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2 | La casa de la abuela.

Media hora más tarde el viento se cuela en el interior del coche y me revoluciona el cabello. Mis ondas rubias van de un lado para el otro, se enredan, las desenredo con los dedos y otra vez vuelven a enredarse, así que opto por no darles más importancia y romper el ciclo que se había comenzado a formar. Más tarde puedo peinarme.

Måneskin suena a todo volumen en mis auriculares. Mamá suele quejarse diciendo que me romperé los tímpanos, pero la verdad no es como que le haga mucho caso, y de igual forma sería un privilegio que la perfecta voz de Damiano me dejase sorda.

—Saca las identificaciones que debo entregárselas al portero del barrio —Me ordena mamá tras quitarme un auricular.

Le pongo mala cara, vuelvo a colocarme el auricular y me echo hacia los asientos traseros para sacar los documentos de su cartera. Al encontrarlos vuelvo a sentarme con los pies sobre el tablero solo porque sé que le molesta.

Mi abuela vive en un barrio privado, en un pueblo que no alcanza los diez mil habitantes. Al llegar, mamá le entrega los documentos al tipo de la entrada, él llama por teléfono a alguien —probablemente a la abuela para confirmar que nos conoce—, y luego nos entrega los documentos con una sonrisa. En cuanto doblamos la esquina y dejamos atrás al tipo, me siento bombardeada por los recuerdos que en su mayoría son imágenes de mi prima Victoria haciendo algo malo y yo siendo la destinataria de esas maldades.

Victoria siempre ha sido una persona despreciable, en parte me merezco su maldad, pero por otro lado creo que estoy pagando el karma de alguien más.

Mamá detiene el auto frente a la casa en la que pasé cada verano de mi niñez. De pequeña amaba venir aquí, me portaba bien todo el año solo para merecer el viaje, y hasta hace dos años era igual, pero algo cambió y por el bien de ambos decidí comenzar a quedarme con mis amigos en casa.

—¡Sarita! —No me da tiempo a quitarme los auriculares porque mi abuela me abraza ni bien bajo del auto.

—¡Abuela! —Le devuelvo el abrazo, pero no por mucho tiempo ya que a los dos segundos comienza a pegarme con el trapo de cocina que siempre lleva al hombro y tengo que soltarla para poder cubrirme la cara.

—¡Pequeña idiota, creí que no volvería a verte hasta el día de tu casamiento! —los golpes cesan.

—Ella estaba muy emocionada por venir... —balbucea mamá al pasar junto a mí cargando una de sus cajas catalogada como «Frágil», para luego meterse dentro de la casa.

No puedo evitar sentirme culpable por las palabras de la abuela. Supongo que fue confuso para ella que de un verano a otro simplemente dejara de visitarla, ni siquiera en sus cumpleaños o fechas importantes. Ahora Vicky no parece tan hija de puta comparándola conmigo.

La abuela intenta pasar su brazo por encima de mis hombros, solo que no llega —siempre le dijimos gnomo porque mide 1,57—, entonces se pone detrás de mí y me empuja por la espalda para que entre a la casa. Todo está tal cual lo recuerdo, la casa encierra ese aroma a galletas de vainilla que me transporta, una vez más, a mi niñez. Los muebles siguen siendo los de siempre, lo único que falta es el abuelo William que según me comentó mamá mientras veníamos, está de pesca con sus amigos.

—¿Y Klara? —Le pregunto a la abuela.

De mis cuatro primas ella es quien mejor me cae. A pesar de no habernos visto en dos años, la relación es bastante buena, hablamos a menudo y al menos una noche a la semana hacemos videollamada para contarnos estupideces.

—¿Qué puede estar haciendo esa niña? Acostada con el celular, es lo que hace todo el día —contesta ella y se dirige a la cocina.

La veo sacar una bandeja de galletas del horno y me apresuro a subir las escaleras para que no me obligue a probarlas porque son riquísimas y luego de que coma una estoy segurísima de que me terminaré atracando con un montón más.

Camino a través del pasillo sin hacer ruido y cuando estoy frente a la puerta de la habitación de Klara la abro de un tirón. Ella está de espaldas a la puerta sentada en la cama con sus auriculares alrededor de la cabeza, debe de estar muy concentrada en lo que sea que escucha porque no se ha dado cuenta de que he entrado y ahora estoy parada junto a ella. Pongo mis manos en sus hombros de una manera brusca y grito con el tono más grave que me sale. Ella se sobresalta, pone una mano en el pecho y me mira con el ceño fruncido y los ojos desorbitados.

