Por amor
❝I hope that makes you happy
Cause there's just no turning back❞
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Rose sabía que nada bueno podía estar pasando. Y ella nunca se equivocaba.
La noche había caído más rápido de lo usual en la casa donde vivían Ron Weasley y Hermione Granger, juntamente con sus hijos. Las nubes, tapaban el cielo de una manera vil y cruel. Había presagio de lluvia. En el oeste, se empezaban a escuchar algunos truenos, que parecían acercarse cada ves más y más. La calle estaba en un silencio sepulcral, muerta. Nadie paseaba por Londres a esas horas, y aún menos en esas circunstancias. Lo único que se escucha era el eminente ruido que hacían las hojas de los árboles, impulsadas por la dulce brisa. Las farolas emitían una luz transparente, casi invisible.
La chica miró por la ventana de su habitación. Su pelo pelirrojo lucía sobre la camiseta vieja de su padre que utilizaba como pijama. Sus ojos estaban cansados, y debajo de estos se podía visualizar unas pequeñas ojeras a causa de la cantidad de horas que llevaba sin pegar ojo. Rose suspiró y apoyó su mejilla derecha en el cristal, sintiendo como un agradable frío se extendía por ella. Cerró sus párpados, y disfrutó de la oscuridad que eso le proporcionó. Imaginó que estaba en otro sitio totalmente diferente, y por supuesto, no en esa situación. Luego, los volvió a abrir para observar la calle, como si esperase que alguien llegara. "¿Cómo sería si apareciera él, escalando hacia la ventana como un Romeo?" se preguntó. Sin tan siquiera notarlo, una sonrisa se extendió por su rostro, una que rápidamente fue borrada. No, se dijo. No debía estar feliz, no debía estar enamorada. Porque eso solo llevaba problemas.
-Rose, cariño, ¿estás bien? -La voz de su madre le llegó a través de la puerta.
Ella se giró, asustada por la repentina aparición de Hermione.
-Sí, mamá, estoy bien, solo pensaba.
Apretó fuertemente los ojos, suplicando a Merlín para que su madre no abriera la puerta. Si la veía con ese aspecto de dementor, estaba segura que la interrogaría sin clemencia, y ella no estaba de humor para responder a las extrañas preguntas de la mujer. Solo suspiró aliviada cuando escuchó unos pasos alejarse por el pasillo.
Ni en mil años sería capaz de determinar cuánto tiempo pasó allí, observando las luciérnagas volar, pero estaba segura que había pasado una eternidad. "Tengo que dormir" pensó bostezando. Hacía dos días que no dormía como le convenía, y se odiaba por ello. Pero, ¿cómo habría podido dormir con todos esos pensamientos en su cabeza? De repente, una imagen fugaz de él apareció en su mente. Su pelo, azabache, brillaba con la luz del día, y su sonrisa iluminaba más que una estrella. Iba sin camiseta, marcando esos músculos tan trabajados a causa del Quidditch. Sus ojos, parecían pedir un beso, aunque Rose no estaba segura de querer dárselo. Otra vez, esa maldito sonrisa tonta resaltaba en su boca. Ella inspiró profundamente, cansada de no poder sacarlo de sus pensamientos.
Se dirigó hasta la cama. Hugo ya hacía horas que debía estar acostado. Sus padres, debían de estar también en su habitación. Ella era la única que seguía en pie, y por una absurda razón o otra, eso la asustaba. Era como cuando tenía cinco años y tenía miedo a la oscuridad. Recordaba perfectamente el terror que sentía al ver que todos en aquella casa dormían, y ella, simplemente, seguía con los ojos abiertos. Tenía mucho, mucho miedo. Y después de tantos años, se dio cuenta de que nada había cambiado. Sí, ahora era una adolescente, había aprendido a amar y a perder. Había sido engañada, había sido traicionada, había tenido experiencias y desenlaces. Pero, al fin y al cabo, seguía siendo aquella niña asustada del silencio.
Estaba tan centrada en esas palabras, que por poco no se dio cuenta cuando su móvil se iluminó, indicando un mensaje. Rose frunció el cejo y sumergió su cabeza en la almohada. "¿Quién podrá ser a estas horas?" se preguntó, para luego, agarrar el pequeño objeto. Con los ojos entrecerrados a causa de la molestia que le provocaba la luz que desprendía el teléfono, se dispuso a comprobar quién la había escrito. Cuando vio el nombre brillando en la pantalla, un nudo se formó en su garganta y palideció. Era él.
