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Que Le Parecieron Pocos.

[...]

No había insistido, tal vez ese era el problema.

La noche que le siguió a esa, aunque llegó más temprano de lo habitual, encontró las puertas cerradas. Aquellas que siempre se encontraban sin cerrojo y sin cortinas hoy estaban prisioneras, con las luces apagadas y eran dueñas del silencio en su máximo esplendor.

Tocó el cristal tres veces y esperó, pero las puertas nunca se abrieron. Aunque tocó otra vez, y tocó de nuevo al día siguiente, y al siguiente. El dueño del castillo le estuvo ignorando toda la semana que siguió.

—Ya, Mario...— se acercó Aly por tercera vez a él. —¿Qué te ocurre?

—No ocurre nada...— respondió sin siquiera levantar la vista.

—Yo no estaría acostado en mi sofá boca abajo en depresión si no ocurriera nada. — recalcó—Vamos, somos mejores amigos, sabes que puedes confiar en mi...

Mario levantó la vista con lentitud.

—Eso lo sé pero...— se sentó por fin, provocando en Aly un sentimiento de victoria. —Es algo muy tonto y sin sentido...

–Y aún así te está afectando. Vamos, cuéntame...

—Es... Colín, ¿bien?— desvió la mirada, sintiéndose avergonzado por haberlo dicho.

—¿Colín?, ¿no me habías contado que estaban volviéndose amigos?

–Pues al parecer no. —no pudo evitar hacer un puchero. –Todo iba bien, ¿sabes?, pero... tal vez dije o hice algo que le mole... que le asustó. – se corrigió al recordar la expresión del rubio en aquel momento, sintiendo de nuevo que esa profunda culpa le invadía.

—Tal vez de verdad te odia. —trató de bromear, pero supo que había sido un error al ver que la mueca de su amigo se agrandaba. —¿Por qué haces esa cara?, ¿no habían sido enemigos desde pequeños?, ¿no era normal que te odiara o que tu lo odiaras?

—Nunca lo odié ¿sabes?— contó. —Él a mi sí... comenzó a ser mutuo por el asunto de Adrianne...— soltó una risa. —Nos volvimos rivales porque a los dos nos gustaba... y ahora que ya no tenemos ese problema creí que...

—¿Serían amigos?

—Que me daría una oportunidad. —corrigió.

Aly soltó un suspiro.

Sabía que su amigo era un terco y obstinado de lo peor, que solía obsesionarse con cosas sin sentido y esforzarse al máximo incluso por lo más mínimo, pero no lograba entender porque de nuevo su objetivo era el hijo de la alcaldesa; sabía que antes también ya lo había intentado, el mismo Mario le había contado de sus anteriores fracasos.

—Pero...— se sentó en el suelo junto a la cama, recargando hacia atrás su cabeza sobre el colchón. — ¿Por qué?

Para el moreno Colín no era más que un chico egocéntrico y mimando que disfrutaba de molestar a los demás, aunque ya no lo hiciera tan seguido como antes. Admitía que el rubio había madurado, que sus calificaciones habían mejorado y que incluso se había vuelto el amor platónico e imposible de muchas chicas de nuevo ingreso, pero... seguía siendo el tirano que todos sus compañeros conocieron cuando tuvieron la desgracia de compartir clases con él.

—¿A qué te refieres?

—¿Qué tiene él de especial?

Mario lo pensó por un momento.

"—Nada."

Respondió de inmediato en su mente. Colín no era especial. Solo era un chico como cualquier otro.

Y eso era lo que le tenía tan cautivado.

Él se ponía nerviso cuando leían sus textos y trataba de ocultarlos sin éxito. Sus ojos brillaban levemente cuando hablaba de sus libros, de sus autores, de su canción y de su suéter favorito; aunque todos fueran exactamente iguales.

Pensaba que se veía lindo sonriendo cuando creía que no le veía burlarse de sus exageradas reacciones al leer el final de esa novela. Pensaba que era adorable que aún tuviera aquel oso de peluche en perfectas condiciones y que fuera un coleccionista de figuras de acción.

Sabía que era un chico que trataba de ocultar desesperadamente que era un amante de la literatura, la poesía y el romance, que le fascinaba la fantasía y que a veces, solo a veces, lloraba con la tragedia.

