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15 | La cena.

Estoy terminando de ducharme cuando Klara pone en pausa la música y grita desde el cuarto que me apresure. Me pongo un short y un sostén lo más rápido que puedo y salgo del baño sosteniendo la remera en una de mis manos mientras con la otra refrego la toalla contra mi cabello para secarlo un poco.

—¿Qué pasó? —me siento junto a ella en la cama dejando caer la toalla a un lado.

—Lucca te escribió recién, yo le pasé tu número. Dice que pasará a buscarte en media hora y le contesté que esperara fuera del barrio porque el portero de la noche no lo conoce e igual llama a la abuela para saber si dejarlo entrar o no.

Son las nueve y veintisiete, de acá a las diez tengo tiempo suficiente para... nada. Aún no he decidido que ropa me pondré o cómo me maquillaré, tampoco chequee cómo estará el tiempo para saber si llevar un abrigo o no, no he sacado los zapatos de mi maleta desde que llegué y ya comienzo a sentir el estrés de saber que el tiempo no me alcanzará para hacer todo.

—Quiero morir —digo con un tono dramático alargando las palabras.

—Sécate el cabello que mientras tanto yo busco qué ponerte —sube y baja las cejas con rapidez.

—Es una cena formal, Klara —camino hasta el tocador—. Y va a estar toda su familia así que busca algo decente, por favor.

Ella murmura algo que no logro escuchar porque hago demasiado ruido desenredando el cable del secador del de la plancha de cabello. Al pedirle que lo repita se limita a decir que mejor que no lo sepa y ríe mientras continúa sacando prendas del closet que terminan encima de la cama.

Para cuando acabo de secarme el cabello Klara ya tiene una enorme pila de ropa amontonada que me recuerda al desorden que tiene Lucca en su habitación. Ella sigue tirando prendas para un lado y para otro, maldiciendo y sorprendiéndose con cosas random que encuentra en el proceso.

—Tengo cosas aquí cuya existencia había olvidado completamente —extiende un disfraz de mariposa frente a ella y hace un mohín de asco—. Baile de primavera, séptimo grado, traumático.

El vestido vuela por los aires y cae al suelo al otro lado de la cama junto con otras ropas coloridas que claramente pertenecen a la pila de descarte. Toma otro vestido extendiéndolo frente a ella y por la forma en la que se le iluminan los ojos sé que ese es el vestido ganador.

—Pruébatelo —me lo lanza a la cara y yo me apresuro a ponérmelo—. Sara, definitivamente irás con eso, te queda perfecto.

Me acerco al espejo y me miro desde todos los ángulos posibles. De costado mi cintura se ve un poco más chica de lo que en realidad es y mi trasero tiene el efecto contrario. La tela negra cubre mis hombros, deja mi espalda al descubierto y arranca otra vez donde termina mi columna vertebral.

—No me pondré sostén, ¿no?

—La pregunta me ofende —dice con los ojos agrandados—. Te das cuenta que con cada atuendo que te elijo busco hacer el trabajo más fácil a la hora de quitártelo, ¿no? —guiña un ojo en un acto de complicidad y ambas reímos.

Son las nueve y cincuenta y cinco cuando me llega un mensaje de Lucca diciendo que está fuera del barrio. Chequeo mi aliento, me veo el trasero en el espejo, y acomodo mis senos. Klara me pasa un mini bolsito negro birllante con una cadenita dorada en el que guardo mi celular, tampones, algo de dinero y mis documentos.

—Yo bajo y los distraigo —me da un abrazo—. Pásala bien y luego me cuentas.

—Te quiero, Klara —le digo al apartarnos.

—Y yo te quiero más, por eso me estoy arriesgando a que la abuela crea que también soy una zorra que folla con chicos dentro de sus autos —rueda los ojos sonriendo a la vez que yo le propino un golpe suave en el brazo y niego con la cabeza.

Mamá dijo que no me castigaría por tener algo con un chico, pero la abuela necesitaba que lo hiciera, así que solo me dijo que si salía durante la noche procurara que nadie que no fuese ella o Klara me vieran.

Bajamos a paso de tortuga para no hacer ruido, Klara se mete en la cocina donde están todos reunidos ya para cenar y yo sigo mi camino hacia la puerta principal. Giro el pomo suavemente mientras la escucho decir que pedirá comida para ambas porque haremos una maratón de Harry Potter y que no nos molesten porque pasaremos la noche entera haciendo eso.

