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9. Que no te estrese el martes trece

El fin de semana anterior fue, quizá, el fin de semana más extraño de su existencia. La tarde del sábado, posterior a su salida —no cita— con Alan, estuvo tan despegado de la realidad que no tuvo idea de en qué momento le respondió el maldito teléfono a Bastian; mucho menos supo la manera en la que logró tener una plática fluida sin echarse a llorar.

Su hermano mayor lo bombardeo con un cuestionario, muy de hermano mayor, al iniciar la llamada. Andrés dio a relucir todos sus talentos mitómanos. Una vez maquilladas sus dudas, Bastian le regaló un resumen de sus últimos meses, tan largo como innecesario. 

Que su prometida esto, que Lollia aquello, que sus mascotas lo otro; que casi muere cuando, hace unas semanas, se enteró que ya no trabajaba como subdirector administrativo en la empresa donde él mismo lo recomendó. Que casi se muere, de nuevo, cuando supo que renunció por cuenta propia. Que estaba invitado a su boda.

Que lo había extrañado mucho en Navidad, que, por favor, no volviera a preocuparlo así. Que mamá había enfermado esos meses, que hierva mala nunca muere. Que haría todo lo posible por ir de visita la próxima semana.

Cuando colgó, tuvo el impulso de azotar su Nokia. Luego se puso a jugar a la viborita hasta pasada la una de la mañana.

Rompió record.

Los lunes son más tolerables que los martes, aunque eso no significa que le gusten; mucho menos que lo hagan feliz.

Una vez pasado el tren, Andrés regresa a la cama para dormir otros cinco minutitos, esos cinco minutitos se hacen hora y media. Y ahora corre, corre y corre a la parada del camión.

Como todos los lunes, llega tarde al trabajo.

Al llegar, Thiago no le grita en frente de todos como es su costumbre, en cambio solo lo mira de muy mala gana.

—Se te durmió el gallo, ¿ve'a? —dice y una mueca burlona se le forma en la cara.

—¿Gallo?

Lo ve torcer los ojos, bufar quedito.

'Orita te me vas a recoger unos volantes. ¿Sabes on'ta el local de Mosli?

—Sí, per-

—Entonces te me vas de una.

Andrés no responde, no replica; pierde. Se hace tan chiquito que sale por debajo de la puerta, mientras maldice la descendencia futura de Thiago Martínez Carvajal.

En la camioneta blanca, —que ahora sabe es de Mario, no de Alan—, el viaje de ida es de treinta minutos; en camión es casi una hora. 

La misma canción de Alex Ubago reina las bocinas del camión que toma. Andrés, que lleva una mochila más pesada de lo que debería, comparte asiento con un pelón que cubre su calva con un gorrito navideño y lee atento el test de un periódico.

"¿Es usted homosexual?"

Andrés contesta mentalmente todo el test y el pelón espera a que Andrés termine, para poder cambiar la página. 

"Puede que usted presente una leve inclinación por el homosexualismo".

«Puta madre».

Maribel Guardia protagoniza la siguiente hoja.


El local de Mosli es tan agradable como Mosli misma: tiene jirafas pintadas por todos lados y pequeños rótulos en 3d. Huele a tinta, a papel, a desodorante. Alan lo trajo un par de veces y ese par de veces se quedó a esperarlo en la camioneta, así que es la primera vez que entra.

Mosli lo saluda, sonriente. Andrés piensa en la remota, pero agradable, posibilidad de un parentesco sanguíneo entre Alan y ella. Sonríe también y toma asiento, mientras espera a que Mosli acabe de cortar los volantes. 

Un disco de Manu Chao se reproduce en las bocinas. Mira a la chica cantar e ir, de la impresora a la cortadora, al ritmo de la música.

"¿Qué horas son, mi corazón?"

A Andrés le hiper mega mama Manu Chao.

"¿Qué horas son, mi corazón?"

La espera es amena, la tranquilidad reina y luego, cuando empieza a sentir sueño, la voz de Alan desde la entrada del local irrumpe como autentica maldición.

—¡Mosli! —La voz del tajeño está saturada de entusiasmo—. ¡Mocedades Amparo! 

Mosli pela los ojos, sonríe. Alan entra, va con ella y la abraza. Andrés mira al resto de Los Juglares entrar al local; la felicidad en ellos es palpable, como si un millonario desahuciado los hubiese puesto en el testamento. Incluso Thiago parece alegre.

—Se logró, shasha¹¹. ¡Se logró, mi bien! —dice Alan y Andrés quisiera volverse avestruz.

—Un conocido del Mario le enseñó nuestras canciones a un cabro¹² que tiene una disquera. —Janette se adelanta a explicar—. Acaba de hablar por teléfono, ¡nos quieren ver mañana! ¡Nos vamos a la capital!

