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No sabe cuánto tiempo ha pasado desde que Thatch murió. Algunas veces parecen días, otras parecen años. El ambiente en el barco sigue siendo deprimente sin su estúpido cocinero para hacer bromas tontas en momentos equivocados.
También echa de menos a Ace, pero no se permite pensar en eso. Las notas diarias se volvieron más irregulares al llegar a Paradise. Más aún después de salir de Arabasta. La que relata el encuentro de Ace con su hermano menor es una de las últimas que Marco recibió.
Marco le da una explicación en su cabeza. El tacaño de Morgans ha reducido su plantilla y no hay suficientes News Coo para todos los repartos. Ace perdió su pluma y aún no ha conseguido una nueva. Se cansó de buscar y decidió darse la vuelta y sorprender a Marco volviendo al Moby. En los días malos, la explicación no es tan optimista. Marco sueña con Ace siendo comido por algún animal gigante o cayendo al mar en un ataque de narcolepsia. O algo peor.
Echar siestas en el nido de cuervos del barco se ha convertido en una nueva costumbre. Cada vez que despierta, sueña con ver el Striker acercándose. Cuando Marco despierta hoy, no es por ningún sexto sentido que le indique que su amante está volviendo a él, sino por el sonido de alguien subiendo la escalera. Marco se asoma y ve a Izo. Al principio lo descarta, porque ya ha recibido suficientes riñas sobre lo insalubre que se ha vuelto en los últimos días. Sin embargo, se obliga a prestar atención cuando ve la palidez en el rostro del hombre.
—¿Izo? —Marco abre y cierra la boca como un pez. No sabe qué decir—. ¿Qué pasa?
Izo se queda mirándolo un momento, perdido en sus pensamientos. Ha estado así mucho desde que murió Thatch, y Marco se pregunta qué diría el cocinero al verlos a todos así. Algo ridículo, seguro.
—Vamos a bajar —dice Izo lentamente—. Oyaji quiere verte.
Marco asiente y baja de un salto. Izo, sin embargo, baja cuidadosamente por las escaleras. Izo es uno de los comandantes más ágiles, por lo que Marco no entiende por qué no salta hasta que Izo llega al suelo y Marco ve sus piernas temblorosas. Un nudo se forma en su garganta.
Alrededor del asiento de Barbablanca están los comandantes, pero también muchos otros de sus hermanos. Todos se giran a mirar a Marco cuando llega, y eso hace que un inusual nerviosismo se asiente en él. Se apresura en llegar a su padre y salta al brazo de su silla.
—¿Qué? —Pregunta bruscamente. Sabe qué debe ser si todos lo miran de esa forma. Necesita confirmación.
Sin decir palabra, Barbablanca le da el periódico. Marco se lo arrebata y lee la portada con un semblante sereno.
—Ya veo —dice simplemente. Marco ya no tiembla como antes. Está tranquilo.
—Vamos a recuperarlo, hijo mío —le asegura Barbablanca luciendo igual de sosegado.
Marco asiente y salta de la silla de su padre. Sus hermanos de barco aún lo miran con dos emociones brillando en sus rostros: lástima y expectación. Todos lo miran como si Marco estuviese a punto de romperse.
No lo es. Esto es justo lo que necesitaba: sabe dónde está Ace y puede ir a por él. Tiene mucho que preparar, antes de que se de cuenta estarán juntos de nuevo.
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