CAPÍTULO 12
Y es que habían podido tener al menos la delicadeza de avisarle que quien los llevaría a la cabaña era el mismísimo padre de Eliza; el comandante Payton.
El hombre llevaba su uniforme. Sepia se sintió intimidado ante la presencia del sujeto que empezó a mirarlo de arriba para abajo.
Inspeccionaba el muchacho que su hija dibujaba, aquel que le quitaba el sueño y había sido motivo de la última disputa familiar.
—Así que tu eres el popular Sepia —inquirió el señor, mientras miraba fijamente a él chico—. Eres mejor de lo que me imaginé.
—Un gusto conocerlo señor —saludo Sepia al hombre extendiendo su mano, pero este no quiso aceptarla—. Soy Sepia Stern Eblore.
—Soy el comandante Francisco Payton, muchacho —respondió el hombre; su tono era hosco y molesto—. Lamentablemente para mi no es un placer conocerte. Dejaré que vayas a mi cabaña sólo porque Eliza me lo pidió. Por mi parte te quiero lejos de mi hija lo más posible que puedas.
Sepia enmudeció por unos segundos. Después de eso recordó las palabras de su padre.
“Si alguien te inoportuna o te trata mal respóndele con amabilidad; Eso lo dejará sin palabras.”
—Señor le pido me disculpe si mi presencia le ofende —Sepia se molestó del tono que había usado el hombre hacía el—. Sin embargo sepa usted que estaré tan cerca de su hija tanto como yo quiera. Si su discordia hacia mí, es por mi condición o por las discusiones que he tenido con su hijo, déjeme decirle que se equivoca. Sólo soy amigo de su hija, nada más y mi condición no le afecta en nada.
—No es por tu condición que te rechazó —agregó el hombre cruzándose de brazos—. Es por lo que puedas hacerle a mi niña, no quiero que la hagas sufrir. Ella...
Y es que Sepia era un chico peligroso, no en sentido físico, sino emocional. El se acercaba a Eliza sólo para ser su amigo, pero para la chica era algo más. Sepia la tenía prendada por su manera de ser. Eliza a pesar del mal carácter de Sepia, sabía que en el fondo de su corazón había algo mas; Que en el fondo de su alma había bondad, ella podía ver lo que no estaba a simple vista, y su padre también.
Veía a el frente no sólo a un muchacho diferente, sino uno que tenía la capacidad de amar y de destruir. Sino amaba a Eliza la iba destruir para siempre, era una arma de doble filo.
—Papá ¿Pasa algo? —intervino Eliza saliendo del auto—. Hola Sepia, padre debemos irnos o se nos hará tarde.
—Hola Ela, sólo nos estábamos presentando —contestó Sepia mirando de reojo a la muchacha.
El comandante Francisco frunció el ceño ante la mención del diminutivo que le tenía a su hija.
—Perdona que lleve tanta maleta, mi madre exagero un poco.
Eliza se había sonrojado de pies a cabeza. Era la primera vez que alguien diferente a su familia usaba un diminutivo para referirse a ella. Además “Ela” se escuchaba demasiado tierno para no derretirse allí mismo.
—Tranquilo en la camioneta hay espacio para todos.
—Sucede algo, hijo.
La madre de Sepia decidió salir a ayudar a su hijo. Había visto desde la ventana todo lo sucedido y no se iba a quedar de brazos cruzados.
—Nada madre. El es el señor Francisco Payton , padre de Eliza —contestó Sepia, mirando a su madre—. Señor ella es mi mamá.
—Leonor Eblore —se presento la mujer.
Ella podía presentir el rechazo de alguien hacia alguno de sus hijos y era algo que no toleraba en ninguno de los casos.
—Francisco Payton, siempre será un gusto conocer a una mujer tan bella —dijo el hombre.
Tendió su mano hacia la señora Leonor. Pero ella lo había visto todo, así que no iba a responder a su saludo. Lo iba a dejar con la mano estirada tal y como el señor Francisco había dejado a Sepia.
—Lástima que no pueda decir lo mismo.
Sepia no pudo evitar sonreír al ver el desprecio de su mamá hacia el sujeto, quien se mostró evidentemente atraído por ella.
—¿Tu debes ser Eliza verdad? —cuestiono Leonor.
