¿Quién es culpable de aquella mirada?
Esa que me observa pidiendo calma,
no grita, no aúlla, no teme, no escucha;
pide libertad, silencio, suplica. Lo siento.

No son mis manos, no es mi intención;
tengo miedo de lastimar, aquello que él me dio;
la soledad es mi mayor compañera,
dama errante, fiel damisela.

Ella me salvará de las garras que pretenden mal,
esas uñas que se clavan en mi garganta sin piedad.
No, no soy como ella, no extingo mi voz.
Aguardo por la oportunidad para pedir mi salvación.

Sí, llámame egoísta, pero es el mejor camino,
el método más fácil, es el más sencillo,
para hundir a mis demonios, esos que me atormentan,
para enterrar sus cabezas, esas que se cuentan.

De dos en dos, saltan por el ascensor,
de cinco en cinco, voltean sin aviso,
de diez en diez, me arrastran al caer
y queda uno con el que me llevo bien.

Es un preso de mis dolores,
él no se esconde,
a pesar del mal que le causé,
siento que lo lograré.

Escaparé de este espeluznante lugar,
te liberaré y me convertiré en maldad,
aquella de la que te cuidabas,
ahora soy yo quien más odiabas.

Observa mi rostro,
levanta el mentón,
recuerda mis ojos
y a su creador.

Bien, las imágenes regresan,
bien, escucha su tristeza,
¿no la socorriste cuando eras capaz?
Es por eso que ahora me vas a ayudar.

Vierte el ácido en la olla,
tus palabras están en contra,
nadie escucha, no hay jurado,
la penitencia se ha revocado.

Vamos, muestra quién eres en realidad,
¿acaso sólo yo te pude revelar?
Vamos y veamos si lograrás atraparme,
veamos si eres tú el culpable.

Aquel bicho, ser inferior,
que causa desastres y también destrucción,
que ha cerrado tratos y también desechado,
mi confianza que fue su mayor regalo.

Pero me despido, adiós, mi buen compañero,
te dejo esta carta en aquel desierto,
ese mismo que se volvió tu prisión.
Quizás conocerme fue tu gran error.

(The Writer)