1: Una decisión
Sentía el ardor del fuego sobre él.
El niño, no mayor a los 7 o 8 años corrió hacia las puertas de madera y al tocarlas sintió que estaban calientes. Miro a su alrededor retrocediendo un paso. El fuego estaba consumiendo la habitación, y el humo ya le llegaba a la altura del pecho.
Sufrió un repentino ataque de tos, y el ardor de su garganta le permitió saborear el humo y el olor de la madera quemada. Antes de hacer algo otro ataque de tos le quito el aliento, llegando a pensar por un instante que no sería capaz de respirar, cuando la tos se detuvo, inhalo más humo que aire, y en consecuencia sus ojos se llenaron de lágrimas.
—Debo... —Murmuro mientras trataba de recuperar el equilibrio; no termino de murmurar pues de la habitación a la que intentaba entrar emergió un grito. —¡¡Eevee!! —Grito el niño tomando la perilla de la puerta, ignoro el calor de esta y después de un par de empujones donde no se abrió la puerta, opto por darle patadas hasta que se abrió de un golpe sordo. Aunque sintió un tirón en los tendones de su tobillo al abrir finalmente la puerta.
Tosió de nuevo cuando el humo le llego a la altura del cuello y a sus espaldas se escuchó un derrumbe, giro sobre sus pies y miro horrorizado como las vigas ardiendo habían colapsado, así como una buena parte del techo.
Una cosa estaba clara, si se hubiera quedado en el pasillo, ahí mismo habría muerto aplastado.
Su corazón latía desbocado.
Nuevamente sintió que la tos le asfixiaría; entro a la habitación con una mano cubriéndose la nariz y la boca. Miro a su alrededor, sintiendo que la vista estaba cada vez más cansada por el humo y las lágrimas que no podía evitarlas ni contenerlas.
— ¿Eevee dónde estás? —Pregunto mientras ondeaba el brazo contrario para apartar el humo cada vez más espeso. Fuera de la habitación, una viga envuelta en fuego se derrumbó. El chico la miro con un sobresalto. El calor se hacía insoportable. —¡¡EEVEE!! —Grito.
Una voz asustada respondió a su grito, el niño casi tropezó con una silla derrumbada y bajo un anaquel cubierto de libros vio a un hermoso Eevee de pelaje color gris marmóreo, un color distinto al color marrón claro de su especie.
Los ojos del pokémon recién nacido mostraban pánico.
—Eevee ven... —Dijo echándose pecho a tierra para ofrecerle una mano al pokémon, pero este retrocedió bajo el mueble poniéndose fuera del alcance del niño. El miedo lo había dominado y no reconocía al chico frente a él. –Eevee, ven conmigo... —No termino su frase porque parte del techo del pasillo colapso.
El chico alzo la mirada, el techo comenzaba a agrietarse y desde la distancia pese al humo oía como las paredes comenzaban a crujir.
—¡¡¡EEVEE...!!! —Grito echándose al suelo y metiendo el brazo todo lo largo que era bajo el anaquel para tomar al aterrado pokémon del lomo, y con más fuerza y agresividad de la que pretendía sujeto al pokémon.
Gruño cuando sintió las garras del Eevee sobre el dorso de su mano, pero no le soltó.
Lo saco de un tirón y casi se le soltó cuando sintió los colmillos del pequeño pokémon que se retorcía en sus brazos. Las pequeñas heridas que le provoco el pokémon eran insignificantes pues al haber nacido hace solo un par de días atrás sus zarpas eran pequeñas y sus dientes casi no tenían filo.
—Eevee, soy yo... —El pokémon le miro y por un instante pareció reconocerlo.
—Tengo miedo... —Le dijo el pokémon con un hilo de voz.
—Yo también —Respondió el niño.
— ¿Me entiendes?
—Si. Puedo oír las voces del corazón...
El techo crujió, en un instante las grietas cedieron y parte del techo callo sobre ambos. Se elevó una nube de polvo, y humo.
Ambos hubieran muerto en ese derrumbe, de no ser que el niño más por instinto que por habilidad, salto hacia atrás, pegándose de espaldas con el anaquel que se tambaleo por el golpe.
