Capítulo 2: The Adults Are Talking
Jun cabizbajo limpiaba sus lágrimas con la manga de su camisa, había permanecido un buen rato arrodillado frente a la tumba del abuelo o al menos el pequeño altar que él y los pokémon de la montaña nublada hicieron juntos.
―Está hecho, gracias a todos por venir este año también.
Los pokémon lo miraron con cierto grado de preocupación en especial chansey, se aproximó a él esperando hacerlo sentir mejor como cuando era un niño y se lastimaba al correr demasiado por las colinas.
―Estoy bien, chansey ―dijo antes de que ella pudiera dar el primer pasó― ya no soy un niño―aunque la forma en la que estaba encogido daba otra idea.
Una enorme vespiquen salió de entre los matorrales, la escoltaban varios combee de un tamaño superior al normal, en sus manos cargaba recipientes de miel. Aquel manjar era lo más exquisito que cualquier humano o pokémon podría probar, en especial los miembros mixtos de aquella manada heteromorfa de pokémon hambrientos.
Con sumo cuidado puso la miel frente a la placa de piedra, una pequeña porción en un vaso hecho con el mismo material del nido de los combee. A pesar de la temporada de escasez que vivían nadie se atrevería a tomar dicha miel, aunque claro, la reina dejo un poco para que los más pequeños se alimentaran.
―Gracias...―la vieja reina se postró frente a Jun, y con una de sus extremidades acarició la nariz del chico, dejando un poco de miel―reina.
Pero antes de decir algo más, vespiquen se fue con sus escoltas de nuevo hacia los bosques más lejanos. Esa era la forma en que la reina jugaba con sus crías y con los pokémon pequeños que se llegaba a cruzar.
"Aunque la razón por la que él ya no está soy yo" pensó.
Jun se reincorporó y con cierta furia empezó a sacar todas las provisiones que tenía en su mochila, muchas de ellas estaban planeadas para servir como combustible para bastantes semanas. Los pokémon del bosque se aproximaron gustosos por los alimentos y al instante los devoraron mientras el chico regordete arreglaba algunos nidos que chansey había traído consigo, con la ayuda de un viejo infernape que a duras penas podía caminar, calentaron agua para hervir hierbas diversas como infusión para los más viejos.
―Dales esto, y ten cuidado cuando pongan estas en las madrigueras―indicó Jun a chansey al darle unas semillas que ahuyentarían a las plagas―plántalas y deja que las lluvias hagan lo suyo.
Evitaba tocar más de lo necesario a esas criaturas, aunque en el pasado eso era imposible. Cuando era niño y antes de conocer a "Boris" el solo jugaba con esos seres desde el amanecer hasta que la oscuridad lo obligaba a volver a su hogar con lodo en la ropa y mejillas además de un montón de plantas y ramitas.
Recordó a su abuelo escuchando sus historias infantiles, aseguraba que en cada salida haber visto a uno o a varios pokémon legendarios, solo su abuelo lo miraba a los ojos y asentía ante sus palabras.
Antes de comenzar a llorar recogió toda la basura de la fachada de la cabaña, era tarde, y las llamadas perdidas de su madre y hermano se acumulaban. Mientras recogía todo unas patas pequeñas y torpes se postraron en frente de él, un primate con una llama encendida en su trasero se le acercó empujado por un larvitar risueño.
Los dos pokémon traían consigo una flor gracidea en sus manos, mismas que extendieron a Jun. Al contrario de lo que se podría pensar sus dedos eran delgados y largos, los bulbos pequeños fueron puestos en sus palmas.
―Gracias―dijo―no era necesario―y después notó una garra peluda hurgando la basura a su lado―otra vez aquí, ¿eh? ―un muchlax aniquilaba las sobras―sabes, eso no es muy sano sé que tienes hambre, pero...
Pero antes de poder decir algo más el tipo normal se abalanzó contra Jun, para hurgar en sus bolsillos hasta encontrar con el botín de cacao que siempre traía consigo.
―Mierda, munchlax―el regordete pokémon y el tipo tierra salieron corriendo, el tipo fuego era el único que se notaba sorprendido e imitó a sus amigos sin tener opción―bribones.
Bollito rio para si mismo, aun recordaba el día que los vio salir del huevo y ahora eran unos ladronzuelos que ocasionaban problemas en pueblos cercanos, aunque claro, el jefe "Son", como solía decirle al viejo infernape que cuidaba de las crías de la manada del lado sur de la montaña nublada, era quien todos los días iba por los traviesos pokémon antes de que ocasionaran estragos mayores.
Vio la hora en su reloj de mano y se apresuró en bajar la montaña tan rápido como pudo. Cada día perdía más rápido el aliento.
Para cuando llego de nuevo a los caminos comunes su hermano, Ben, ya se encontraba con un cigarrillo entre los dientes, mientras movía desesperado su pie derecho.
