Capítulo 3.
En la mañana despertó con cierto mal estar. Estaba un poco mareada y el esquicito —pero repugnante para ella— olor a sopa de verduras que se filtraba en la habitación de servicio que ocupaba, la hizo sentir tales nauseas hasta el punto de querer morir.
Tambaleándose un poco, corrió hasta el baño y se arrodilló frente a la tasa, vaciando por completo su estómago en ella. Una arcada tras otra hacía que su garganta doliera. Sujetó su cadena cuando esta golpeó contra el retrete y la guardó dentro de su camiseta. Cuando al fin las náuseas habían cesado, llevó su cuerpo hacia atrás y se recostó contra la pared, descansando unos segundos hasta recuperarse. Se sentía tan débil y vacía.
Poco a poco se puso de pie y se acercó al lavabo. Abrió el grifo y ahuecó sus manos debajo del chorro para juntar agua en estas. Primero enjuagó su boca y luego mojó todo su rostro para recuperar el equilibrio y eliminar el pequeño rastro de sueño que aún cargaba. No era común en ella sentirse cansada, pero lo estaba.
Se observó en el espejo y se vio horrible. Traía unas terribles ojeras, los ojos algo rojos y su piel estaba pálida como la nieve. Suspiró y arregló su cabello en una coleta alta y volvió a remojar su rostro antes de secarlo con la pequeña toalla de mano.
Salió de ahí cruzándose con Jin en la puerta. Su rostro era el mismo de siempre, solo expresaba preocupación.
—¿Estás bien? —le preguntó y acercó su mano al rostro ajeno, que enseguida fue alejada.
—Sí, solo odio el olor a sopa de verduras —mintió y caminó lejos de él para dirigirse a la cocina.
Saludó a las empleadas y conversó un poco con ellas a cerca de lo que pudieran saber. Después de todo tenía que seguir con su trabajo, cualquier detalle, hasta el más mínimo, era útil.
Tras no poder encontrar nada importante, decidió tener otra charla con la señora de la casa. A estas horas estaría desayunando en la terraza como —según la servidumbre —estaba acostumbrada.
—Señora Hamilton —la llamó y la mujer volteó a sus espaldas, encontrándose con ella parada en el umbral de la puerta.
—Oh, pasa querida. ¿Quieres desayunar conmigo?
_____ observó la sopa y su estómago se retorció advirtiéndole que no se atreviera a comer algo como eso.
—Así estoy bien —trató de sonreír para ocultar su desagrado y se acercó un poco más —. Encontramos esto anoche. Lo tenía uno de sus perros. ¿Lo reconoce?
—Eso... Dios, eso lo traía uno de esos hombres sujeto al cuello. Como si solo lo usara de adorno.
—Maldición —masculló, sabiendo que ahora sí estaban en problemas. Si la señora lo había visto significa que lo perdió una vez que huyeron.
—¿Ocurre algo? ¿Qué descubrieron? —preguntó la mujer, poniéndose un tanto ansiosa.
—Sé quiénes fueron —respondió _____. —Y son profesionales al igual que yo —añadió.
La mujer se llevó una mano a la boca ahogando un sollozo. El solo hecho de pensar que jamás recuperaría su joya, la destruía por dentro.
—Eso no significa que no pueda recuperarla —afirmó la joven, hincándose junto a la mayor —. Ahora debe decirme si hay alguien que haya estado interesado en su gargantilla.
—Yo... no sé —estaba confundida y solo de pensar en ello hacía que su cabeza doliera.
—¿Alguno de sus hijos tal vez? —indagó la joven.
—¡No! —chilló —Eso es imposible. Ellos... saben lo que significa para mí. No serán capaces. A no ser que... —la mujer dudó y ahí fue cuando ____ supo que había descubierto algo importante o al menos algo esencial —. Hubo una mujer antes que yo —agregó —. Su nombre era... Susan, Susan Jones. Era la amante de mi esposo antes de que nosotros nos conociéramos. Ellos estuvieron a punto de casarse pero Henri canceló todo cuando... bueno, cuando nos conocimos.
"Venganza" pensó, o tal vez solo diversión, pero sabía que esa mujer era una posible sospechosa.
Sin decir más, caminó de regreso a su cuarto y rebuscó en su bolsa hasta encontrar su notebook. La encendió y activó la conexión a los satélites de rastreo. Ingresó el nombre y un posible índice de edad en la base de datos. Siete personas con el mismo nombre habían saltado en la pantalla pero solo dos tenían mayoría de edad. Dos, eso facilitaba un poco las cosas.
Regresó con su equipo a la terraza y le enseñó las fotografías a la señora Hamilton. Rápidamente había identificado a la mujer, una morena de ojos claros, nariz respingada y aspecto arrogante. Ya tenía a su nueva presa. Ahora solo tenía que actuar.
—Saldremos en treinta minutos —le aclaró a Jin, quien desayunaba en la cocina.
—¿Qué? ¿A dónde?