—Tenemos que... —No termino su frase pues cayó al piso con el anaquel sobre él. El niño grito de dolor. El eevee shiny se le escapó de entre sus brazos, pero el niño no presto atención al pokémon, trato de levantarse entre lágrimas de dolor y del humo para soltar otro grito, agónico que emergió desde su pecho.
Miro a sus pies donde sentía las palpitaciones de dolor y vio que su pie derecho se encontraba bajo el pesado mueble.
—Me... me rompí el pie... —Murmuro entre el humo y un ataque de tos le arrebato el aire. El fuego comenzó a avanzar por la habitación, calcinando los libros, muebles y la alfombra. Trato de moverse, pero con cada movimiento el dolor le atravesaba como un cuchillo.
No pudo evitar gritar en más de una ocasión.
Miro a su alrededor tratando de despejar el humo con su mano, se sentía cada vez más mareado y sofocado. Vio al Eevee que había querido salvar inconsciente (o muerto) frente a él.
Su visión fallo.
—A... ayuda... —Gimió, tratando de levantarse, pero ya no podía moverse sin sentir punzadas de dolor. Las lágrimas no le permitían ver. —Ayuda... por favor... —El humo comenzó a rodearlo, tosió un par de veces e hizo un último esfuerzo antes de que se dejara caer indefenso. —No quiero morir... no... quiero...
Su mano, su diestra se cerró en la altura de su cuello. Una alhaja en forma de un triángulo con una gema color azul agua en el centro.
—A-ayúdame...
La gema comenzó a brillar con fuerza.
El niño se desmayó.
Una silueta pequeña alada apareció ante él y al Eevee inconscientes.
Sergio "Checo" abrió los ojos con un sobresalto.
Se incorporó -o mejor dicho salto- sintiendo su cuerpo empapado en sudor bajo su pijama, y miro a su alrededor sin reconocer su propia habitación, y solo después de unos momentos giro la mirada para ver el reloj despertador, para después silenciar la alarma.
—Fue un sueño... —Se dijo a si mismo mientras se levantaba aun respirando entrecortadamente. — ¿Por qué no recuerdo porque estaba ahí? —Se preguntó así mismo. Suspiro después de unos momentos de silencio, avanzo hacia el baño y unos minutos después a su armario para sacar una muda de ropa y una toalla.
Miro al espejo en la puerta del armario para verse así mismo.
Vio en el espejo a un niño de 9 años, de cuerpo atlético, moreno de piel y cabello negro azabache y sus ojos castaños; los ojos en su reflejo demostraban confusión y temor.
Suspiro y entro al baño de su habitación para darse una ducha rápida. Termino de vestirse con el uniforme de la escuela, cuando oyó una voz desde fuera de la habitación.
–Sergio, ya está el desayuno ¿Ya estas despierto?
—Ya bajo, abuela. —Respondió saliendo de su habitación. —Buenos días. —Saludo con una sonrisa despreocupada a sus abuelos.
—Buenos días Checo. —Respondió su abuelo. El cual respondía al nombre de Hilario.
Hilario era un hombre anciano y pese a su respetable edad de 70 años, era todavía un hombre fornido de piel bronceada muy resaltada por su cabello blanco severamente peinado hacia atrás, aunque algunos mechones caían sobre su frente y rostro arrugado, pero aun firme. Leía el periódico y gruño mientras que su abuela tomaba una jarra del refrigerador para dejarla sobre la mesa.
—Buenos días, Sergio.
Asunción, su abuela era una mujer bajita de sonrisa amable, piel clara y unos hermosos ojos violetas claros con una melena gris peinada hacia atrás; su nieto no podía evitar pensar que, en su juventud, había sido una mujer muy hermosa. Incluso en la vejez, tenía una notable elegancia en todo lo que hacía.
La mirada de Sergio se enfocó en la mesa donde su desayuno le atraía con un olor dulce y cálido.
— ¿Creen que Toño tarde en...?
Apenas se sentó, la puerta que daba al jardín se abrió.
—Hola a todos, el Latín lover, ya llego... —En la entrada apareció un sonriente muchacho alto y musculoso, de cabello color cobre, aunque tenía unas peculiares cejas que eran oscuras y resaltaban mucho sus ojos ambarinos y su piel bronceada, usaba el uniforme de secundaria, aunque llevaba la chaqueta abierta de modo muy informal lo que provocó que Hilario le dirigiera una mirada desaprobadora.
