20 | Exclusividad.
Camino hacia la reja con Klara a mi lado. Estoy completamente nerviosa de pies a cabeza, no he dejado de sonreír como tonta desde que comencé a probarme posibles prendas para la noche y los músculos del rostro ya comienzan a dolerme.
Llevo puesto un pantalón tiro alto militar, unas botas negras cortas y un top musculosa con el logo de 5SOS estampado en el pecho que es más que obvio que le pertenece a Klara. Ella lo ha elegido todo ya que cuenta con la ventaja de saber cuál será nuestro destino esta noche y eso me asegura que no voy a sentirme como sapo de otro pozo con lo que lleve puesto. Jazz estuvo de acuerdo en que este outfit era el adecuado y me recomendó recogerme el cabello, entrando así en una discusión con Klara porque ella quería dejarlo suelto.
Me detengo junto a la reja y meto mi cabeza entre los barrotes de metal sintiéndome una reclusa ultra peligrosa por unos segundos.
—Aquel es su auto, ¿no? —Klara señala el auto deportivo al otro lado de la calle.
El vidrio comienza a bajar poco a poco, dejando ver su cara, sus piercings y por último esa sonrisa torcida que deja en evidencia su grandísimo ego y confianza.
—Te espero aquí a las seis —dice Klara acercándose a mí.
Nos besamos las mejillas para despedirnos y ella me sonríe antes de poner ambas manos alrededor de su boca y gritar.
—¡Sara es de las que le gusta vacunarse! —yo frunzo el ceño—. ¡Conviértete en doctor y dale su inyección, Lucca!
Él esboza una sonrisa amplia y asiente con la cabeza.
—Shhhh —nos calla el portero—. El señor Wilson ha de estar durmiendo.
Klara agranda sus ojos como platos, yo solo agacho la cabeza y camino hacia el auto con mis mejillas rojas como dos enormes tomates. La ventanilla del vidrio del copiloto baja lentamente y él me sonríe desde dentro mientras se estira sobre el asiento para abrir la puerta. Una vez lo ha hecho, me meto dentro del auto y tiro mi bolsito hacia los asientos traseros soltando un suspiro.
—¡Qué vergüenza! —Me siento como una ridícula—. ¡Por Dios!
Cierro mis ojos y respiro otra vez mientras lo escucho moverse en su asiento y luego siento su cuerpo acercándose al mío antes de percibir su tacto en la piel de mi mandíbula.
—Casi una semana sin verte, rubia, ¿y lo primero que me dices es «Qué vergüenza»? —frunce su ceño divertido—. Debería replantearme esta exclusividad que te estoy dando, no me tientes porque no quiero hacerlo.
Se acerca a mis labios y los besa con delicadeza.
—Así está mejor.
Pone el motor en marcha, hace primera y arranca mientras yo me abrocho el cinturón.
—No sabía que gozaba de tu exclusividad —bajo el parasol y, con ayuda del mini espejo, palpo mis labios con la yema de mi dedo para corregir el labial que él ha corrido.
—Claro que sí —me lanza una mirada fugaz—. Hoy me vi obligado a cancelarle a cuatro chicas para poder estar aquí contigo.
Me mira por el rabillo del ojo con una sonrisa juguetona formándose en sus labios.
—Me imagino... ¿Y cómo se sintió la Reina Isabel cuando le dijiste que no podrían salir? —ruedo los ojos y centro mi vista en las casas que vamos dejando detrás.
—Esta noche no le tocaba a ella y si mal no recuerdo era el turno de...Giovanna
Pronuncia cada sílaba de su nombre con suavidad despertando celos en mí que no estoy dispuesta a poner en evidencia.
—Es una lástima, debiste haberla elegido a ella porque yo te haré preguntas, muchas...
Estaciona el auto frente a un gran galpón con graffitis en neón dibujados por todas partes. De seguro es un negocio nuevo, porque no recuerdo haber pasado por aquí nunca, de hecho, creo que no conozco este lado del pueblo.
—La noche ni siquiera empieza, Sara. Te explicaré por qué fui un idiota y por qué quizá tendré que serlo alguna vez más, te lo prometo, pero ahora solo quiero que nos divirtamos un poco.
Me agarra la barbilla con una mano y me planta un beso en la boca.
—Entraremos ahí y el número de tiros que me des serán el número de respuestas que tendrás.
Frunzo mi ceño. ¿A qué se refiere con tiros? ¿Qué es este lugar?
—Ahora —sonríe con lascivia—, el número de tiros que tu obtengas será el número de veces que te follaré la boca cuando acabe la noche.
Alzo las cejas y trago grueso. Dejaría que me folle la boca tantas veces como quiera, pero esto le da un toque más divertido y sensual a mi parecer.
—¿Aceptas? —me extiende su mano y se la estrecho con confianza.
—Acepto.
Sale del auto con una sonrisa amplia en su rostro. Si cree que trayéndome a un campo de tiro me acobardará está equivocado porque los videojuegos de armas son mis favoritos y debo admitir que en cuanto al armado de estrategias soy bastante buena.