Pelirroja, estoy viniendo hacia tu casa. Por favor, por favor, si alguna vez me amaste, ven a buscarme en la esquina, allí estaré. Sé que no quieres saber nada más de mí, pero necesito tu ayuda. Te quiero.
La pelirroja bufó. Por un momento estuvo a punto de dejar el móvil y volver a cerrar los ojos, ignorándolo, pero finalmente se decidió por no hacerlo. El chico había sonado bastante asustado en su mensaje y, quizás, pasara algo grave de verdad. O quizás todo eso era solo una técnica para volver a tenerla entre sus brazos después de tantos meses. Pero era mejor arriegarse que sufrir las consecuencias. Pesadamente, se levantó de su cómoda cama y sintió como todo su cuerpo era un peso extra que tenía que soportar. Escuchó crujir sus piernas y sofocó un grito de dolor. ¿Cuánto tiempo hacía que no salía al exterior? Sin duda, desde que había cortado con él. Eso era demasiado tiempo. Demasiado. Sus padres estaban preocupados por ella, pero, simplemente, no le importaba. ¿Acaso no habían sido ellos quienes le habían arruinado la vida? No merecían su compasión, ni su perdón.
Miró su armario con pereza, como si quisiera salir vestida, pero al final se rindió y solo cubrió sus hombros con una fina sudadera que había pertenecido a su hermano. No estaba segura de si se congelaría, pero en ese momento no le importaba. Abrió lentamente la puerta, pensado la forma de salir sin que sus padres se dieran cuenta de su ausencia. Caminó por el pasillo en medio de la oscuridad. Escuchó los ronquidos de su padre, y sonrió al darse cuenta de la buena suerte que había tenido. Estaban durmiendo.
Cuando abrió la puerta principal, un aire frío la sacudió. Inconscientemente se abrazó a ella misma, buscando un poco de calor. Empezó a caminar lentamente, como si temiese que su madre pudiera escucharla. Siguió su camino sin mirar atrás, porque sabía que si lo hacía, volvería inmediatamente a su habitación, sin pensarlo dos veces. En sus ojos se veía determinación, pero a la vez temor y soledad. Llegó hasta el sitio acordado, y miró a ambos lados. No se veía al chico por ninguna parte. Ella suspiró molesta, y observó su reloj. Las 0:06. A pesar de la tormenta que se aproximaba, era de extrañar que no hubiera jóvenes por las calles, saliendo de fiesta o haciendo cualquier locura. Parecía que el paisaje era el adecuado para que algo misterioso sucediera de la nada.
Él seguía sin aparecer al cabo de diez minutos. Rose quería matarlo. Al menos, si la había hecho venir hasta allí, que se presentara. Estaba a punto de girarse y volver hacia dentro, cuando vio que una sombra se acercaba a ella. Estaba demasiado oscuro para que la pelirroja pudiera saber de quién se trataba, pero ya lo intuía. Aunque deseó con todas su fuerzas estar equivocada. Cuando ya estaba a solo unos metros, Rose confirmó sus sospechas. ¡Claro que era él! Con su absurda arrogancia y sus malditos aires de grandezas. Iba rápido, demasiado rápido. Y ese fue lo primero que inquietó a la chica, que sintió como le faltaba el aire. No fue consciente de lo que estaba haciendo hasta que lo tuvo a solo unos centímetros. Sentía su aliento sobre su suave piel. Sus labios estaban más rojos de como los recordaba, y se sorprendió al darse cuenta que estaba ansiosa por probarlos.
-James... -susurró con la voz rota.
El azabache la miró por un momento, y, entonces, Rose se dio cuenta. Sus ojos estaban húmedos, tenía las mejillas sonrojada y se veía claramente que había estado llorando.
-Rose, por favor -dijo, y le agarró el brazo con una de sus temblorosas manos-. Necesito que me escuches. Eres mi única oportunidad.
La pelirroja se asustó por la desesperación que mostraba el chico y su tono de voz. Intentó deshacerse de su mano en ella, y al ver que no podía, empezó a sacudirse, con miedo a que, finalmente, él se hubiera vuelto loco. Y en caso de que eso sucediera, no lo culparía.
-Si estás aquí para pedirme que luche por ti, estás muy equivocado. -Ella notó la inseguridad en su propia voz, pero inspiró, fingiendo que todo estaba bien-. Todo fue un error, y lo sabes. No debimos estar saliendo en secreto, no debimos hacer nada. ¡Por Merlín, que somos primos!
