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Capítulo 04

Damián.

Ambos parecen dudar un momento acerca de la respuesta a la pregunta que les he hecho. Por un momento aunque aún no sé porqué siento como si el tiempo no hubiera pasado. Me veo a mí y a Anya sentados frente al escritorio del profesor Henderson. No sé cómo he podido lograr sobrevivir tantos años sin ella.

—No —responde el profesor Henderson. Aparta la mirada de mí, centrandola en los documentos—. Tu acompañante me preguntó que contenían estos archivos.

—¿Se lo has dicho? —cuestiono, bajando el tono de voz.

—¿Sobre que buscas a tu compañera desaparecida? Sí.

—Entiendo. Lo visitaremos otro día profesor —murmuro, centrando la mirada en la chica de ojos verdes—. Por hoy nos retiramos.

No sé por qué siento la necesidad de huir, quizás porque es la primera vez que tocamos el tema en frente de alguien. Aún así es amable al decirme que vuelva a visitarlo pronto.

Quizás es que lo último que quiero es verme vulnerable.

—¿Seguirá buscándola? Señor.

Detengo mis pasos al escuchar su voz, no esperaba que preguntara algo así.

—Hasta el día que deje de respirar —afirmo, retomando mis pasos.

—¿Cómo era ella? —cuestiona, siguiéndome de cerca.

Pienso un momento en si responderle o no, pero al final termino cediendo.

—Violenta, daba una terrible primera impresión. Nunca sabía cuándo callarse. Se entrometía en lo que no le importaba. Tenía una habilidad innata para meterse en problemas. Presumía de muchas cosas falsas para llamar la atención. Era directa y nada cordial. Siempre llevaba ropa de talla más grande y un peinado que le hacía parecer tener cuernos.

—La describe como una persona odiosa.

—Y lo era. Aún así no podía evitar tenerle aprecio.

Era más que aprecio en realidad. No ha habido un solo día de mi vida en el cual dejé de pensar en ella y es horrible extrañar a alguien. Piensas que quizás hoy o mañana será el día del reencuentro reencuentro tanto esperas, pero eso nunca sucede. Sólo hace que otra pequeña nueva herida se marque en el corazón.

—¿Por qué no ha dejado de buscarla durante tantos años?

—No sé. Quizás sienta culpa o quizás necesito un motivo al cuál culpar para justificar mis malas acciones.

—Usted no es una mala persona, señor.

—Por favor, deja de repetir lo que mis subordinados dicen —farfullo, con ironía—. Sólo mírame. Con sólo saber mi historial te darías cuenta que no soy una buena persona.

—No hay ninguna muerte. Lo he revisado.

—Entonces has de pensar que somos débiles. También revisé tu historial.

—No pensaría eso de ustedes.

—Dejrmos de hablar de esto —propongo, una vez que entramos a mi auto—. Vamos a hacer unas compras.

—¿Compras?

—Claro. Partiremos a conquistar una nueva ciudad al amanecer, debemos llevar provisiones. ¿Creías acaso que teníamos una cocinera a nuestro servicio?

—No señor. Sólo parece poco común que usted mismo se encargue de las compras.

—Lo es, pero honestamente prefiero esto a estar lo que resta del día sentado detrás de un escritorio —aclaro, conduciendo hacia la mansión. No debe haber nadie de mi familia, sólo sirvientes.

—Entonces, llamaremos mucho la atención.

—No si vamos vestidos de civiles.

Mi idea parece haberla dejado desubicada, más cuándo luego de esperar afuera de mi habitación media hora, me ve. Recién duchado. Vistiendo una camisa y pantalón negros normales.

—¿Y bien? —cuestiono, ante su silencio.

—Es un buen camuflaje, señor.

Rasco mi mejilla al oír ese comentario. Será bastante difícil pasar por personas normales si sigue actuando de esa manera, pero nos arriesgarnos.

—¿Vamos a tu cuarto por tu ropa normal?

—No tengo, señor.

¿Qué no tiene? ¿Ni una sola? Ah, es verdad. Al vivir toda su vida en el ejército nunca ha necesitado otro tipo de ropa.

—Veré si encuentro algo —murmuro, entrando de nuevo en la habitación.

—No es necesario, señor.

—Es una misión. Le ordeno que se ponga la ropa que le daré y cumpla a cabalidad con comprar los suministros adecuados.

—¡Sí señor! —exclama, haciendo un saludo con una postura recta. Suelto otro suspiro y vuelvo a revisar en mi ropa.

