Ⅴ. "Amargo y Ciego Orgullo"
Situados por donde la luz del sol apenas podía llegar, un numeroso grupo de Pokémon aguardaban a la espera de algo, privando a sus sentidos de divagar ante cualquier cosa que no fuera una irregular presencia en su entorno. Una cuantiosa aglomeración de hojas se alzaba como un techo natural; enormes y frondosos árboles estiraban sus masas buscando llegar ante la luz y recibir sustancia al pelear con sus iguales en ese abarrotado bosque. En su fondo solo estaban los sonidos de ramas crujiendo y suspiros intranquilos que parecían ir en contra de la apariencia de los Pokémon que los producían.
Se trataba de un grupo conformado por Pokémon que guardaban un parentesco en común: todos eran del tipo fantasma. Eran liderados por lo que parecía ser un Trevenant, inferido por su posición más riesgosa próxima al descubierto, estando cerca de esos árboles que guardaban parentesco con él, mas contaban con una enorme estatura y pigmentación diferente en sus troncos.
Susurros eran compartidos entre esa tribulación: estar al resguardo parecía no ser la única pista que apuntase a su búsqueda por el bajo perfil.
Entre rocas con musgo, hojarasca seca, ramas disparejas y muertas, hongos opacos y troncos huecos desplomados, ellos se escondían. La agitación era instrumental para el momento, sin embargo, no parecía ser infringida con antelación. Llevaban ya rato esperando, muertos en silencio y con nadie más que la naturaleza para observar su comportamiento.
El ocasional sonido de Pokémon volador zarpando en las alturas era su señero indicativo de que el tiempo seguía moviéndose. Fuera de él, solo contaban con la variada fluctuación de luz que se podía filtrar en su resguardo; sombras verduzcas que escondían el rostro de sus camaradas entre ellos, algo que de cierta forma les daba más pánico que otra cosa. No obstante, sus mentes y corazones estaban puestos ya en una finalidad, y esa era la de persistir sin importar el costo, o por lo menos esto fue lo que se repetían cada uno de ellos de su propia manera en sus mentes, buscando arrastrar valor de la oscuridad que antes los cobijaba, pero ahora solo les hacía temer como una pequeña cría.
Aunque cierto era que ese temor no se presentaba como irracional.
Entre las sombras de un difuso y lejano arbusto, unos enormes ojos inyectados en sangre y con un singular punto blanco, la unión y dispersión del color, fulguraron en malévola aura, congelando el cuerpo del árbol embrujado por un instante, quien fue el primero en avistar eso.
—¡Salgan todos! —vociferó una rasposa voz a mitad de aclararse.
Fue un comando repentino entonado por el árbol fantasma, mismo que quebraba en paranoicos zangoloteos de sus hojas la reservada compostura que intentaba guardar dadas las circunstancias, devolviendo su mirada a un grupo de alarmados Pokémon quienes poco necesitaron procesar sus palabras para que sus propias piernas los sacaran a rastras del lugar.
Una ostentosa nube de humo se creó al son de una detonación próxima, latigueando de regreso los ojos del Trevenant hacia donde observaba originalmente.
Y justo cuando sus sentidos capturaron el sonido de hojarasca crujiente por sobre la explosión, fue cuando la estela negra se dispersó, dando paso a la presencia de una enfurecida Nidoqueen cargando un golpe con unos ojos centrados en el tipo planta/fantasma.
Separando sus voluptuosas piernas para agarrar balance e impulso, Nidoqueen hundió sus pies en el quebradizo suelo de roca bajo ella, llevando todo su peso en un giro que ejecutó en milésimas de segundo ante la temerosa cara del Trevenant.
Su puño impacto de una, rodeado por una sustancia morada viscosa que parecía carecer de arrastre por el aire y adherirse a la mano hasta quedar en contacto con la madera.
Salió disparado por los aires; el contundente golpe siendo suficiente para mover todo su enorme cuerpo entre el frondoso techo de ramas y hojas.
Con el humo disipándose a sus espaldas, potenciado en parte por la magnitud del golpe que encestó la Nidoqueen, esta meneó la mano en su lugar, apartando la sustancia morada y finalizando su uso de Puya Nociva.
—Hmph, toma eso para un ataque sorpresa —se quejó desde el aire una Pidgeot que observaba la escena un tanto irritada, sobrevolando e intentando identificar el sitio al cual el resto del grupo de Pokémon había escapado.
Su vigilancia fue prematuramente interrumpida por un proyectil que se dirigía a su posición a una velocidad considerable, a lo que esquivó por las plumas. Fue un ataque de tipo roca, y con eso le bastó para saber que encontraron a los Pokémon que buscaban.
—¡Ya se están reagrupando! ¡Den marcha atrás y hagamos lo mismo!