Doy un suspiro profundo al salir de la casa sintiendo la presión liberarse de mis hombros y me escabullo por todo el barrio hasta llegar a la reja en donde el portero me saluda con una sonrisa antes de finalmente dejarme salir. Me despido del hombre agitando mi mano de un lado al otro y me acerco al auto de Lucca que está estacionado al otro lado de la calle.

Él baja el vidrio y silba a la vez que esboza una sonrisa sexy.

—Che bella, bionda.

Me meto en el auto y me arrimo a él para saludarlo dándole un beso en la mejilla. Huele a colonia y jabón, lleva puesta una camisa blanca lisa como en su cumpleaños y un pantalón negro que supongo hace juego con la chaqueta que descansa en los asientos traseros. Su cuello está plagado por los chupetones que le hice esta mañana y no puedo evitar sonreír al verlos.

—Pensé que no te dejarían venir después de lo de hoy —pone el auto en marcha—. Tu abuela se veía furiosa.

—Lo estaba. Le dijo a mi madre que debía castigarme, pero ella no es de las que hacen esas cosas —me encojo de hombros—. De todas formas, si la abuela pregunta, estoy castigadísima y encerrada en mi habitación haciendo una maratón de Harry Potter con Klara.

Él sonríe.

—Que rebelde, rubia.

—¿A dónde vamos? —pregunto poniéndome el cinturón de seguridad.

Dijo que era una cena de negocios que daría su padre, pero no dijo dónde ni con quiénes.

—Pedro y Débora compraron una casa a las afueras del pueblo, harán la cena ahí —se detiene para darle el paso a un auto—. Celebran la extensión de la empresa que abrirán en la ciudad. Creo que te lo dije esta mañana, pero la verdad es que no lo recuerdo porque mi cerebro estaba concentrado en no comerte la boca antes de tiempo.

Asiento repetidamente riendo al mismo tiempo que mis mejillas se sonrojan por lo que ha dicho. No sé bien cuál es el trabajo de su padre ni por qué tiene tanto dinero, tampoco pregunto, porque no creo que sea un tema del que le agrade hablar. Me he fijado en que siempre llama a sus padres por su nombre, y con su madre lo entiendo, porque prácticamente es una extraña para él, pero Pedro fue quien lo crió y aún así sus ojos resultan fríos cuando lo nombra, como si no guardaran ningún sentimiento bueno hacia él.

—¿En qué piensas, rubia? —pasa su mano de la palanca de cambios a la mía que está sobre mi regazo.

No le preguntaré sobre su padre, no es algo que necesite saber ahora mismo y tengo el presentimiento de que mencionarlo solo hará incómodo el ambiente.

—En la primera vez que nos vimos —La imagen se viene a mi cabeza y supongo que a él igual porque sonríe de lado escaneando mi cuerpo de arriba abajo—. No iba en serio lo de que fue un error.

Pone ambas manos en el volante, los músculos de los brazos se le tensan y los de la mandíbula igual.

—No me importa mucho lo que digan las chicas sobre mí porque generalmente no vuelvo a verlas después de un polvo —admite.

«Siempre vuelve por más» mi voz suena en mi cabeza.

—Volviste a mí —busco sus ojos, pero él no aparta la vista de la carretera.

—Creo que le llaman «locura»

—Ya estabas loco antes de conocerme... ¿Follar en una terraza con decenas de personas y niños en el patio?

—¿Seguir besándome cuando sabías que Anna nos estaba viendo y comenzar a bajar para hacerme un oral a pesar de eso?

Me quedo callada y eso me delata como culpable.

—También la ví, Sara —me da una ojeada rápida y vuelve sus ojos a la ruta—. No me molestó que me usaras para darle celos.

—No... Yo no te usé —Y de verdad que no lo hice, mientras estábamos juntos en lo menos que pensé fue en Anna.

—Pertenezco al mismo grupo de amigos que Klara, Sara. Ella le cuenta cosas a Pablo y cuando esas cosas me incluyen, él me las cuenta a mí... Sé lo que te dijo sobre que nunca te haría caso y me gusta que le hayas demostrado lo contrario.

—¿Eso significa que me estás haciendo caso? —pregunto sonriendo como boba a la espera de su respuesta.

—Te estoy llevando a una cena en donde estarán personas importantes para mi familia. ¿A tí qué te parece?