No era especial.

Porque ocultaba su rostro con ambas manos cuando reía; creyendo tal vez que se veía raro haciéndolo, porque usaba una pijama cualquiera para dormir, porque tenía pesadillas con frecuencia y porque detestaba con su vida a las fresas y a cualquier presentación de éstas.

—Él es...— recordó de nuevo sus ojos llenos de terror y desagrado, el cómo mordía sus labios para callarse y el cómo le había echado sin explicación. —... exasperante.

Aly supo que le mentía y que le estaba ocultando algo, pero no le presionaria porque parecía que el azabache de verdad desconocía el motivo.

—¿Quieres que ayude?, podemos idear un plan con Rod, Julien, Mylo y Alex... —propuso.

—No... está bien...— se volvió a acostar en su sofá, pero esta vez mirando al techo —¿Qué crees que me pasa?

Pensó en millones de comentarios.

"Terco", "obstinado", "no aceptas un no por respuesta", "quieres agradarle a todo mundo aunque sepas que es imposible", "tal vez tienes mucho tiempo libre", "el estrés por fin mató tu cordura"...

—Eres un tonto.— respondió sin más.

Sin notar que el rostro de su mejor amigo enrojecia fuertemente, que el corazón se le aceleraba sin aviso alguno y que sus propias palabras le comenzaron a atormentar.

Se cubrió el rostro con su brazo, comenzando a reír nerviosamente.

—¿No pudiste escoger otra palabra?— soltó, aunque estuviera diciéndoselo a sí mismo.

No, tal vez estaba pensando cosas que no eran. Era una mala jugada de su cerebro por recordar aquella conversación justo ahora.

No podía ser otra cosa.

(...)

Escuchó esos tres golpes, los del día siguiente y los de la semana que le siguió también.

Había escuchado a Lordbug llamarle y preguntarle si estaba bien; por supuesto que no lo estaba.

Tenía miedo.

¿Cómo pudo haber bajado la guardia de manera tan descarada?, ¿por qué le había dejado entrar a su vida como si nada?

Se sentía tan aislado en este momento.

Era un cobarde de primera. Alejando a Lordbug porque si le decía la verdad tal vez él creería que era asqueroso y no querría volver a hablar con él, y lo entendía, porque si pudiera él tampoco lo haría.

Huía de Mario, pues estar enamorado de él era la principal causa de sus problemas y por eso es que prefería decirse una y otra vez que le odiaba aunque supiera que era una mentira.

Tal vez si estaba equivocado, tal vez la gente tenía razón.

Si tan solo...

¿No sería más sencillo si Mario fuera Marinette?, ¿no sería algo normal si él fuera Chloe?

¿No eran totalmente ridículos y lamentables sus delirios?

Se había acostumbrado tanto a su compañía que ahora su habitación se sentía inmensa y vacía. Sus libros parecieron perder sus letras, la música perdía su melodia y Abracitos no podía consolarle.

Estaba sobre su cama, abrazando sus piernas en espera de esos tres golpes en la ventana para poder dejar de sentir esa molesta presión en el pecho. Esperaba que le volviera a pedir permiso para entrar, porque esta vez quería decirle que sí... justo como ayer.

Comenzó a divagar, escuchando el segundero de su reloj de fondo.

—Oh, triste luna,
concédeme tu perdón.
Mi ofensa por favor anula
y devuelveme el corazón.

Puse tu brillo en sus ojos
y ahora él no está,
¿eres ya de otros?,
¿puedes regresar?

Dile a las estrellas lo que quieras,
que no te he de reprochar.
Te pido que por favor vuelvas
por esta ventana a entrar.

Sin permiso o aviso
lee mi poesía,
y llévate lo que me hizo
que quiero volver a mi agonía.

Me invaden los recuerdos
de cuando nos volvimos locos;
de todos esos momentos
que hoy parecen pocos.

Colín no durmió esa noche, pues el insomnio había vuelto a visitarle. Mario no durmió esa noche porque, de nuevo, otra vez quería escucharle.

Tal vez Aly tenía razón y se estaba volviendo un tonto.

[...]

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