Camina hacia mí que también me he bajado y pasa su brazo por encima de mis hombros dirigiéndome hacia la puerta del galpón. Encima de esta hay un letrero que pone «Paintball» y tiene dibujada una máscara con dos pistolas a ambos lados.
Con que a esto se refería con lo de «tiros», yo ya me había montado toda una película en la cabeza como los escenarios ficticios que solía armar antes de dormir.
—No me pegues en el pecho —le advierto—, la remera es de Klara y nos matará a ambos si se la regreso toda manchada.
—Le compraré quince nuevas si es necesario, rubia, pero no tendré piedad.
Lleva su lengua hasta sus muelas y sonríe apartando la vista de mí.
—Ni ahora, ni cuando te esté follando.
Empuja la enorme puerta y nos adentramos en un mundo completamente diferente. Aquí dentro hay tanques de petróleo pintados de rojo con señales de tóxico y peligro pegados en ellos, fardos de paja, paredes de metal enormes y muchas otras decoraciones que hacen que el área de juego parezca un verdadero campo de batalla.
—Lucca Bianchi. Certo? —dice el hombre del otro lado del mostrador que está prácticamente escondido detrás de unas gomas de auto y mucha paja—. Svuotiamo tutta la stanza come ci hai chiesto.
—Mi lasci la chiave o ti avviso quando partiamo?
En este momento me siento como Alicia en el país de las maravillas: totalmente perdida. No me disgusta oírlo hablar en italiano porque hace tiempo que no lo hacía, pero ahora mismo no entiendo nada y eso me molesta.
—Ti chiudi —le dice el hombre y le pasa una llave—. Buona notte a te e alla tua ragazza.
Lucca me mira por encima de su hombro y sonríe para después guiñarme un ojo y centrarse nuevamente en el hombre que mete un montón de cosas en su mochila.
—Ho lasciato i giubbotti e l'attrezzatura nei bagni degli uomini e delle donne. —le dice el hombre.
—Grazie —responde Lucca.
Bueno, al menos sé que eso significa «Gracias», es un avance.
El hombre termina de meter sus cosas en la mochila, se despide de nosotros con la mano y sale del galpón cerrando la puerta detrás de sí.
—Tu pistola y chaleco están en el baño de mujeres, rubia —me señala un pasillo con luces rosa neón—. Te veo en unos minutos.
Camina en dirección opuesta a la que señaló, metiéndose en un pasillo iluminado de un color verde neón. Puedo notar sin esfuerzo que los dueños de este negocio tienen un fanatismo inmenso por el neón.
Le agradezco al hombre por dejarme un chaleco lo suficientemente grande como para que tape a la perfección la blusa de Klara porque de verdad no quiero arruinarla.
Tomo el arma del suelo y hago poses junto al espejo tomándome algunas fotos con el celular que más tarde subiré a Instagram y le enviaré a Lizzie para contarle sobre mi día.
—Ahora con el mío —La voz de Lucca detrás de mí me sobresalta—. Quiero tener un recuerdo también.
Me extiende su celular.
—¿No que no te gustaban las fotos? —digo recordando cuando lo mencionó en la cena de su padre.
—No me gustan, solo quiero tomarme una contigo, rubia —pone su mano en mi vientre y pega su cuerpo a mi espalda—. ¿Algún problema con eso?
Sus susurros contra mi cabello hacen que se me erice la piel.
—Ninguno —Mis ojos se conectan con los suyos a través del espejo.
—Entonces toma la foto y cierra el pico o me veré obligado a hacer que lo cierres.
Agarro su celular en mis pequeñas manos. Dejo caer mi arma en el suelo y me pego a su pecho un poco más mientras su mano sigue firme en mi vientre. Él hunde su cabeza en mi cuello para dejar un beso húmedo en él y en ese momento justo tomo la foto.
—¿Me la pasas? —pregunto girándome hacia él.
—¿Por dónde quieres que te la pase? —sonríe de lado.
Mis brazos están en mis caderas como si fuese una jarra.
—¿En serio todo lo que cruza por tu cabeza está relacionado con el sexo? —muerdo mis labios y ruedo los ojos.
—¡Ya te dije que es imposible pensar en otra cosa cuando te tengo cerca!
—O sea que un sinónimo de Sara para ti es sexo —frunzo la boca.
—Sí, pero también es «Rubia linda».
Arruga su nariz y se acerca a mi sonriendo, posa sus manos en mi cintura y yo al principio pongo resistencia, pero cuando me da un beso corto en los labios y se queda sonriendo sobre ellos no puedo seguir con mi teatro.
—¿Me trajiste aquí solo para follar? —Eso es lo que siento.
—No, Sara —me sostiene por el cuello con ambas manos atrayendo mi boca a la suya—. Te traje aquí porque me apetece estar contigo.
Mira el corto espacio entre nuestros cuerpos y luego vuelve a mis ojos.
—Si quieres follar tampoco es que me vaya a ofender, todo lo contrario, estaré encantado.
—Eres un idiota —le golpeo suavemente los hombros.
—Solo de vez en cuando.