Sigo sonriendo, pero ahora enfoco la vista en los árboles que dejamos atrás, él no vuelve a hablar así que solo nos disponemos a escuchar el estéreo los cinco minutos restantes de camino hasta estacionar frente a una casa enorme. Las paredes están pintadas de gris, pero una parte grande de ellas está cubierta por una enredadera con flores rojas y amarillas. El estacionamiento está hasta el tope de autos de diferentes marcas, colores y tamaños, pero estoy seguro que todos con un valor similar.

—Vamos antes de que se acabe todo el vodka —dice él mientras se desabrocha el cinturón.

Estira su brazo hacia atrás y saca la parte de arriba de su traje. Al bajarnos del auto camina hasta la parte delantera y se sienta para luego mirarme por encima de su hombro y hacer una seña para que me acerque.

—Rubia —me toma de la mano—. Prepárate para que te bese muchas veces esta noche.

—¿Eh? —alzo las cejas— ¿Y eso por qué?

No me estoy negando, pero si quiere besarme puede hacerlo y ya, no tiene que avisarme para eso.

—Uno; porque quiero y dos; porque estoy seguro de que todos te mirarán y necesito que esos idiotas sepan que vienes conmigo.

—¿Quién es el que marca territorio ahora? —tengo mi mejor expresión de suficiencia puesta en el rostro.

—No estoy marcando territorio, rubia, no eres un árbol ni yo un perro —pasa su brazo por encima de mis hombros—. Solo quiero que estén celosos porque gimes mi nombre y no el de ellos.

Me sonrojo al segundo y giro mi cabeza hacia los árboles para que no pueda verme. De verdad odio que sus palabras o cada cosa que implique su persona tengan ese efecto en mí porque me hace ver como una tonta.

—No te vayas a dar la cabeza con tu ego —murmuro y él carcajea alzando la vista hacia el cielo.

—Vamos, Sara, vamos —me atrae con el brazo hacia su cuerpo comenzando a caminar hacia la casa.

Ni bien abre la puerta el aroma a carne asada nos abraza. Todos aquí dentro están vestidos con ropa formal, trajes y vestidos a juego, la mayoría lleva una sonrisa de oreja a oreja posando a la cámaras y luego de las fotografías sus caras de culo vuelven a ser protagonistas. Uno de los fotógrafos se acerca a nosotros haciéndonos una seña con la cámara y yo miro a Lucca que asiente sonriendo.

—No me gustan las fotos, Sara —dice sin dejar de sonreír mientras el hombre enfoca el lente.

El flash nos da en la cara y un segundo después el hombre se despide con la cabeza y va haciendo la misma seña.

—Eres modelo —arrugo mi ceño.

Es irónico que diga eso cuando literalmente todo su perfil de Instagram son fotos tomadas en un estudio.

—Ahí me pagan por sacarme fotos, acá son solo para subirlas a la página de la empresa y meh... —hace una expresión de disgusto.

Aún camino con su brazo sobre mis hombros, cada vez que cruzamos junto a alguien el pega mi cuerpo un poco al suyo y le sonríe falsamente a quien quiera que sea.

—¿Beberás algo? —pregunta.

—¿Una cerveza? —ladeo mi cabeza.

Él asiente y me dirige hacia una mesa donde hay un montón de copas servidas y comida picada. Jamón, queso, papitas y un montón de cosas más. Tomo una papita y me la llevo a la boca, chupándome el dedo para quitar los restos de sal. Mientras, él agarra una cerveza y se sirve un poco de vodka en un vaso para después echarle algunos cubitos de hielo. Cuando me mira por el rabillo del ojo una sonrisa que no logro interpretar se dibuja en sus labios.

—No hagas eso, rubia.

—Perdón —llevo mi dedo detrás de mi espalda—. A veces se me olvidan los modales.

—No es por eso, en realidad no me imprtaría si ahora mismo te pones a bailar desnuda encima de esta mesa, creo que hasta te haría compañía, pero si sigues chupándote los dedos de esa forma harás que te imagine de rodillas frente a mí...

Lo pecho con el hombro intentando que se calle, pero parece que es una provocación porque ríe y sigue hablando.

—Mi mano en tu cabello ayudándote a que entre hasta el fondo...

—¡Lucca! —exclamo roja como un hierro caliente.

