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14 | Explosión.

Me quito de encima del regazo de Lucca y vuelvo al asiento del copiloto más rápido que un rayo. Las manos me sudan y los dedos me tiemblan mientras abrocho mi camisa y acomodo mi cabello ayudándome de mi reflejo en el espejo del parasol para tapar las recientes marcas de mi cuello que comienzan a tomar un color carmín.

Lucca pone el asiento recto, se abrocha la camisa y sube el cierre de su pantalón justo a tiempo, porque segundos después la abuela comienza a golpear el vidrio con insistencia.

—No te pongas roja, Sara —dice él agarrándome suavemente la mano—. Solo actúa normal, no estábamos haciendo nada malo.

—Mierda, mierda —es lo único que logro murmurar.

La abuela nos mira con rayos láser en los ojos, los brazos cruzados y su pie repiqueteando en el suelo. El tata está parado en el umbral de la puerta con los brazos cruzados también y una expresión seria en su rostro que de pequeña me daba miedo y que ahora está generando el mismo sentimiento en mí.

Ella inspecciona con los ojos todo el auto y luego a nosotros de arriba abajo. Lucca se ha levantado el cuello de la camisa y eso logró al menos taparle un poco los chupetones, lo que lo salva de que la abuela le arranque la cabeza aquí mismo.

—Vamos dentro, Sara —me ordena.

Jamás la había escuchado hablar así de rudo a ninguna de sus nietas, ni siquiera a mamá o a mis tías. No le habla así de feo ni al verdulero cuando le envía frutas pasadas de temporada o verduras con tierra.

Me estiro hacia el asiento trasero en busca de mi mochila. No sé adónde ha ido a parar mi corbata o sus lentes de sol, tampoco es que sea una de mis mayores preocupaciones en este preciso momento pero pues, necesito esa corbata porque es parte del uniforme y sin ella no me dejarán entrar al colegio. Cuando alcanzo mi mochila me bajo del auto sin poder ver a la abuela a los ojos.

—Fino a stasera, bionda.

—Adiós...

La abuela no me deja terminar de despedirme porque me toma del brazo y me arrastra hasta dentro de la casa. Con cada paso que doy siento una pequeña molestia en mi entrepierna, normalmente me alarmaría, pero sé exactamente a qué se debe y no puedo quejarme.

—¡Sara Angelina Dustin Clayson! —Que te llamen por tu nombre completo da miedo—. ¡Explícate!

—¿Qué quieres que explique? —Mi voz suena rara, a la defensiva, quizás demasiado.

—¿Qué hacías con ese chico ahí afuera?

Sus manos recorren todo el espacio, la abuela es una de esas personas que acompañan todo lo que dicen con ademanes.

—¿Me trajo a casa porque es punto de mediodía y el sol parte el asfalto de tan caliente que está? —digo la verdad, esa es la verdad, es lo que pasó en un principio.

No contar toda la parte de la historia no es mentir, ¿no?

—¡No me tomes por tonta! —me pega con el trapo de la cocina en el hombro—. ¡Anna los vió besuqueandose como dos desubicados!

Ante la mención de su nombre ella aparece detrás de la abuela con cara de angelito incapaz de hacerle daño siquiera a una mosca.

—Parecían dos perros en celo, abue —abre los ojos como platos al hablar.

A la mierda lo de omitir información, cuando esto no es suficiente hay que mentir. Las mentiras son necesarias a veces.

—Abuela, no...nosotros no...

Intento defenderme, pero es inútil, Anna vuelve a saltar.

—¿«No» qué, Sara? —se cruza de brazos—. Yo los ví con estos dos preciosos ojos.

Las ganas que tengo de tomarla de los pelos y barrer el suelo con ella son enormes.

—¡Cierra tu puta boca! —le espeto avanzando hacia ella.

—¡Y tu cierra la tuya, no vaya a ser que te entre un pene! —la abuela la fulmina con la mirada—. ¿Qué? Eso parece ser lo que le gusta.

—Esas no son formas de hablar, menos a tu prima —la reprende la abuela.

—Lo siento, es que no sé hablar el idioma de las zorras.

Dos pasos me son suficientes para estar junto a ella y enredar mi mano en su cabello, que lo lleve suelto me hace más fácil controlar sus movimientos y ayuda a que pueda tirar de él con más fuerza.

