8. Ya no ve la novela
En alguna parte leyó que los artistas se envuelven en otra piel al estar sobre el escenario; en esa "otra piel" son capaces de provocar sensaciones al espectador como parte del "otro" mismo, sensaciones ajenas que solo existen al momento y luego se desvanecen.
En el teatro, por ejemplo, puedes odiar a un personaje o enamorarte de él. Sin embargo la emoción desaparece cuando cae la puesta en escena.
Esa explicación le da a Andrés Anthares la tranquilidad suficiente para seguir con su día a día.
Luego del recital, tuvo la tan ansiada prueba de bajo y Alan lo aceptó de inmediato. Después de una breve charla, donde ninguno se atrevió a mirarse a los ojos, Alan le presentó al resto de la banda; con excepción de Thiago, quien no le dirigió ni la palabra.
Andrés tenía familiaridad con sus nombres, pues el moreno le hablaba bastante seguido de ellos. Al conocerlos pudo entender a la perfección porque eran sus amigos, pues todos tenían dos cosas en común: acento tajeño —en distintos grados— y un cariño palpable por Alan Landero.
En la batería, Mario, el tercero al mando de su trabajo y a quien imaginó más moreno. En el teclado, Mosli, su mejor amiga, que está a cargo de un taller de diseño gráfico, y a quien imaginó menos guapa. En percusiones, Jannette, segunda al mando en el taller, diseñadora de todo el performance de la banda junto con Mosli, y a quien imaginó más enana.
Los tres amigaron con él de forma instantánea y Andrés correspondía con sonrisas nerviosas y monosílabos de afirmación.
¿Te gusta AC/DC? ¡Verda' que es re buena banda! Al Alan no le gusta, ¿crees? ¿Te gusta Green Day? ¡Oilo!, es de los míos.
Pasadas las dos de la mañana, Andrés se fue del bar. No sin antes agradecerle a Alan por la invitación y despedirse del resto.
El miércoles, Alan le entregó una hojita con una lista de covers que solían incluir en su setlist, la mayoría eran temas populares del rock en español y temas no tan conocidos de bandas conocidas. También le dio una USB donde, le dijo, venían grabadas todas sus canciones originales, que si bien no eran muchas, era necesario que se aprendiera todas, aunque sea de a poquito.
Andrés la aceptó y al llegar a casa recordó que había vendido su laptop. El jueves tuvo que ir a un ciber, a unas —muchas— cuadras de su departamento, a quemarlas en un CD; de paso revisó su correo electrónico. Vacío.
Para ser sinceros, Andrés había quedado verdaderamente enamorado del sonido de los Juglares del Siglo Ausente. Cuando Alan le habló de su banda, Andrés imaginó que se trataría de algún proyecto entre amigos hecho por mera diversión, cuyo mayor éxito era tocar bien "De música ligera". Lo que encontró escupió, humilló y luego volvió a escupir sus estándares creativos. Tanto que lo hacía dudar de su propia capacidad artística.
Al escuchar de nuevo las ocho canciones originales de su presentación, esta vez grabadas, surgieron en Andrés un par de incógnitas al rededor de tres liricas que despertaron su interés. Tenía entendido que Alan era el compositor principal, aunque igual quería preguntar por si no fuese el caso.
Esa semana se hizo corta, bastante. La fortuna de llegar a viernes no fue tan milagrosa, pues los días anteriores habían sido relajados.
El viernes en la tarde, al regresar al barrioestación, se encontró con Eloy en la puerta de su casa. Que iba a hacer un viaje, que no iba a estar en la ciudad, que por favor le diera la renta de abril y mayo a finales de este último. Andrés le dijo que sí a todo.
Cuando el panzón estuvo apunto de abordar su auto, un indigente se le acercó a pedir una moneda y Eloy simplemente aceleró. Andrés le dio diez pesitos y una disculpa en nombre de toda la humanidad; después su mismo gesto amable lo hizo sentir extraño.