―Nos largamos bollito―le dijo sin más.
Puso su mano sobre sus hombros y lo arrojó dentro del autobús de la ruta 7 que manejaba desde hacía demasiados ayeres como para que el menor de los hijos de Ben pudiera recordarlo en otro oficio.
Subió y se sentó en la parte más profunda del camión a una altura en la que el motor le permitiera ignorar los comentarios fríos a los que su hermano lo tenía acostumbrado, los ojos de Ben eran parecidos a los de Jun, pero estos carecían de luz alguna y por el contrario parecían absorber todo a su paso, esa era la razón por la que había quitado el espejo de su habitación.
"espero que chansey y los demás hayan regresado a la montaña sin incidentes."
Al llegar a su hogar, el ambiente fresco de la montaña fue sustituido por un aire caliente proveniente del horno y un olor penetrante a galletas. Sus manos comenzaron a sudar, y de alguna manera el dolor en uno de sus pies reapareció e intensificó desde la planta.
En la mesa de la cocina se hallaban los integrantes de una familia por demás rota, en una esquina sin atender a nadie una mujer de apenas unos 15 años jugueteaba con su celular, viva imagen de Mireya, aunque sin la elegancia, Mía la hermana de Jun, hacía mucho tiempo que había dejado de hablarle. En otro lado de la mesa un niño pálido y delgaducho con lentes de botella revisaba sus deberes por sexta vez y a sus espaldas una mujer regordeta que con su mirada fulminó a Jun para que se alejará de sus hijos, sus sobrinos tenían expresamente prohibido hablarle.
Su hermano, Ben, se quitó la chaqueta del servicio público y se disponía a tomar algo de la mesa, pero su mujer con el doble de peso con un simple gesto le ordenó esperar.
―Tardaron mucho―dijo Mireya cargando a su nieto, Dany de 6 años.
Como por un acto de reflejo, Jun bajó su cabeza como una tortuga asustada a su caparazón.
―Lo siento, madre―contestó.
La madre de Jun dirigió una mirada a su hijo mayor en espera de alguna confirmación sobre el paradero de su Jun, no obstante Ben solo se limitó a negar con la cabeza y señalar de manera discreta al altar de puertas cerradas.
―Bueno, primero que nada, cenemos.
Todos se sentaron alrededor de una mesita, un poco apretados.
― ¿Cómo te va en el trabajo, durarás más de 3 meses esta vez? ―Benjamin preguntó sin despegar la mirada de su plato.
Jun apretó los dientes.
― ¿o solo compraras objetos para esas cosas de la montaña?
―No es tu dinero―increpó Jun.
—Cállense—y con esa palabra la ama de casa tranquilizó los humos.
Los otros presentes se limitaban a sonreír de manera forzada ante un escenario que se repetía cada tercer día sin falta.
Jun pasaba una tras otra rebanada de pan, sin mirar que ya casi se había acabado todo.
―Tranquilo, Bollito―dijo su hermano―si sigues así te pondrás peor.
―Deberías regular tu forma de comer―complementó su madre al notar la falta de variedad de ropa que tenía disponible.
―Sí, Bollito, o no podrás conseguir pareja y volar del nido―complementó Mia.
―Silencio―indicó Mireya―no es el único motivo que hay para cuidar de uno mismo.
Jun solo apretó sus puños y miró en otra dirección como era su política para no buscar peleas, Su cuerpo tenía unos 20 kilos demás comenzaba a notar que su cuello desaparecía y que su ropa, en su mayoría formal de colores oscuros, ya no le quedaba.
―Tienen razón, me retiro.
―No soportas ninguna broma.
―suficiente, sigan con su cena―declaró Mireya mientras dirigía una mirada de condescendencia a su hijo.
―Estoy lleno, además tengo que terminar algunas tareas.
Al salir de la habitación y detenerse en los escalones viejos de la casa escuchó las mismas palabras de siempre.
―No sé qué hacer con ese niño―confesó Mireya.
―Yo creo―dijo Mia―que solo sigue triste por lo de hace un año. Fue un auténtico escándalo, en la escuela se sigue hablando de ello.
Esas palabras hicieron que el corazón de la jefa de familia se contrajera. Recordó ese día, el día en que juró nunca dejar que su hijo fuera dañado de esa forma.
―Silencio―dijo―fin de la discusión.
Jun subió a su habitación verde que dejaba ver algunos puntos en los que la humedad había conseguido entrar, en los muebles madera habían dejado un montón de adornos; figuras de globos de colores, sus juguetes de la infancia, figuras del campeón de la liga y estanterías con libros infantiles.
Su tiempo se había congelado, las paredes de su hogar se habían convertido en las entrañas de un monstruo que cerraba lentamente sus fauces y el aire se tornaba pesado e incómodo.
