En una caja estoy atrapada,
sin escape, sin retorno.
Tengo miedo de tocar fondo
y descubir que ni así fui feliz.

El miedo se instala en mi corazón,
no tengo fuerzas para enfrentarlo solo,
y eso no para, llevo días mojando las almohadas.

Días en los que no duermo,
noches sin regreso,
tardes sufriendo
y no encuentro el motivo en todo esto.

¿Sufrir para llegar a la meta?
Quizá un poco es aceptable.
¿Pero sentirse miserable?
Eso lo dudo
y hasta es lógico para un adulto.

El tiempo pasa y no perdona,
los cabellos se tiñen de blanco y lloran,
porque han perdido segundos que pudieron valer la pena,
porque no disfrutaron de aquello que tanto anhelan.

Y si me pasara escribiendo línea tras línea,
no me importaría.
El coraje ha desaparecido,
me encuentro a la deriva.

¿Otra será mi pasión?
¡Qué sé yo!
Lamento pintar azulejos
donde iba el óleo.

Y nadie dijo que sería sencillo,
me advirtieron de los efectos secundarios,
pero no estaba preparada para una bomba,
un ataque terrorista sin demora.

¡Ayuda! Lo escribo y no lo grito
entre signos de exclamación.
¡En serio! ¡Ayuda!
Ayúdame a encontrar mi vocación.

Porque mi brújula se ha roto
y estoy sin dirección.
Porque si me das una flecha,
la seguiré sin rencor.

Dejaré que las gotas
caigan por mis mejillas
y me levantaré cada día
a pesar de lo que digan.

Lucharé aunque me esté
consumiendo por dentro,
eso no quiere decir
que sea amor eterno.

Gracias, papel, por permitirne
contarte mis penas.
Gracias, lápiz, por tu mina
que es infinita.

No me gusta tanto la prosa,
prefiero las rimas,
pero en esta ocasión
creo que combinan.

(The Writer)