—Siempre ágil en mente —susurró desde el piso entre quisquillosas maldiciones un Seviper, quien al igual que el resto del grupo, no necesitó la intervención del ave para ponerse en guardia.
Para un Pokémon que buscaba acción, todo iba demasiado rápido, variando su mirada por las siluetas opacas entre los árboles e intentando pobremente seguir el comando de sus iguales.
Aquella era la realidad para un Haunter, quien, de un segundo para otro, vio todo su cuerpo envuelto en una capa de humo por otra bomba.
El pánico solo estimuló su pronta reacción, llevando todo su cuerpo al borde de la consciencia: una estimulación a sus sentidos como tipo fantasma era la razón detrás de esto. Y sin sentir, se percató de que había hecho lo correcto cuando una lanza atravesó su cuerpo intangible.
Con su fuerza, el humo se diseminó, desenmascarando la identidad de su oportunista atacante.
La mano libre del Haunter no se hizo con reacciones, actuando meramente bajo instinto. Flotó más alto de lo normal para salir del alcance de la lanza, volviendo al plano físico y encestando una tajante Garra Umbría en el casco al Escavalier, que por la empela de sus garras, desgarró el plano invisible en un cuantioso despliegue de fuerza oscura.
Aberrantes e indistinguibles alaridos resonaron por el tosco metal de su armadura, pero un solo impulso hacia atrás fue todo el daño que generó de manera apreciable en el Pokémon, quien no se tardó en reincorporar su guardia.
Superar la horripilante presencia de ataques tipo fantasma conllevaba nervios de acero un tanto más metafóricos que literales.
El Haunter oscilaba por el aire, buscando una entrada a la guardia del Escavalier, haciendo distintivas fintas con un semblante de indiscutible seriedad en su rostro.
Era un encuentro tenso a comparación con lo que él había experimentado antes de los Pokémon tipo fantasma. Ni esa desquiciante sonrisa que se jactaba de no tener nada que perder era apreciable en su rostro.
Un remolino de ataques le abatió, cubriendo toda su vista en oscuridad por las garras del Haunter. El intento parecía fútil, pero debajo de todo, estaba la naturaleza de los ataques tipo fantasma. Con cada rasguño en las lanzas del Escavalier, reverberaban sensaciones repulsivas cargando esa terrible aura.
Aceleraba la frecuencia de sus ataques, avanzando mientras el tipo bicho/acero retrocedía. Con cada zarpazo, burbujeante presencia insidiosa escapaba por cortadas infringidas en el aire mismo, flotantes y ajenas a sus alrededores, como si estuviera afectando las fábricas que hilaban la realidad.
Sin importar cuanto luchase, la desesperación parecía insaciable en cuanto a consumir el juicio racional del Escavalier implicaba.
Esa era una sensación incomparable. Ahogaba sus pensamientos ante una marea de iguales con cada vez más retorcidas quejas. Lamentos inconcebibles que buscaban escape y cobijo bajos sus oídos; alaridos desgarradores, fugaces visiones de decrépitos rostros y siluetas apenas distinguibles entre la oscuridad. La especialidad de los movimientos tipo fantasma era la de someter al contrincante a energía oscura que escapaba de su plano terrenal, aquella que se creaba con el encapsulado sufrimiento de millones de ánimas vagando en pena por los lares, esa era una muy simplificada explicación. Para Escavalier, quien estuvo años entrenando con este tipo de estímulos, algo se sentía diferente. Algo de ese terror era tan real, y no pudo hacer más que culpar a la inexperiencia y su propia debilidad haciendo frente a una batalla real.
Su daño físico era nulo, pero esas garras no buscaban herir su impenetrable acero, cediendo poco a poco ante sus malévolos métodos de infringir en él ese malestar.
—¡Talyur! ¡Detrás! —exclamó una voz atrás del tipo acero apenas apreciable debido a sus agobiados sentidos.
Los entrenamientos de coordinación habían rendido fruto, justo con ese grito su cuerpo reaccionó ajeno a su mente, bajando la cabeza y dando paso al cargado Triturar que infundió un Seviper justo en la cara del Haunter, saltando tal cual resorte justo a su presa.
La ventaja de tipos y el hecho de que el tipo fantasma no pudo reaccionar a tiempo para bloquear desencadenó en su derrota, tumbado en el piso y retorciéndose de agonía; entre las marcas de colmillos pintados en él, delgados hilos de vapor marrón oscuro se filtraban pintados en su casi incorpóreo cuerpo.
—¿Estás bien? Se suponía que eras casi todo el musculo bajo esta misión, no puedes ponerte a llorar por los trucos de unos simples... —cesó su sermón a mitad de batalla, centrando en su visión los llorosos ojos del Escavalier, quien pobremente intentaba esconder su mirada por debajo de las rendijas en su casco.