Lo máximo que he podido conseguirle es un pants verde con dos líneas blancas a los lados y una camisa color negro sin ningún tipo de estampado. Creí que no se le vería bien pero me equivoqué. Una vez que le di el espacio para que se la pusiera a solas en mi cuarto y luego saliera a mostrar como le ha quedado me he percatado de ello. Le queda mejor esa ropa a ella que a mí, tanto que ni se nota que se trata de mi ropa.

—Estoy lista señor.

—Bien, vamos —ordeno, empezando a caminar.

Su cabello rosa sigue atado en un rolete, ya no lleva puesta una gorra, se ve casi como una adolescente normal, menciono que casi porque no pierde para nada su postura y la severidad en su voz. Por un momento pienso en ¿como le quedarían los accesorios que Anya usaba en su cabello? Además de la torpeza que la csracterizaba. Pero no puedo imaginarla de esa manera.

Una vez que nos encontramos de compras en una plaza comercial, ella coloca dentro de un cesto lo que cree necesario que nos servirá para comer. Tal como le ordené. No desobedece órdenes, ni siquiera se ha concentrado en nada más.

—¿Quieres comprar algo para tí? —cuestiono.

Correría por mi cuenta, se que ella no recibe un sueldo, ha tenido todo lo necesario para vivir pero no fondos propios.

—No señor.

—Debe haber algo que te guste.

Pasea la mirada por los alrededores. Hay muchas personas comprando y pequeños puestos de cosas brillantes, supongo que eso haría feliz a las chicas ¿no?

—Negativo señor, no visualizo ningún artículo.

—Ah, está bien.

—Hemos terminado con las compras señor. ¿Cuál es su siguiente orden?

—Que me dejes cargar a mi las cosas. —Le arrebato el cesto. Ella intenta protestar pero asevero la mirada a lo cuál sólo guarda silencio—: ahora sólo sígueme —completo.

—Sigue obediente mis pasos. A los ojos de los demás sólo somos dos personas normales en estas circunstancias.

Llegamos hasta un pequeño parque. En él pido dos helados en un puesto normal. He pedido un helado de vainilla y nuez, para ella uno de chocolate. Al dárselo me siento a su lado. En unas gradas de concreto. Yo ya he empezado a probar el mío pero ella ni siquiera le da una pequeña mordida. ¿Acaso no comprende con qué objeto se lo dí?

—Come...

—Sí señor.

—Mira, hay cosas lógicas que no es necesario que te diga para que las hagas. ¿Está bien?

—No señor, mi deber es obedecer sus órdenes.

—Esto es como educar a una pequeña niña —murmuro, dándo una sonrisa.

La observo fijo por un momento, ella también voltea a verme un segundo, después vuelve la mirada a su helado mientras en su rostro aparece lo que creo que es una muy pequeña sonrisa. Casi inexistente.

—Señor, ¿puedo preguntarle algo? —murmura, no aparto la mirada de ella pero ahora con cierta extrañeza.

—Claro, a ver dime.

He notado que es poco común o nulo que pregunte algo por iniciativa propia. No voltea a verme, mantiene la mirada en su helado.

—¿A qué sabe su helado?

Suelto una carcajada ante la inocencia de su pregunta, no me esperaba que llegara a preguntar algo como eso.

—A ver, compruébalo por tí misma —le digo, dándole el mío y tomando el suyo de sus manos.

—Pero señor...

—Está bien, me gustan de este sabor.

Ya no responde nada más, solo prueba el helado. Parece que le gustan las nueces. (Justamente como le gustaban a Anya. Son bastante parecidas, no sólo físicamente).

Por un momento se ve algo inquieta, quizás porque no he apartado la mirada de ella, así que aparto la vista a un lado.

Las personas siguen pasando una tras otra frente a nosotros. Es bueno que nadie me haya reconocido aún.

—He terminado, señor —comenta, mostrándome la paleta de helado.

—Bueno, es hora de irnos.

—Gracias. Por esto, señor.

Me sigue mostrando la paleta, parpadeo un par de veces, después tiro la mía a un cesto de basura.

—No tienes que agradecer —murmuro, tomando de nuevo el cesto—. Ahora sólo tira esa paleta.

Empiezo a caminar delante de ella, me sigue de cerca aún sosteniendo el pequeño trozo de madera. Bueno, quizás le ha gustado. Al menos se ha negado a seguir una órden.

—¿Te gusta? —cuestiono, dándole una mirada de reojo.

—Sí. ¿Puedo quedármelo?

—Claro, pero no es necesario. Puedo comprarte algo mejor.

A pesar de mis palabras veo como lo guarda. Doy un suspiro y sigo caminando bajando las gradas de concreto. Al bajar por completo noto que hay varios tipos de ventas. Me acerco a un puesto de broches de cabello.

