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11; el profesor moody

Cuando la rubia despertó, le dolía la cabeza y sentía el cuerpo pesado. Se había quedado con George hasta eso de las cuatro, aproximadamente, por lo que apenas había dormido algo. Sólo deseaba que ese día terminara y poder irse a dormir.

Entró al baño y se ruborizó al ver su aspecto, tenía el cabello revuelto y marcas en el cuello que, obviamente, tendría que cubrir con maquillaje.

Se duchó con agua fría, intentando despertarse; sin embargo, las imágenes de la noche anterior no paraban de amontonarse en su cabeza, haciéndola sonreír levemente. Le gustaba George, muchísimo, le gustaba estar con él y le gustaba la devoción con la que el pelirrojo hacía las cosas. Le gustaba cómo la miraba, como si no pudiera creer lo que tenía enfrente, como si fuera perfecta.

Intentó ignorar los pensamientos intrusivos que amenazaban con arruinarle la felicidad, la cicatriz de Aldridge aún estaba en su abdomen, recordándole lo que podía ocurrir si se comportaba así. Casi al instante la invadió un miedo irracional y se talló el cuerpo con fuerza, como si eso pudiera borrar lo ocurrido.

Pensó en cómo se había ofrecido a George, cómo le había permitido que hiciera con ella lo que quisiera y cómo lo había disfrutado. Le molestaba que, a pesar de las consecuencias que podía tener, no cambiaría nada, incluso lo volvería a hacer.

Cuando salió del baño, sentía estarse volviendo loca. Una parte de ella le recriminaba haberlo hecho, le reprochaba su falta de juicio para tomar decisiones; la otra le recordaba que quería a George y, si estaba en lo correcto, él a ella.

Salió de la sala común sola y se dirigió al Gran Comedor, no había ni rastro de Blake y supuso que se había quedado dormido o se había adelantado.

—Hola, rubia —la saludó un sonriente George Weasley en la puerta del comedor.

Isabella le sonrió y dejó que el pelirrojo la guiara a la mesa de Gryffindor, sentándose al final.

—¿Cómo amaneciste? —preguntó el pelirrojo.

—Supongo que mis ojeras cuentan parte de la historia —masculló la chica, haciéndolo reír.

• • •

—Te lo digo en serio, Katie, es falso —murmuró Angelina a su amiga.

Se encontraban sentadas en la mesa de Gryffindor en el Gran Comedor, a unos metros de donde desayunaban George e Isabella Malfoy, ambos se veían sonrientes.

—No lo parece... Míralos, no borran la sonrisa del rostro y ayer los vimos que se metieron a una de las aulas vacías.

—¿Y? Fred me lo dijo, Malfoy le está pagando para que finja ser su novio, es obvio que tienen que hacer ese tipo de cosas.

—No sé, Angie... no me lo parece. Tú los viste en la fiesta, no se soltaron en toda la noche.

—¡Porque es su trabajo! —exclamó la morena, llamando la atención de algunos alumnos a su alrededor. Respiró con fuerza intentando calmarse—. Es en serio, ayer interrogué a Fred hasta que soltó la verdad, estaba tan ebrio que seguro no recuerda que me lo contó.

—Eso no está bien —se quejó su amiga—. Suponiendo que fuera cierto, no debiste presionarlo así...

—Eres mi mejor amiga —la cortó— y vi lo triste que estabas ayer de verlos juntos, yo sabía que algo raro pasaba entre ambos, sólo necesitaba que Fred lo confirmara. Nunca pensé que Malfoy sería capaz de tanto.

—Eso. ¿Por qué Isabella Malfoy se molestaría en pagarle a alguien para que finja ser su novio? Es bobo de sólo pensarlo, quizá no me agrade pero es guapa y nada en dinero, seguro sus padres tienen ya más de una opción.

—No sé por qué lo esté haciendo, Fred no quiso hablar más pero estoy segura que es verdad.

Katie la miró dudosa, sin saber qué decirle, su amiga parecía tan empeñada con la historia que era difícil no creerle. Sin embargo, era inverosímil, de sobra sabía que Isabella no necesitaba hacer nada de eso, tal como le había dicho a Angelina, era guapa y de buena familia, no tenía necesidad de rebajarse en ningún aspecto.

