10. Se pulcro en mi sepulcro
La grabación de su primer álbum hubiera dado inicio esa misma semana. Después de firmar el contrato, "Rostro Novela" se hubiera vuelto el nuevo hit en las radiodifusoras de habla hispana. Hubiesen vendido cientos de miles de copias y, a finales del 2010, Los Juglares del Siglo Ausente hubieran ganado el Latín Grammy de "artista revelación".
Pero la decisión de Alan fue tan clara, que a Andrés se le hizo indescifrable.
Al bajar el ascensor, Andrés se sabe responsable de volver a tomarlo de la mano. Al salir del edificio, el tacto por su parte se incrementa y, antes de abordar de nuevo, Andrés se ofrece como conductor. Nadie pone objeción.
El viaje de vuelta es mucho más corto que el de ida. Nadie logra cruzar palabra, nadie tiene el valor para poner música y Andrés, quien desde el primer momento se encontró en los lucidos ojos del moreno, ahora le ofrece a Alan una guía en su mirar. Así procura que no se pierda en la carretera.
Las diez de la noche y llegan a casa. Andrés decide quedarse un rato, y en ese rato intuye la gravedad del asunto al escuchar el llanto, —tenue, muy tenue— de la misma persona que lo mandó al hospital.
Alan está en la sala, Thiago y Janette discuten con Mario en el segundo piso. Mosli se queda sentada en el jardín; contempla un par de caracolitos, que posan tristes en una hojita medio seca.
Él está en la cocina, sabe que esta noche se tiene que quedar acá.
Dan las doce y Andrés, que no aún no entiende nada, decide estar con Alan al mirar que se encuentra solo en el sillón. Alan, que ya no llora, que está descalzo, que abraza sus rodillas y tiene el pelo hecho mierda, le sonríe.
Los ojos de Alan están aterrados y sus mejillas inundadas de vergüenza. Andrés no sabe que pasa, pero ahí se queda porque se lo debe y porque ahí quiere estar. Alan respira rápido, entonces Andrés lo abraza y Alan se deja abrazar.
No sabe que pasa, pero anhela saberlo. En medio de la incertidumbre, solo atina a acariciar su cabello y Alan se hace papel, se troza en muchos pedacitos.
Luego, Andrés siente como Alan se vuelve lluvia al estar entre sus brazos. Mirarlo así le corta el pecho en gajos, que laten disparejos dentro de una olla express. Duele que Alan, siendo Alan, tenga tanto miedo.
Mosli de inmediato se asoma por la ventana, Mario, Thiago y Janette también han bajado y los miran desde las escaleras. Alan ya no es lluvia: ahora es tormenta, es huracán. Andrés no lo suelta, no lo piensa soltar.
Cuando los cuatro se encuentran ya con ellos en la sala, Andrés no afloja ni un poco su agarre. Alan vuelve a ser lluvia y siente a Dios llorar también.
La primavera es fría ese año, así que, cuando Alan logra ser solo brisa, lo primero que Andrés hace es envolverlo en una manta. Las mejillas del contrario se inundan más por esa acción, casi brillan al rojo vivo. Andrés puede mirar en él un malestar que lo deja con más dudas que respuestas, que le gangrena el estomago.
—¿Quién te pinshes crees, güero? —Lo escucha decir, incluso su hablar es torpe—. ¿Quién me pinshes crees a mí, hijo'e tu puta madre? ¿Tu noviecito? ¿Me crees tu pinshi noviecito? ¿Verda' que sí, marica?
Thiago habla con Mosli del otro lado, ella asiente, lo abraza. Janette juega con el cabello de Mario, ambos miran en la misma dirección. Alan se aferra a él, se acomoda en su regazo, se seca las putas lágrimas con las mangas de la playera.
—Si estuviera en mis cinco sentidos, me cae de a madres que te reviento a punta de madrazos, pinshe marica. —El tajeño sigue en el sillón, luce agotado—. Ya decía yo que te me hacías bien raro.
Andrés no deja de acariciar su pelo, incluso después de que Alan se duerme.
Ve como Janette y Mario caen dormidos también, en los sillones de al lado. Thiago habla con Mosli en el jardín, la escucha sollozar.
Todo le resulta en un panorama tan desolador y tan establecido. Un detonante, que fue imperceptible ante sus ojos, rompió cada átomo de quien ahora escucha respirar de cerca, muy, muy de cerca.
La intriga carcome su ser a lo Sherlock Holmes. La angustia de formar parte de algo desconocido, se siente como una pluma de ganso, que le hace cosquillas por adentro de la garganta; la pluma se queda corta, muy muy corta, ante el deseo de preservar el sitio que, de alguna forma, le acaba de ser otorgado.
Alan duerme y Andrés mira atento el subir y bajar de su pecho, como si tuviese que hacerlo para procurar su calma. Saber que Alan descansa tranquilo a su lado, lo hace sentir tranquilo de igual forma.
La gracia le gana de pronto y de pronto vuelve a acariciar su pelo. ¿Cómo se le fue ocurrir a la casualidad presentarlos? ¿Cómo se le pudo ocurrir a alguien como Alan dar un pedacito de si, a alguien como él? ¿Cómo es que Alan puede provocar una big-bang con su simple tacto?
El latir de Alan se escucha ahora, en medio del silencio. Thiago no se aleja mucho de ellos, al parecer no piensa dormir. Su caminar, es muy Bastian, muy de hermano mayor. Se acerca a ellos de forma ocasional, como un inspector, de protocolo irrompible, que procura la seguridad absoluta y previene cualquier anomalía de una potencial amenaza desconocida.
Thiago no le dice nada, Andrés no se atreve a preguntar. La guerra entre ambos queda en pausa durante el resto de la noche.
Andrés, que no entiende que pasa, toma la mano de Alan y se vuelve sal de mar, música; se vuelve café, cigarro y buena imitación a perfume caro. Se vuelve invierno, ciudad, primavera. Se vuelve una terrible sensación de culpa y un perdón similar al aleteo de un aguilucho que apenas aprende a volar.
Hoy, Alan llamó "cerdos" a todos los presentes en esa oficina. Y ayer, Alan abrazó orgulloso a su mejor amiga. Y antier, Andrés había besado a Alan. Y ayer, Alan había besado a Andrés.
Ayer Alan lucía tan feliz y hoy carga con tanto miedo, que cada célula de Andrés arde.
Y hoy, entre sus brazos, Alan Landero se siente un poquito más seguro.
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