Guiña un ojo de forma sexy y me da la espalda.
—Cuenta hasta quince y sal —dice mirándome por encima de su hombro—. No hay reglas que valgan, rubia, solo dispara a todo lo que se mueva.
Me giro en dirección al espejo sonriendo, acomodo mis senos bajo el chaleco, me pongo el casco que solo deja libre mis ojos y salgo del baño con el arma contra mi pecho y un pie avanzando delante del otro con cautela porque Lucca podría estar en cualquier lado.
Camino a través de un pasillo de fardos de paja que me ponen tensa, recordándome una película de terror que me atormentaba en mi niñez. Mis sentidos están como los de un ciervo en medio del bosque, cien por ciento alertas y preparados a cualquier movimiento que se requiera hacer. Al llegar al final pego mi espalda a la paja y doy un rápido vistazo al pasillo que sigue a la izquierda que parece estar despejado. Me agacho detrás de un barril de metal y le saco el seguro al arma, es la primera vez que juego al paintball en la vida real, pero sé algunos trucos; como por ejemplo que si permanezco escondida Lucca pronto se aburrirá y vendrá a buscarme, entonces ahí lo sorprenderé.
Tras unos cuatro o cinco minutos escondida la que se aburre soy yo, así que salgo de detrás del barril y sigo avanzando por el pasillo con mi arma apuntando al frente siempre.
—Pensavo che non saresti mai uscito, bionda —lo escucho decir y me espanto al instante.
—¡En inglés, Lucca! —grito.
Amo su italiano, pero ahora mismo solo me pone tensa.
—¡Perdón, lo olvidé! —grita en respuesta, pero ahora siento su voz más cerca.
Al final de este pasillo hay como un claro en dónde está dispuesto el verdadero campo de batalla. Al llegar capto movimiento detrás de las gomas de auto y no lo pienso dos veces en meterme en un fuerte de paja que me hace sentir como el cerdito tonto, pero no importa, es el mejor refugio que encontré.
La bala de pintura viaja con rapidez por el aire y me da justo en el medio del pecho, haciendo que me mueva un poco hacia atrás y el fardo de paja detrás de mí caiga.
—¡He dicho que en el pecho no! —protesto.
Tengo el chaleco puesto, pero eso no quita que se pueda estropear la blusa.
—¡Y yo dije que no me importa comprarle más tops!
Su voz es cada vez más cercana y hace que me recorra un escalofrío por todo el cuerpo. Me siento siendo perseguida por un asesino serial.
—Lucca, tengo miedo —le advierto buscando que le de pena y al menos tenga un poco de piedad.
—Estoy aquí, Sara, no temas.
Una bala me da en el brazo esta vez y seguida a esta, una en la pierna.
Lucca está parado frente a mí, una sonrisa torcida en su rostro, sonrisa que borro cuando le disparo, dándole en la entrepierna. Él se lleva las manos ahí, maldiciendo y yo carcajeo bajando la guardia.
—¿Crees que no me pondría protección? —me apunta fijo con su arma—. Sé que eres una loca, no me atrevería a subestimarte.
Aprieta el gatillo y la bala de pintura azul me da de lleno en el pecho, seguida de otra y otra más. Sale corriendo antes de que pueda dispararle también, lo que me enrabieta y salgo del fuerte a gatas para perseguirlo, pero antes de que me ponga de pie otra bala me da en el hombro.
—¡Te odio! —grito comenzando a correr hacia él.
Me niego a solo poder preguntarle una cosa. Me niego rotundamente. Tengo que volver a darle.
Freno junto a uno de los barriles dispuesto en medio del pasillo, tomo un poco de impulso hacia atrás y arremeto contra él. El barril cae conmigo encima de él con mayor fuerza de la que pretendía, haciendo un gran ruido al dar la lata contra el suelo y a consecuencia del golpe; lastimándome un poco la rodilla. Emito un quejido de dolor, claramente exagerado porque en realidad no me duele ni un poco.
—¡Mierda! —maldigo llevándome una rodilla al pecho y poniendo cara de sufrimiento.
Lucca aparece corriendo, la preocupación clara en sus ojos cuando se agacha junto a mí.
—¿Estás bien? —inquiere dejando su arma en el piso para examinar mi rodilla.
¡Bingo!
Tomo mi arma y descargo todo mi cartucho de balas en su chaleco, hombros y brazos. Una le da en la parte que queda descubierta de su cuello y emite un quejido, así que me detengo. Se quita el casco y junto a este el chaleco. Hay una sonrisa torcida en su rostro, una sonrisa que asimila mi traición y teatro de hace unos segundos. Se muerde los labios y niega, apartando la mirada de mis ojos.
—Lo peor es que de verdad me preocupé —arruga la nariz—. Te daré veinte segundos.
—¿Veinte segundos para qué? —pregunto, apoyándome en mis manos y tirándome hacia atrás.
—Para que te escondas, porque hasta ahora he sido bueno —se acerca a mi boca y me da un beso corto—, pero esto lo cambia todo, rubia.
Jueves 17 de febrero 2022
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