—Si señora.
Eliza se acercó hacia la madre de Sepia. Doña Leonor la miro fijamente, y luego de por supuesto darle el visto bueno. Sonrió abiertamente y le dio un abrazo.
—Eres una niña muy linda —agregó la señora Leonor.
Sepia miro con cuidado a Eliza, su madre jamás mentía, así fuera por cortesía. Ella se mostraba tal y como era siempre, y tenía toda la razón. Eliza se veía muy bonita con el vestido que había escogido para viajar.
—Te recomiendo mucho mi muchacho y te doy permiso de que le jales las orejas si se porta mal.
La sonrisa de Eliza se hizo mas amplia.
—No se preocupe señora, voy a hacerlo si es necesario.
—Vámonos Eliza, debo volver rápido —intervino el señor Francisco no muy contento con la situación—. Señora Leonor un placer conocerla. Tal vez podemos ponernos algún día de acuerdo, para poder ir a tomarnos un café.
—Me encantaría —respondió la madre de Sepia, con una sonrisa—. Le diré a mi esposo y lo llamaremos cuando estemos disponibles.
Sepia tuvo que aguantarse una carcajada. Esa era su madre, una mujer muy respetable.
La sonrisa del comandante Payton cayó por completo y Eliza no pudo evitar sonreír. Su padre era un hombre coqueto por naturaleza y desde la muerte de su madre estaba en la búsqueda de una nueva compañera. Sin embargo aun no la había hallado.
—Adiós madre, te llamo luego.
—Adiós hijo cuídate.
Sepia subió a la camioneta. Iba en la parte del medio, junto a Ray. Atrás iban Sofía y Javier, y Eliza iría de copiloto.
Eliza se despidió de un beso de la señora Leonor. La muchachita había logrado dejar una buena impresión en la mujer a pesar del comportamiento de su padre.
Rápidamente el señor Francisco acomodo las maletas de Sepia en la parte de atrás, y se despidió de un apretón de manos de la señora Leonor.
—Hola, ¿Cómo te fue? —inquirió Javier en voz baja, inclinándose desde el asiento de atrás—. ¿Te hicieron el respectivo interrogatorio?
—Me fue normal, y si el señor fue bastante “aterrador” —contestó Sepia, enarcando las cejas— ¿Siempre hace eso?
—Si, no te preocupes —respondió el chico—. Cuando se convenza de que no estas detrás de Eliza, te dejará en paz. Lo mismo nos sucedió a Ray y a mí.
El señor Payton subió al auto junto con su hija. Eliza estaba muy avergonzada por la forma en la que su padre había tratado a Sepia. Sólo esperaba que después de eso, Sepia no se mostrara más frío con ella. Más de lo que ya era.
—Una casa muy bonita —comentó Francisco colocando en marcha su vehículo—, tu padre es un hombre muy afortunado.
—Sí —farfullo Sepia, sabía que el obviamente se refería a su madre—. Todos somos afortunados señor.
—Bueno, supongo que tu no tanto —replicó el hombre—, lo digo por tu problema de piel.
Sepia sintió como la sangre se le fue para el rostro. Este tipo parecía ser mucho peor que su hijo. Quiso contestarle lago ofensivo, No obstante no le salieron las palabras. Sobretodo porque creía que tenía razón.
—¡Papá basta! —exclamo Eliza.
Odiaba que su papá insultara a cada hombre que se le acercará. Todo con la excusa de protegerla.
—Si vas a empezar es mejor que no nos lleves a la cabaña. Le pediré a Ray que conduzca.
—Esta bien, hija —se defendió el hombre—. Dejaré en paz a tu amigo; es sólo que tenía curiosidad.
—No te preocupes Ela —intervino Sepia, sacando su móvil y sus audífonos—, ya estoy acostumbrado a las preguntas sin sentido de la gente.
El padre de Eliza sonrió triunfante. Había logrado su cometido de importunar a el chico. Sepia se colocó sus audífonos, se desconecto del mundo y se dedicó a mirar por la ventana.
Eliza quería botar a su padre por la puerta del auto. Eso era lo que había hecho toda su vida, espantar los pocos chicos que se le acercaban. Para el sólo había un hombre perfecto. Con Ray y Javier al principio también fue así.