-Rose...
La pelirroja ya ni lo observaba, solo miraba el cielo, sumergida en los buenos recuerdos.
-Sí, fue muy bonito. Creí estar enamorada de ti, pero supongo, que como dice mi madre, fue solo una simple ilusión -continuó, empezando a sentir como sus ojos se ahogaban en lágrimas-. Y, ya sabes, la abuela Molly lo dijo, no estabamos enamorados, solo confundidos. Los adultos creen que debemos pasar un tiempo separados, para aclararlo, así que no sé qué diablos estás haciendo aquí.
James suspiró, sus piernas temblaban y parecía a punto de derrumbarme.
-Déjame explicarte, Rose, es algo grave.
-No, James, no hay nada de qué hablar.
Ella, sin ni siquiera darle la oportunidad de explicarse, se giró, dispuesta a meterse en cama otra vez, volver a encerrarse en su habitación, la misma en la que había vivido desde su obligada ruptura con el chico, y olvidar que todo esto había pasado. Empezó a caminar rompiendo el silencio de la noche, mientras las sombras la observaban si ningún preámbulo. Pero, cuando solo llevaba unos metros, James exclamó con la voz rota:
-No respira.
Rose se paró en ese mismo instante. Sintió un escalofrió subir por su espalda, pero esta vez no era por el frío. Estuvo unos segundos de espaldad a él, mirando al infinito, procesando la información. Entonces, volvió a mirarlo con atención, como buscando algún indicio de travesura en su rostro. Pero, no, James Sirius Potter, el mejor bromista de Hogwarts, se encontraba allí, delante de ella, demasiado serio para tratarse de una broma.
-¿Qué? -preguntó Rose en un susurro.
-No respira, él no respira.
Lo único que se escuchaba eran las respiraciones aceleradas de los dos adolescentes. Rose seguía sin entender de qué estaba hablando, o quizás sí, pero prefería vivir en la ignorancia.
-¿Qué has hecho, James? -Un sollozo salió de su garganta. El chico no respondió-. ¡James! ¿Qué has hecho?
El azabache solo apartó la mirada. Finas lágrimas empezaron a resbalar por su rostro, decaído. Ya no importaba nada, para él, solo tener a la chica que le había robado el corazón.
-¿Me amarás más, si mato a alguien por ti? -La voz de James rompió el tenso silencio de una manera cortante.
Rose entre abrió la boca en un gesto tanto de sorpresa como de horror. No podía creer lo que sus oídos estaban escuchando, simplemente, no era posible. Notó como sus manos empezaban a moverse nerviosamente, un gesto típico de ella que solía hacer desde pequeña. Se acercó más a James, a paso lento, como si temiera que el chico pudiera hacerle algo. Los ojos del azabache, estaban inyectados en sangre, indicando que, al igual que ella, llevaba noches sin dormir. Rose tragó saliva y respiró abriendo sus fosas nasales exageradamente. Allí lo tenía, lleno de sudor y a punto de perder la cabeza.
-James... -No sabía qué decir, ni siquiera estaba segura de que aquella situación no era una pesadilla o algo similar-. Por Merlín, dime que es una broma. Por favor, James, ¡dime que es una maldita broma!
Él negó con la cabeza y estalló en llantó. Y, entonces, Rose lo vio. Sus manos estaban cubiertas de un extraño rojo, como el pelo de la chica. Sangre. Se apartó inmediatamente a causa de la impresión que eso le provocó. Sangre. Nunca la había visto tan brillante, tan viva. Aún estaba fresca, lo notaba aún a larga distancia. James bajó la vista, y se encontró con el mismo panorama que su prima. Y hasta él se horrorizó.
-Dejame explicarte, Rose. Lo hice por nosotros.
La pelirroja negó y retrocedió aún más.
-¿Por nosotros? -preguntó asustada-. ¡James, diablos, estás cubierto de sangre!
James asintió e intentó acercarse a ella, pero por su cara, se dio cuenta de que no había sido una buena idea. Suspiró y la miró a los ojos, sin saber cómo explicarse. Por su parte, Rose respiraba aceleradamente. No podía reconocer en el azabache al chico que meses atrás la había tenido tan enamorada. No podía reconocer el que había jurado amarla para siempre, el que la besaba como nadie lo hacía, el que la acariciaba, el que la hacía reír. Ahora solo veía un desconocido, un desconocido que había matado a alguien.