Pupila retraída y temblorosa, observando a la nada, pero cargando un peso de genuino terror a poco de volverse histeria. La serpiente se alejó un poco del afectado, confirmando terreno por seguridad. Su equipo se había encargado de un número importante de los fantasmas, mas el número de cuerpos tendidos en el piso en lamento no se comparaba ni de cerca a la cantidad especificada por sus superiores que debía haber en ese lugar.
—Talyur, intenta recolectarte, no es momento para esto —dijo preocupado para el Escavalier, quien solo le pudo mirar a los ojos con esa desenganchada expresión—. Bien, bien. Si vas a ayudar, tan solo ten en cuenta que no puedes contar con tu defensa para esta. Solo ataca si estás seguro de que puedes salir sin un rasguño.
Sin una palabra más, el Seviper se marchó apresurado, deslizándose por el suelo de roca hasta tocar césped cerca de los árboles y con dirección a las partes densas del bosque; el resto del equipo de exploradores ya se dirigía a este lugar para terminar con los Pokémon fantasma restantes, aquellos que buscaban algo de orden para orquestar su contraataque.
Y el silencio reinó de nuevo tras una rauda salida compuesta de veloces pisadas en la hojarasca. Solo quedaba ahí Talyur: se había dejado atrás nada más que una mente salida de sus casillas buscando encarecidamente un sólido piso en el cual posarse, siendo atormentado por un torbellino de pensamientos amargos.
El Escavalier cargó su propio peso, luchando por levitar del suelo una vez más luego de recolectarse en la realidad. Observaba con desprecio a sus temblorosas lanzas, tensando su agarre con una cortante exhalación para suprimir cualquier duda que siguiera vagando en su cuerpo.
Flotando se alejó del lugar y siguió al resto de su equipo en las profundidades del bosque, desviando su mirada por su entorno en busca de una presencia ajena a él en los árboles. Encontró con él la espesura y oscuridad que ahí perduraba; mirase por donde mirase, todo se veía igual en ese verde opaco.
El intervalo entre su recuperación y la búsqueda ahora le resultaba difuso. Lamentaba perder su compostura de esa forma, no obstante, en los momentos que quería cuestionarse esa debilidad que no había experimentado antes, sus instintos ignoraban aquel asunto y estaban prestos a cualquier combate venidero.
Eso fue lo que justamente encontró al derrapar en el aire frenando su impulso por el lugar, siguiendo la acción de una misteriosa figura que se sujetaba al piso para frenar su trayecto. Casi desencadenaban una colisión, pero la fría sangre del combate tenía a sus nervios estimulados a cualquier vivencia.
Delante de él estaba un Pokémon que no había visto antes, cuyos ojos se clavaron directo en el brazalete de tela que portaba detrás de su brazo en la formación cónica y metálica del tipo bicho.
El Pokémon desconocido utilizó hace poco un enorme hueso que traía consigo para cambiar su rumbo y no chocar, sacando dicho del húmedo suelo donde lo enterró apenas tuvo la oportunidad de agarrar soporte. Vivaces llamas se encendieron en los extremos opuestos del hueso con una llamativa coloración azulada, con esto se alumbró por completo los oscurecidos alrededores que se resguardaban en las sombras de las hojas y arboles cercanos. El rostro del Pokémon se descubrió finalmente, mostrando portar en su cabeza duro hueso y nada de piel; el reptil dio un paso hacia adelante y giró el gigantesco hueso en frente como una hélice con ambas manos, preparado para enfrentar a Escavalier cuyos sentidos buscaban no abrumarse a la luz de una venidera pelea.
El Marowak tipo fantasma continuaba con el movimiento del hueso, incinerando sus brazos con una emergente manifestación de llamas. Parecían tener vida propia, escalando con el movimiento rotatorio por los puntos donde sostenía el hueso hasta cubrirlo todo y apartarse de sus brazos.
Pasó el hueso a sus espaldas con una mano, y con la otra lo atrapó para lanzarlo en un instante hacia Escavalier con un luminoso despliegue de fuego azulado.
El impulso usado para arrojar el hueso no solo fue recto: forzando un ángulo en su trayecto, el Marowak lo lanzó en diagonal para que girara por el aire también en sus costados, formando una descomunal esfera azul flameante en su camino.
Con la velocidad en su contra, el explorador tan solo pudo forzar a su mente a pensar rápido, girando ambas lanzas como taladros al comenzar a formar rupturas en el suelo que los cubría de un halo café. Impulsándose a un lado, el gladiador enterró ambas lanzas en la tierra durante su evasión, levantando una enorme cantidad de rocas y barro que usó para amortiguar las llamas que desprendía la bola de fuego a su dirección.
Al finalizar el movimiento Taladradora, nada más que polvo y un sonoro estruendo quedó, seguido de crujiente madera del desafortunado árbol a punto de desplomarse por recibir el impacto.