Mientras muevo la cabeza de Anna de un lado para el otro apretando cada vez más su cabello entre mis dedos, la abuela pide a gritos que la suelte, pero no lo hago porque todavía no he tenido suficiente. Formo un puño con mi otra mano y se lo entierro en la mandíbula con fuerza; es un golpe limpio y que sé que le dejará un feo moretón verde por lo que sonrío con satisfacción.

A los gritos de la abuela pronto se le unen los del tata que me toma por la cintura y me obliga a apartarme de Anna. Me asombra que con 68 años tenga más fuerza que yo, porque no solo me aparta, también me retiene con un agarre firme impidiendo que pueda volver a saltarle encima.

—¡Quietas! —nos ordena a ambas.

—¡Tu nieta es una zorra de mierda! —grita Anna mientras se acomoda el cabello con la cara roja como si hubiera corrido una maratón.

Arremeto contra ella otra vez, pero ahora es Klara quien me detiene.

—Ya déjala, no vale la pena, Sara.

Klara me hace una seña con la cabeza en dirección a la abuela que está llorando y al verla la culpa me abruma.

—Abue...

—¡Nada de «Abue», Sara! —la voz se le quiebra—. Y todavía tienes el coraje de mentirme a la cara. ¿Crees que soy una niña?. ¿Crees que no vi el cuello del muchacho? ¡Es que solo mírate el tuyo! ¡Parece que te lo ha mordido un vampiro de tan rojo que lo tienes!

Entonces me percato de que mi cabello ya no cubre mi cuello, al avanzar a Anna me lo he tirado inconscientemente por detrás de los hombros quedando así expuestos los chupetones. Soy una idiota que acaba de sabotearse a si misma por no usar la cabeza antes de actuar.

—Abuela... —me cubro el cuello con las manos, si no los ve quizá pueda fingir que esto no pasó.

El tata mira a la abuela y luego a mí y cuando baja la vista a mis manos sobre mi cuello me siento sumamente avergonzada y furiosa a la vez.

Sí, estaba besándome con Lucca en el auto. Sí, tuvimos sexo y, ¿qué? ¿Le hice daño a alguien? No, en absoluto. No tengo por qué dejar que me reprendan por algo que a ellos no les afecta ni les importa porque después de todo, no son mis padres. Si mamá y papá no me dicen nada ellos no deberían ni abrir la boca para protestar.

—¡¿En serio arman todo un drama porque me besé con un chico?! —soy yo la que llora ahora de rabia—. ¡Tengo 17 años abuela, los adolescentes hacen eso e incluso cosas peores!

Metieron el dedo en la llaga, ahora no piensen que me quedaré callada.

—Acá bien sabemos todos que Sofía tenía una relación con su vecina que tiene la edad suficiente para ser su madre y Anna, que se da el lujo de llamarme zorra, sale con cada hombre casado que se le cruza frente a los ojos.

Y es verdad, se obsesiona a tal punto que los acosa y termina por llevarlos a la cama. No los estoy victimizando, ellos también tienen su parte de culpabilidad e incluso una mucho más grande que ella porque al fin y al cabo son los adultos, pero quien los busca en primer lugar es ella.

—¡Victoria está embarazada y con eso todo el mundo está contento! ¡Dejará de estudiar en cuanto nazca el bebé y nadie parece alarmarse! —las lágrimas no cesan—. ¡Ah, pero Sara se besa con un chico y arman un revuelo de primera, eh!

Me detengo un segundo para respirar porque he echado todo mi oxígeno en esas palabras.

—¡Me hacen sentir culpable con cada cosa que hago o decisión que tomo y saben qué, me tienen harta con eso!

Aprieto mis puños a ambos lados de mi cuerpo clavándome las uñas en la palma de la mano. Tengo la cara roja y mojada por las lágrimas, la siento caliente y la cabeza comienza a dolerme de tanto gritar.

—Sara...basta —Klara pone su mano en mi hombro—. Tranquila, no vale la pena...

—¡Al menos ellas no nos mienten! —grita la abuela.

