
La cabaña aunque estaba abandonada, mantenía limpia ya que el señor Chang se encargaba de mantenerla aseada y libre de malezas. El señor Francisco siempre que iba a su propiedad visitaba ese sitio, porque le recordaba a su esposa muerta.
Era mucho más pequeña que la otra cabaña, pero se veía muy bonita.
—¡La puerta esta cerrada con llave! —exclamo Ray después de empujarla con fuerza—. No hay manera de entrar.
—La llave esta debajo de esa maceta —agregó Eliza que se encontraba apartada de todos—, es una roja.
Ray la encontró y después de un breve empujón la puerta se abrió. Ray y Javier sacaron sus móviles para alumbrar el interior. Afuera se sentía el frío, eran casi las siete.
—Esta todo bien —aviso Javier desde el interior— ¡Pueden pasar!
Sofía entró rápidamente. Sin embargo Eliza seguía en el pórtico, sin atreverse a dar un paso más.
—¿Pasa algo Ela?. Vamos a entrar, aquí hace frío —dijo Sepia.
El vestido de la chica se movía con el viento, lo mismo que su pelo.
Ella se encontraba totalmente estática sin atreverse a mover ni un sólo músculo.
—Debemos entrar, o va a hacerte daño el frío.
—No se…
Los ojos de Ela seguían distantes.
En otra ocasión Sepia no hubiese hecho nada.
Tal vez la hubiese dejado allí afuera muriéndose de frío. Pero ahora era todo distinto, sentía que era su deber cuidarla.
—Ven —murmuro Sepia tendiendo su mano hacia la chica—, entraremos los dos.
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