Las lanzas del Escavalier brillaban en un incandescente rojo al finalizar sus revoluciones, y aunque se le dificultó ejecutar el movimiento, estaba agradecido que gracias a él la única parte de su cuerpo que brillaba en rojo fueran sus armas.
No obstante, el reptil negro no iba a dar paso a descansos, apareciendo entre el polvo suspendido en el aire y con trayectoria hacia el Escavalier.
Con ambas manos portaba el llameante hueso, listo para encestar un certero golpe al bicho con la guardia baja.
El polvo a su alrededor comenzó a juntarse dentro de un vórtice, y la tierra del suelo levitó del piso hacia la atracción hecha por una de las lanzas del Escavalier, reanudando el ataque tipo tierra para arremeter contra Marowak.
Este, sin embargo, estaba en la altura óptima para reaccionar, girando su cuerpo en su lado para golpear con un contundente porrazo a la lanza usando su hueso como un bate en llamas. La fuerza de la Taladradora lo mando disparado de nuevo hacia atrás, pero cuando las cenizas de la ardiente madera y el polvo de tierra se lo comió, emergió una vez más al colocar ambos pies en el enorme tronco del árbol cayendo, formando el impulso perfecto para salir disparado nuevamente hacia el explorador.
Girando ahora ambas lanzas con el valioso tiempo comprado por su contragolpe, Escavalier las junto en su punta para aumentar la mayor cantidad de tierra en un solo lugar, buscando interceptar una vez más al tipo fantasma.
Con las dos puntas en un mismo lugar, ejecutó una audaz estocada en el aire con la intención de atravesar al reptil en su dirección a él. Para su infortunio, el Marowak se había impulsado en el tronco con otra cosa en mente, haciendo que ese ataque fallara a creces.
Aprovechando cuan alejado se encontraba de las lanzas, el Marowak volvió a girar el hueso, esta vez empleando el ataque mal posicionado para atraer la tierra a él e impregnarlo de la esencia para un movimiento tipo tierra.
Pasó muy por arriba del Escavalier, acercándose al suelo para aterrizar a sus espaldas. El tipo bicho se volteó envuelto en duda, frenando con la parte baja de su cuerpo el ataque sorpresa del lagarto: su propio hueso que lanzó al aire girando con acelerada propulsión.
Revotando de la metálica armadura en perpendicular con el costado del insecto, el hueso chocó contra un árbol, y como si fuera atraído de regreso al explorador, impacto en su casco, aturdiéndolo de forma atroz. Otra vez más revotó de un tronco, volando directo y con más impulso que nunca hasta dar con el pecho del Escavalier.
El ímpetu del ataque lo mandó a volar y sujeto a poco control sobre las riendas de su levitación. Se estrelló contra el árbol caído del anterior ataque, bañándose en una lluvia de astillas y levantando polvo a montones después de su impacto.
Si bien sus defensas lo protegieron, ese ataque había resultado más poderoso de lo esperado para un Pokémon como a los que estaban atacando. En caso de que su técnica y habilidad para maniobrarse en la batalla lo dejara confuso, ahora no había margen de error: ese Marowak debía ser un líder de los Pokémon fantasma.
Sangre pintaba el casco del Escavalier, originando de la herida producto del tercer impacto, agregándose a la dolorosa lista de agudos malestares que surcaban todo el cuerpo del tipo bicho y lo hacían estremecer con premura, como si su cuerpo buscara dejar pasar todo para ponerse otra vez más de pie, ajeno al daño que sufrió.
El Ataque Óseo del Marowak resultó ser una buena demostración de su poder, cerciorándose del estado del Escavalier al acercarse a su posición una vez se recompuso del esfuerzo que hizo al atacar. Cuando atrapó el hueso de regreso en el aire, lo sacudió para quitar la ahora inútil tierra de su arma, dignándose a prenderla en su camino y usarla como antorcha.
—Mantente justo en tu lugar y no te haré cenizas, insecto —dijo con aire reservado y suficiente proyección para que Escavalier lo escuchara mientras este buscaba recolectar todos sus sentidos una vez más.
Talyur se sorprendió al escuchar esas palabras, todo por la particularidad de que este Pokémon hablaba en un idioma que el explorador comprendía. La figura del Marowak apareció de nuevo delante de su abatido contrincante, ambos siendo iluminados tanto por las llamas de su hueso como por aquellas que consumían el tronco desplomado en el cual reposaba el tipo bicho.
—¿Dónde está el resto de tu equipo? Me temo que llegué un poco tarde a este encuentro —expresó sin esa malicia que pintaba su amenaza inicial.
—Están ayudando a los salvajes como tú de regreso a la otra vida —contestó Talyur, luchando por encontrar sus palabras entre la marea de dolor que lo empezaba a azotar.
Marowak frenó, cerrando un poco sus parpados para centrar la expresión del explorador por debajo de su casco.