Cuando se convenció de que no querían tener una relación sentimental con Eliza los dejó en paz. Y así sucedería con Sepia.
El trayecto hacia la cabaña, estuvo lleno de silencio. Sepia seguía mirando por la ventana y Eliza se hizo la dormida, solo para no oír las indirectas de su padre. Ray no paro de comer según el para no marearse.
Javier y Sofía no tengo que entrar en detalles sobre lo que hacían, ya ustedes se lo imaginarán.
El lugar era un verdadero paraíso. Lograron llegar antes del atardecer. La cabaña se levantaba impetuosa en medio de un bello jardín. Habían rosas, gladiolos de varios colores, hortensias, lavandas y muchos girasoles. Las aves revoleteaban de un árbol de pino a otro y ofrecían un paisaje visual encantador.
Una pareja esperaba atentamente la llegada de la camioneta. Había junto a ellos un bello perrito, que Sepia reconoció de inmediato como Fausto. Quien esperaba a su dueña batiendo la cola.
La pareja era de origen oriental y se vestían como los chinos de las dinastías antiguas. El hombre se afano en ayudar a el señor Francisco a bajar las maletas.
Sepia salió del vehículo al mismo tiempo de Eliza, quien con su mirada le quería pedir disculpas.
Ray descendió y empezó a hacer movimientos de brazos según el para desentumirse. Después de saludar a la señora Tay y al señor Chang, salió prácticamente corriendo al baño. Había un camino empedrado que conducía hasta el interior de la vivienda.
Sofía ayudó a Javier, ya que le dolía la pierna por tenerla tanto tiempo estática. Ellos también siguieron hacia la cabaña. Sepia se quedo de pie cerca de Eliza, no tenia la confianza suficiente como para seguir hacia el interior de la vivienda como pedro por su casa.
—Sepia ella es la señora Tay, y el señor Chang —les presentó Eliza, miro de reojo a el chico—. Son ellos los que se encargan de cuidar la cabaña —ahora miro a los señores—. El es Sepia; un amigo.
—Un gusto conocerlos —respondió Sepia.
La pareja en vez de saludar como lo hacían los demás; unieron sus manos e hicieron una reverencia con la cabeza. Sepia los imitó, se sentía un poco incómodo de estar rodeado de tanta gente extraña. Sin embargo había visto ese tipo de saludos en las películas.
—Un muchacho muy simpático —comentó la señora Tay.
Empezó a mirar a Sepia fijamente, sus ojos eran inquisidores. Como si quisiera sacar de lo más profundo del alma del muchacho sus más oscuras intenciones.
—Y de un gran espíritu, pero no será suficiente para enfrentar lo que te depara el destino, la única respuesta es el amor —concluyó la señora.
—Señora Tay por favor, no abrume a el niño con sus predicciones —se burló el señor Payton llegando al lado de los muchachos—. Y tu Sepia discúlpala. La señora Tay es vidente y le gusta vaticinar el futuro. Aunque casi siempre sean cosas malas.
—No hay problema —concedió Sepia encogiéndose de hombros—, no creo en esas cosas.
—Sepia puedes seguir —hablo Eliza.
Aun conservaba ese toque de timidez en su voz cuando se dirigía al muchacho.
—Señora Tay por favor lleve a Sepia a la sala y ofrézcale algo de beber.
—Si señorita.
Sepia siguió a la señora Tay y al señor Chang en silencio. Llevo sus maletas el sólo. Cuando iba a ingresar a el inmueble volteó lentamente para encontrarse a Eliza discutiendo con su padre.
No lograba oír lo que hablaban, pero sabía que estaban discutiendo.
La entrada de la casa estaba alegre y llena de vida. La decoración era toda de la cultura china, con sus gatos tan bonitos y sus muñecas chinas. La sala era amplía, Ray estaba esparramado en un sillón. La cabaña tenía un segundo piso y era muy hermosa.
Sepia se sentó en silencio mientras la señora Tay desaparecía hacia donde se creía era la cocina.
El clima era mucho más cálido que en la ciudad y Sepia empezó a sentir que se acaloraba dentro de su camisa. Tendría que usar menos ropa y camisas sin mangas; a el no le gustaba ese tipo de vestimenta ya que le daba terror que la gente viera sus manchas.
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