—¡Anda, toca! —lleva mi mano a su corazón y siento como este late a dos mil por hora—. ¡Estás loca, Ange!

Sabe que no me gusta que me llamen por mi segundo nombre.

—También te quiero, Vanessa —me lanza un almohadón ni bien termino de pronunciar el suyo.

Nuestros segundos nombres son en honor a una tía de la abuela que murió ahogada en un río. De ahí la razón para odiarlos.

Se saca los auriculares y nos reunimos en un abrazo mientras damos vueltas como si estuviéramos bailando al compás de una canción romántica. Cuando nos separamos me doy cuenta de que está llorando y enseguida vuelvo a acunarla entre mis brazos.

—Te extrañé mucho —dice entre sollozos.

Arrugo la nariz y sonrío. Klara siempre fue una dramática de primera, hasta incluso ganó el premio de princesa del drama en séptimo grado. Y no, no hay nada de sarcasmo en esto.

—Yo también te extrañé, pero no mucho en comparación con lo que extrañé tus chismes —vuelvo a sonreir y arqueo las cejas.

—Ahora que lo mencionas... tengo uno bien calentito.

Le hago señas con las manos al ver que se detiene, ella agranda los ojos y mueve la cabeza en dirección a la puerta. Al darme vuelta me doy cuenta que Victoria está parada en el umbral con los labios fruncidos y la lengua lista para soltar su veneno de víbora.

—Creí que teníamos un acuerdo —El delineado le hace ver los ojos más grandes y le dan un aspecto de loca—. ¿Tengo que amenazarte otra vez?

Su dedo índice nunca deja de apuntarme con rabia.

—Y tú, anda, cuéntale de mi cuñado —dice señalando a Klara. Su voz es áspera, le cambió mucho desde la última vez que la escuché—. Un chico como él da mucho de qué hablar en bocas como las de ustedes.

Nos mira de arriba abajo y arriba otra vez. Su cabello lacio cae sobre sus hombros y le llega hasta por debajo del busto. Ella, Klara, mis otras dos primas y yo tenemos casi el mismo tono de cabello, pero variamos en calidad diría yo. El de Vicky es lacio, demasiado para mi gusto; si bien el de Klara también es lacio, tiene algunos rizos que le quedan divinos y no estoy diciendo esto solo porque ella sea mi prima favorita; Sofía y Anna, por otro lado, son completamente onduladas, al igual que yo.

Es triste el hecho de que tengo más curvas en el cabello que en todo el cuerpo, aunque Lizzie asegura que eso no es así.

—De hecho estaba por contarle que la abuela adoptó una mascota, pero ahora que estás aquí, Sara puede verte con sus propios ojos.

A Klara se le tuerce la boca en una sonrisa mientras que Vicky arruga la nariz en un gesto de asco y da vuelta los ojos. De pequeñas siempre fuimos Klara y yo contra Viboria, apodo que le pusimos combinando su nombre con la palabra víbora.

—Por ser así de infantiles es que ningún chico se fija en ustedes

—Parece que tu chico sí se fijó en Sara —le suelta Klara—. ¿Te vas? ¿O quieres que siga hablando?

Ella alza una ceja y sorprendentemente da media vuelta y se va. Escuchamos sus pisadas descendiendo por las escaleras y luego la puerta de la entrada abrirse para volver a cerrarse con un golpe.

—Bien...Como te decía... Tengo algo casi recién salido del horno, más precisamente, de hace dos semanas.

Si no desembucha en los próximos diez segundos me dará algo en el pecho, lo presiento.

—¿Te acuerdas de que Landon tenía un hermano mellizo al que nadie conoce? —Landon es el novio de Vicky.

Asiento a pesar de no tener ni la menor idea de ese rumor.

—Pues parece que era cierto. Cuando Pedro descubrió que su mujer le fue infiel se fue, y se llevó consigo al chico que solo tenía dos años, pero ahora ha vuelto y él chico vino con él. Se hizo amigo de Pablo y de los chicos del grupo, nos hemos juntado estas dos semanas casi todos los días y por lo que he podido escuchar ha visitado más de cuarenta países, habla cinco idiomas, pero no maneja muy bien el inglés, lo que es mentira porque yo lo he escuchado hablarlo perfectamente y ah... modela para una marca italiana de ropa interior y está más bueno que chupar costillas asadas.

—Creo que me perdí...