—Deja de hablar como el perro entrenado que te preparan para ser. ¿De verdad quieres jugar así?
—No voy a decirte nada —cortante, Talyur desvió su mirada al suelo. Intentaba que el dolor lo hiciera mermar ese miedo que se hervía poco a poco dentro de sí.
—Voy a torturarte hasta que lo hagas. No tengo tiempo que perder yendo sin rumbo en el bosque.
—No soy un cobarde, no delante de los de tu tipo. No tienen oportunidad —jadeó el explorador, rogando que para cuando llegara lo peor, su cuerpo se decidiera en rendirse junto a él. El dolor aumentaba con cada segundo; la adrenalina se iba y dejaba los remanentes de esa breve pero explosiva batalla.
—Cobarde fue ver honor en ir contra mi gente con su fuerza. No vengas a hablarme de eso, tú y tus malditos compañeros no son más que demonios.
Había algo en su forma de hablar que dejaba incómodo al tipo bicho. Habló con respeto reservado antes, habló con firmeza, y ahora hablaba con repudio. Nunca había interactuado con un Pokémon de tribu que fuera capaz de mantener una conversación así con él. Prefirió guardar silencio hasta que el Marowak, acercando las llamas a su oponente para que este fuera testigo del calor atosigante, insistió:
—Es tu última oportunidad para hablar.
—¿Tú le darías esa información al enemigo? ¿Dejarías a los tuyos expuestos solo por clemencia? —inquirió el derrotado tipo bicho, una vez más sujetando los hilos de la realidad y alejándose de perder su preciada consciencia.
—He ahí la fundamental diferencia —frenó al instante el punto que quería dar Escavalier, como esperándose una respuesta similar a la que dio—. Los tuyos no son como los míos. Mis compañeros son mi familia, son aquellos que me vieron crecer y con los que crecí, aquellos que son parte de mi hogar. Los tuyos son como cualquier otro iluso desafortunado que vende su alma a Akdreth.
El explorador fue robado de palabras, no tanto por no querer responder sino por no tener la fuerza para elaborar su punto; la única opción ahora en su desganado estado era observar con intriga al Marowak, pensando en lo que le había dicho.
No era común que se refiriera a su gran nación por su nombre oficial, Akdreth. No era común personificarla como un ente al que se le puede vender algo. Pero, sobre todo, no era común que alguien denominado un simple Pokémon de tribu incivilizado pudiera saber aquello.
—Intuyo que tienes ese orgullo que caracteriza a los tuyos. Tanto orgullo como para no aceptar la abyección que te provoqué y seguir creyendo que carezco de similitud contigo —entonó el Marowak, una mirada de profundo desaire clavada en aquellos ojos del Escavalier.
—No es que no acepte mi derrota, la verdad es bastante simple. ¿Qué tipo de respeto le puedo dar a un desquiciado salvaje? Sé que han atormentado estas tierras con su herejía, es para burlarse que actúen como víctimas.
—Estás afirmando mi punto —replicó el tipo fantasma—. Los intereses de los tuyos son los de abatir estas tierras sagradas. Llevamos décadas cuidando como se nos fue encomendado este lugar; que vengas a defender su travesía y sed de poder no es nada más que amargo y ciego orgullo.
—Déjate de querer ser profundo. Lucho por mis aliados, y tú haces lo mismo. Darme respeto después de vencerme no es algo que deberías hacer. No muestra sabiduría ni moderación; muestra irresponsabilidad y estupidez. Porque si fueras tú el que está en este tronco ahora mismo, ya estarías muerto.
Un fuerte crujir se esparció por el lugar; sonido producto de la forma en que las llamas del hueso que sostenía el tipo fantasma danzaban en las sombras, avivadas por una molestia casi palpable.
El novato no sabía que hacer de la situación: todo a su alrededor se sentía tan falso. El dolor era enmascarado por una adrenalina inútil ante un cuerpo que no podía moverse bien. Sus palabras de arrogancia estaban ahí no para expresar un testamento, sino para provocar a su enemigo.
Su muerte próxima o su vida prolongada carecían de significado al estar bajo tanto enfoque en las cosas equivocadas. Derrotado y con los ojos muertos, Escavalier se postró esperando el siguiente movimiento del Marowak en un cansado semblante con autopreservación nula.
Un seco paso en la hojarasca por el pie del tipo fantasma/fuego fue seguido por un clamoroso temblor. Las diminutas rocas y ramas vibraban desde el suelo, suspendidas en el aire por milésimas de segundo.
—¡Talyur! ¿¡Estás bien!? —sonó desde lo alto una voz. Con dificultad, el Escavalier quien fue llamado de nombre subió la cabeza, divisando la silueta de la Pidgeot en un oscuro techo de hojas.