—No sé... —murmuró la Gryffindor y observó a la pareja.

George sonreía de oreja a oreja mientras conversaba con Isabella, quien estaba de espaldas a ella. Se habían sentado uno junto al otro y el pelirrojo la abrazaba por los hombros. No lucían incómodos, al contrario, parecían estarla pasando de maravilla. Si fuera fingido... seguro algo los delataría, no se mostrarían tan felices el uno con el otro.

—Te lo digo en serio, Katie —insistió Angelina al ver que la mirada de la chica estaba clavada en la pareja.

—Sea lo que sea que esté pasando entre ellos no pienso meterme, Angie, y tú tampoco. George dejó las cosas muy claras al no responder ninguna de mis cartas e ignorarme ayer en el tren, en la cena, en la fiesta...

—Sólo porque Malfoy le está pagando para que lo haga.

—No importa la razón, no quiero ser parte de eso, ¿oíste?

Angelina la miró mal pero asintió, la decisión final era de Katie y ella no estaba muy segura de que fuera verdad lo que le había contado. No después de verlos juntos, George la miraba como si fuera la única persona en el mundo, sonreía cuando estaba con ella, la abrazaba y le daba la mano. Ni hablar de la fiesta, apenas se habían soltado los labios y había visto que, en más de una ocasión, las manos del pelirrojo casi le rozaban el trasero a la chica, quien parecía estar cómoda con la situación. No, definitivamente no había nada fingido en ellos.

• • •

—Fred y yo nos inscribiremos al torneo de los tres magos —le comentó George a Isabella mientras caminaban a clase.

—¿Al qué?

—Al torneo de los tres magos, lo informaron ayer en la cena, ¿no recuerdas?

La vio fruncir el ceño y se preocupó por ella.

—No...

—¿No fuiste al baño o algo así? —Isabella negó con la cabeza y la miró con una creciente angustia.

—La cena de ayer fue extraña —confesó la chica al cabo de pensarlo unos segundos—. Estuve incómoda y nerviosa, no pude hacer otra cosa... Blake intentó hablarme pero apenas podía escucharlo.

—¿Como si estuvieras en un trance? —la chica asintió.

—Sé que sonará raro pero... el profesor Moody no paraba de observarme y algo ocurrió, no entiendo...

George le apretó la mano e Isabella le sonrió levemente pero a leguas podía notar que se encontraba preocupada, él mismo lo estaba. Parecía haber una fuerza externa que se esforzaba en atormentar a Isabella, no importaba dónde estuviera, la seguía a todas partes.

Llegaron al aula de Defensa Contra las Artes Oscuras y se sentaron juntos en una de las bancas del centro. Pudo notar que Isabella miraba a todas partes inquieta y, después de lo que le había contado sobre Ojoloco, dudaba que hubiera otra forma de comportarse. Le acarició el cabello y la chica le sonrió levemente, sin embargo, sus ojos delataban lo asustada que se encontraba.

Le molestaba sentirse impotente cuando de cuidar a Isabella se trataba, a pesar de prometerle que la protegería de todo y todos muchas veces sentía que eso no era suficiente, después de todo, se trataba de Aldridge y Lucius Malfoy, quienes no eran precisamente conocidos por su moralidad o buena conducta. Si quería proteger a Isabella necesitaría mucho más, ¿pero qué?

La noche anterior la había pasado de maravilla con ella, apenas había podido dejar de admirarla, la rubia era perfecta. Le gustaba tenerla cerca, le gustaba besarla y tocarla, le gustaba también la mirada que la rubia le dedicaba, no sabía qué significaba pero había algo en ella que le fascinaba. Estaba consciente que Isabella sabía que le gustaba, que quizá todo había comenzado por poner su nombre en un papel pero en ese momento era mucho más que eso: estaba enamorado de ella y de nada serviría negárselo. Eso sí, no tenía ni idea de cómo decírselo o si debía decírselo siquiera.

Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando Ojoloco entró al aula azotando la puerta y cojeando, al instante miró a sus alumnos con curiosidad, deteniéndose en Isabella, quien se encogió en su asiento. La rubia tenía razón, el profesor no le quitaba la vista de encima.