—¡"Rostro novela" va a estar en la radio! —grita Alan.

Los ojos de Mosli se cristalizan, se hunden en felicidad y suelta un gritito que da pie a la celebración colectiva. Alan la abraza de nueva cuenta y pronto se vuelve un abrazo de cinco. Andrés, que aún no es avestruz, solo sonríe. 

Cuando el abrazo concluye, la incomodidad en él aumenta.

—Nos alistamos de una, mi bien —dice Alan.

Shicato —dice Janette, parece que se dirige a él—. Alan nos dijo que eres abogado, ¿apoco sí?

Mierda, sí se dirige a él.

—Así es.

—Queríamos preguntarte si nos eshas la mano mañana, para lo del contrato. Te pagamos, claro.

Entonces Andrés busca los ojos de Alan. El moreno lo mira, le sonríe.

—Dale.

Y el festejo está vez lo incluye, porque Alan lo abraza también y le susurra un "Mushas gracias, güerito". 

El pelo de Alan huele a café, a limpio, a homosexualismo inminente.

El viaje en carretera desde La Platea hasta Aute es de cinco horas. En la primera de ellas, Andrés se la pasa dormido en el asiento del copiloto. Alan conduce y el resto de los Junglares no paran de hablar. 

Cuando el olor de pollito asado inunda la camioneta —que es una rentada, no la de Mario—, Andrés despierta y Alan le tiende un plato de unicel con tres piezas de pollo y arroz, también le da una lata de Sprite. Andrés se siente en el cielo.

Trece de abril en el calendario. Charly García, Cerati, Los Bunkers, Manu Chao, Caifanes y Buitres los acompañan durante todo el rato. Un pequeño saltamontes va cómodo en la guantera, abrigado por las risas, por la bendita epidemia de felicidad. 

Los paisajes a través de la ventana se sienten mágicos. El aire que azota su pelo, las risas de sus compañeros, la música y las miradas cómplices que Alan le regala le provocan una sensación similar a cuando toca el bajo. De repente es libre, libre como un pájaro semi-pelón en una carretera desierta. El mundo es suyo y no hay deidad que pueda pararlo.

El trafico capitalino es el verdadero infierno, así como toda la urbanidad; pese a ello, las prisas aún le son ajenas. 

Sobre ruedas conoce un poquito más a quienes están a bordo: los gustos raros en las botanas de Mario, la parte amable de Thiago, la manía de Mosli por morderse las uñas; la necedad de Janette por fotografiar todo con su BlackBerry y el enorme amor que Alan le tiene a su familia, solo comparado con el amor enloquecido que Cristo le tiene a toda la puta humanidad.  

Andrés se siente parte y, de igual forma, deja ver un pedacito de su ser.

Y ahora, enfrente del edificio, Andrés se siente una hormiguita de ciudad. Cuando nota la respiración irregular de Alan, puede asumir que está rodeado de hormiguitas. 

Es ahí, antes de entrar, donde Alan toma su mano y el pulso de Andrés se detiene de forma abrupta. 

Una nave espacial les hubiese caído encima si no fuese por la llegada King Kong al rescate. Sin embargo, un par de meteoritos caen sobre King Kong y el pobre chango se hace mierda junto con ellos y con la ciudad entera. Mañana, en el periódico, la segunda página anunciará la caótica aniquilación de la capital del país, pues en primer plana estará Maribel Guardia: 50, sexy, plena y perfecta.

El agarre de Alan se intensifica, lo siente temblar y Andrés reencarna una y otra vez. Pasa sus dedos por el dorso de su mano, en finalidad de buscar un poco de alivio para el moreno, y puede sentir como su cuerpo se evapora. En el momento que Alan hace lo mismo, Andrés se funde con el todo y queda esparcido en microscópicos pedacitos, que vuelan por todas partes.

Un codazo bien sembrado aterriza en su espalda, cortesía de Thiago. Andrés se materializa al instante sin soltar el agarre contrario.

Cuando Alan Landero comienza a caminar, las manos de ambos se entrelazan y Andrés se siente en el papel que le corresponde: el secundario relevante que acompaña al protagonista, la sensación es extraña y le encanta.

En ese momento Andrés Anthares habría muerto gustoso si al desarrollo argumental de Alan Landero le fuera preciso. Le habría construido un universo de bolsillo, hecho con saliva y un par de trozos de servilleta.

Le habría pedido que, por favor, se largará de ahí en ese mismo instante, que no regresará jamás. Le habría cortado el pelo y quemado, junto con toda la puta ciudad.

11. Shasha: Abreviación de "muchacha", usado en el norte de Albanta para referirse a una chica.

12. Cabro: Referente a una persona que ocupa un cargo importante.


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