-Sé lo que parece -respondió James-. Pero, ha sido un accidente, lo prometo. Ni siquiera quería hacerle daño, solo... no pude controlarme. -Miraba a un punto fijo, sin salir del estado de shock que le había provocado esa experiencia-. Sentía mucha ira, estaba furioso. Y te dije que haría lo que fuera para que estuviéramos juntos, para volver a tenerte entre mis brazos. Y sé que es incorrecto, pero, ¿acaso todo lo que hemos hecho no lo es? No somos inocentes, y nunca lo seremos, Rose. Por eso, lo hice por ti, porque te quiero, y no quiero perderte. Lo siento.
La pelirroja pensó un momento en sus palabras. Todo parecía tan irreal, que era imposible que le estuviera ocurriendo a ella. Inspiró con miedo. "Ya no es él" pensó, pero no se atrevió a expresar estas palabras en voz alta.
-Te has vuelto loco -susurró con temor.
James asintió con una media sonrisa, aunque no llegó a sus ojos, que seguían llorosos.
-Loco por ti, cariño. -Caminó un paso hacia adelante, y esta vez no se apartó, así que continuó hasta estar a solo unos centímetros de ella-. Tienes que entenderme. Haría cualquier cosa por ti.
Rose apartó la mirada y James le puso una mano en el mentor, atrayendo a la chica hacia él y juntó sus labios. Era un beso amargo, no como los otros que habían compartido. Aunque lo notaba falso, demasiado forzado, la pelirroja no se apartó, lo siguió, porque, al fin y al cabo, seguía queriendo a aquel chico. Una pasión que ambos entrañaban se apoderó de ellos. El azabache la acorraló contra la pared del callejón, sintiendo como ella empezaba a tocar su pelo. Recuerdos de experiencias pasadas los invadieron. Al final, y sabiendo que alguien los podía ver, se separaron.
-¿Quién ha sido? -preguntó Rose recuperándose del beso-. ¿A quién has matado?
Él la miró serio por un segundo.
-La persona que más se interpuso entre nosotros.
Con estas palabras, la chica abrió mucho los ojos, sabiendo exactamente a quién se refería. Y dolió. Dolió demasiado, aunque nunca lo admitiría.
-Tu padre... ¿De verdad lo has matado?
Como si estuviera hablando del clima, James asintió distraído, y volvió a observar sus ensangrentadas manos. Se sentía mal, pero su amor por Rose era aún más profundo que su arrepentimiento.
-Él odiaba la idea de que estuvieramos juntos. -La pelirroja asintió recordando sus palabras afiladad como cuchillos cuando descubrió sobre su relación-. Sabía que lo estabas pasando mal, y yo también lo estaba pasando. Te necesito, eres lo único que me mantiene feliz. Eres lo más importante para mí, Rosie. Por eso, hoy, cuando pedí ir a visitarte y me lo negó, no pude evitar enfadarme. Quizás me enfadé demasiado. Cuando me di cuenta, él estaba en el suelo, sangrando, y parecía no respirar. Me asusté, así que solo desaparecí para encontrarme contigo. Creo que ya están viniendo a por mí, Rose. Necesito... -suspiró cansado-, necesito que me dejes entrar, necesito que me escondas.
Ella abrió mcuho los ojos, sorprendida.
-¿Qué? ¡No puedo! Mis padres están dentro, y Hugo también. Simplemente, me es imposible.
James se apoyó contra la pared y suspiró, masajeando sus ojos. Luego, volvió a mirarla.
-Creo que no lo entiendes -se limitó a decirle-. ¡He matado a alguien, Rose! ¡Voy a ir a Azkaban! ¡Voy a pudrirme en la cárcel!
La pelirroja miró a izquierda y derecha, como asegurándose de que nadie los veía. Finalmente, le devolvió la mirada duramente.
-Está bien, te esconderé -accedió, y James junto las manos, aliviado y agradecido-. Porque yo también te quiero, y ya no hay vuelta atrás.
En ese momento, un sonido familiar apareció en el ambiente, proviniente del teléfono de la pelirroja. El azabache asintió y empezó a caminar hacia la casa de su prima, aquella que había visitado tantas veces. Pero Rose no parecía moverse, miraba el móvil con atención, aún en su sitio.
-Rose, no quiero presionarte -dijo el chico nervioso-. Pero Albus y Lily estaban en casa, y ya habrán encontrado el cuerpo. Los aurores deben de estar viniendo. Creo que ya estoy escuchando las sirenas.