–Buenos días, Antonio. —Dijo Asunción.
—Hola Toño.
—Antonio.
— ¿Qué hay de desayuno?
—Cereal, huevos con tocino y jugo de naranja o leche. —Respondió la anciana.
Los cuatro conversaron brevemente mientras desayunaban, a las 9 menos quince, ambos chicos salieron hacia la escuela.
— ¿Oye, carnalito estas bien? —Pregunto Toño mirando al pelinegro. —Te ves un poco pálido.
—Tuve una pesadilla, es todo. —Respondió Sergio rascándose la cabeza, el fornido muchacho solo miro al cielo de forma despreocupada, una parvada de Greyfeather voló sobre ellos.
—Ah... ¿Quieres hablar de ello?
—Yo... —Murmuro el niño mirando el camino donde la escuela ya estaba a la vista. —No entiendo por qué de mi temor al fuego... Y esta noche yo... —Dejo de hablar y solo suspiro de nuevo.
—Todos le tememos a algo, Checo. —Dijo Antonio sonriendo mientras le daba una palmada en la espalda que le tumbo al suelo. —Ah, perdón carnalito. —Se disculpó riéndose.
–Tienes mucho musculo y poco cerebro... —Respondió Sergio un poco enojado levantándose.
– ¿Oye me estas llamando idiota, enano?
– ¿Cómo me llamaste?
Soltaron las mochilas y ambos comenzaron a pelear juguetonamente.
Unos momentos después, ambos llegaron a la plaza de pueblo Yeso; la escuela y la secundaria estaban una al lado de la otra, solo separadas por una cerca.
—Hola Homie. —Dijo una voz chillona a espaldas de ambos. Sergio sonrió. Solo había alguien que llamaba a otros por su propio apodo.
Israel era un niño de su clase, bajo, gordo moreno de piel y cabello con una sonrisa burlona que aparentemente nunca dejaba su rostro, a su lado estaba su primo Alan, que también era moreno solo que sus ojos eran distintos: verdes.
Aunque eran primos, Israel y Alan eran muy distintos, Alan era alto y delgado lo opuesto a su primo.
—Hola Homie. —Respondió Checo. —Hola Al.
—Hola Checo. ¿Preparado para nuestra última semana? —Pregunto el niño de ojos verdes.
—Si. De hecho...
—Hola chicos. —Dijo una voz femenina. Una bonita niña de piel clara, melena negra y ojos verdes se acercó sonriendo. Homie se ruborizo.
—Bueno, me voy a clases. Hasta luego hermanito. Bye. —Dijo Antonio girando para alcanzar a algunos de sus amigos y entrar a la secundaria.
—Hola Shannen. —Saludo Checo. —¿Mañana cumples 10 no es así? Debo darte un regalo antes de que inicies tu viaje.
La pelinegra abrió mucho sus hermosos ojos verdes.
—No es necesario que me den un regalo. —Dijo mientras todos avanzaban hacia la escuela.
—No. Homie. —Dijo Israel ruborizándose. —Por lo menos te voy a regalar un ramo de rosas pa que te veas bien guapa. Cosa que para ti no es muy difícil.
—No es necesario Homie. —Dijo la niña mientras caminaban hacia su aula en la escuela. —Además las rosas son flores muy costosas.
—Por ti, no me importa el precio, Homie. —Respondió el chico mientras entraban al salón de clases.
Checo solo sonrió y se sentó en su silla.
Las clases de la escuela primaria dieron inicio. Después siguió el recreo, y para las 2 de la tarde ya estaban abandonando el ala pues era hora de volver a casa.
Los 4 niños avanzaban juntos hacia la plaza principal del pueblo.
Checo invito a todos un helado, vainilla para él, Alan y Shannen de fresa y Homie de Limón. Estaban disfrutando su consumición cuando un elegante y costoso auto de lujo se detuvo casi frente a ellos. En la acera además de los niños a la sombra de un pino, todos se detuvieron y siguieron ese magnifico auto de lujo con la mirada.