Ella solo sonrió ladina y le enseñó una fotografía.
—Encontré a la rata.
Jin sonrió, al fin estaba volviendo a ver a la antigua _____, parecía que se divertía con lo que hacía y eso lo tranquilizaba.
Corrió por sus cosas y se armó de pies a cabeza, ocultando todo debajo de una chaqueta de cuero. Cuando estuvo listo volvió a reunirse con la joven que lo esperaba en un auto deportivo que le había prestado la señora de la casa.
—No prefieres que yo condus...
—Yo lo haré —interrumpió, apretando el volante en sus manos tras poner el motor en marcha y hacerlo rugir.
—¿Tienes las coordenadas?
—Se encuentra en las afueras de la ciudad, a cuatro horas de aquí —arrancó en cuanto él cerró la puerta y salió de la residencia hacia las adoquinadas calles de Londres.
Cuando las ruedas dejaron de encontrar el pavimento debajo de ellas supo que iban por buen camino. Solo en treinta minutos tendrían que estar visualizando una casona en el descampado. Y así fue.
—Llegamos —afirmó Jin, verificando que ese sea el lugar. Sé veía tal cual a la imagen de la pantalla de su celular.
_____ aparcó cerca de la casa y se bajó con cautela.
—¿Tenemos un plan?
—Solo sigue mis órdenes —indicó ella al no saber muy bien lo que planeaba hacer. Desenfundó una de sus armas y la ocultó detrás de ella. Tocó el timbre y esperó a que alguien abriera.
—¿Sí? —una mujer vestida de uniforme abrió la puerta minutos después —¿Qué se les ofrece?
—Venimos a vender galletas —sonrió y terminó de abrir la puerta de una sola patada, tirando al suelo a la mujer que ahora los veía asustada.
—¡Ayuda! —gritó y pronto un hombre no muy mayor y una mujer bien vestida aparecieron.
"Es ella"
—Jin, encárgate de esos dos —ordenó y él tomó a la joven del brazo y la llevó hacia un costado de la sala mientras apuntaba al hombre pidiéndole que se uniera a ella. Hizo que ambos se arrodillaran en el suelo y sacó otra arma para apuntarle a cada uno.
—Señora Jones ¿verdad? —dijo _____, sonriendo ladina mientras le apuntaba en la cabeza —. Lamento semejante intromisión pero... —hizo una pausa fingiendo, pensar por unos segundos —A cierta persona le arrebataron algo que es suyo. Algo importante y de gran valor. Algo como... una gargantilla.
La vio fijo a los ojos y la mujer se estremeció. Cayó sobre sus pies y suplicó que no le hiciera nada, ella no sabía de lo que le hablaba.
La joven chasqueó su lengua y le quitó el seguro al arma.
—Dispararé si no me dice a verdad —sentenció y la mujer gritó por piedad.
Dispersó su vista por todo el lugar pensando en donde podía estar. Si ella en verdad no la tenía, sus posibilidades de encontrarla decaerían de nuevo.
—¿Tiene una caja fuerte?
—N-No —balbuceó, parecía mentir. Sus ojos no dejaban de moverse de un lado a otro sin siquiera poder sostenerle la mirada.
—Dime donde la tienes —amenazó y disparó una bala, rozándole la cabeza.
La mujer gritó al igual que los otros dos y ocultó su rostro entre sus manos.
—E-Está... está detrás de ese cuadro —dijo indicando un retrato de ella misma que se encontraba en la pared que daba a las escaleras.
_____ bajó el arma y caminó hasta el sitio indicado. Quitó el cuadro de su área y observó detrás de él. Solo había una blanca pared. Le había mentido.
Repentinamente una extraña alarma comenzó a sonar. Regresó su vista a la mujer y esta sostenía algo entre sus manos, como una especie de timbre o algo así.
¿Había llamado a la policía? No, eso no sería posible. Estaban demasiado lejos de la ciudad como para que ellos la socorrieran.
—¿Qué ocurre Madame? ¿No se quedó a gusto con que solo robáramos esa joya? —dijo una voz grave haciéndose presente en la sala, entrando junto a otros por la puerta de la cocina.
Cuando sus ojos se encontraron con los de esos sujetos el ambiente se congeló por completo. "B.A.P." era el grupo de ladrones que trabajaba para los Mikage. Después de todo habían sido ellos. Sabía que no podía confundirse. Conocía bien ese cubre bocas que solo podía pertenecerle a Zelo.
—¡Oh! Miren que tenemos aquí —habló uno de ellos, viendo a la joven que dudaba entre tomar su arma o huir. ¿Huir? No, eso no era una opción para ella.
—La princesita Yenaid —se burló otro.
Pronto, Jin la escudó con su cuerpo pero no había mucho que pudiera hacer él solo contra seis. Estaban en problemas. Un complicado y enorme problema.
—Tú toma tres —apartó a Jin decidida y tronó sus dedos —yo me encargaré del resto.
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