Frente suyo, el perpetrador de ese retumbar: la Nidoqueen posicionando sus pies en el suelo con firmeza, encarando en viva furia al Marowak, y protegiendo con su presencia al herido explorador.
—Más de ustedes —musitó el tipo fantasma sin un apreciable cambio en su semblante.
El aire alrededor de todos fue alterado en fuertes pulsaciones que alternaban en frecuencia, buscando encontrar un punto de unión. Escapaban por las manos de la Nidoqueen, por donde una potente vibración se originaba y exponía por obra de un aura anaranjada.
Marowak supo al instante que se trataba de un movimiento muy poderoso, todo al sentir ese pulso en forma de firmes sacudidas y sofocante presión en el pecho. No hizo más que correr hacia atrás, subiendo por una enorme roca en el camino y preparándose para el inevitable impacto.
Nidoqueen hundió sus manos en el suelo, enterrándolas y desatando de esa forma un atroz Terratemblor finamente dirigido a su oponente.
El suelo crujió y algunos Pokémon voladores en las más altas ramas de los árboles por fin sintieron el impacto de la batalla, volando por los cielos al percibir su posición ser sacudida con fuerza.
La roca en la cual estaba parado el Marowak se fracturó desde abajo, sepultándose unos cuantos metros bajo tierra y dejando el temblor reverberar con fuerza por todo su sólido cuerpo.
No cedió, sin embargo, a romperse en pequeños fragmentos.
El reptil se impulsó lejos de la piedra, mas su cuerpo no estaba apto para la tarea. Cayó lejos del lugar, soportando su peso en el suelo con sus cuatro extremidades.
Piedra y tierra se sacudían con violencia, atrapando en potencia a todo su cuerpo y menguando la llama de su hueso, casi simbólico del impacto que implicaba recibir ese ataque, aunque haya sido en parte frenado con antelación por sus evasivas maniobras.
—Estábamos buscando a algunos Pokémon de la tribu fantasma que vinieron por acá antes de encontrarte —informó Pidgeot al aterrizar junto a Escavalier, examinando con detenimiento sus heridas—. Los demás no deberían tardar en llegar con nosotros, solo se quedaron a inspeccionar la zona y ya debieron hacerse con algunos enemigos.
Marowak soltó un ahogado suspiro, retomando su compostura entre el fragmentado suelo. Nidoqueen se preparaba para arremeter con otro ataque sin apartar los ojos de su objetivo, pero el reptil al analizar la creciente desventaja se puso en posición para un nuevo plan.
Las llamas de su hueso comenzaron a cambiar de su tonalidad azul verdosa a una con el verde mucho más pronunciado; una prominente ola calorífica comenzó a emerger, asfixiando a la vegetación que se secaba en segundos y sometiendo al viento a una transformación. Ahora, el viento se movía descontrolado con un filtro rojizo cambiando el panorama en un infierno próximo.
Nidoqueen demoró apenas unos segundos para resumir su ofensiva, tomada por sorpresa en este nuevo escenario. No obstante, ese pequeño descuido fue suficiente para ponerla contra las riendas. Marowak utilizó Evite Ígneo, cubriendo todo su cuerpo de las verdes llamas, así se propulsó por los aires con tal velocidad como para crear un leve torbellino a sus espaldas por la diferencia de temperatura en el aire.
El ataque fue bloqueado, mas no mermado por la existencia del fuego, saliendo expulsado en todas direcciones en una descomunal erupción de llamas.
Marowak estaba al tanto de que estando lejos solo tendría desventaja, por lo que ahora a centímetros de su oponente, buscó una entrada.
Primero se aventuró a un perspicaz revuelo de estocadas con su hueso, cortando más terreno. Cada golpe y exposición a tan elevada temperatura tomaba un poco de la compostura de la exploradora. Con el impulso del impacto inicial era que continuaba ese desmesurado vibrato, escalando la frecuencia de sus golpes y danzando al eludir los intentos de la tipo veneno/tierra por frenar su asalto.
Las llamas se elevaban en rebeldía a su amaestramiento por el tipo fantasma, quien grácil cambiaba de lugar la posición de su arma al voltearla alrededor de sus brazos marcando con fluidez un sendero de destellos verdes y delineamientos azules. Siempre estaba un paso delante de su adversario y con cada eterno segundo subía la temperatura del lugar.
Nidoqueen utilizaba Puya Nociva, su único movimiento de cuerpo a cuerpo que no era tipo lucha, para contraatacar. El ambiente asfixiaba: con cada respirar sus pulmones ardían en agonía. Un intercambio de ataques fugaz que continuaba en escena.
Escavalier observaba con terror como su compañera era sometida lentamente por ese incesante muro de ataques. Pidgeot se fue de su lado en busca de refuerzos, y ahora solo quedaba su maltrecho cuerpo y el fuego expandiéndose entre el ahora seco césped.