No recuerdo haber escuchado nunca que Landon tuviera un mellizo, mi mente no puede procesar que existan dos personas iguales, o sea, sí puede, no soy tan tonta, pero me es imposible creer que pueda haber alguien igual a Landon. Su cabellera rubia que lo hace ver como un Ken, sus brazos musculosos gracias a pertenecer al equipo de rugby del colegio, su altura como para ser basquetbolista...

—Ya, no importa. Lo interesante es que estamos invitadas a la fiesta de cumpleaños de Landon. Fiesta, en la que obviamente estará su mellizo, Lucca —De la nada da un suspiro dramático—. Hasta su nombre suena perfecto.

—Del uno al diez, ¿Qué tan parecidos son?

—Uy, no. No son para nada iguales, el agua y el aceite son más similares que ellos —dice negando con la cabeza mientras frunce el ceño.

Bien, al menos así no será tan extraño.

La abuela sube con una bandeja de galletitas cuando estamos cantando «Don't stop» de 5 Seconds of summer a todo pulmón usando peines como micrófonos. Nos dice que estamos locas, deposita la bandeja humeante sobre el escritorio y cierra la puerta detrás de ella al marcharse. Pensaba rehusarme a comer esas galletitas, pero el aroma que proviene de ellas grita mi nombre, lo juro, puedo escucharlas decir «Sara, cómeme», y negarme a tal petición sería una mala educación.

Media hora más tarde, tirada panza arriba sobre la cama, intento encontrar el usuario de instagram de Lucca, pero fallo, no entiendo como Klara hace para siempre dar con el usuario de todo el mundo. Es como una súper habilidad.

La fiesta de cumpleaños es hoy, así que pasamos la tarde eligiendo un outfit que ponernos y nos probamos cada prenda del closet hasta dar con la que creemos es la correcta. Al principio no podía creer que de verdad estaba invitada, pero efectivamente es así. La tarjeta pone: Vanessa Floweer y Angelina Dustin.

Creo que no es necesario decir que fue Victoria quien envió las invitaciones, de ahí el uso de esos horribles nombres.

Klara lleva puesto un vestido azul marino que le llega hasta un poco por encima de la rodilla y se ha recogido el cabello en un moño elegante. A mi me ha hecho una trenza dejando algunos mechones sueltos a los lados de mi cara para que no quede tan vacía, llevo un vestido negro de tirantes, que llega por debajo de los muslos y con un corte en la parte derecha que según yo luce bastante sexy.

—Quiero perder mi flor —comenta Klara.

—¿Tu qué? —frunzo el ceño, confundida.

—Mi virginidad.

Mi cerebro está carcajeando por su forma de referirse a su virginidad, me suena a abuelita de cien años con la mente en el mil quinientos antes de Cristo, criarse con la abuela tiene sus desventajas y que se te pegue su manera de hablar es una de ellas.

—¿Estás segura?

—Estoy harta de que Victoria se burle de mí por aún ser virgen...

—No tienes que tener sexo si no estás segura, ¡A la mierda lo que diga Viboria!

—Ya, pero de todas formas quiero hacerlo... Llevo casi un año saliendo con Pablo y creo que ya es momento de pasar del nivel de besos y abrazos...

Conozco a Pablo solo por fotos, Klara me ha comentado lo enamorada que el chico la tiene y lo feliz que la hace sentir, pero como hace dos putos años no aparezco ni en figurita por aquí, aún no tuve la oportunidad de conocerlo en persona.

—Mi deber como consejera está hecho, solo me resta decirte que uses protección —me llevo la mano al corazón—. No quiero una mini Klara corriendo por ahí dentro de tres años.

Klara se tira al piso y comienza a gritar.

—¡Toco madera! ¡Toco madera sin patas!

Ambas nos reímos, no en sí porque haya sido gracioso, sino que porque la abuela siempre hace eso cuando quiere que algo no pase.

Cuando bajamos a la sala, Mamá y la tía Tina —madre de Klara—, están sentadas en el sofá viendo una película de esas antiguas que ni color tiene. Mamá me dedica una mirada de arriba abajo, posiblemente desconforme con mi vestuario, pero sin embargo no hace ningún comentario al respecto.

—Pásenla bien —Nos dice la tía.

Klara me empuja por los hombros en dirección a la puerta, apresurada porque nos marchemos de una vez.

—Compórtate, Sara Angelina —Me suelta mamá justo antes de que la puerta se cierre.

—¡Lo haré!

Grito en respuesta, pero no estoy segura de que haya llegado a escucharme.

Domingo 12 de diciembre 2021

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