Me quedo observado todos y elijo uno con una gema en el centro de color marrón, casi miel.

—Es del color de sus ojos, señor.

Asiento, una vez que lo he pagado dejó las cosas que sostenía en el suelo. Suelto su cabello color rosa. Noto que es muy largo, llega hasta bajo su cintura.

—¿Señor? —pregunta, desconcertada.

—Es para tí —aclaro. Tomo dos mechones de su cabello, los enrollo y prenso en la parte de atrás de su cabeza con el gancho de color marrón.

Ella se acomoda el fleco de su frente. Cuando la veo a los ojos por un momento me parece estar viendo a Anya. No sé por qué mi corazón late rápido, mientras que ella parece completamente confundida.

—Vamos, se nos hace tarde —ordeno, volviendo a tomar las cosas—. Debemos partir en unas horas para tomar por sorpresa la nueva ciudad.

[...]

—Esto es raro —comenta Sylvia. Viendo unas cámaras de seguridad.

—Lo sé —admite Loid—, está muy quieta. Ni siquiera hace el intento por intentar escapar.

—Suficiente. Iré a interrogarla.

—Se parece demasiado a Anya.

—Eso es algo que no deja de intrigarme también —dice, a medida que da grandes zancadas hacia la celda.

Al llegar golpea con un arma uno de los barrotes, ese ruido llama la atención de la pelirosa haciendo que levante la mirada.

—¿Quienes son ustedes? —les cuestiona.

—Eso es lo de menos importancia. Creo que tu tienes mucha información para darnos.

—Pierden su tiempo. Lo único que puedo decirles es como asesiné a tantas personas en mis años hábiles.

—Esto es repugnante —murmura Loid.

—¿Qué quieres decir con eso de tus años hábiles? —cuestiona Sylvia.

—He llegado a mi tiempo límite. Una vez que esto sucediera el gobierno se encargaría de deshacerse de mí. Es una sorpresa que algunos agentes de Westallis me hayan encarcelado. ¿No se si debería darles las gracias?

—Hablas más de lo que hubiera imaginado. Si ya sabes quienes somos ¿por qué no has intentado nada? No lo sé... —Voltea a ver un tenedor de hierro en su plato—, ¿clavarme eso en algún punto vital?

—No tiene caso. —Muestra sus manos esposadas. En las palmas se notan varias llagas llenas de sangre, ambos se quedan en shock por breves momentos—. Mi tiempo de caducidad ha llegado. Ya no soy útil.

—¿Cómo es posible esto? —interroga Loid. Sylvia lo observa de reojo y luego centra su atención en ella.

—Sólo soy un intento erróneo de laboratorio. Un clon de otra persona al cuál le dieron una misión y un tiempo específico de vida. No pudieron alargarlo más, ni quisieron intentarlo. Soy un monstruo —murmura, derramando unas lágrimas.

—Buscaremos la manera. Podemos intentar...

—Twilight —espeta Sylvia—. Céntrate, ella no es Anya.

—No, pero es un ser humano.

—Hay cosas que ni siquiera podemos entender. ¿Cómo las solucionaremos entonces?

—Ninguno de ustedes puede —interrumpe, la pelirosa—. No pudieron ni los mejores científicos. Al menos, tendré una muerte digna.

—¿Qué quisiste decir con eso de que eres un clon de otra persona?

—Lo que sé desde que tengo memoria. Fui creada con el ADN de otra persona, pero esa persona escapó del laboratorio. Uno de los fines con el que me crearon fué encontrarla. Pero no lo conseguí, fallé.

—¿Otro espécimen suelto por ahí? —cuestiona Loid.

—Más importante que eso, ¿comparten las mismas habilidades?

—No. Ella es una telépata. Fué un completo éxito, intentaron repetir innumerables veces el procedimiento pero no funcionó. Los esper murieron fuí la única sobreviviente.

—Es extraño escuchar hablar a una niña con esa severidad de palabras y experiencia de vida. ¿Qué haría el gobierno ahora que estarías en la recta final de tu existencia?

—Planear mi muerte, que me condenara tras unas rejas. Una emboscada para matarme, no sé algo deberían haber planeado. Quizás ahora estén agradecidos con que desaparecí, les ahorraron una tarea de encima.

—Un momento, eso significa que...

—¡Twilight! —grita Sylvia, siguiéndolo al ver que se aleja a toda prisa—. ¿Qué crees que haces?

—Todo está más que claro. Intentarán atentar contra la vida de Anya. Tiene que saberlo.

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