Ojoloco dio una agresiva introducción a la clase, criticando a todos sus anteriores maestros y a Hogwarts, tachándola de mediocre y con tantas carencias que era imposible enumerarlas. Después se soltó a hablar sobre la muerte y diversas torturas practicadas por magos tenebrosos, con quienes parecía tener una especial admiración. Para los treinta minutos de clase, los alumnos estaban tan incómodos que varios habían salido al baño y los demás miraban a todas partes intentando evadir la mirada del profesor, quien había comenzado a preguntar nombres.

—¡Malfoy! —exclamó de pronto, haciendo a la rubia sobresaltarse—. ¿Cómo está su padre?

La rubia no respondió de inmediato, miraba al profesor con desconfianza.

—Bien —respondió al cabo de unos segundos.

—Seguro que sí —dijo el hombre con un deje de sarcasmo—. Usted misma, ¿qué es un juramento inquebrantable?

Sintió a Isabella tensarse a su lado, la clase la miraba fijamente y Moody caminaba hacia ella.

—Le hice una pregunta —dijo el hombre cuando estuvo frente a la rubia, quien mantenía la vista fija en él.

—Que se contesta sola.

El hombre rió sin ganas y acto seguido golpeó el escritorio donde estaban sentados, haciéndolos sobresaltarse, sin embargo, ninguno hizo nada. El rostro del profesor lucía desencajado, estaba furioso.

—Explíquenos aun así.

—Es un juramento que no puede romperse —murmuró la rubia, quien había bajado la mirada.

—¿Qué pasa si lo haces?

—Te mueres.

Ojoloco asintió sin quitarle la vista de encima a Isabella, quien evitaba mirarlo.

—¿Ha visto uno, Malfoy? —Isabella se quedó callada, George notó lo tensa que estaba y que estaban todos, sin dejar de mirarla—. Responda.

—No —musitó la chica.

—¿No? —inquirió Ojoloco, como si supiera lo que había detrás de la chica.

—No —confirmó.

El hombre asintió y esbozó una ligera sonrisa, sin quitarle la vista a la rubia, quien al cabo de unos segundos se puso de pie y se encaminó a la puerta con sus cosas.

—No he dicho que se pueda ir, Malfoy —habló Moody.

La Slytherin lo ignoró e intentó abrir la puerta pero ésta no cedía, por más que la rubia forcejeó con ella. George estaba seguro que nunca había visto a ningún profesor hacer eso, tampoco ser tan personal con ningún alumno, ni siquiera a Snape, quien tendía a los malos tratos y faltas de respeto. Pensó que quizá Ojoloco tenía cierto rencor hacia Lucius Malfoy y se desquitaba con su hija.

—Vuelva a su lugar —indicó Moody.

La rubia no se movió, continuaba frente a la puerta y George se tensó cuando Ojoloco se acercó cojeando hacia ella. No pudo escuchar lo que el auror le decía pero casi al instante, Isabella volvió a intentar abrir la puerta con desesperación bajo la mirada atenta del hombre, quien parecía bastante entretenido con la situación.

George se puso de pie y se acercó, al instante la mirada asesina de Ojoloco lo detuvo. No había que ser un genio para ver que lo único que había en ella era demencia.

—Déjela ir, profesor —le dijo Weasley.

—¿Y eso por qué, Weasley?

—Quiere irse —obvió George.

El aula los miraba atentos a todos, Isabella mantenía la mano en la puerta intentando abrirla, cedió al cabo de unos segundos en completo silencio. La rubia salió casi corriendo y George la siguió, ignorando a Ojoloco y al resto de la clase.

• • •

Katie observó a Isabella Malfoy intentando abrir la puerta del aula de Defensa Contra las Artes Oscuras, desde donde estaba sentada alcanzaba a ver que las manos de la chica temblaban y estaba a punto de soltarse a llorar. No la culpaba, Ojoloco se había ensañado con ella. Parecía personal, incluso. Las cosas habían empeorado cuando el profesor se había acercado a ella y le había dicho algo que no alcanzó a escuchar, en ese segundo Malfoy intentó abrir la puerta con mayor desesperación. George no tardó en aparecer a su rescate y el hombre, finalmente, la dejó ir.