Hoy, sábado por la mañana, se encamina a su primer ensayo con los Juglares del Siglo Ausente, que casi siempre tiene lugar en casa de Mario. Por suerte son solo ocho cuadras de camino, así que va despacio. Son él, su ampli, su lata de Sprite y su bajo Fender contra el mundo.
Si no tuviese un Nokia —y un problema en los oídos— habría retomado ya el buen hábito de llevar siempre audífonos, a donde sea.
Al llegar, Alan abre la puerta y lo recibe con un "¡Buenas güerito!", con esa sonrisa amigable que reluce cada vez que están cerca. Andrés también sonríe, también saluda.
La casa de Mario es una casa propiamente dicha: con jardín, pasto, perro, un comedor aparte de la cocina y un garaje. Este último, según lo dicho por Alan, lo ocupan para ensayar y para guardar la mayoría de las cosas que se utilizan en el show.
Mosli es la segunda que saluda. Su pelo teñido de rojo, muy rojo, está mojado y brillante, al igual que sus dientes. Luego, Mosli se acerca a Alan y lo abraza. Alan la abraza también y entre risas ambos se miran a los ojos, de la misma forma que lo harían dos hermanos que no se han visto en años.
Entre las risas de Janette, las quejas de Thiago, los porros de Mario y lo que sea que Alan y Mosli intentan cantar; Andrés se siente un extra, contratado por dos horas solo para tocar el bajo. Esa sensación de estar de sobra lo acompaña hasta terminar el ensayo.
Alguna vez Andrés también tuvo amigos. (¿Alguna vez tuvo amigos?)
Luego, al caminar junto a Alan por el barrioestación, retoma un poco el protagonismo.
La una y media de la tarde y Alan se dirige a la parada del camión y Andrés, que toma el mismo camino en dirección a su casa, está a su lado. Ambos van lento, bajo un sol que apenas calienta.
Alan, con el cabello suelto y la Squier Telecaster en la espalda, le sonríe y, sin el mínimo rastro de decencia humana, le dice:
—No te hayas mucho con la gente, ¿ve'a?
Entonces la cabeza de Andrés revienta. ¡Pum! Cachitos de cerebro caen por todo el barrioestación y embarran la cara de los dos señores barrigones que toman cerveza afuera de su casa y del pobre Alan Landero, quien está atónito por provocar la muerte de Andrés Anthares.
—¿Por?
Silencio.
—Cuando te conocí pensé que eras medio mamador. Te vi llore y llore en el bar; alto, güero y con trajecito y dije "nhaaa, este anda re perdido" —dice Alan y sonríe—. Pero eres buen pedo, mi bien. Eso mismo le digo al Thiago... pero él sí es medio especial y pues... se entiende, ¿no?... es como el hermano mayor, ¿ves? Como que siempre anda re preocupado por las tarugadas del Mario y yo... pero es buen pedo también.
Andrés no entiende nada y Alan continua:
—Mario es como el hermano chiquito; chiquito y pendejo. Los tres nos criamos juntos ahí en el Tajo. Cuando nos venimos pa' La Platea no sabíamos pa' donde arrancar y fue que conocimos a Mosli y a la Janette... nos echaron harto la mano... Ellas igual son del Tajo pero hasta acá las conocimos... antes no... Aquí la gente es bien pinshe prejuiciosa, nomás te escushan hablando así y como que te ponen cara y te dicen "no, no, te llamo luego" y es un chancle ⁹ encontrar buen jale.
—Me imagino...
—N'ombre, si te contará. ¿Tú eres de acá de La Platea?
—No, de la capital... de Aute.
—Ah, si'cierto. ¿Y cómo son las cosas por allá?
—Meh, masomenos...
—No te hayas mucho con la gente, ¿ve'a?
Y Andrés se ríe; medio ofendido y medio divertido, propone:
—¿Te parece ir por un whisky?
Para la suerte de las pocas monedas que se cargó esa mañana, Alan propuso invitar todo a último momento. Acción cuyo propósito seguro fue dejar a Andrés como un pobre y un estúpido.
Igual se lo merece, así que no se queja.