La exploradora propinó un golpe que derrapó con el costado del reptil. El hueso giró de su brazo izquierdo al derecho agarrando fuerza para un cargado choque. Un precavido bloqueo lo sacó de lugar y abrió la guardia del Marowak. El ataque tipo veneno se restregó por el costado de su rostro, moviendo las alborotadas llamas de lugar. Al girar en contra del sentido de un reloj, su hueso una vez más tomó velocidad y se apresuró al abdomen de la Nidoqueen.
Los intercambios eran continuos pero breves por la sagaz reacción de los dos Pokémon. El fuego consumió sin misericordia más del terreno, envolviendo a todos en un círculo de salvajes siluetas luminosas en sincronía para una macabra danza. Talyur era prisionero del pánico al ver próxima una horrorosa muerte, había caído en cuenta de que esas flamas no se tardarían nada en alcanzar su susceptible cuerpo de acero.
Las fuerzas de la Nidoqueen comenzaban a escasear. Los impactos eran tan severos como para que su mente ignorara la intensa pelea y se fijara en las brutales quemaduras que ahora adornaban su torso. En uno de esos momentos, el hueso conectó con su cara; su visión se volvió una amalgama de vivos colores verdes y sus oídos no escucharon nada fuera del eterno zumbido del arma dirigiéndose a ella. El viento silbaba con esa sostenida nota, como el clímax de una obra musical y el acompañante de su dilucional visión del mundo que perdía sentido entre mareos atroces.
Una de sus piernas sucumbió por su peso, marcando el camino para que la otra la siguiera. Sangre escurría de su rostro con premura, manchando el piso donde ahora descansaba su débil cuerpo. La realidad se escapaba en vertiginosos ondeos, perdiendo de esa forma por fin la consciencia.
Las llamas clamaron por un trágico final, elevándose hasta el techo de hojas para cegar a cualquier espectador. Sin embargo, tras ese despliegue, murieron y ascendieron con las cenizas que adornaban el aire.
Escavalier respiraba con dificultad, enfocándose en la viva imagen de un incendio silvestre frente suya. Humo ascendía en torbellinos, pero su autor no dejó nada de sí en el lugar, ni una triste sombra marcando su figura. Los dos exploradores seguían ahí, con el espíritu alzándose a la par del humo y cenizas.
Pidgeot, lejos de la escena, se vio obligada a frenar su vuelo en unas ramas cercanas. En el cielo, rompiendo el frondoso techo de hojas, los atisbos de la pelea comenzaban a mostrarse como un enorme pilar de humo. La tipo volador perdió de vista a sus compañeros, y viendo el creciente peligro, sacó de su bolsa un dispositivo. Una esfera azulada con un pequeño casco de delgado metal con varios cristales redondos en su parte superior. Comenzó a brillar y la exploradora chilló:
—¡Irik reportándose! ¡Hay un gran problema en el sureste del bosque, nos encontramos a un salvaje poderoso! ¡Creo que dos han caído! ¡Vengan lo más pronto posible! ¡Puede qu-
Su llamado por ayuda fue frenado al instante por una tacleada. Los dos Pokémon cayeron del árbol envueltos en una llamarada azul. Pidgeot observó con horror la vistosa quemadura que ahora yacía en su ala que recibió el impacto; aturdida y confusa, intentó gritar, pero de un fuerte porrazo en su pecho perdió todo el aire de sus pulmones.
—Maldita sea —maldijo Marowak, alterado a más no poder.
No gastó más tiempo ahí, reanudando su huida del lugar. Ese reservado semblante suyo de antes se había esfumado: algo en su cabeza conectó mientras peleaba contra la Nidoqueen allá atrás. Utilizó todo su esfuerzo para garantizar su escape, pero la mala espina que tenía desde que se adentró al bosque se confirmó cuando pasó por los cuerpos de sus aliados. Alguien les había tendido una trampa, algo para dejarlos vulnerables por completo para los exploradores.
Corrió con desespero por el bosque, lamentándose una y otra vez de sus fallas. Llegó tarde, no se pudo comunicar con el resto, y bajó su guardia para un Pokémon en específico. Estaba seguro de que aquel sujeto lo seguía en las sombras del bosque, pudo apreciar su figura hace rato: no podía dejar de desplazarse por el entorno.
—¡Está por allá! —gritó una voz lejana, al parecer comenzaban a cortar distancia.