Después de la situación, Ojoloco les permitió salir, pidiéndoles un escrito sobre las maldiciones imperdonables. No había mucho qué decir sobre él, salvo que estaba loco de atar.

Caminó con Angelina y no tardó en unirse Fred, quien llevaba las cosas de George.

—¿Qué le ocurrió a tu cuñada? —preguntó Angelina a lo que Fred se encogió de hombros.

—No vamos a hablar de eso —la cortó el pelirrojo, ganándose una mirada molesta por parte de su novia.

Se dirigieron a la siguiente clase sin hablar, a leguas se notaba que Angelina estaba furiosa y Fred no parecía estar contento, Katie no lo culpaba, por lo que su amiga le había contado, estaba bastante enfrascada en el tema de Isabella.

De algo estaba segura, a Fred no le caía mal la rubia y tampoco parecía incómodo o molesto de que su hermano anduviera con ella. Los había visto conversar en la fiesta y, de nuevo, no había nada extraño o que comprobara que lo que decía Angelina fuera cierto.

No obstante, no podía evitar pensar que había algo raro en todo eso. ¿Cuándo había iniciado el romance entre Isabella y George? Nunca los había visto conversar, ni tampoco frecuentarse. Sabía que se sentaban juntos en Pociones y alguna vez los había visto sonreírse pero nada fuera de lo común, no parecía que hubiera un interés entre ellos. Y George llevaba enamorado de ella desde segundo curso, ¿en qué momento había cambiado eso?

Sabía lo mal que se escuchaba pero en ese momento quería al pelirrojo y sí, sabía que el hecho de que George tuviera su atención puesta en alguien más le hacía quererlo de vuelta. Era egoísta y estaba consciente de ello, era por eso que no quería hacer nada para interferir entre la Slytherin y Weasley, quien parecía genuinamente feliz.

De cualquier manera, lo extrañaba. Nunca la había mirado como miraba a Isabella Malfoy y eso le molestaba, había cierta complicidad entre ellos que envidiaba, como si llevaran años de conocerse. Se preguntó si existía un futuro para ellos, no era desconocido lo elitistas que eran los Malfoy y lo pesados que podían llegar a ser con el tema de las familias, seguro le pondrían más de una traba a George.

Continuó dándole vueltas al tema durante un buen rato, hasta que decidió salir de la clase para ir al baño y despejarse, topándose con una Isabella Malfoy llorando y lavándose el rostro en el lavabo. La rubia la ignoró, no la miró en ningún momento ni tampoco dijo nada, se limitó a limpiarse el rostro.

—¿Estás bien? —le preguntó Katie al cabo de unos minutos en silencio.

Isabella la miró y se sintió pequeña frente a ella, quizá la rubia estuviera llorando pero continuaba teniendo esa característica mirada de los Malfoy. Sus ojos eran de un gris brillante y no pudo evitar notar el magnetismo que había en ellos, su mirada era fuerte y segura, además de ser más alta que ella y con una postura envidiable. Isabella Malfoy destilaba grandeza por cada uno de sus poros.

—Sí, gracias —respondió sin dar pie a que la conversación continuara.

Isabella tenía un marcado acento, desde primer grado había sido así. La observó por unos segundos y, hasta cierto punto, entendió su relación con George. La rubia llamaba la atención de sólo mirarla y era claro por qué el pelirrojo estaba enamorado de ella, era muy hermosa y un misterio, de esos que dan miedo desvelar.

La rubia la atrapó mirándola y al instante bajó la vista avergonzada, era cierto que no podía parar de admirarla.

Vio que la chica salía del baño y George estaba esperándola, al instante el pelirrojo la abrazó contra sí y por la forma en que la rubia se dejó envolver en sus brazos supo que era real. George Weasley e Isabella Malfoy se querían.



Muchas gracias por leer, votar y comentar<33. La verdad es que disfruto mucho de escribir esta historia, creo que es la historia más personal que he escrito hasta el momento y me alegro mucho de ver que les gusta. Gracias por tanto<3.

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