Ella guardó su teléfono con una sonrisa forzada y asintió. Siguió al chico hasta la puerta de la vivienda inmersa en sus pensamientos, y luego abrió con el pulso tembloroso. Subieron las escaleras en un silencio inquietante, como si al caer una pluma al suelo, Ron y Hermione pudieran despertarse. Finalmente, llegaron a la habitación de la pelirroja con éxito. James se tumbó en la cama inmediatamente.
-Esto es el cielo -susurró, empezando a dormirse.
Todo se volvió negro para el chico, a causa del cansancio de pasarse tantas noches sin conciliar el sueño. Recordó caer con el pensamiento de que ella, su Rose, lo protegería, que lo cuidaría y que, ahora que nadie se lo impedía, podrían estar juntos para siempre. Lo último que vio antes de caer dormido, fue a ella, mirándolo con una sonrisa.
Debió intuir que era solo una trampa. Una de muy cruel.
Se despertó al cabo de una hora, con un horrible sabor en la boca. Miró por toda la habitación, pero Rose no estaba allí. Se levantó con una sonrisa, dispuesto a encontrarla. Primero miró en el armario, seguro de que ese era su escondite, luego bajo la cama, y al cabo de unos minutos, al ver que no la hallaba, se empezó a inquietar.
-¿Rose? -preguntó en medio de la oscuridad.
De repente, unas voces lejanas llegaron a sus oídos. Provenía del exterior. Se asomó por la ventana y, lo que vio, le asustó tanto que estuvo a punto de caerse por ella. Estaba Rose y algunos aurores, hablando seriamente. También estaba Albus. La pelirroja lloraba, siendo consolada por su primo. Y, ante ningún aviso, ella señaló la ventana de su habitación, justo donde se encontraba James. Todos se volvieron hacia allí, dejando descubierto al chico.
Después, empezó el caos.
Y ya nada lo podía parar.
Los aurores subieron apresuradamente, tanto que James temió que hubieran usado algún tipo de magia negra. Todo pasó demasiado rápido, o demasiado lento, el azabache no podría describirlo. Se veía como si no le estuviera pasando a él, como si fuera una película. Y luego, sintió como lo agarraban del brazo con violencia, y eso sí que se sintió real. Aulló, como si se tratase de un lobo furioso.
-¿Dónde está Rose? -preguntó a gritos a los aurores, que lo ignoraron saliendo por la puerta. Allí también se encontraban Ron y Hermion, sus tíos, abrazados y mirándolo con tristeza-. ¿Dónde está Rose? ¡Exigo hablar con mi novia!
Y entonces la vio. Estaba más bonita que nunca, a pesar de sus eminentes lágrimas y sus ojeras. Lo observaba desde los brazos de Albus, que la precía consolar. Al notar que James había reparado en ella, solo pudo hacer una mueca.
-Lo siento -se disculpó-. Lo hago por ti, James.
Ni siquiera tuvo tiempo de contestarle, cuando los dos hombres que lo sujetaban, lo sacaron de la casa a base de golpes. Se notaba la ira en ellos. Pero, antes de desaparecer totalmente, James giró la vista hacia su amante, solo para mirar sus ojos. Sus preciosos ojos. Segundo después, ya no estaba allí. Esa fue la última vez que la vio.
Mientras, en su celda en Azkaban, sigue preguntándose qué pasó esa noche para que Rose cambiara de opinión. ¿Qué pasó esa noche para que ella lo entregara? ¿Qué pasó?
Un mensaje.
Eso es lo que pasó.
Un simple mensaje recibido justo cuando lo iba a esconder. Justo cuando se dirigía a casa a dejarlo, arriesgando todo lo que ella poseía por él. Un mensaje de Albus que cambió sus pensamientos y le hizo ver la realidad.
Rose, él es peligroso, y sé que vendrá a verte. Llama a los aurores, llámame a mí, por favor. James es incapaz de amarte, solo ama la idea de que seas suya. Espero que tomes la mejor decisión.
Y con estás simples palabras, Rose decidió encerrar sus sentimientos para hacer lo correcto. Decidió que James Potter era una parte de su pasado, y así debía quedar. O, quizás, hay mucho más oculto bajo ese disfraz tan perfecto que creó Rose a su medida, uno que tapaba todo lo que ella era en realidad. Quizás, y solo quizás, esto sea solo el principio.
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