—Ya paro, ya paro —me pasa un vaso lleno de cerveza sin dejar de reír como idiota—. Solo diré que la idea ronda mi cabeza desde que follamos en la terraza de casa.

De la nada se acerca y me da un beso. Cuando se aparta lo miro con el ceño fruncido.

—Hay un tipo mirándote el culo, rubia —pone ambas manos en mi trasero y vuelve a besarme para después quedarse contra ellos sonriendo.

—¿Iba en serio lo de los besos? —De verdad creí que estaba bromeando.

—¡Oh, sí! —forma una línea con sus labios—. Muy en serio.

Y me besa otra vez.

—¿Te molesta que lo haga? —me agarra por la mandíbula para mirarme a los ojos—. Porque si te molesta puedo parar, eh, solo dímelo...

Esta vez soy yo quien lo besa y noto como sonríe sin permitir que nuestros labios se separen. Al apartarnos toma mi mano y comenzamos a deambular por la casa. Hay al menos cincuenta personas aquí dentro, algunas caminan de un lado al otro deteniéndose a conversar, otras están sentadas con caras largas y otras simplemente cotillean desde los rincones seguramente criticando a quienes cruzan frente a ellos. Noto que no hay señor mayor que no tenga un vaso de alcohol en la mano y un cigarro en la otra; es como si para ser rico eso, y llevar un traje, fueran los requisitos primordiales, claro, aparte de tener un gran ego.

—¿Bailamos? —dice Lucca y antes de que pueda responder me arrastra hasta el fondo de la pista de baile.

A través de los parlantes suena una canción de ritmo lento, así que nos ponemos a dar vueltas en círculos siguiendo el compás. Sus manos en mi cintura, las mías alrededor de su cuello.

Algunas parejas abandonan la pista a mitad de la canción, dirigiéndose a la mesa de bebidas a buscar algo que tomar. Otras permanecen ahí, moviéndose con el ritmo.

Lucca me atrae por la cintura hacia él, la mano en la que sostiene el vaso baja por mi espalda hasta la terminación de mi columna vertebral y se queda ahí, presionando para que no me aleje, aunque tampoco pensaba hacerlo. Mientras damos vueltas suena Next to me de Imagine Dragons, haciendo que con su ritmo el momento se haga mágico. Él tararea un pedazo de la letra, su voz gruesa se me hace como la de un gatito tierno mientras pronuncia cada palabra con un leve acento italiano.

Nos quedamos en la pista durante casi que una hora, canción tras canción, ritmo tras ritmo, ahí bailando entre sonrisas y besos sin importar nada más hasta que se escucha como alguien choca una cucharilla contra una copa y al segundo se detiene la música y todos se giran hacia la mesa principal.

—Hola, sí —dice Pedro probando el micrófono—. Buenas noches a todos...

Sonríe viendo hacia todos lados, estudiando todas las caras de los presentes.

—Primero que nada quiero agradecer a cada uno de ustedes por estar aquí esta noche. Agradecer a mis amigos, socios y conocidos, pero sobre todo a mi familia.

Débora está sentada a su lado así que no tarda nada en encontrarla. Pedro llama a Emily que se abre camino entre la gente y sale de la pista de baile, seguida por un chico con mala cara. Dice que Landon no pudo estar presente y habla un poco de lo gran hijo que es, cosa ilógica porque es la primera vez que ve al chico en persona. Cuando llama a Lucca y estira su cuello para buscarlo entre la multitud siento como él se revuelve a mi lado y suelta mi mano apartándose un poco.

—Sin ellos no sería nada de lo que hoy soy y por eso los amo.

Le da un beso a Débora en la coronilla de la cabeza y otro a Emily pasándole un brazo por encima de los hombros. Lucca se une a su pequeña reunión familiar, omitiendo los abrazos y otras demostraciones de afecto, sonriendo ante la cámara y haciéndome entender a través de miradas fugaces que todo eso es falso.

—Supongo que está demás decir que disfruten de la noche y que aquellos que deseen quedarse en la casa son bienvenidos a hacerlo —alza la copa en el aire—. Muchísimas gracias a todos.

El sonido de las copas chocando entre sí al brindar ocupa toda la casa y la gente comienza a moverse volviendo a sus charlas y a la pista de baile.

Justo cuando creo haber perdido de vista a Lucca el aparece a mi espalda y me toma del antebrazo susurrando contra mi cuello.

—Vamos al balcón, rubia.

Martes 1 de febrero 2022

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