Todo el mundo creía que estaba obsesionado con su supuesta primera novia, aunque la verdad sea dicha apenas y podrían clasificarse como amigos, era mejor así. Era mejor eso a que los demás se enterarán de que nunca pudo volver de ese viaje al cementerio de hace dos años, el cómo su fugaz memoria grabó esas escenas desoladoras, el cómo su abuelo desaparecía en medio de la tierra. La mirada de enojo e ira aderezada de confusión y dolor de su madre mientras apretaba su mano fuerte, tanto que sus lágrimas salían en parte por la fuerza ejercida en su extremidad.
Él había escuchado en numerosas ocasiones como sus propios familiares se burlaban del estilo de vida de su abuelo, Jun estaba llorando mientras veía esas caras falsas en medio del cementerio, sintió por primera vez la necesidad de golpear a alguien y la primera vez de esconder esos sentimientos en lo más profundo de su corazón.
El último día con su abuelo, él parecía como si la muerte fuera un cuento, una leyenda que nunca llegaría a su cuerpo, se veía fuerte a pesar de estar conectado a varias máquinas. Su mirada fija en la montaña nublada como si pudiera ver algo, no, como si pudiera ver a alguien, su boca se movía, pero su figura envuelta en una luz tenue no le dejaba recordar todo lo que le dijo en esa charla.
Solo recordaba sus ojos caoba brillando como el mismo sol.
Como todas las veces anteriores se limitó a esconder su mochila de viaje en lo más profundo de debajo de su cama, aunque ese día fue diferente, al día siguiente se levantaría antes que todos saldría de la casa y haría lo que Mireya siempre quiso, tirar esa raída mochila de viajes heredada.
―Creo que es lo mejor.
Se arrojó a la cama y se disponía a dormir cuando desde el otro lado de un radió de corta distancia se escucharon unos leves golpecitos.
Jun estiró sus manos a una estantería cerca de su cabecera, bajo el volumen todo lo que podía.
― ¿De nuevo?
―Lo siento― dijo el niño con lentes de botella desde el otro lado de la línea mientras acostaba a su hermano cerca de su regazo.
Desde hacía un buen tiempo atrás Dany sufría de episodios de terrores nocturnos, mismos que mantenían de peor humor a sus padres. Y la única forma de sobre llevar aquello era...
―Descuida.
Jun sacó de entre sus cosas un viejo equipo smartphone reacondicionado por Boris. Buscó una playlist de una aspirante a reina regional de Kanto, una vez que su dedo activo el símbolo una canción de antaño comenzó a sonar, "More Than a Woman" comenzó a reproducirse.
Esa era su rutina cuando todo el mundo se quedaba platicando hasta altas horas de la noche, Bollito y sus sobrinos se quedaban escuchando y hablando.
―Tío―dijo el mayor de los hermanos.
― Dime.
―Puedes platicarme más de Chansey y los demás―dijo mientras sacaba una libreta y la apoyaba con cuidado en su pierna libre.
―Tus padres te regañaran si descubren tu diario de investigación.
―siempre están molestos.
―Sí―complemento Dany.
―Ok...
―Y también queremos oír sobre el gran rojo.
―Sí, tienes que ir a verlo pronto.
―No me lo recuerden, creo que me cagaré encima esta vez.
Los niños rieron como lo hacen todos los niños cuando las palabrotas y maldiciones son una novedad en sus vocabularios.
Para ese momento, Dany se encontraba dormitando y moviendo sus pies al ritmo de la música que había cambiado a una canción de city pop. Sus ojeras y mente se alejaban mientras las conversaciones de Bollito y su hermano mayor avanzaban.
―Tío ―dijo el mayor mientras soltaba su lápiz y acomodaba a su hermano sobre un montón de almohadas de color verde en forma de medallas de gimnasio.
―Dime.
―Alguna vez nos llevarás a la montaña nublada.
― ¿Es una pregunta o afirmación?
―Por favor...
― ¿Por qué no?, me gusta causarle urticaria por estrés a tu padre ―Jun se sentó en el piso de su habitación mientras hacía crujir la madera de su cama―la próxima vez vendrás con Boris y conmigo a la montaña, pero ni sueñes que te dejaré acercarte a la cueva del gran rojo.
―Rayos―dijo el chico que se había quitado sus gafas nuevas―lo intente.
―Pequeño bribón.
―Tío―dijo mientras su conciencia se apagaba y su mente caía en los brazos de Morfeo.
―Dime.
―Eres genial―fue lo ultimo que dijo antes de quedarse dormido.
―Duerme bien, Zach.
----------------------------------------------------------------------------------------
Buen día todos mis lectores, espero que se la estén pasando genial en estos días.Yo me la pasado genial escribiendo estos capítulos, espero que puedan ayudarme con sus criticas, comentarios y opiniones.
Deseándoles lo mejor, me despido.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro