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Y Te Escribo En Mi Papel.

[...]

Sentía que esos tres días de ausencia habían durado más que nada en el mundo. Estaba molesto con ambos; con él por haber huido y por no volver y consigo mismo por no haberlo detenido y por esperarlo con tantas ansias.

Le atormentaba porque quería verlo, pero no sabía que iba a decir o hacer cuando lo hiciera.

¿Disculparse por atrevida acción, burlarse de él para sentirse menos avergonzado o simplemente besarlo otra vez?

Porque, maldición, quería hacerlo de nuevo.

Aquel "¿puedo?"; el tono en el que fue pronunciado, el deseo que llevaba en sus letras y en lo atractivo de su propuesta; los sueves labios de Lordbug, sus manos en su espalda y los suspiros que por un segundo creyó poseer habían sido las culpables de todo.

No él.

—¿Ocurre algo?

—Samuel, si hipotéticamente hablando, yo te besara...

—Que gran manera de iniciar una pregunta...

—¿Huirias de mi?

—Depende.

—¿De qué?

—¿Te seguí el beso?— Colín le miró con atención. Esa era una de las cualidades que apreciaba más del pelinaranja; nunca le cuestionaba y solo se dedicaba a responder y ayudarle sinceramente. —... Si lo hice no veo el porqué huir, si no lo hice probablemente te estaría evitando porque me besaste a la fuerza y considero que eres un acosador de lo peor. — le miró con fingido rencor.

—¡No soy un acosador!

—Si, lo que diga señor. — comió de las palomitas que gradualmente se había adueñado. Veían una serie en la habitación de Colín, hasta que este decidió romper el silencio. Samuel sabía perfectamente que algo había pasado, por algo le había invitado después de todo. Así que se sentó en silencio, comió y vió al televisor hasta que su mejor amigo estuviera listo para hablar. —¿A quien?

—¿A quien qué?

—¿A quien besaste?

—A nadie.

Le miró sin creerle, comió un puñado de palomitas más y las dejó de lado.

—¿En serio?, ¿no me vas a decir?, ¿tendré que adivinar?

—No sé de qué hablas.— le ignoró.

Samuel, decidido y tomándolo como un nuevo reto, se acomodó el cabello y los lentes.

—¿Adrianne?, no, ya la superamos. —comenzó a hablar, prestando atención a los movimientos del otro, por si reaccionaba a algún nombre. —¿A Luna?, la estabas mirando mucho la última vez que fue a la escuela a ver a Mario...— le vió fruncir el ceño. —Tampoco ella... entonces a Nathaly.

—¿Por qué mencionaste a Nathaly?— pareció confundido por un momento. —No, olvídalo, te estoy diciendo que no es nada de lo que piensas.

—Entonces... ¿es una indirecta?, ¿estás planeando besarme? —cubrió su boca. —Esta bien, espera, espera...— tomó las palomitas de vuelta y miró al televisor. —Listo, fingiré que no lo descubrí y si quieres puedo fingir sorpresa.

Colín le golpeó con la almohada.

—¿¡Cómo puedes estar diciendo eso tan tranquilo?!— trataba de que no se notara la vergüenza que sentía en su voz. —¿Por qué pareces tan dispuesto a besarme?, tienes novia por Dios...

El pelinaranja comenzó a reír.

—¿No ibas a besarme entonces?

—No.

—Ah...— suspiró decepcionado. —¿Seguro?, te daré una segunda oportunidad para pensarlo...

—¡Samuel!

—¿Ya lo pensaste bien?, ¿quieres que cierre los ojos?— preguntó, cerrandolos.

Colín sabía perfectamente que no le creía capaz de hacerlo, y por eso estaba molestando con tanta confianza.

Si él supiera la verdad, ¿seguiría con sus bromas?, ¿cómo le explicas a tu mejor amigo que eres gay, que sus comentarios te ponían nervioso y que sus bromas muchas veces pudieron terminar mal sin que se sienta incómodo cerca tuyo? porque daría lo que fuera por saberlo.

¿Debería comenzar él a bromear también?, ¿dejar pistas e indicios de que no le molesta la idea de besar a otro chico?, ¿decirlo directamente aunque le aterre la idea de perder a la única persona que le queda?

Lo tomó de la mejilla con cuidado y comenzó a acariciarla, lo sintió sentarse al instante.

—¿Colín?— arrugó la nariz. —¿Qué haces?— titubeó. —Tu nunca sigues mis bromas, ¿por qué sigues mi broma?, no lo hagas, me estás dando miedo, ¿quién eres y qué hiciste con mi Colín?— comenzó a balbucear. —Espera, ¿en serio vas a besarme?

—Si te beso,  ¿qué pensarías?

—Que soy un infiel, tengo novia y la quiero mucho. Te prometo que no volveré a jugar con esto...

—Que pensarías de mi, tonto.

—¿De ti?, ¿qué quieres decir con eso?— abrió los ojos por fin. Colín tenía las piernas cruzadas como siempre solía tenerlas, recargaba su rostro en su mano y con la otra aún le tomaba con cuidado. —¿Que pensaría de ti si me besas?

—¿Qué pensarías de mi si beso a un chico?

Quedó en silencio, pensando en la pregunta. Tardó un poco pero lo entendió. Le miró con los ojos abiertos de la impresión, notó entonces que la mano de Colín temblaba levemente y que su dedo golpeaba constantemente su propia mejilla.

—Nada.

Lo vió bajar la mirada.

—¿Seguirás bromeando con ese tipo de cosas?

—¿Te incomoda que lo haga?

—A ti debería incómodarte.— lo soltó

—¿Por qué?— lo tomó de los hombros. —Colín,  eres mi mejor amigo, te quiero como no tienes idea porque eres un ególatra de lo peor. Nunca me sentiría incómodo contigo y mucho menos por algo como eso.

—¿Esta bien?

—Esta bien.

—¿No me vas a dejar?

—No lo haré.

Sintió ganas de llorar.

—Perdón.

—¿Por qué te disculpas?, tú, un Bourgeois.

—Por no haber confiado en ti antes.

—Pero ya lo haces. —lo abrazó. —Gracias.

Le correspondió, escondiendo y hundiéndose en el cuello del de lentes.

—Eres una molestia sentimentalista.

—¿Me dirás el resto?, ¿a quién besaste y quién te dió el valor de decírmelo?

—No.

—De acuerdo. —sonrió. —Aún así supongo que te gusta mucho y que vas en serio, me alegro.

No respondió, porque aunque fuera así, sabía perfectamente que nada podía salir de aquello; aunque sus sentimientos esta vez tal vez fueran correspondidos.

(...)

Le había tomado tres días darse el valor de volver a ir a su balcón, tres días desde que su insomnio había empeorado terriblemente.

Llegó más temprano de lo habitual y lo vió acariciando la mejilla de Samuel. Se escondió inconscientemente.

Pensó en irse, en dejar de ver esa escena que sentía que le destrozaba el corazón y el ser entero, pero se quedó. Se quedó apretando los puños con frustración al verlos abrazarse, al ver como Colín se aferraba a Samuel,  al ver que Samuel le limpiaba pequeñas lagrimas con una dulce sonrisa en sus labios.

Pensó que tal vez aquel beso entre ambos le haya hecho entender que despues de todo si amaba a Samuel, que tal vez se sintió confundido a causa suya pero que solo había sido eso; una confusión. Le había dicho la verdad y le había rechazado. Odiaba sentirse aunque sea un poco feliz ante lo último, aún sabiendo que él sufría.

Esperó en el techo de la habitación, hasta que vió a Samuel salir del hotel.

Aún tenía que hablar con él, aunque fuera por última vez.

Tocó tres veces.

Sintió que todo lo desagradable que había sentido hace un momento desaparecía al verlo de frente, así de cerca.

—Viniste.

—Desde hace rato... pero estabas ocupado...— lo vió sonrojarse un poco.

—¿Escuchaste lo que dijimos?

—No, solo los vi muy juntos y no quise interrumpir...

Quedaron en silencio.

—Lo del otro día...— dijeron al mismo tiempo.

El ambiente incomodo pareció desaparecer.

—Habla,  te concedo el honor...— sonrió,  y el azabache la sintió nostálgica.

Tomó aire.

—Sé que lo del otro día fue... un error...— comenzó a jugar con sus manos cuando lo vió fruncir el ceño. —Y aún así...— levantó la vista. —Es un error del que no me arrepiento, y si me dieran la oportunidad de volver a hacerlo; lo haría... porque estoy sufriendo.

—Pero...

—Sé que es confuso, estoy confundido y probablemente lo estés también... —suspiró y tomó aire de vuelta para ver si tomaba también un poco de valor. —... pero quiero ser tu metáfora... — rascó su nuca nerviso. —Es tonto pero...

Odiaba que lo interrumpieran cuando hablaba, de verdad lo hacía, pero el ser callado por los labios de Colín le hicieron pensar que no era tal malo después de todo. Porque si iba a ser silenciado con un beso suyo podría hablar toda su vida sin éxito.

Colín odiaba a las personas que balbuceaban y hablaban cosas sin sentido, de verdad lo hacía, pero cuando se separó de Lordbug y fue él quien no pudo articular palabra alguna pareció comprenderlos un poco.

Porque ¿qué decir si tu texto estaba justo frente a ti?, ¿qué rima buscar si el poema entero te veía con esa sonrisa?, ¿por qué aceptar que él fuera metáfora, si era la gramática entera?

Porque, pidemelo y te escribo en mi papel.

En la última hoja del cuaderno, ahí donde crees que nadie más lo va a leer.

[...]

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