El bosque que toda su vida llamó hogar ahora era hostil y lejano. Esta tierra ahora estaba manchada por la sangre de sus iguales, y no podía saber si se trataba de injusticia o acto divino que todo hubiese salido tan mal. Cada paso, las sombras a su alrededor se cerraban, consumiendo esa luz que emitía tal cual hambrientas bestias. El aire se le escapaba, todo el oxigeno escaseaba a su alrededor al servir para avivar el fuego que lo impulsaba. Tenía que seguir adelante, no podía gastar un solo segundo, aunque su cuerpo se entregase a las llamas. Ese temor que lo sacudía por completo era algo que tenía que impulsarlo; siempre se le enseñó así, ahora debía dejar que ese agujero en su estomago propulsara sus piernas entumidas. Cada cadáver que pasaba, cada cascara sin vida que pisaba, crujía debajo de sus pies y zumbaba en su cabeza incesante. Paso con paso su espíritu se rompía; el alarido de enemigos lejanos llegaba junto al de aliados en la otra vida clamando su nombre en busca de salvación. Su visión se desenfocaba cada pocos segundos, pero por nada del mundo frenaría su andar. Su respiración, errática a más no poder, cedía. Su dolor se ahogaba en la intrascendencia. Su esperanza moría.
En el exterior de sus pensamientos, un cuantioso grupo de exploradores se había formado para darle caza al Marowak. Sus pasos no se frenaban por el camino de llamas de dejaba detrás de sí, todo gracias a la ayuda de los Pokémon tipo agua entre la multitud.
—¡Es él, él debe ser el Marowak del que hablaron!
—¡Dejó varios heridos en el bosque, no bajen la guardia!
—¡Va a salir del bosque!
Una abertura entre los arboles se podía divisar a lo lejos, algo que para los ojos del Marowak no era más que un cumulo borroso de amarillo entre tanto verde oscuro. Un rio junto a unas vías de tren delineaban la salida, y aunque la locomotora había cesado su operación por el peligro que se encerraba en el bosque, solo unos pocos Pokémon resguardaban la salida. Era la oportunidad del tipo fantasma.
El color rojo entró en su visión, brillante inclusive con las sombras que lo cubrían. Solo así supo que debía frenar. Esquivó por poco el ataque del Scizor, quien en espiral volaba por los aires por su Acróbata.
—¡MALDITO SEAS! ¡MEFISAÍR! —iracundo, el Marowak comenzó a extender las llamas por todo el lugar como hizo anteriormente. Aunque eran una peligrosa demostración de su poder, el cansancio había tomado cabida en su ser, por lo que la intensidad del fuego no se alzaba con la misma potencia.
El explorador escarlata se sujetó con una de sus pinzas a una rama, dejando colgar su cuerpo y centrando sus ojos en su enemigo. Una capa verde se mecía con el viento de su mismo ataque, y mandándola a un lado, volvió a arremeter sin temor de ser quemado.
Una ráfaga salvaje de fuego le dio directamente al Scizor, pero con su capa envolviéndolo, esta se esparció en el aire. Con un puñetazo dirigido al Marowak, este alcanzó a bloquear con su hueso. El impacto levantó las cenizas y propulsó a su oponente contra el suelo; un disparo de aire caluroso a presión salió en todas direcciones. El tipo fantasma se puso de pie, creando un vórtice de fuego con sus piernas al reincorporase con el que alejó a su oponente. Estaba cansado, a más no poder, y esto lo sabía el explorador.
—Mira lo que se ha hecho por tu culpa... Todos... ¡No voy a descansar hasta que te derritas vivo! —gruñó, girando su hueso en esa hélice de fuego que utilizaba para atacar.
Sin embargo, esta vez frenó su ataque. Conectó su visión con la del Scizor, y en su expresión encontró algo que lo perturbó como nunca. Ya era fútil luchar, lo sabía muy bien. Debía huir: todo esto era parte de su plan. Lanzó su hueso y se dio a la fuga de una forma muy torpe, derrotado por el cansancio y desesperación.
Scizor lo persiguió por los árboles, brincando de rama en rama, fijo en su silueta. En cuanto dio un paso en el exterior del bosque, cuando sus pies tocaron el limpio césped ajeno a la humedad y tosquedad del bosque, sabía que era su fin.
De un veloz brinco, la rama gruesa de un árbol crujió en su totalidad, estallando en astillas. Scizor centró su caída en el Marowak, cruzando sus brazos en una equis con una delineada luminiscencia verde. El aire chilló a su alrededor antes de impactar de lleno con la espalda del tipo fuego/fantasma. Se hundió como el filo de una espada y estrelló el malherido cuerpo contra el suelo, esparciendo sangre por los alrededores donde salpicó en las hojas de pasto más altas. Una vez se sacudieron con violencia por el impacto, la sangre bajó lentamente, sumiendo el escenario en una perturbadora paz.
Scizor se levantó, apreciando la herida que le había infligido a su ahora inconsciente rival. Sumergido en el momento, se tambaleó hacia atrás, con lo que entró en su mirada la figura de un grupo de exploradores. Parecían venir cargando equipaje con ellos y caminando a lado de los rieles.
—Perdón por todo este desastre —dijo Mefisaír de lo más calmado, algo ajeno a como se sentían Rahl y Baust, dos Pokémon frente suyo.
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