Un hombre de edad descendió del auto dispuesto a abrir la puerta trasera, pero esta se abrió de golpe y un niño elegantemente vestido de la edad de los 4 amigos bajo casi de un salto.
Un niño rubio de ojos azules, podría hasta decirse que era un niño guapo pero la expresión altanera en su rostro fue suficiente para disipar esa apariencia elegante.
—Viejo inútil. —Dijo a voz cuello mirando al anciano con furia. —¿No puedes encontrar el laboratorio pokémon en este piojoso pueblucho? —Grito.
—Señorito Andrés... según el GPS no queda muy lejos y...
—Andy... —Interrumpió una chica que también bajo del auto.
Era innegable que eran hermanos pues tenían casi los mismos rasgos solo que esta chica debía ser algunos años mayor. E igual que el iracundo niño rubio tenía la misma expresión desdeñosa en el rostro.
—No me llames Andy, hermana.
—Andy. Solo tenemos que preguntar y... —La chica se giró y vio a Checo y sus amigos aun sentados a la sombra del pino. —Oigan ustedes pueblerinos. —Dijo mirándolos altanera.
Checo noto que la chica era bonita, pero algo en ella le desagradaba, y no solo por esa expresión o por la mirada degradante que el niño rubio les dirigió.
—¿Saben dónde queda el laboratorio de la profesora Jacaranda?
Shannen levanto la mano, como hacía en clases.
—Yo. —Respondió sonriendo, pero ninguno de los niños rubios le devolvieron la sonrisa. —La profesora Jacaranda, es mi madre adoptiva. El laboratorio queda a las afueras del pueblo. —Señalo al otro lado de la plaza. —Si toman esa carretera y giran a la derecha llegaran en 5 o 6 minutos como máximo.
—Bien. —Dijo el niño rubio llamado Andrés. —Vámonos.
La chica rubia asintió y les dio la espalda. Era obvio que no pensaban darle las gracias a Shannen.
—Pero. Ahora mismo mi madre no está. —Agrego alzando las cejas. Checo miro a su amiga. Era cierto que se conocían de hace muy poco, pero Checo sabia algo de la niña pelinegra. Y es que cuando ella mentía alzaba un poco la ceja izquierda como esa misma ocasión. —Salió antier de viaje por una convención con otra profesora Pokémon. Y regresara en 5 días.
Por la expresión iracunda del niño rubio, se creyeron la mentira de Shannen.
Ambos rubios subieron al auto de un portazo y el chofer solo suspiro y subió al auto ante el grito del niño rubio. El auto se perdió de vista un momento después.
—¿Por qué les mentiste? —Pregunto Checo. Shannen bajo los hombros.
—A mi madre, no le agradan las personas engreídas, además por el modo en que le faltaron el respeto a ese pobre anciano les cae bien aprender a tener paciencia.
—Estoy de acuerdo. —Dijo Alan.
—Por cierto, Homie. —Agrego Israel, aunque el parecía ajeno a lo que acababa de pasar. —¿Cuándo vas a iniciar tu viaje como entrenadora?
Shannen bajo los hombros y miro a sus amigos.
—Camilo y Rosa se fueron hace mucho, además de otros de los niños de nuestra clase. Y aunque mañana cumplo los 10 años, bueno... —Miro a Homie y después a Checo. —Ustedes cumplen años la semana siguiente ¿cierto?
—Sí. —Respondieron ambos al mismo tiempo.
—Ambos nacimos el mismo día, solo que con una hora de diferencia. —Agrego Israel. Checo no dijo nada, pero un tic apareció en su mejilla que solo Alan noto al estar a su lado.
—¿Por qué preguntas? —Dijo Checo.
Shannen sonrió ligeramente.
—¿Qué tal si nos vamos el mismo día como entrenadores? —Sugirió. —No es que tenga miedo de irme yo sola, pero creo entre amigos las cosas serían más interesantes por lo menos en un inicio.
Checo sonrió. No le desagradaba esa idea.
—No tengo problemas con eso. ¿Y tú, Homie?
—Ninguno.
Checo mantuvo su sonrisa. ¿Acaso había mejores amigos que los que ahí mismo le rodeaban? Lo dudaba.
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