—¿¡Por qué crees que tengo que mentirles!? ¿Eh? ¡Nunca me han dado la oportunidad de contarles que mierda pasa en mi vida porque siempre hay algo o alguien más importante! ¡Me hacen sentir insuficiente la mayor parte del tiempo y no me tienen en consideración para ninguna decisión familiar que se toma y aún así se sienten en la libertad de retarme por un puto beso!

Subo las escaleras dando zancadas con Klara detrás de mí rogando que me detenga. Escucho a la abuela decirme que vuelva, al tata gritando que soy una maleducada y por primera vez no me importa en lo más mínimo, pero hay algo que me vuelve a subir el voltaje a doscientos veinte.

—No pensé que fuera tan zorra —murmura Anna—. Con razón Steven la abandonó.

Y es la gota que colma el vaso. Le cantaré sus verdades una por una a la cara y al que no le guste que no escuche.

Desando el camino hecho y me planto frente a Anna.

—Y tú —la señalo—. Solo estás ardida porque Lucca no te hizo caso, porque prefiere estar conmigo o con cualquier otra chica del pueblo antes que tocarte un solo pelo a tí, porque sabes que aquel día en el bosque te confundió conmigo, porque es a mí a quien llama «rubia» y porque así como él me dejó el cuello todo lleno de marcas, igual ha quedado el suyo. ¿No nos viste en el baby shower? Claro que nos viste y eso te jode hasta el culo porque no le gustas ni siquiera un poco y yo sí.

Esbozo una sonrisa de satisfacción y Klara a mis espaldas suelta una risita.

—No te basta con meterte con hombres casados que hasta intentas que Pablo te haga caso. Eres tan ridícula que si tuviéramos un ridiculómetro lo romperías por exceso.

Ella no dice nada, así que sigo tirándole mierda al pozo.

—¿Tanto te duele que Lucca no sienta nada por tí? —Mi ego y autoestima rozan las nubes.

—Prefiero que no sienta nada a que solo sea atracción sexual —las aletas de su nariz se abren y se cierran—. Veamos si sigue haciéndote caso una vez que logre que abras las piernas.

—¡Anna! —suelta la abuela en una exclamación.

El tata abre los ojos como platos; el sexo es un tema tabú para él, que ahora se hable de eso tan abiertamente se le hace incómodo y lo evita la mayoría del tiempo.

Yo echo mi cabeza hacia atrás y suelto una carcajada pensando en lo siguiente que diré. Debo ser cuidadosa con las palabras que escoja.

—¡Se ríe porque sabe que es verdad! ¡Todos los hombres son iguales, una vez que te follan desaparecen!

—Solo para que sepas, ya he follado con Lucca. —alzo mis cejas—, y no lo veo desapareciendo, al contrario, ha vuelto por más.

Esbozo una sonrisa de satisfacción.

—Siempre vuelve por más.

Doy media vuelta y subo las escaleras haciendo una caminata de digna de diva de película. Su rostro, el del tata y el de la abuela se quedan grabados en mi mente, haciendo que mi sonrisa se ensanche aún más. Probablemente lo que acabo de decir me asegure una charla sobre sexo y cuidados con mamá, no dudo que la abuela le vaya con el chisme y miles de exageraciones encima, claramente.

Klara camina delante de mí negando con la cabeza a la vez que ríe por lo bajo para no ser escuchada y desatar un hecatombe nuevamente.

—Me siento como el meme del gato —le digo.

—¿Qué meme del gato? —sus palabras son entrecortadas por la risa.

—El del gato con lentes —saco mi celular de la mochila—. Este, mira.

Busco dicho meme y se lo muestro, a lo que ella se parte de la risa y me quita el celular de las manos.

—Préstame, déjame buscar a Anna versión gato.

Le paso el celular y no pasa mucho hasta que me lo devuelve hiperventilando a la vez que se sostiene el estómago.

El gato está llorando, echando su cabeza hacia atrás y con los ojos hechos un desastre. Me la imagino así y no puedo evitar soltar una carcajada. Entramos a la habitación aún riendo, mi estómago ya comienza a doler de tanto reír, de verdad.

—Está super dolida porque Lucca te quiere a tí.

—Querer es una palabra muy grande Klara y bien lo dijo Anna, él solo siente atracción sexual.

Y no me gusta que sea así, pero tiene razón. Lo que Lucca siente por mí no es más que atracción física.

Viernes 28 de enero 2022

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