Las manos de Andrés juegan con el cabello de Alan, no sabe cuando llegó a tal nivel de confianza.
Alan tiene un vaso de ron en la mano y la música del lugar es tan agradable como el lugar mismo, tanto que Andrés incluso duda seguir en su barrio.
El pelo del moreno cae por los hombros, el flequillo peinado para atrás. Andrés lo imagina con coletas de colegiala y se ríe.
—¿Soy o me parezco? —Alan levanta una ceja y Andrés ríe aún más fuerte. Alan ríe igual.
Andrés se ha pedido un café moka, y se ha ganado un par de burlas por parte del tajeño.
En medio de lo que podría ser una cita, Andrés se siente más protagonista que nunca.
—Esta bien lindo el lugar ¿ve'a?, aquí trabajaba el querer ¹⁰ de la Mosli.
No deberían, pero esas palabras lo inquietan.
—¿Y... se fue?
—Sí, de por si es un pendejo.
Junto a ellos se ubica una pared con una enredadera, y una mariquita los observa con suma emoción. En las bocinas suenan canciones de Chayanne, de José José y de Luis Miguel.
—Me gustaron mucho... —Alan pela los ojos y Andrés ríe—. Las canciones, imbécil, me gustaron mucho las canciones.
—¡Epale, güero! ¿Desde cuando nos llevamos así? —la risa de Alan no se hace esperar— Pensé que no, con eso de que ni me habías disho na'. —El moreno lo mira a los ojos—. Te comió la lengua el ratón to'a la pinshe semana.
—Las quería escuchar a detalle. —Andrés le sostiene la mirada—. Suenan muy bien... esa que dice "que el amor se me esconde detrás del jardín...
—...que la muerte se enciende, está cerca de mí." —Alan concluye el verso— "Rostro Novela", esa se la escribió Mosli al pendejo que acá trabajaba.
—Es buenísima igual —Andrés sonríe. La mariquita parte el vuelo y hace circulitos por el aire—. La de "Los domingos no vengas a mi casa...
—...hay tiburones ladrando en la terraza". "Terraza"; esa sí es mía.
—Puta madre, ¡es hermosa! —Andrés toma nota mental y la mariquita se para en la mesa, se dirige a su café—. Mi favorita: "Dios me abandonó dentro de tu cama, está noche me has hecho llorar...
—... Me rendí al ver a tus comensales, sé que soy el platillo principal". —Alan suspira, la mariquita vuela a su cabello, lo consuela—. "Clandestina". Esa también es de un servidor... La favorita de las pocas lagartijas que nos escushan.
—Mi favorita también. Cantas hermoso.
Con una mano, Andrés quita el bichito de su pelo y Alan lo mira y le brillan los ojos, luego sonríe y los ojos de Andrés brillan también.
—Eres bien raro... —dice Alan, luego estira la mano para tomar a la pequeña mariquita entre sus dedos.
Cuando la piel de Alan roza con la de Andrés, el planeta Tierra explota, evapora a la raza humana. El espacio-tiempo colisiona y se forman miles de millones de líneas temporales; cada una es peor que la anterior.
La mano de Alan ahora esta sobre la suya y la mariquita camina inerte a su dirección. El mundo se reinicia una y otra y otra vez. El oxigeno dentro del lugar parece acabarse. No hay cabida para nadie porque todo se reduce a un corto término dual, que se encoge cada vez más alrededor de sus estómagos.
Cuando la desgraciada mariquita se larga, el momento se mantiene intacto, como si fuese una esfera estacionada que conserva a Dios adentro. El Universo, ahora sí, se termina. Lo conocido como eternidad acaba de acabar y ahora se escurre por el mantel cual arena, hasta llegar a sus zapatos.
Y en ese momento, Alan Landero quisiera darlo todo por jamás tener que volver a mirar el rostro de Andrés Anthares; así que su rompe su propio corazón, incluso antes de empezar.
9. Cancle: Muy difícil. Imposible.
10. Querer: Palabra referente a una pareja sentimental.
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